viernes, 30 de octubre de 2009

Aurora, a pesar de todo (cuento)


Pasadas las diez y media de la noche y completamente agotada, Aurora abandona la escuela municipal dónde cada día cumple media jornada laboral como limpiadora. Aunque trabaja en este centro desde hace varios años, Aurora no es empleada municipal; lo es de una empresa de servicios subcontratada por otra empresa de servicios cuya gerente no es otra que la mujer del concejal de participación ciudadana del Ayuntamiento. Por las mañanas hace algunas casas y por la tarde la escuela. Esa y poco más es su vida y entre todo apenas llega a los mil euros a final de mes.

Aurora es medio gitana y al ser hija de paya nunca le hicieron mucho caso ni unos, ni otros. Tiene ya 46 años aunque aparenta bastantes más y hace una eternidad que se encuentra sola; su hombre la dejó por otra cuando no había cumplido aún los 25. Con la depresión que siguió al abandono perdió más de treinta quilos, pero ni por estas volvió su Ramón del alma, del que no ha vuelto a saber nada desde entonces. A pesar de todo en el corazón de Aurora nunca hubo hueco para otro ni pensamiento que no fuera para él. Ni en su cama…, donde cada noche ahoga su soledad en lágrimas hasta rendirse al sueño de puro agotamiento. Aurora..., las fantasías más humildes y las más profundas amarguras te acunan hasta el alba sin que tú lo sepas.

Aurora tiene un hijo, Jonás, Jonasito de su vida, que hace mucho tiempo que la ignora; 27 años tiene el chico y está como todos los jóvenes del barrio: sin trabajo y sin expectativas. De hecho, Jonasito no ha trabajado nunca más allá de dos meses seguidos. Es un chico particular, Jonasito; le cuesta adaptarse y no tolera estar entre cuatro paredes: se ahoga. Ha intentado trabajar en la construcción, lo ha intentado pero es muy duro y la disciplina nunca fue lo suyo. Ni la paciencia. El muchacho no suele aparecer por casa sino de vez en cuando y además tiene por costumbre entrar y salir a deshoras, de forma que su madre ni siquiera tiene ocasión de verlo si no es durante un suspiro y siempre, qué le vamos a hacer, para soltarle algunos euros que Jonás, pobre chico, suele agradecer con un, “¿y qué quieres que haga yo con esto?” Pero no hay problema porque Jonasito se busca la vida y no parece que la penuria de su madre le afecte lo más mínimo.

Las once a punto de caer y Aurora camina de vuelta a casa con paso lento y cansino; las plantas de los pies ardiendo y las piernas hinchadas, su pan de cada día. Y la mente…, abatida, emborronada, ausente... Aurora, corazón vacante, ojos azules, hermosos y siempre brillantes. A este paso no llegarás antes de media hora pero, qué importa: nadie te espera. En cuanto pongas el pie en casa encenderás la estufa de butano, luego abrirás una lata de atún o quizá aproveches los restos de la verdura de ayer; después te sentarás sonámbula ante la tele. El ritual antes del vaso de leche y la cama. Aurora...

Ya falta poco... Aurora ha dejado atrás la Devesa e inicia la travesía del puente sobre el Ter. El camino ahora está despejado y a lo lejos puede ver el edificio de seis plantas del Patronato, donde vive hace más de quince años. Las noches de invierno siempre sopla un aire frío y cortante por aquí y hoy no es la excepción; los coches son escasos, huidizos, fantasmales... La desolación se deja notar en este lugar más que en ningún otro rincón de la ciudad y Aurora camina cada vez más lentamente hasta detenerse por fin a medio camino sobre el puente. ¿Estás cansada, verdad...?

Pero no, Aurora no está cansada sino harta y harta se girará cara al viento y apoyará los codos en la barandilla y se llevará las manos primero a la frente y después a los ojos y... El tiempo de un callado lamento antes de encaramarse por la baranda y precipitarse puente abajo. Pero el golpe no será fatal; se romperá el cuello e inconsciente y malherida acabará ahogándose de madrugada en las raquíticas aguas del río. Nadie, ni en el trabajo ni en casa la va a echar en falta y semioculta entre agua turbia y maleza su cuerpo probablemente no sea descubierto hasta pasados varios días. Pero, ¿qué más da? Es el sueño eterno, Aurora, y hay que aprovecharlo.

martes, 27 de octubre de 2009

El paréntesis (cuenta)


Juan y Narciso nacieron el mismo año; el primero vio la luz nada más entrar la primavera y el otro llegó con los calores estivales. Se conocieron mientras hacían cola ante el Centro de Movilización y Reclutamiento de Barcelona en espera de recibir el petate y la carta de viaje preceptivos. Una semana después ambos iniciarían un lento peregrinaje hasta el Centro de Instrucción a bordo de un largo y destartalado tren con asientos de madera tan duros como sucios; fueron destinados a Cartagena, a la Infantería de Marina, donde habrían de pasar dos largos años de sus vidas. Nunca fueron verdaderos amigos aunque coincidieron en mil borracheras y en un millón de guardias; alguna tarde de sábado, incluso, llegaron a soportar juntos el desdén por los uniformes que anida en la mirada de las jóvenes del lugar. También compartieron el vino y el queso de otros infantes de marina y con ellos, los canutos propios. Hedor a alcohol, humo y ropa usada, sonrisas embriagadas e inocuas siempre y por las mañanas alaridos bravucones de patriotas inestables, peligrosos, de a tres galones por bocamanga. Llegado el momento fueron licenciados y sus caminos jamás volvieron a cruzarse. Hoy, 52 años después, Juan y Narciso han desparecido. Uno tuvo una vida larga y prolífica. El otro no. Ambos murieron un mismo día y en el mismo instante fueron olvidados.