sábado, 4 de noviembre de 2006

El agresor sin nabo (cuenta)

El pasado jueves tuve ocasión de asistir a un espectáculo que no me atrevo a calificar. Una mujer de unos cuarenta años afeó la conducta de un cretino del volante; medio minuto más tarde el descerebrado cortó el paso a la señora y bajó del coche con intención de agredirla, algo que puedo presumir sin temor a equivocarme por el tenor de los puñetazos que propinaba al cristal de la ventanilla del coche de su víctima y por las patadas que le arreaba a la puerta. Pero la agresión física directa no se produjo porque la mujer tuvo la precaución de encerrarse en su coche y porque varios testigos de la hazaña, todos motorizados, nos detuvimos también y empezamos a golpear el claxon y a recordarle al valiente que también tiene familia; todo el mundo se acordó de su madre. La reacción del letrado (un individuo moreno de treinta o treinta y cinco años, más o menos de un metro setenta y con el pelo engominado hacia arriba) fue bajarse los pantalones para convidarnos a comerle un apéndice microscópico que él llamaba "nabo" y que presumiblemente debía ser su polla porque insistía en señalar como un poseso donde los hombres solemos tenerla. El jaleo que se produjo fue de órdago: el desgraciado tenía una pollita infantil, algo que algunos de los presentes aprovecharon para sacar partido del asunto; ¿nabo? ¿qué nabo? ¿alguien ha visto un nabo? El pobre gilipollas (y esto aquí encaja perfectamente) no fue verdaderamente consciente de lo que había hecho hasta ese momento. Mientras todo esto ocurría, algunos dejamos el coche a un lado y nos bajamos para poner fin al asunto al tiempo que el valiente agresor de mujeres corría hasta su coche a trompicones, sujetados los pantalones con las manos, para salir pitando, literalmente. ¿Que pensó el mamarracho, que iríamos por él? Llegamos al coche de la mujer y entonces ella también bajó, asustada y algo llorosa, para agradecer nuestra ayuda. Y viendo que todavía durava el rescoldo del supuesto nabo tardó poco en sumarse al alboroto, feliz y amargo al mismo tiempo. Escasos minutos después todo el mundo siguió su camino. Cuando me iba no podía dejar de pensar en el episodio que había tenido ocasión de vivir; sobretodo recordaba las palabras de la víctima. Nos dijo que nunca había pasado tanto miedo en su vida y que a punto había estado de mearse encima. A esta mujer nadie le quitará el trauma sufrido y además deberá hacerse cargo de los desperfectos causados por el cretino en la puerta de su vehículo. Me pregunto que habría pasado si nadie se hubiera parado para impedir que el loco actuase a sus anchas. Me asusta pensarlo; estoy por creer que si ese energúmeno hubiera tenido una pistola a mano le hubiera pegado dos tiros a la pobre mujer cuya única falta fue afearle su agresividad al volante, y con toda justicia.

Todo esto ocurrió en Girona cuando aún no eran las cinco de la tarde, cerca del recinto de Fires, justo antes de llegar al puente de la Barca en dirección al centro. La cosa no duró más de cinco o seis minutos y nadie, desgraciadamente, tomó nota de la matrícula del Opel Astra negro que conducía el hijo de puta sin polla.