lunes, 17 de septiembre de 2007

La última casilla V (cuento)

VIII

El bronco sonido del timbre interrumpió el prolongado y áspero silencio en el que se habían sumido Carli y Ana desde que subieron del garaje. Ana nunca entendió porqué Carli prefería ese berrido estridente al civilizado din-dong de un timbre de campana. Tras el sobresalto ambas miraron el reloj que colgaba de la pared de la cocina: las once y media. Si era Jordi, se había adelantado bastante más de lo razonable. Y es que cuando Jordi no se excedía se quedaba corto. Podía decirse que era un individuo de costumbres desencajadas, sin duda, y quizá pensaba que esta condición formaba parte de su encanto porque parecía cultivarla a propósito. Hombre de pocas luces, después de todo.
- ¡Joder! Seguro que es ese cretino.. Corre Carli, vete arriba. Estoy sola, ¿de acuerdo? Si ves que se pasa llamas a la policía, ¿vale? No, no; espera, deja que sea yo quien decida. No avises a nadie si yo no te lo digo. ¿Lo has entendido?
- No seas idiota, Ana. No abras. Mándalo a la mierda y no abras...
- ¡Sube ya de una vez, Carli! Y cállate, que te va a oír. Aguarda en el dormitorio, en silencio. Y tranquila, que no pasa nada mujer. Recuerda que solo debes mantenerte alerta por simple precaución, porque todo irá bien. Venga, ¡arriba!
Carli subió en silencio la escalera mientras Ana se dirigía a la puerta de entrada. Antes de abrir quiso asegurarse que era Jordi observando a través del cristal semitransparente de las estrechas ventanas situadas a lado y lado de la puerta. Era él, desde luego. Y no paraba de moverse.
- Te has adelantado. Vamos, no te quedes ahí pasmado, pasa.
- Hola Ana. No te imaginas lo que significa para mi que me hayas invitado a tu casa... Tengo tantas cosas que decirte...
- Anda, pasa al salón..., pero, ¿dónde crees que vas, con esa botella? Y por lo que veo ya vienes un poco cargado, ¿verdad?
- Solo un par de copas. Desde que me llamaste he estado haciendo tiempo en el Dublín, un pub de la calle...
- Si; ya sé donde está el Dublín. Bueno. Siéntate, ¿quieres un café? Creo que te iría muy bien.
- No; no quiero café. Prefiero abrir la botella y tomamos una copa. Recuerdo que antes te gustaba el Chivas.
- ¡Dame esa botella! No te he hecho venir para tomar una copa juntos, cafre, sino para hablar serenamente y dejar claras algunas cosas. Mira, ya no toleraré más que me importunes o que fastidies a Carli. Eso se acabó. Se acabaron tus visitas a la tienda, tus llamadas, tus lamentables espectáculos... Te he invitado a mi casa en un gesto de confianza para eso, para hablar de este asunto y resolverlo definitivamente. Debes comprender que esa actitud no lleva a ninguna parte; nos hace daño a todos. A ti el primero. Te denigra, ¿no te das cuenta? Todo el mundo piensa que eres un pobre hombre. Ya hace demasiado tiempo que llevas una vida calamitosa, ¿no me digas que no has pensado alguna vez en lo que te digo, en el daño que te haces? Desde que Berta te dejó...
- ¡Ni la nombres, a esa puta! Se ha aprovechado de mi. Me sacó todo lo que pudo y me dejó entrampado, roto. Le compré joyas; todas la que quiso. Incluso un apartamento en Oropesa. Cincuenta metros cuadrados en tercera línea de mar; una fortuna. Tuve que hipotecar mi piso para comprárselo. ¿Te acuerdas de mi piso, el que tenía desde que era soltero, desde antes de casarme contigo? Pues lo tuve que malvender para pagar deudas, porque pedí dinero prestado, ¿sabes? Mucho dinero. Y cuando se acabó Berta se fue con el mamón de Andrés, ¿te acuerdas de Andrés, el de la imprenta? Entre la cancelación de la hipoteca y los acreedores no me queda un duro. Hija de puta.
- Lo siento, Jordi; de veras¾ le consolaba Ana moviendo suavemente la cabeza de lado a lado¾ pero no estamos aquí para tratar de estas cosas...
Pero Jordi no estaba escuchando. Seguía hablando, con continuos cambios en el tono de voz, en la intensidad.
- Por eso, cuando recibí tu llamada me dio un vuelco el corazón. No sé porqué dices que te persigo. Bueno, es posible que a veces pierda un poco la noción de las cosas, pero es que estoy loco por ti. No debimos separarnos, Ana, fue un error. Le he dado un millón de vueltas desde entonces. Nunca he dejado de quererte y creo que en el fondo tu también sigues queriéndome, ¿verdad? ...Y no me mires así, mujer. No hace falta que ahora digas nada, pero piénsalo por favor. Piénsalo durante unos días y después hablamos. Lo arreglaremos todo, ya verás. Todo volverá a ir bien entre nosotros. Será como antes...
- Pero, ¿qué estás diciendo? No nos separamos: me dejaste tú por la que ahora dices que es una hija de puta. Tienes muy mala memoria, Jordi. Y además, no tengo la mínima intención de volver contigo, ¿es que te has vuelto loco? Mira, déjate de fantasías y baja a la tierra, tío. Lo único que quiero es que me dejes en paz; que nos dejes en paz. Escucha; creo que necesitas ayuda y deberías ponerte en tratamiento; te veo muy mal Jordi, muy mal. De verdad. Tienes que dejar de beber y recuperar algo de dignidad, hombre. Yo conozco alguien que puede echarte una mano; es una psiquiatra estupenda. Hablaré con ella.
- ¡Vete a la mierda! Yo no estoy loco; y no necesito tus favores. ¿No te jode?
- Oye, Jordi, sin faltar, ¿eh? Y haz el favor de no gritar; son más de las doce.
- Lo siento Ana. Perdona... El otro día te decía que tu y yo formábamos una pareja perfecta, ¿recuerdas? Lo reconozco, me equivoqué, fui un estúpido. Berta me engañó. Me dejé llevar como un adolescente, pero tienes que perdonarme. He madurado mucho y ahora todo será distinto, totalmente distinto. Solo necesito algo de tiempo para recuperarme, para volver a ser el de siempre, y entre los dos lo lograremos. Volveremos a ser felices, puedes estar segura...
¡Basta ya! Déjate de tonterías. Yo nunca fui feliz contigo. Nos equivocamos los dos. Y tú; crees que fuiste feliz porque confundes la felicidad con hacer lo que te da la gana y salir impune, como un niño malcriado. Nos equivocamos y punto. No hay vuelta atrás. Si te he llamado es porque quiero que salgas de mi vida de una jodida vez. Quiero que no me persigas, que no me llames. Quiero que me olvides, que te largues, que te esfumes... ¿Lo entiendes? A ver, Jordi, por favor, serenémonos un poco y hablemos de ello, ¿de acuerdo? Venga; voy a hacer un café, ¿vale? Nos hace falta a los dos. Oye, mírame Jordi. ¡Mírame!

Pero Jordi hacía unos minutos que no apartaba la vista del suelo. Permanecía silencioso, pensativo, casi inmóvil en el extremo del sofá, acariciándose una rodilla con la mano derecha mientras la izquierda buscaba a tientas la botella de Chivas que Ana había depositado en la mesa rinconera que separaba el sofá del sillón donde ella misma estaba sentada.

Se hizo un silenció inquietante, no más de un minuto que a Ana le pareció una eternidad. Jordi continuaba con la vista fija en el parquet sin dejar de acariciar lentamente sus rodillas, ahora con ambas manos pues Ana había apartado la botella de su alcance. Si aquel no era el momento de preparar un café que viniera Juan Valdés y lo viera. Ana se levantó, cogió el Chivas y se fue a la cocina.

Entretanto, en el piso de arriba, Carli había ido experimentando un estado de creciente alarma según avanzaba la conversación en el piso de abajo. Permanecía sentada en la cama desde que subió, con las manos descansando sobre los muslos y la espalda tiesa. Helada, con los ojos muy abiertos, como si quisiera ver las palabras que surgían del salón y subían por la escalera para estallar en el dormitorio, sufriendo, ciega a pesar de todo, la excitación de los peores momentos entre Jordi y Ana. El disgusto inicial por verse obligada a subir dio paso a un vivo malestar que se convertiría en miedo intenso a medida que el diálogo adquiría tintes surrealistas. Una aprensión aguda le oprimía el pecho haciéndole difícil respirar. Se removieron, despertaron, viejos sentimientos de angustia que ya creía olvidados, enterrados. Escuchando los desvaríos de Jordi aparecieron por su mente flashes de su vida familiar, de cuando no era más que una pobre niña aterrorizada. Revivió aquellas horribles discusiones entre sus padres que siempre acababan con su madre en urgencias mientras su padre, desahogado tras la borrachera de rigor, dormía el sueño de los justos en su mecedora favorita. Su madre magullada, su padre borracho encendido de ira y ella temblando bajo la cama. Ese era el pan de cada día hasta que a los dieciséis años reunió el valor suficiente para escapar del infierno. Su vida desde entonces había sido como viajar en una montaña rusa; subidas trompicadas, a veces tranquilas, pero solo a veces, y descensos siempre vertiginosos... Y ahora ese infierno que nunca había renunciado a perseguirla la había vuelto a atrapar, justo cuando se sentía más segura, más tranquila, cuando parecía acariciar la felicidad por primera vez en su vida. El juego de la oca. ¿Porqué será, Jordi, que siempre te toca?