lunes, 17 de septiembre de 2007

La última casilla VII (cuento)

XI

Servando se instaló en los Mastines cuando tuvo la plena seguridad de dejar el monte sin temor a represalias. Los Beatles ya habían visitado la Monumental y los tiempos parecían otros. Dejó el monte y se instaló en la única casa que aún mantenía el tejado en condiciones. No quiso volver a Caralta. Hubiera sido muy duro porque su mujer, sus dos hijos y todos sus amigos descansaban desde hacía tiempo bajo una lápida. O en la cuneta del cementerio. Tan solo le quedaba una hija, Libertad, que con poco más de dos años sobrevivió milagrosamente al hospicio para los hijos de los rojos. Sus hermanos mayores no tuvieron tanta suerte. Desprecio, hambre y tisis a partes iguales. Esta niña sería la madre de Ana.

Con el paso de los años Servando fue restaurando la casa y hasta la vieja almazara volvió a funcionar, como en los buenos tiempos. Alguien le había dicho que pasados treinta años de posesión interrumpida de la casa y aledaños, podía reclamar legítimamente la propiedad y registrarla. Y eso es lo que hizo llegado el momento. Pero una mañana de enero Servando no se despertó. Antonia, la mujer que cada viernes le visitaba con una furgoneta para recoger sus quesos artesanos lo encontró en la cama, como si se acabara de acostar. Los quesos de Servando eran muy celebrados en el mercado de los sábados, pero esta no fue la razón por la que los caralteños le rindieron un emotivo homenaje. Hoy, Servando yace enterrado en un panteón sufragado por el Concejo, erigido, precisamente, en el centro del cementerio de Caralta. Y no está solo; los hombres y mujeres masacrados cuarenta y ocho años antes le hacen compañía. Y aquí abundan siempre las flores frescas aunque nadie tiene encargo alguno de mantenerlo así.

XII

De vuelta a casa tras la improvisada excursión nocturna y el asombroso testimonio de facultades físicas, Carli no tuvo valor para entrar y prefirió quedarse en el quicio de la puerta del jardín esperando que su compañera se adelantara y comprobara cómo estaban las cosas. Ana entró de puntillas y asomó temerosamente la cabeza por la puerta de la cocina para encontrarse a Jordi totalmente inmóvil, tumbado boca arriba. El globo ocular desencajado estaba ahora totalmente desprendido de su órbita y colgaba un par de centímetros por la sien. Por lo demás el rictus monstruoso que antes las había espantado había dado paso a un semblante algo más relajado y menos grotesco. La cabeza descansaba sobre los huesos quebrantados de la nuca, rodeada por un charco redondo de sangre negruzca que evocaba un aura de siniestra santidad. La bandeja y los preparativos cafeteros yacían escampados por el suelo. Las tazas hechas añicos; lo demás milagrosamente en condiciones. Y la lengua al fondo, junto a una cucharilla de alpaca. Ana entró con especial cuidado de no pisar el charco y las salpicaduras sangre, y se acercó a Jordi para observalo más de cerca. No respiraba. Estaba muerto. Extrañamente tranquila se levantó y fue a buscar a Carli, que todavía no se atrevía a entrar.
- Nada. Creo que está muerto. Anda, entra.
Carli lloraba en silencio, Ana la abrazó besándola en la frente y la cogió dulcemente de la mano para arrastrarla muy, muy lentamente, hasta la cocina. Al llegar a la puerta se detuvieron para observar la catástrofe durante unos minutos, abrazadas. Ahora lloraban la dos. Continuaron así durante un rato hasta que Carli se calló de repente y apretó con fuerza sus brazos entorno a Ana. ¿Se había movido?
- Creo que ese cabrón se ha movido, Ana.
- No puede ser, está muerto, replicó Ana girándose hacia Jordi.
- Lo he visto, te lo juro. ¡Se ha movido!
Ana se adelantó decidida y arrodillándose junto a Jordi pegó el oído a su pecho. ― Créeme, está...¡Dios..., todavía respira!¾ gritó, dando un respingo hacia atrás para levantarse a continuación como si le hubieran aplicado una descarga eléctrica en la rabadilla. El pánico se apoderó de Carli, que se derrumbó allí mismo, en el pasillo, faltada de aire, con las manos sobre la cara. Ana tampoco pudo evitar el susto pero supo controlar los nervios y se quedó mirando a Jordi a una prudente distancia, de pie sobre los goteos de sangre, de café o de lo que fuera, que salpicaban el suelo de la entrada a la cocina. Sí, continuaba vivo pero en ese estado no era ninguna amenaza y decidió consolar a Carli. Más tarde ya pensaría qué hacer.

XIII

Ana había llevado a Carli hasta el salón donde poco a poco fue recobrando el aliento tumbada sobre la alfombra con las piernas en alto, apoyadas en un sillón. Casi a las tres de la madrugada, cuando Carli dio muestra de los primeros síntomas de recuperación Ana se puso manos a la obra. Cuidando de su compañera había tenido tiempo para pensar. Quizá lo mejor fuera deshacerse de Jordi y olvidarse para siempre del asunto, pero ¿cómo? Jordi estaba solo, y era un tipo problemático. Hacía tiempo que perdió su trabajo y desde entonces vivía de un subsidio de desempleo. Después de todo Jordi no era más que un borracho que malvive en una pensión del centro. Regresó a la cocina y lo primero que hizo fue recoger la bandeja, las cucharillas, los sobres de azúcar y lo que quedaba entero del servicio de café; luego hizo lo propio con los restos de las tazas y fregó y secó las salpicaduras periféricas de sangre y café hasta dejar limpia la cocina alrededor de Jordi. Después empujó su cuerpo hasta girarlo sobre su lado izquierdo y con una gran esponja de baño enjugó la sangre que había debajo. Y volvió a limpiar y secar el suelo otra vez. Al acabar fue por una manta, la dobló longitudinalmente por la mitad para extenderla a la espalda de Jordi desde la cabeza a los pies y empujó de nuevo su cuerpo para girarlo, ahora de izquierda a derecha, y hacerlo reposar sobre la manta. Y vuelta a enjugar y limpiar lo que quedaba.

Jordi permanecía totalmente inmóvil, inerme. Si aún no había muerto no tardaría mucho en hacerlo. Ana se sentó un instante para descansar y se quedó observándolo fijamente, con una mezcla de miedo y asco que empezaba a provocarle nauseas. Todo el valor, toda la sangre fría empleada hasta ese momento parecía que se evaporaban. Y no podía soportar verle la cara. Caviló un momento y tras algunas vacilaciones se levantó decidida y bajó al garaje a buscar unas bolsas de plástico y un trozo de cuerda de cáñamo que recordaba haber guardado hacía unas semanas. Subió con dos bolsas de basura grises y un rollo de cinta adhesiva para embalar y se arrodilló junto a Jordi. Quiso comprobar si todavía respiraba pero no supo cerciorarse; si había muerto o no poco importaba ahora. Le levantó la cabeza sujetándola por el pelo y la introdujo en una de las bolsas. Luego aseguró la boca de la bolsa alrededor del cuello con varias vueltas de cinta adhesiva y se incorporó para mirar el resultado. Bien; mucho mejor. Ahora había que sacarlo de casa y llevárselo de allí. Ana se tomó un momento de respiro para pensar. Recordó que tenía media botella de cabernet en la nevera y fue al salón por una copa. Desde el suelo Carli giró la cabeza para mirarla y sonrió; parecía bastante recuperada. De vuelta a la cocina se sirvió una copa y tras bebérsela de un trago resolvió llevar el cuerpo al garaje. Agarró fuertemente las puntas de la manta a la altura de los pies, luego giró en redondo para salir de la cocina y poco a poco fue arrastrando el cuerpo por el pasillo hasta dejarlo junto la puerta que conducía a la cochera.

Mientras tanto, Carli parecía haber recuperado el ánimo y al oír el trajín de Ana en el pasillo la llamó.
- Bueno, ¿cómo te encuentras?
- Mejor, ¿qué vamos a hacer ahora?
- No lo sé Carli, no lo sé. Estoy hecha un lío. He limpiado la cocina y he dejado el cuerpo junto a la puerta del garaje. Está muerto, puedes estar segura.
- Dios, ¡no sabes como lo siento Ana! Hay que llamar a la policía, ha sido un accidente.
- No seas estúpida. ¿Como justificarías lo que ha pasado? Como explicarás los tres golpes que le has arreado con la botella? No uno, ni dos... ¡Tres!
- Pero ha sido un accidente...
- Cuando a alguien la cae una maceta por la calle es un accidente, Carli, no cuando le machacan a uno con una botella de Chivas. ¿Lo entiendes, verdad? ¿Ves la diferencia?
- ¡Pero tu lo has visto! Él...
- Jordi no hacía nada fuera de lo normal. Siempre ha sido un bocazas y yo no me sentía amenazada en absoluto. ¿Qué le dirás al juez, que lo mataste porque gritaba? Verá, señor juez, le rompí la cabeza porque me llamó puta lesbiana... ¿No te advertí que te mantuvieras arriba? ¿Qué mierda hacías en el pasillo? ¡Maldita sea Carli, la has jodido! ¡La hemos jodido! ¿Y ahora qué?
- Tu has oído como me amenazaba... Lo has visto. Y nos acosaba, ¿ya no te acuerdas?
- ¡Por el amor de Dios! He visto a Jordi de rodillas, maldiciéndonos, sí, pero solo después de tu primer botellazo. Eso es lo que he visto. Pero, ¿qué te ha pasado, te has vuelto loca? ...Bueno, bueno, tranquilicémonos, no perdamos la calma. Ahora hay que mantener fría la cabeza