jueves, 19 de febrero de 2009

Altos vuelos, bajas pasiones (cuento)


1. Jordi Bagueta lleva una existencia normal, casi anodina; podría decirse que responde punto por punto al prototipo de hombre corriente en cualquier aspecto de eso que algunos han convenido en llamar, un estilo de vida acomodado y burgués. Sin embargo no hay que dejarse engañar por las apariencias porque lo cierto es que algunas peculiaridades de su carácter le confieren... Cómo explicarlo... Sí, le confieren cierta singularidad. Y para muestra un botón: acaba de cumplir los cuarenta y cuatro y aunque resulte difícil de creer se dispone a subir a un avión por primera vez en su vida.

Nuestro hombre padece una fobia irrefrenable a volar pero esta vez no ha habido manera de evitarlo. Deberá ir a Rabat para entrevistarse con un alto funcionario del Ministerio de Comercio con objeto de allanar el camino a la introducción en el mercado marroquí de una línea completa de productos de su empresa. Jordi ocupa un puesto medio en el staff de la misma; es subdirector comercial y esto le obliga a viajar con relativa frecuencia, aunque nunca, hasta el presente, se había visto en una situación tan comprometida. Como responsable del mercado nacional sus viajes acaban siempre en algún punto de la península, de manera que en función de la distancia opta por desplazarse en tren o en su propio coche. Jamás en avión. Sin embargo ahora, con el director comercial indispuesto, no le quedará más remedio que hacer de tripas corazón y afrontar este viaje a la capital marroquí.

En cuanto supo que debería substituir a su superior jerárquico Jordi supo lo que significa que te caiga el mundo encima. Fue hace tres días y en honor a la verdad no le dejaron escapatoria. Imposible negarse; ¿cómo arriesgarse, en una situación de crisis como la actual? En la empresa no lo entenderían y, vaya usted a saber..., a lo peor esto les daba pie a pensar en otro para reemplazarlo. Y es que a su edad sería suicida asumir cualquier riesgo que amenace su futuro profesional, por mínimo que fuera. ¡Joder! Menudo cabrón, el director comercial. Cuando hay que ir a Bruselas, a Londres o a Ginebra siempre está dispuesto a hacer la maleta. Pero claro, ahora hay que ir a Rabat y por lo visto el señor director comercial se encuentra delicado de salud. ¡Qué casualidad! Rabat no tiene glamour, supongo. Y él sabe perfectamente que yo odio volar; que nunca lo hago. Grandísimo hijo de puta. Ya sabía yo que un día u otro me la jugaría. No le caigo bien. El año pasado tuvo el feo detalle de comentarle al director general mi asuntillo con aquella chica de contabilidad. ¿Qué pretendía? Soy soltero, y además, aunque no lo fuera, ¿qué puñetas le importa a él lo que pueda hacer yo en mi vida privada? Todos esos mierdas del Opus son iguales. Y este es de los peores; sólo se aleja del tufo de las sotanas para meneársela a solas o para irse de putas. Y lo mejor es que el muy cretino piensa que los demás somos tontos y nos chupamos el dedo. Cómo siga jodiéndome, un día de estos llamo anónimamente a su mujer y se lo cuento todo. Ahora debe estar disfrutando de la situación; seguro que sí.

Lo cierto es que Jordi se siente aterrorizado. Desde que sabe que tiene que ir a Rabat apenas pega ojo y con tanta infusión relajante lleva ya dos días con el estomago revuelto. Apenas pasan unos minutos de las ocho de la mañana y la espera en el hall del aeropuerto se le está haciendo interminable. No entiende que si el vuelo está programado para las nueve y media haya que estar tres horas antes en el aeropuerto. Jordi, la gabardina cuidadosamente doblada reposando en su antebrazo izquierdo y su mano derecha sujetando el portafolio, entra por tercera vez en los servicios. ¿Será posible? ¿Por qué habrá que madrugar tanto? Es algo totalmente estúpido, innecesario. Llegas, facturas la maletita y ¡hala! Jódete en la sala de espera durante más de dos horas... Y ahora no puedo dejar las infusiones relajantes y pasarme al café; después de una noche en blanco y tanta tila sólo me falta un apretón en medio de un ataque de nervios. Y esta es la tercera vez que meo en... en menos de una hora. Después de percatarse de que no hay nadie más en los retretes, Jordi deja el maletín sobre el primer lavabo que encuentra seco y se dispone a aliviarse en el urinario más próximo, sin perderlo de vista, alzando y echando hacia atrás el brazo que sostiene la gabardina para evitar cualquier accidente. Manejando con una sola mano como un torero. Repitiendo maniobra por tercera vez con el gesto que corresponde a la soltura adquirida.

Jordi no entiende por qué tiene miedo a volar. Es algo irracional que le atenaza desde que tiene uso de razón. No se lo explica. Sus hermanos vuelan, volaban su padre y su madre, vuelan sus compañeros de trabajo, sus vecinos, sus amigos... Y él…, él se caga sólo de pensarlo. Lo peor es que sabe que volar es seguro y que no pasa nada. ¡Nada de nada! Lo sabe muy bien. Han sido tantas, las veces que se ha interrogado sobre este asunto, intentando fijar la idea en su cabeza a base de sentido común que a estas alturas encuentra absurdo volver una vez más sobre lo mismo. Tomará ese jodido avión y afrontará y superará cualquier resistencia. Lo hará y punto; pase lo que pase. ¡Y a la mierda lo demás! Debió adoptar esta actitud hace mucho tiempo. Recuerda, incluso, cómo llegó a ponerse en manos de un especialista hace ya varios años; aunque se rajó cuando debía llevar a la práctica lo aprendido sobre el papel. Ahora se arrepiente y se maldice por ello.

Fue saber que debía ir a Rabat y a Jordi le faltó tiempo para consultar a su médico. El doctor, un viejo amigo cansado de prestar oídos a sus manías, lo escuchó rutinaria y condescendientemente y acabó por recetarle unas pastillas que según dijo obran milagros. Sea como fuere, lo que de verdad necesita Jordi es relajarse y centrarse en pensamientos positivos, según palabras de su médico. Anoche, antes de irse a la cama, Jordi se tomó la primera pastilla y esta mañana, al alba, la segunda. El doctor insistió en que debía dejar un intervalo de al menos tres horas entre una toma y la siguiente, de modo que se tragará otro tranquilizante justo antes de embarcar. Y algo de mágicas deben tener porque se nota tan relajado físicamente que tiene la sensación de moverse al ralentí. Se siente sorprendentemente bien, aunque todo tiene su precio. Y es que la calma mecánica de sus movimientos y la insulsez de su rostro harían sospechar a cualquiera que nuestro hombre es idiota con solo echarle una ojeada. Por lo demás, la simplicidad de sus pensamientos ―joder, tengo la boca seca…; vaya, otra vez tengo ganas de mear…― no haría sino confirmar esta idea. Pero él no se deja engañar; sabe, y muy bien, que el miedo no se ha movido de ahí, de su cabeza.


2. Son algo más de las ocho. Después de vagar cansinamente por la terminal, hace rato que Jordi se devana los sesos para encontrar algún pensamiento positivo en el que concentrarse sentado en una de las sillas que agrupadas en hileras, ocupan la parte central de la espaciosa y medio vacía sala de espera… Pero no le resulta fácil. A ver, se pregunta, ¿cómo alguien, que tiene terror a volar, encontraría algo positivo en qué pensar hallándose sentado en medio de un aeropuerto? Es como si vas paseando junto al mar y viendo que alguien se ahoga le aconsejaras que aguante la respiración. Menuda sandez. Completamente absorto en sus cavilaciones sobre el peor consejo que había recibido en su vida, Jordi tarda un par de minutos en reparar en la mujer joven y atractiva que acaba de sentarse dos o tres hileras de asientos por delante, justo enfrente de él. Se trata de una mujer más alta de lo habitual, de no más de treinta años y piel dorada. Su aspecto es exótico y sugerente, viste con evidente buen gusto y lleva el cabello desaliñado a la última; rubio de bote, por supuesto. Tras un descarado repaso general los ojos de Jordi se detienen en sus labios y luego, despacito, van descendiendo hasta clavarse en un escote sobresaliente bajo cualquier punto de vista. Rediós, bendita exuberancia, piensa. Está, como... ¡cómo está la puñetera...! ¿Lo ves? se dice a sí mismo… ¡Esto sí que es positivo! ¿Cuándo…, cuándo fue la última vez que tuve una visión semejante? La joven, que ni mucho menos es ajena al impacto que causa allá por dónde pasa, primero se dedica a observarlo discretamente y más tarde, ya sin disimulo alguno, cruza con él una mirada de ambiguo significado. Luego deja pasar un instante antes de levantarse perezosamente y encaminarse a la librería para perderse de vista inmediatamente después. Jordi ha quedado impresionado por esa mujer, tanto que durante la media hora siguiente se mantendrá completamente abstraído de su problema y del hecho de que en breve tendrá que subir a un avión y poner a prueba su entereza.

La megafonía hace pública la primera llamada para el vuelo AM 804 con destino a Rabat, el suyo, y Jordi sale de su embeleso como si hubiera recibido un vaso de agua fría en plena cara. Puerta veintidós, parece que han dicho. Le falta tiempo para mirar su reloj; todavía quedan cuarenta y cinco minutos antes de que se abra el control pero aun así prefiere ponerse en la cola. De hecho, la va a encabezar. Para su sorpresa, las piernas le llevan hasta la puerta de embarque sin que su asustada cabeza oponga el mínimo reparo. Buen síntoma, desde luego. Pero se nota raro porque todo esto está lejos de ser normal. A decir verdad, es como si mente y cuerpo se hubieran desdoblado y anduvieran por vías distintas, paralelas pero distintas. El efecto de la pastilla sin duda; ¿qué podría ser, si no? Las maneras de Jordi se asemejan a las de un autómata; el miedo no lo paraliza y sus gestos están lejos de delatar la procesión que lleva por dentro. Viéndolo, cualquiera diría que Jordi ofrece la imagen impertérrita de un veterano coleccionista de millas. Por lo demás y para acabarlo de rematar, una contenida alegría, tan extravagante como postiza, tapona cualquier resquicio a las emociones evitando que sus aprensiones se desborden y arruinen su viaje de negocios.

Como era de esperar la cola va creciendo a medida que se aproxima el momento fatídico del embarque y Jordi tarda poco en sentirse incómodo. Él achaca la culpa a los miembros de la tripulación. Son siete y conforme han ido llegando se han ido concentrando ante la puerta de acceso al finger, a tan sólo un par de metros de donde se encuentra Jordi, formando primero uno y después dos grupitos que no han dejado de charlar y reír animadamente ante sus narices. Algo intolerable porque a su modo de ver nada hay, absolutamente nada, que justifique tamaña manifestación pública de regodeo. En su imaginario la tripulación de un avión siempre había sido gente seria, aguerrida y valiente. Y responsable, faltaría más. ¿Y qué es lo que se encuentra en el día de su estreno? Dios del cielo, mi vida en manos de unos majaderos; esto no puede acabar bien, nada bien, se le oirá murmurar repetidamente, cabizbajo; chistando mientras niega una y otra vez con la cabeza.

Consciente de que su incomodidad crece y crece por momentos, Jordi decide dar la espalda a los tripulantes con la nada disimulada intención de ignorarlos. A cambio, qué más da, quedará expuesto al pelotón de desconocidos que deberán acompañarlo en su desdichada aventura; quizá observándolos pueda encontrar razones que ahora no tiene para no ceder a la irracionalidad, piensa con buen tino. Entonces Jordi descubre una formación de medio centenar de personas, quizá más, entre las cuales identifica bastantes hombres de negocios con aspecto aburrido, como él mismo, todos uniformados. Mezcladas entre ellos encuentra ocho o diez parejas, casi todas de mediana edad y alguna con hijos adolescentes, y desdibujando la cola y armando más barullo de lo razonable puede ver también número indeterminado de jóvenes que vayan juntos o no, es prácticamente seguro que bajan al moro. Pero lo mejor es que allá, al fondo, rematando la cola, localizará a la maciza. Sí, es ella, inalterable, rodeada por tres o cuatro aspirantes que sonríen y deambulan a su alrededor como memos. Recordó entonces la mirada de la sala de espera y tras pensarlo un momento Jordi se decide a encararla desinhibidamente, ignorando las normas más elementales de cortesía. Pocos minutos después se pone encima de la lengua el tranquilizante de las nueve y tras humedecerlo lo mastica; está amargo.


3. La hora de la verdad. Una amable y sonriente auxiliar le invita a pasar por un estrecho pasadizo artificial, pero Jordi no responde. A estas alturas es un pasmarote adornado por una estúpida sonrisa. A la vista de su desconcierto la azafata le arranca de la mano el pasaporte y la tarjeta de embarque. Luego, hechas las comprobaciones de rigor, introduce ambas cosas en el bolsillo de su americana y finalmente le empuja suavemente hacia delante, dejándolo sólo ante sus miedos. Lo que ocurrió no es difícil de explicar. Al escucharla Jordi se transformó y entró en trance, algo totalmente inédito para él. Experimentó una intensa sensación de aprensión, de temor receloso ante lo que intuyó como el principio de una catástrofe. Notó, y con toda crudeza, cómo su cabeza se enturbiaba hasta bloquearse por completo. Y claro, se aterró. Y a partir de ese momento apenas pudo hilvanar pensamiento alguno que no fuera el que había convertido en su lema de cabecera desde supo que debía viajar en avión: ¡la madre que parió al director comerciaaal! Sin embargo, lo más sorprendente fue que tras los primeros instantes de titubeo pudo comprobar maravillado cómo sus piernas y sus brazos respondían con admirable diligencia a cuantas instrucciones iba recibiendo. Fue algo extraordinario sin duda; insólito entre lo insólito. Jordi, sin tener plena consciencia de cuanto iba ocurriendo a su alrededor, pudo verse a sí mismo atravesando el pasadizo plegable agalbanado como un zombi, hasta llegar a la puerta del avión con una serenidad y una templanza dignas de encomio; prestadas desde luego, pero no por ello menos encomiables. Una experiencia realmente asombrosa y sin duda merecedora de ser documentada.

Jordi, apenas puesto el pie en el avión y preso aún de su aturdimiento, ve como un joven engominado sale a su encuentro exhibiendo unas maneras recargadas, casi decimonónicas, e insiste en acompañarlo hasta su asiento; luego le recoge la gabardina y el maletín para colocarlo todo en el compartimento para equipajes de mano, le ofrece algo que sin ser un cojín ni una almohada podría pasar por ambas cosas y, para acabar, le invita a ponerse cómodo.

Bueno; ya está. Ya ha llegado. A primera vista el aspecto de la cabina le recuerda al del tren de gran velocidad. Jordi viaja en primera clase y para empezar no se siente tan estrecho como había oído decir. Los asientos son amplios y cómodos y están colocados de dos en dos; a él le ha tocado ventanilla, en la sexta fila, a apenas un metro y medio del panel que separa la cabina del avión en dos clases. Todos los pasajeros de primera serán acomodados de manera similar y a continuación se dará paso a los de clase turista que, como siempre, entrarán en tropel. Para cuando esto ocurre Jordi es ya un pedrusco, quietecito en su butaca, la vista fija en el asiento delantero y las manos juntas sobre el regazo. Su cabeza se asemeja a una pecera sin peces y sin agua, y su mente es una lámina en blanco.


4. ¡Hola! Con más susto que sorpresa, Jordi gira instintivamente la cabeza y se encuentra con ella. Hola, responde con voz entrecortada aunque gratamente impresionado. Dios, que vergüenza, piensa al instante, fijando nuevamente sus ojos en la nada del asiento delantero. Mecagüenlostia, se lamenta. Para su desgracia ahora está experimentando la sensación inversa a sufrida hace un rato. Sus músculos, más que entumecidos cuajados, se niegan a responder a sus órdenes y al mismo tiempo no puede impedir que sus atropellados pensamientos se escapen del congelador y se pongan a trabajar febrilmente. Mierda de pastilla, insiste en lamentarse para sus adentros. ¿Qué tendrá que hacer en Rabat una mujer como ésta? se pregunta. Jodida pastilla... Pero no hay tiempo para más; el discurso de hojalata del comandante interrumpe por igual cábalas y maldiciones y capta momentáneamente su atención. Anuncia el inminente despegue entre otros datos rutinarios y recuerda la obligatoriedad de abrocharse el cinturón. Esperando lo peor Jordi vuelve lentamente la cabeza hacia la ventanilla y ve con horror cómo el avión inicia la lenta carrera que le llevará a la pista de despegue. El alma se le hace añicos y ni siquiera es capaz de tragar saliva. Su reacción es inconsciente y sin reparar en nada ni en nadie se aferra a los brazos de la butaca y esconde el cuello entre los hombros, como una tortuga; luego pone los ojos en blanco, dobla levemente el torso, junta las rodillas y comienza a canturrear perceptiblemente. Empieza el calvario.

La extravagante conducta de Jordi dejará perpleja a su vecina de asiento. ¿Qué le pasa a éste? piensa nada más verlo, reparando de inmediato en el lado cómico de la misma. Este tipo está cagado de miedo, concluye. Y no va desencaminada en su diagnóstico porque lo menos hiriente que puede decirse de él en este momento es que parece un niño asustado. Hola; holaaa. Jordi duda algunos instantes pero picado por la curiosidad entreabre el ojo izquierdo y encuentra la mirada amigable de su vecina a apenas dos palmos de la cara. Hola; ¿todo va bien? Me llamo Laura; soy brasileña, ¿sabes? Te veo algo apurado, ¿puedo ayudarte de alguna manera…? No, no hace falta, estoy bien. Algo tenso, es verdad, pero bien... Pues viéndote nadie lo diría. Tomando consciencia de su ridiculez Jordi relaja algo los hombros y se decide a estirar el cuello poco a poco. Luego endereza la espalda y separa las rodillas..., pero no soltará los brazos de su butaca. Continuará agarrado como si de ello dependiera su vida. El avión acelera, ya en plena carrera de despegue, y aunque el ruido y la vibración se le hacen insoportables Jordi resiste la tentación de encogerse. Sin embargo su resistencia durará poco porque en cuanto el avión levanta el morro vuelve a arrugarse como un gusano y recurre de nuevo los canturreos.

A pesar de todo Jordi no pierde interés por su guapa vecina y desde su forzada postura tarda poco en girar levemente la cabeza hacia ella, lo necesario para poder observarla de reojo… ¡Hostias, Pedrín! exclama sorprendido. Y es que lo que ve le deja de pasta de boniato. Laura, tiesa en el asiento y la cabeza levemente inclinada hacia atrás, se sujeta firmemente los senos con ambas manos. Si el desasosiego de Jordi no era ya suficientemente intenso, la perturbadora imagen de su vecina le confunde todavía más. Desconcertado, cierra nuevamente los ojos no dando crédito a lo visto. Pero, ¿qué está haciendo? se pregunta. ¿Por qué se coge las tetas...? Los instantes de perplejidad que siguieron no hicieron sino multiplicar por mil el interés de Jordi por su inquietante compañera de asiento. Tanto que, olvidándose por completo de las buenas maneras, giró de nuevo la cabeza para observarla con más detenimiento, esta vez con descaro y sin complejo alguno. Sí, en efecto, no había sido una ensoñación causada por los tranquilizantes. La brasileña seguía a su lado bien agarrada a su prodigiosa delantera. La primera idea de Jordi fue pensar que quizá todas las mujeres que viajaban en avión hacían lo mismo; al fin y al cabo él carecía de experiencia en estos asuntos… Pero, ¡qué idea tan absurda! piensa inmediatamente. ¿Qué razón justificaría una conducta tan ridícula...? Al sentirse observada Laura se gira hacia el mirón y viendo que éste no aparta la vista de su escote agita varias veces la mano abierta ante sus ojos y, sonriendo, le dice algo que Jordi, en su embeleso, no acierta a escuchar… Perdón; lo siento. ¿Qué decías…? se atreve finalmente a decir, levantando la mirada. Que me las acabo de operar... ¿Cómo? ¿El qué…? Las tetas, hombre; me las acabo de operar. Al escuchar las razones de Laura, Jordi queda atrapado en su estupefacción y no será capaz de decir ni pío. Se limitará a sonreír tímidamente y bajar la vista. Y cuando se gire hacia la ventanilla descubrirá maravillado que el avión flota sobre un mar de nubes. Después de todo lo cierto es que está volando y no se ha muerto de miedo. Es fantástico y todo se lo debe a la brasileña; a sus hermosas y operadas tetas, muy en particular.


5. Perdona lo de antes; no he querido ser grosero. Me llamo Jordi y lo creas o no este es mi primer viaje en avión. Se nota, ¿verdad…? Hombre; lo que se nota es que vas un poco asustado. Laura responde sonriente al saludo que le ofrece su vecino de asiento y le estrecha la mano. ¿Y cómo es eso…? ¿El qué…? Que esta sea la primera vez... ¡Ah! Claro. Es que tengo fobia a volar y hasta hoy ni lo había intentado... Vaya; eso tiene que ser jodido, y lo siento, porque debe limitarte mucho, ¿no…? Bueno, es verdad que me impide viajar lejos, pero ya estoy hecho a la idea... ¿Y cómo es que ahora estás aquí…? Por razones de trabajo; no he podido evitarlo. Estoy substituyendo al que en realidad se encarga de estos menesteres. Está enfermo, o al menos eso dice... ¿Y en qué trabajas…? Me ocupo de la distribución comercial en mi empresa, de la apertura y consolidación de nuevos mercados a escala nacional. En realidad no salgo casi nunca de España... Pues lo estás haciendo muy bien... ¿Cómo...? Volar. Parece que ya estás bien... ¡Buf! Nada de eso; estoy hecho un manojo de nervios. Tengo el estómago en los pies y tiemblo como un flan. Si no fuera por ti creo que me habría muerto de un ataque de pánico... ¿En serio? ¿Lo dices por mis tetas…? No, no, me refiero a tu compañía... Bueno, tus... han ayudado bastante, la verdad... Laura estalla en una carcajada y dice, mira, si te sirve de algo, a lo mejor yo puedo ayudarte a superar tus miedos... Sería estupendo y no sabes cómo te lo agradecería, ¿eres médico…? Nooo; soy modelo. Y actriz cuando se presenta la ocasión, aunque de momento sólo he hecho publicidad y alguna que otra aparición en televisión. Es una vida difícil, la competencia es salvaje y tengo que hacer lo que se presenta. Diciendo esto Laura busca en su bolso y alarga a Jordi una elegante tarjeta: “First Class International Escort; Barcelona-Paris-London”. Jordi mira la cartulina sin entender exactamente lo que ofrece Laura. ¿Es..., es tu agencia? pregunta. Sí; eso es, al menos por ahora, responde Laura. Si alguna vez necesitas compañía, llama y pregunta por mí. Ahora está bastante más claro. Seguirá un largo silencio.

Sin advertirlo, la azafata viene a rescatar a Jordi de la consternación en la que se encuentra sumido desde hace un buen rato. ¿Café...? pregunta rutinariamente. ¡Manzanilla! ¿Puede ser una manzanilla? responde Jordi con impaciencia. ¿Una qué...? vuelve a preguntar la joven marroquí. Manzaniiilla, mujer…, responde con evidente alteración de voz. ¿Cómo...? Camomille, corregirá Laura. ¡Ah! Bien sur, madame, agradeció la azafata mirando a Jordi con recelo. Gracias... No hay de qué; estás algo nervioso, eso es todo, pero, ¿por qué tomas esa porquería…? Porque mi estómago no admitiría otra cosa. Creo que de esta no salgo.

La auxiliar volvió sosteniendo una bandeja con una tetera dorada y una pequeña taza de porcelana, acompañadas de un surtido de pastas parecidas a las de té y azúcar de varias clases; privilegio de viajar en primera. Laura aprovechará el momento y pedirá un simple expresso. Ambos se mantendrán en silencio hasta que la azafata vuelva con el café y continuarán del mismo modo mientras apuran sus bebidas, intercambiando miradas inexpresivas. Laura piensa que su vecino puede derrumbarse de un momento a otro. Está muy pálido y cada vez que deja descansar la taza sobre el platillo se produce un tintineo delator que no augura nada bueno. ¿Puedo hacerte una pregunta? se atreve a decir Jordi con un agudo hilillo de voz que incluso a él deja sorprendido. Claro que sí… ¿Tú también vas a Rabat por trabajo…? No; voy a descansar unos días. Tengo una amiga en Casablanca y voy a pasar una semana con ella mientras me repongo. Ya te he dicho que acabo de operarme… Sí, sí; ya me lo has dicho… No puedo trabajar así… Claro, claro; por supuesto... Es una parte muy importante de mi instrumental de trabajo, ¿comprendes...? Tras unos segundos ambos estallarán en una relajante carcajada.

Sin embargo la tranquilidad de Jordi no se prolongará por más de un cuarto de hora antes de empezar a removerse nuevamente en el asiento, inquieto y asustado. Está sudando a ojos vista y muestra claros síntomas de ahogo. Laura le ayudará a aflojarse el nudo de la corbata y desabrocharse el botón del cuello de la camisa. Algo mejor, ahora. También le dirigirá el chorro de aire fresco del acondicionador y esto contribuirá a mejorar las cosas un poco más. Jordi parece que recupera el resuello, por fin. ¿Quieres que avise a la azafata…? No, déjalo, sólo son nervios; no quiero que nadie se preocupe, estoy bien. De verdad, estoy bien, contesta abatiendo un poco el asiento y entornando los ojos. Dejará pasar unos minutos para que el ataque de ansiedad vaya remitiendo hasta lo soportable... Pasado ese tiempo quizá respire mucho más acompasadamente y pueda recordar entonces el consejo de su médico.


6. ¡Dios...! ¿Es lo que creo...? Tras el sobresalto inicial Jordi acucia los sentidos y se pone tenso. No se atreve a abrir los ojos. Laura, sólo puede ser ella, ¿le está acariciando la pierna? Joder, ¿qué hace? Piensa aceleradamente durante unos instantes. Quizá debiera decirle algo, ¿no? ¿Cómo tenía que reaccionar? ¿Qué podría esperarse de cualquiera en una situación como esta…? Demasiados interrogantes y ninguna respuesta lógica. Ofuscado completamente, Jordi opta por no hacer nada. No hará nada porque al fin y al cabo tampoco hay nada que hacer excepto decirle a Laura que pare y no es esto lo que él desea ni mucho menos. Además, tampoco está dispuesto a hacer semejante papelón por nada del mundo. Ella pensaría que es un idiota de remate, un desagradecido o algo peor: un estrecho. La dejaría hacer. Continuaría con los ojos cerrados y disfrutaría del momento salga el sol por Antequera.

Lo que acontece a continuación es… ¿Cómo explicarlo…? Bastante agradable... No, no, mucho más que eso; es sensacional. ¿Qué digo? Apasionante, es apasionante. Iniciado en el camino del nirvana de forma tan inopinada, Jordi pudo olvidarse completamente de su problema y hasta de dónde estaba. Laura, Dios bendiga al Brasil, pasaba lentamente su mano arriba y abajo recorriendo su pierna izquierda en todo lo que le alcanzaba el brazo sin necesidad de forzar el gesto. La subía por el interior del muslo hasta la ingle, alternando con rara habilidad el roce de sus uñas con una leve presión de las yemas de los dedos; luego bajaba la mano del mismo modo, ahora por encima de la pierna hasta llegar a la rodilla, y volvía a empezar. El resultado es relajante y sugestivo por igual… El tiempo no existe y Jordi, qué mejor lugar que entre las nubes, ha comenzado a creer en los milagros. ¡A la mierda las pastillas! piensa, eufórico. Cuando se lo explique a su médico no le creerá. Aunque también es verdad que del relajo inicial ahora parece galopar hacia un estado de excitación cada vez más elocuente. Pensamientos positivos; ¡ja! ¡Yo diría que esto es mucho mejor que un pensamiento positivo! La consecuencia no se hizo esperar; Jordi le deja a Laura cada vez menos muslo donde acariciar a cambio de ofrecerle una creciente alternativa y, lejos de inmutarse, la brasilera no tiene el menor reparo en aceptar el ofrecimiento y proseguir con su voluntaria y benéfica dádiva. Las caricias continuarán con algunas variantes hasta llevar a Jordi al borde del éxtasis, justo hasta el borde porque cuando la explosión de placer parece inminente Laura se detiene, toma una revista de la bolsa de su asiento delantero y se pone a hojearla con indolente parsimonia.

Desconcertado, Jordi esperará unos instantes sin saber qué hacer. ¿Ya está? se pregunta. ¡Cuanta incertidumbre! Nunca, hasta este momento, se le había hecho el tiempo tan elástico. ¿Debo abrir ya los ojos? Y claro, tendré que decirle algo, ¿no? Mierda, ¿por qué habrá parado? ¿Se habrá molestado...? Pero, ¡si ha sido ella la que ha empezado...! Si antes se sentía como un niño asustado ahora era un niño frustrado, y no está muy seguro de cual de las dos cosas es peor. Tras rumiar mil sentimientos de culpa Jordi se decide por lo más fácil; finge estar adormilado y se encierra en sus pensamientos durante un buen rato. Y no parecen muy positivos.


7. ¡Uuug! Jordi deja escapar un sonido ronco y ahogado mientras se inclina bruscamente hacia delante con los ojos abiertos y desorbitados y los brazos cruzados bajo el abdomen. Aaag..., creo que me ahogo, llega a musitar con evidente dificultad. Vamos hombre, que no es nada; tranquilo, responde Laura con prontitud, intentando serenarlo. La reciente frustración sumada a sus miedos ancestrales lo habían sumergido hasta el cuello en un pozo de ansiedad y miseria moral. Quería morirse. Por fortuna para él, Laura se sintió conmovida y se inclinó levemente hacia su lado para sacudirle la espalda con suavidad; luego, por sorpresa, no tuvo inconveniente en volver a meter la mano en su entrepierna y susurrarle: venga hombretón, que esto no es nada. Y mira... respóndeme a una pregunta, ¿serías capaz de decirme que esto no te relaja? Dicho lo cual Laura le dio una palmadita en el muslo y retiró la mano. Jordi no necesitó palabras para contestar porque sus gestos hablaban por sí solos. ¡Por supuesto que le relajaba! Mucho más que eso. Visiblemente satisfecha con la respuesta obtenida, Laura sonrió como una niña traviesa y se acercó de nuevo a su oído para decirle: Si te apetece, puedo encargarme de que tengas un viaje relajado y placentero. Me caes bien y me das un poquito de pena. Piénsatelo y me dices algo, ¿vale?

Aún no había acabado Laura de hablar y una leve taquicardia vino a completar el largo catálogo de síntomas angustiosos padecidos por Jordi. ¿Qué quería decir? piensa inmediatamente, olvidando de nuevo sus miserias. A ver, ¿significa esto que se ofrece a acariciarme la pierna durante el viaje…? ¿Durante todo el viaje? ¡Menuda idea, joder! ¿Cómo no iba a gustarme una cosa así? Pero es absurdo… Me acabaré cansando y además, la verán. Tarde o temprano alguna de las azafatas se dará cuenta y me sentiré avergonzado. Bueno, alguna de las azafatas o cualquiera de los imbéciles de ahí al lado, que no dejan de mirarla. Sólo de pensar que la sorprenden tocándome el paquete… Pero no; no puede ser… ¿Seré idiota? ¿Cómo he podido pensar algo tan ridículo? Creo que voy un poco salido y desvarío. Seguro que se refería a otra cosa… Jordi continuó entretenido en su monólogo interior por algunos minutos, completamente ausente de lo demás.

¿Bueno, qué dices...? ¿Qué…? ¿Que qué dices? ¿Te parece bien...? Lo siento Laura, pero es que no he entendido muy bien lo que me has dicho; ¿a qué te referías...? Muy fácil; te vienes al servicio conmigo y te la chupo durante un buen rato. Te dejaré tan relajado que olvidarás por completo tus preocupaciones por volar. Y sólo por doscientos... Y si es necesario vamos un par de veces; lo que haga falta. Doscientos cada vez… Harás el mejor viaje de tu vida. Piénsalo.

Más claro el agua. Jordi se quedó mirando el techo del avión, meditabundo. Para empezar la idea le resulta de lo más interesante. Aunque, por otro lado, también es verdad que él nunca se ha visto en la necesidad de pagar por esta clase de servicios. Desconoce lo que es eso y no le hace ninguna gracia. Cuestión de principios; él no tiene nada contra las prostitutas, pero no respeta a los hombres que solicitan sus favores. Siempre creyó que es algo denigrante. En cualquier caso, piensa ahora, es posible que deba relativizar algo las cosas a la vista de la excepcional situación en qué se halla. Lo mejor, en vista de las circunstancias, será sopesar cuidadosamente los pros y contras de tan insólita como sugerente proposición. Déjame pensarlo un ratito, ¿vale...? le dijo a Laura. No hay problema, tómate tu tiempo..., contestó mientras se ajustaba los auriculares de su ipod.

Veamos, empezó a cavilar Jordi, muy a su manera. Tengo a mi lado una evidencia empírica: esta brasileña está buenísima. Sólo un imbécil negaría esta verdad curvilínea cuasi-absoluta de ciento setenta y largos centímetros, capaz de despertar la pasión de un muerto sólo con un gesto. Y no nos engañemos; alguien así, rumiaba ensimismado, no te hace un ofrecimiento como este todos los días. Y poco importa que sea por dinero porque dudo mucho que esta mujer tenga necesidad alguna de los doscientos euros que pide, concluyó mientras observaba cómo Laura mascaba chicle con la boca entreabierta, distraída en seguir con la cabeza la para él inaudible música que provenía del cacharrito rosa que sostenían sus manos. Se fijó en ellas; finas, dedos largos y delgados culminados por unas estilizadas uñas azul oscuro. ¿Cerámica? Jordi ancló la vista en aquellas manos y casi al instante se excitó rememorando los recientes instantes de placer y la terrible frustración subsiguiente. Pero, mejor cambiar de tema... Dando buena muestra de sentido común Jordi decidió cruzar la pierna izquierda sobre la derecha ante lo que podía haber sido una muestra gratuita e innecesaria de alegría, y prosiguió con sus cavilaciones... Y si, como creo, no necesita el dinero, ¿por qué me habrá pedido los doscientos...? Y no es que piense que doscientos euros sean una minucia pero…, me apostaría el sueldo de un año a que esta mujer no se vende si no es por mucho más que eso. Por muchísimo más… Entonces, ¿por qué ahora se conforma con tan poco? Cualquiera de esos dos desgraciados de ahí al lado, incluso el viejo de aquí delante soltaría gustosamente quinientos por un simple achuchón con este auto-homenaje de la naturaleza… Pero bueno, ¿qué digo? ¿Qué mierda sé yo de estas cosas? Seguramente ha puesto precio por prurito profesional, por seguir un principio económico elemental. Y el precio está acorde con lo que me ha dicho: le caigo bien y quiere ayudarme. ¡Eso es, hombre! ¡Por supuesto! ¡Aquí está la explicación! Se trata de un precio político, o dicho de otro modo, de poner en práctica una política ajustada de precios porque como todo el mundo sabe, nunca, y eso significa nunca, debes regalar tu producto so pena de desvalorizarlo por completo y perder así el mercado. Política de precios, sí señor. De eso se trata. Es muy probable que nos encontremos ante un precio de coste. Se puede renunciar temporalmente al valor añadido pero nunca al valor neto del producto, esto es, al coste de producción. Ahooora; ahora alcanzo a verlo todo con meridiana claridad. Ella, y me da mucha vergüenza reconocerlo, renunciaría al valor añadido por razones humanitarias, por solidaridad con un pobre tipo que tiene miedo a volar. Por lo demás, es perfectamente comprensible que tenga que hacer frente a su inversión, al coste financiero... Es lógico porque mantener unas tetas como esas no tiene que ser una bagatela. Seguro que la operación no ha sido precisamente barata. Y no son sólo las tetas; ese cuerpazo exige un mantenimiento apropiado, una inversión constante. Alimentación adecuada, gimnasio, productos de belleza… Y el vestuario, por supuesto; no nos olvidemos del vestuario…, y luego están los complementos. Un no acabar… En fin, puestas así las cosas doscientos euros por una mamada es casi un regalo y yo siempre he sostenido que hay que saber cuando una oferta es irrechazable.


8. Oye Laura, dijo Jordi tocándole ligeramente el hombro, dime una cosa, ¿y, cómo lo haríamos? Laura se giró hacia él quitándose los auriculares de las orejas y dando la impresión de no haber oído nada. ¿Qué cómo lo haríamos? repitió Jordi. ¿El qué…? respondió inocentemente la brasileña. ¿Pues qué va a ser, mujer…? No te entiendo, Jordi, ¿a qué te refieres…? Me refiero a lo que me decías antes; a eso del lavabo… Ah perdona, en seguida me levanto… Eeeh… Espera un momento mujer, no corras tanto que primero quisiera aclarar algunas cosas… Pero, ¿no querías ir al lavabo…? Sí, sí, pero antes hablemos del asunto, que yo todavía tengo algunas dudas… Laura volvió a sentarse aparentando no entender nada y se quedó mirándolo con media sonrisa, cómo preguntándose, ¿y bien? Jordi respondía a la mirada de Laura de la misma manera, aguardando muestras de una complicidad que no acababa de llegar… A ver, dijo por fin, ¿cómo lo vamos a hacer? Tú, y lo digo sin segundas, tienes más experiencia que yo en esta clase de negocios. En realidad yo ni siquiera sé cómo son los lavabos de un avión; ¿se parecen a los del tren? ¿A los del tren de gran velocidad, en concreto?

Absorto completamente en sus asuntos, Jordi no advirtió la presencia de la azafata marroquí, la de la manzanilla, justo detrás de Laura, a la altura de la fila de asientos de atrás. Apenas llevaba un minuto allí tratando de asistir a una señora obesa que ocupaba el asiento posterior al de la brasilera. El tiempo suficiente, en cualquier caso, para apercibirse del inusitado interés de Jordi por los servicios del avión. Y desde luego, pensaba la azafata, tanta duda parecía estúpida en alguien que decía tener ganas de mear, o de lo que fuera. ¿Por qué no iba y lo averiguaba, así, sin más? ¿Qué clase de preguntas eran estas? Ya le había parecido antes que este tipo era bastante raro. Tenía un no sé qué que no le acababa de gustar.

Pues, qué sé yo, dijo Laura respondiendo a la última pregunta de Jordi. Sí, se parecen un poco a los del TGV, aunque te advierto que estos son bastante más pequeños. El espacio aquí es mínimo; muy justo… Entonces, dime, ¿cómo tendré que ponerme…? Pues, hombre, ponte como quieras, como te encuentres más cómodo, que estas cosas cada uno las hace como puede, pienso yo. Claro que las mujeres no tenemos tantos problemas: nos sentamos y ya está. Mejor vas y lo compruebas tú mismo, ¿no…? Sí, sí, pero imagina que yo me quedo de pie, ¿y tú? ¿Tú entonces qué haces…? Ya te lo he dicho hombre, yo me siento siempre… Y dime, ¿me la saco simplemente o mejor me bajo los pantalones…? Bueno, eso es cosa tuya… Y otra cosa, ¿quién irá primero…? Hombre, lo lógico sería que tú fueras inmediatamente, ya que pareces el más acuciado… ¿Y tú? ¿Cuándo vas tú…? Oooye, deja ya de hacer preguntas. Cuando llegue el momento ya veré lo que hago…

Perdone señor, ¿tiene usted algún problema? ¿Le está molestando este hombre, señora?
La azafata se vio obligada a intervenir ante la que consideró grosera e intolerable actitud de Jordi para con su compañera de asiento. Y usted, si realmente tiene necesidad de ir al servicio, vaya de una vez y déjese de contemplaciones. Tiene que saber que ese morboso interés por algo que todo el mundo hace en privado y que usted no tiene el menor recato en airear a los cuatro vientos, es una indecencia y un insulto, especialmente para las mujeres, cortó secamente la azafata. Se impuso un silencio sepulcral en primera clase. Todos los pasajeros y muy en especial las mujeres acaban de tomar nota de que hay un pervertido a bordo, uno de esos tipos despreciables que se creen con derecho a vacilar a toda mujer que cruza por lo que ellos entienden que es su territorio de caza. Un pobre gilipollas, en suma.

Mudo y paralizado por el shock, Jordi no acierta a comprender cómo se ha metido en un lío tan vergonzoso. No entiende nada y la ambigua actitud de Laura no ayuda mucho, precisamente. Y por si antes de la intervención de la azafata no se encontraba ya suficientemente desconcertado, sólo faltó esta estirada metiendo la nariz donde no debía. Pero, ¿qué se ha creído esa entupida? ¡Nunca me había sentido tan humillado, tan ofendido! pensó mientras echaba una discreta ojeada a su alrededor para cerciorarse que los demás pasajeros volvían a sus asuntos. Presentará una queja a la compañía; exigirá una explicación. En cuanto llegue a Rabat llamará a su abogado, ¡vaya que sí! Nunca le habían insultado hasta ese punto... Y a todo esto, ¿qué hace Laura mientras tanto? La brasileña había vuelto a encerrarse en su música y leía despreocupadamente la revista de siempre.

Pero, bueno, ¿qué está pasando aquí? ¿Qué significa esta mierda? piensa Jordi. Su indignación está aumentando por momentos. ¿Quiere esto decir que de lo dicho, nada? Nervioso, casi colérico, clava su mirada en Laura esperando que ella se dé cuenta y reaccione de alguna manera. Confiando en recibir alguna explicación; lo que fuera. Cualquier cosa, algo... Pero la brasileña no parece estar por la labor. O bien no se percata de su cabreo o sencillamente lo está ignorando a propósito. Laura... ¡Lauraaa! refunfuñó finalmente Jordi mientras le sacaba el auricular del oído derecho. Sin inmutarse, la mujer se giró hacia él sonriendo angelicalmente. Sí, ¿qué hay...? ¿Cómo que qué hay? ¿No tienes nada que decirme...? Tras un corto silencio que Jordi vivió con una incomodidad patente, Laura deslizó la mano hasta su pierna y dijo; entonces, ¿ya te has decidido...? Sus palabras le dejaron perplejo, descolocado por completo. Él había pensado que... Por un momento había llegado a creer... La estúpida azafata hizo que perdiera el oremus y era evidente que había confundido las cosas. Menos mal. Por fortuna las aguas volvían a su cauce y Jordi respiró más sosegado. Sí, ya me he decidido; era lo que pretendía decirte cuando aquella cretina se metió donde no la llaman para dejarme públicamente como un degenerado. Intentaba aclarar la manera de llevar a cabo nuestro acuerdo... Ah, ya entiendo, le tranquilizó Laura. Bueeeno; a ver, déjame pensar, prosiguió la brasileña, ahora lo mejor será dejar que las cosas se enfríen un poco para no llamar la atención, el ambiente está un poco enrarecido. Dentro de un rato, cuando acaben de servir la comida y todas las auxiliares se reúnan en el office, allá, en la cola del avión, nos levantamos discretamente uno detrás del otro y vamos a los servicios de delante; aquellos, ¿los ves? Están justo detrás de la cortina. Yo iré en primer lugar mientras tú permaneces atento para ver en cual de ellos entro. Esperas un par de minutos y luego vas tú. Cerraré la puerta pero no correré el pestillo. Fácil, ¿no...? Sí, sí, muy bien...


9. Hace más de veinte minutos que Jordi y Laura ultimaron los detalles de su excursión a los lavabos. El grupito de azafatas charla animadamente en el office desde hace un rato pero la brasileña ni se mueve ni da muestra de tener el menor interés en hacerlo. Jordi está cada vez más nervioso e inquieto. La impaciencia se lo come; se remueve disgustado en su asiento, alargando el cuello de vez en cuando para observar aquí y allá y comprobar que todo el mundo está en sus cosas, ajeno completamente a los demás. Resulta desesperante, es el momento propicio y no comprende porqué Laura sigue a su lado imperturbable, como si no fuera con ella. Su pasividad le exaspera, le está llevando al borde del ataque de nervios. Es ahora o nunca, joder. ¿Por qué no se mueve la jodida? ¿Por qué tengo que ser yo quien esté pendiente, el que insista…? Al fin y al cabo ha sido idea de ella... Ella me lo ha propuesto y ella lo ha planificado; no entiendo porqué ahora se hace la tonta… Pero la preocupación de Jordi carece de fundamento porque Laura se levanta por fin para dirigirse tranquilamente hacia los servicios y desaparecer tras la rígida cortina que los separa de primera clase. Jordi, visiblemente más sereno después de ver que sus temores eran infundados, la ha seguido con la mirada atenta. Sin embargo, a pesar de que ha hecho lo posible para no perderla de vista no ha llegado a distinguir en cual de las dos cabinas ha entrado. Maldita cortina. Pero qué más da, porque si no es en una será en la otra. Dentro de un minuto, o mejor dos, tendrá ocasión de saberlo. Será sólo un momento…

Desde que Laura desapareció en el servicio Jordi no ha dejado de hostigar impacientemente el segundero de su reloj esperando el momento de reunirse con ella. Ya se había instalado en el asiento de Laura como paso previo a su salida al pasillo, pero cuando hace ademán de salir no tiene más remedio que recular al toparse con alguien que, viniendo desde atrás, se lo impide. Es un hombre mayor y corpulento que se mueve con dificultad en las estrecheces del avión. Jordi suspira frustrado porque no le queda más opción que esperar que este hombre pase antes de incorporarse a su vez. Llegado el momento se levanta y observa como el viejo camina muy poco a poco, basculando de un lado para otro y buscando apoyo en la cabecera de cada butaca que encuentra a su paso. Su torpeza molesta a algunos pasajeros, pero estos cambian inmediatamente su severa reacción inicial por un gesto de solidaridad al constatar que se trata de un inválido. Todos, sin excepción, prestan ayuda al viejo menos Jordi que, desde atrás, ofrece más bien la impresión contraria. No, no es que le empuje exactamente, pero la impaciencia le hace caminar tan próximo, tan enganchado a él que se diría que le achucha. Además, paga con la cara y eso no ayuda en absoluto a llegar a otra conclusión. Por dentro, Jordi se está cagando en el viejo y en sus inoportunas ganas de mear, pero hace de tripas corazón. Bueno, paciencia, se dice a sí mismo; pasito a pasito, que ya llegamos.

Enfrascado por completo en su excitante expectativa, Jordi sólo tiene ojos para escrutar, ansioso, las sombras que percibe tras la anhelada y al mismo tiempo odiosa cortina, sin reparar que la punta de su zapato acaba de rozar muy levemente el talón del viejo, lo suficiente para trastabillarlo y hacerle perder el equilibrio. El discapacitado jura por su madre al sentirse arrollado, da dos o tres atropelladas zancadas y gira instintivamente el torso para desplomarse como un fardo sobre dos venerables señoras marroquíes que ocupan la segunda fila de asientos. La maniobra, sorprendentemente acrobática para alguien en apariencia tan achacoso, resulta calamitosa. Las mujeres arrolladas gritan al alimón y se aprietan la una contra la otra y las dos contra la ventanilla del avión. Todo el mundo se levanta de inmediato para acudir al desaguisado y en un santiamén el pasillo ya es el camarote de los hermanos Marx. El viejo, encajonado boca abajo entre las piernas de las señoras y los hierros de los asientos delanteros, grita entre dolientes lamentos: ¡socorro! ¡cabróoon! ¡ayuuuda! ¡detengan a ese terroristaaa! El escándalo es mayúsculo. Y lo peor: alguien ha pronunciado la palabra maldita. ¿Hay un terrorista abordo? se pregunta una pareja echándose ambos las manos a la cabeza. El pánico aflora en las consciencias de miedosos y despistados. Los gritos del accidentado, de las atropelladas y de todos los demás, y los aspavientos de los mejor dotados para el arte dramático desatan la alarma entre la tripulación que, sin saber exactamente lo que ocurre, sale en pleno de su refugio de popa y de bote y voleo se dirige hacia el tumulto de proa. ¿Es un motín? se pregunta sobreexcitado el sobrecargo, aquel jovencito engominado y empalagoso que recibió a Jordi y le acompañó hasta su asiento. Sin embargo, con tanta gente por el pasillo no les es posible llegar ni siquiera al compartimento de primera clase. ¡Ya os advertí que no sirvierais aquella leche! les reprochaba a las azafatas que le seguían mientras manoteaba con todo aquel encontraba en su camino. Hay un inmenso tapón de gente apelotonada en la parte delantera de la cabina de pasajeros. Todo el mundo se grita entre sí. Todos pretenden que los demás se callen y se sienten. Entre el enardecido pasaje surgen dos o tres iluminados que se creen dotados para el liderazgo e intentan calmar a los demás, pero sus histriónicas súplicas, agónicas en algún caso, sólo contribuyen a enmarañar más y más la situación. Es el caos.

Asfixiado por la anarquía reinante Jordi no tarda en perder los papeles. La ansiedad le sobrepasa, se ha mareado y tiene arcadas, pero apenas puede moverse comprimido por todo el mundo. Alguien, algún desalmado protegido por el anonimato del vociferante tumulto, le ha sacudido una alevosa patada en la rodilla izquierda. Y ahora otra, ésta un poco más arriba. Si llega la tercera seguro que no falla, habida cuenta de la progresión del autor tras dos intentos fallidos. ¿Es la gorda, la agresora; la que se sienta detrás de Laura? No, no puede ser porque la gorda, que además es muy bajita, se ha apalancado justo encima de Jordi y le cuelga del cuello, ahogándolo con sus manos regordetas entre histéricos y agudos chillidos. A Jordi sólo le dejan el recurso de gritar y lo aprovecha, ¡mis pastillas, que alguien traiga mis pastillaaas! vocifera mientras es zarandeado, estrangulado y pataleado como un polichinela del tres al cuarto.

El eco del escándalo hace rato que llega hasta la cabina de mando de avión. Dentro, el comandante, un belga cincuentón con cuerpo cervecero y pocas ganas de broma, y el copiloto, un afectado catalán apenas en la treintena, se preguntan alarmados por qué tarda tanto en aparecer alguna auxiliar para dar una explicación. Menuda escandalera. ¿Qué ocurrirá? A ninguno se le ha escapado que alguien ha pronunciado la palabra “terrorista” con total claridad. En el peor de los casos imaginables, es posible que todo se deba a que alguien, tripulación o pasajeros, mantienen un forcejeo con el terrorista, o con los terroristas. Por lo menos eso es lo que da a entender el griterío. El protocolo es meridianamente claro ante esta clase de situaciones e indica que llegado el caso de riesgo apremiante de secuestro o ataque terrorista, la tripulación debe comunicar de inmediato con tierra y en lo posible, aislar el compartimento de pilotaje. Mientras el copiloto sigue fielmente el protocolo de comunicaciones y emite una señal codificada de auxilio, el comandante se hace con el arma corta de pequeño calibre y el aturdidor por descarga que la nave lleva como dotación de seguridad a raíz de los últimos acuerdos internacionales en materia de terrorismo aéreo. Se encuentran excitados; la adrenalina fluye a borbotones por sus organismos y ambos se disponen a responder, hipertensos, a un peligro indeterminado que no obstante juzgan inminente.

Tras recibir instrucciones del mando aéreo militar, el piloto inicia una sutil y muy abierta maniobra de giro con objeto de que no sea apreciada en la cabina de pasaje y pone rumbo a la base aérea de Morón, de dónde acaban de partir dos cazas F18 de la Fuerza Aérea que interceptarán primero y después darán escolta al avión hasta su destino de urgencia. Dos compañías del Grupo Especial Antiterrorista de la Guardia Civil con destino en Sevilla han sido movilizadas y serán desplegadas estratégicamente por la base, dispuestas a tomar el avión por la fuerza si fuera necesario. Protección Civil y el cuerpo de Bomberos han sido puestos en estado de alerta en previsión de una catástrofe aérea que se intuye muy probable. Nadie ha dicho absolutamente nada sobre este asunto pero, considerando la ruta y la nacionalidad de la compañía aérea, todo el mundo sospecha que se trata de una acción organizada por islamistas fanáticos.

En la pequeña cabina de mando del avión la situación se vive con extrema tensión. Sin embargo se impone el sentido común y lo primero, previamente a emprender cualquier acción que pueda suponer riesgo para el pasaje o la nave, es conocer el estado de la situación. Para ello es preciso mantener contacto con la tripulación o en el peor de los casos con los asaltantes, pero nadie, en el box de tripulantes, responde a las insistentes llamadas del comandante. Resulta angustioso. En dos minutos se aproximarán los F18 y si en ese tiempo nadie hace por entrar en el compartimento será el propio comandante el encargado de salir a averiguar qué ocurre en su avión.


10. El sobrecargo llega a la puerta de la cabina de pilotaje y tras comprobar que le resulta imposible entrar recurre al intercomunicador y solicita al comandante. Este, aliviado al escuchar una voz conocida, responde con premura y tras asegurarse de que la nave no corre peligro alguno franquea el paso a su subordinado. Una vez en la cabina el sobrecargo requiere la presencia urgente del comandante en el compartimento de pasaje, venga inmediatamente, por favor, dice volviendo sobre sus pasos. El piloto, sorprendido por la parquedad del sobrecargo, le sigue sin olvidar el aturdidor por descarga. Un griterío ensordecedor les recibe en cuanto ambos se muestran ante los pasajeros. ¿Qué diablos ocurre aquí? pregunta el piloto con cara de malas pulgas. Silencio, por favor, silencio, reclama el sobrecargo anticipándose al comandante, gesticulando con las manos. Las azafatas contribuyen a serenar los ánimos y para ello cuentan con la valiosa colaboración de algunos pasajeros. Por favor, por favor tranquilícense, calma. Todo está bajo control, asegura sonriendo el comandante sin tener ni idea de lo que tiene delante. Por fortuna, en pocos minutos se llega a una calma relativa y el comandante puede, por fin, echar una ojeada a su alrededor. A su izquierda encuentra tres personas que parecen heridas o contusionadas instaladas en las primeras butacas bajo el cuidado de una auxiliar. Y en el rincón de su derecha descubre un individuo en cuclillas, magullado, con la cabeza gacha metida entre las rodillas y cubierta con las manos, custodiado a corta distancia por un pasajero de una corpulencia más que notable.

¿Puede usted explicarme lo que sucede? le dice el comandante al sobrecargo. Verá; no sé exactamente cómo ocurrió, pero todo indica que ese individuo del rincón agredió a ese otro de ahí, el señor mayor que se queja, dando lugar a un tumulto de considerables proporciones en el que intervino gran parte del pasaje con ánimo de proteger al agredido. Además, a decir de algunas pasajeras y previamente al altercado, el mismo individuo se había dedicado a acosar a las señoras con proposiciones escabrosas. Hemos tenido que reducirlo por la fuerza, porque su conducta era histérica y agresiva en extremo. A mí me ha vomitado encima; fíjese. Y el señor que lo custodia es un policía marroquí que vuelve a su país después de unos días de vacaciones, y que amablemente se ha ofrecido a colaborar, concluye el sobrecargo su explicación mientras sonríe al aludido en agradecimiento a sus servicios.

Después de unos instantes de reflexión entre el silencio de los demás, el comandante se dirige al custodiado con voz serena pero enérgica: a ver, usted, ¡levántese! Jordi alza la cabeza y se levanta poco a poco, dolorido en cuerpo y alma. Se encuentra confuso y aturdido y su cara es el espejo de su desesperación. En la locura desatada hace unos minutos fue arrollado salvajemente por una enardecida multitud aerotransportada que lo molió literalmente a palos. ¿Puede usted identificarse...? Sí, usted, ¿puede identificarse? repite el comandante ante la mirada extraviada del interpelado. Por respuesta, muy lánguidamente, Jordi echa mano al bolsillo interior de su americana y comprueba, sorprendido sólo a medias, que ya no la llevaba puesta. ¿Dónde está la americana de este señor? preguntó el sobrecargo, comprendiendo lo que había ocurrido. Alguien localizó una prenda arrugada en el suelo, entre los asientos próximos a los heridos, y la ofreció al sobrecargo. En efecto, era la americana de Jordi y en su interior se halló la cartera, el pasaporte y el resguardo de la carta de embarque, que fueron examinados por el comandante.

Señor..., señor Bareta, le exijo una explicación. El comandante se quedó esperando ante el silencio de Jordi. Señor Bareta..., insistió, estoy esperando una explicación. ¡Bagueta, coño; Bagueeeta! respondió Jordi a grito pelado. Soy Jordi Bagueta, repitió, e inspirando profundamente aire, continuó: y les voy a meter un puro de caldiós... ¡Criminales! Asesiiinos. Este avión es una mieeerda. Y me cago en la puta madre de ese moro de ahí, y de eeese... Y del viejo de los cojooones... Y no pudo continuar. El comandante le metió una espeluznante descarga en el pecho con el aturdidor. Jordi chilló y se agitó como un poseso pero no cayó, en vista de lo cual el comandante le propinó una segunda descarga que, ahora sí, le fulminó al instante.


11. El comandante se dirigió a la cabina de control y comunicó a la base de Rota que no había riesgo de secuestro ni de ningún otro tipo, pero que había un agitador a bordo que había sido necesario reducir por la fuerza, con el resultado de varios heridos que necesitan atención médica. La alarma terrorista fue desactivada para satisfacción y tranquilidad de todos y el avión fue escoltado hasta la base, donde esperaban varias ambulancias y un furgón de la Policía Nacional para hacerse cargo del detenido, pero no fue necesario porque viendo el lamentable estado en que se hallaba Jordi, también fue trasladado en ambulancia hasta un centro hospitalario. Horas más tarde, cuando apenas despertó y con la mente aún nublada, sus primeras y trémulas palabras fueron: yo sólo quería que la brasileña me la chupaaaraaa. No hace falta decir que se ganó el desprecio unánime del equipo médico que le atendía, pero esto y lo que más tarde aconteció es ya otra historia.

Y de esta manera acabó Jordi Bagueta su primer y último viaje en avión: humillado primero, salvajemente apaleado después y finalmente abandonado en manos de un equipo médico de sádicos hijos de puta a mitad de camino entre Barcelona y Rabat, antes de pasar a disposición judicial, claro está. Pues sí; así fue como alguien que ni siquiera llegó a acabar su primer viaje en avión, fue incorporado a la lista negra de sujetos vetados por las principales compañías aéreas del mundo... Ya lo ves; cosas veredes, amigo Sancho.