viernes, 17 de noviembre de 2006

La mala educación y el tiempo (cuenta)

Hoy, por fin, el tiempo comienza a mejorar. Amenaza con llover y ya era hora; ojalá acabe siendo algo más que una amenaza y con la lluvia también bajen un poco las temperaturas. Por lo general me sienta mal el calor, sobretodo el calor fuera de contexto. Y es que a tocar de diciembre me deprime que ni siquiera haga fresco por las noches. Entiendo que el frío es un buen catalizador para muchas cosas; la reflexión, el recuerdo... y también para el sentido del humor. Para lo que yo interpreto por sentido del humor, claro está, que es algo que dista bastante de lo que quizá pudieran representar (y no estoy muy seguro, después de todo) Chiquito de la Calzada o los Morancos, por ejemplo. El frío, cuando aprieta un poco y lo hace con algo de continuidad, tiene una incidencia en la conducta de la gente que se ve y se nota. Entre otras cosas mejora eso que a veces llamamos armonía social, es decir, la relación calidad-precio del producto resultante de la colisión entre dos modelos o sistemas relacionales: uno basado en la práctica generalizada de hábitos sociales civilizados y otro basado en su desconocimiento, o en la relajación interesada de los mismos, que viene a ser igual. Se diría que con el frío la mala educación se contrae, se arruga y busca refugio, contrariamente a lo que sucede con el calor, que desata la lengua y anima a los habituales de los malos modos. Resulta paradógico comprovar como la mala educación es friolera por naturaleza, casi, casi, como el buen buen humor. Porque el mal buen humor es algo sensiblemente distinto, no nos engañemos. Es posible que esto no sea más que una torpe manera de ver las cosas, pero así es como lo veo y lo vivo. Y así es como me gustaría que fuera en realidad.