tag:blogger.com,1999:blog-348671412024-03-05T13:48:00.269+01:00El EsplínterCuentos y cuentasJoan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comBlogger46125tag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-52042044908698138142011-08-11T21:10:00.002+02:002011-08-13T13:34:36.712+02:00Haced sitio, que me tiro (cuenta)<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Esta mañana he sido testigo de algo sorprendente. Un individuo ha cruzado la calle de manera inopinada y ha estado a punto de ser atropellado. Ha sucedido en la calle Santa Eugènia y no eran todavía ni las nueve. El idiota ha levantado la palma de la mano en dirección a una furgoneta y, ¡hala! Y todo esto a apenas cincuenta metros de un paso de peatones regulado por semáforo. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Como justificación y ante el escándalo que ha montado el conductor de la furgoneta ―cuyo corazón, imagino, debe haber estado a punto de escapársele por la boca a causa del shock―, el inconsciente gritaba que ya le había advertido previamente. Claaaro; por eso levantaba la mano. El muy estúpido decía que él siempre pasaba así y siempre le cedían el paso. Sí; ¡teníamos delante un caballero que para el tráfico cuando le apetece cruzar la calle! Ni más, ni menos. Y se vanagloriaba de su comportamiento como si fuera la cosa más natural del mundo. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">No éramos más de tres o cuatro los que pasábamos por allí en ese momento pero todos, cada uno a nuestra manera, le hemos dicho que es un suicida y un gilipollas. Aunque mucho me temo, por su reacción, que el muy estúpido repetirá de nuevo.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Llevo un rato pensando en el asunto y francamente, no acierto a imaginar qué pueden tener en el cerebro los tipos como ese. Y es que siendo la estupidez crónica un hábito tan costoso, sorprende que esta conducta haya arraigado tan profundamente en determinados individuos y sean cada vez más los que perseveren en ello con un ahínco digno de mejor empresa. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">¿Cómo se explica esta peculiar manera de proceder...? Y lo más importante, ¿tiene remedio? </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Ante la primera pregunta no puedo sino remitirme a las <i>Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana</i> del profesor Carlo Cipolla, donde cualquiera hallará respuestas esclarecedoras. Por lo demás la experiencia me dice que buscar remedio a la estupidez debe ser tarea casi imposible, y esto a pesar de que la memez recalcitrante deja huellas tan profundas en el infeliz de turno que acaba determinando el signo de su vida. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">También es verdad que hay meteduras de pata cuyas consecuencias no suelen resultar graves y que podrían ser incluso útiles si se hiciera una lectura apropiada de las mismas. Pero tampoco hay que llevarse a engaño porque los grandes errores son por lo general nefastos y sus secuelas acaban siendo irreparables. Y con más razón, claro está, si la causa está en la necedad de quien los perpetra. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Lo más sorprendente es que la mayoría de las veces los errores podrían evitarse si quien los comete estuviera en condiciones de sustraerse a las influencias de quienes les rodean pues, según dicen, el entorno puede llegar a influir sobre la persona hasta el punto de hacerle admitir como válidos patrones de comportamiento que en otras circunstancias consideraría inadecuados o incluso perversos. ¿Sería éste, el supuesto que nos ocupa? ¿Nos encontramos acaso ante una pobre víctima que vive y se desenvuelve en un mundo de descerebrados de cuya influencia le es imposible sustraerse? En cualquier caso debería ser un mundo el suyo, donde las visitas a los cementerios formen parte del día a día, supongo.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Quizá en su descargo podamos decir que al fin y al cabo todo el mundo se equivoca. Aunque..., si bien es verdad que todo el mundo se equivoca tampoco es menos cierto que hay gente que se equivoca mucho más que otra, ¿verdad?</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Resulta difícil explicar porqué pero, algunas personas llegan a desenvolverse en su constante desatino con una naturalidad asombrosa, como si el desafuero formara parte de su manera de ser. Como..., como si hubieran adquirido ese hábito tras dura y onerosa contienda y se sintieran orgullosos de la estupidez autodestructiva que les lleva a tomar decisiones erróneas, una tras otra. Tanto es así que el error llega a ser un estado de conciencia para esta clase de individuos y si en el mundo animal la terquedad en el yerro se paga con la vida, esa gente suele pagarlo con una vida salpicada de fracasos, algo que según cómo se mire acaba siendo un castigo mucho más cruel... Sólo es cuestión de tiempo.</span></div>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-40112541198589762712011-08-10T23:19:00.005+02:002011-08-13T13:35:08.567+02:00El carnicero de Berga (cuento)<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Olena vino a Barcelona sabiendo muy bien lo que quería. Fue hace unos años y llegó de la mano de una red de prostitución organizada desde la madre Rusia con una sola fijación entre ceja y ceja: trabajar duro por un tiempo y retirarse después con los medios suficientes para regresar a su país y poner una boutique de moda en Dubna, su ciudad natal, cerca de Moscú. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Desde entonces Olena ha aprendido algo más que las costumbres del lugar y su carrera ha atravesado episodios muy distintos antes de acabar culminándola como improvisada auxiliar de sicario. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">A la mañana siguiente de aterrizar en el Prat la pusieron a hacer la autovía de Castelldefels, pero pronto la retiraron de la carretera para instalarla en el Copacabana, donde su fervor por el trabajo bien hecho y su entusiasmo al ejecutarlo tardó poco en llamar la atención. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Un día de san Valentín se encaprichó de la chica un acaudalado industrial de la carne afincado en Berga, asiduo del club, y tras eufórica y fugaz negociación acabó alquilándola a los mafiosos por un año a cambio de veinte mil euros, de los que algo menos de la mitad serían para ella. Su propósito: hacer uso privativo de la putita durante ese tiempo en el piso que arrendaría en Manresa para estos menesteres. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Durante las dos o tres primeras semanas Serafín, que así se llamaba el industrial, bajó de Berga a Manresa casi a diario, pero pronto tomó cuenta del exceso y con buen criterio espació sus encuentros hasta dejarlos en semanales. La alternativa resultaba obvia: o bien se decidía por visitar menos a Olena o no le quedaría más remedio que pedir cita al cardiólogo con tanta o más frecuencia. Poco resuello el suyo, para tantos kilos de humanidad.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Tanto tiempo libre dio pie a que la emprendedora Olena buscara alternativas para no aburrirse y después de valorar pros y contras y llamar en consulta al Copacabana, la chica decidió abrir negocio propio ocho horas al día de lunes a viernes, poniéndose al servicio de todo aquel que quisiera pagar cincuenta euros por media hora de alegría. Una ganga vista la cotización de la ternera rusa, algo que el Gordo, sobrenombre por el que Serafín era popularmente conocido en Berga, sabía de muy buena tinta. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Las cosas fueron bien durante unos meses; el amo ―al carnicero le encantaba que su muñequita le llamara de esa manera― se dejaba caer por allí los sábados o los domingos, de manera que los laborables Olena hacía y deshacía a su antojo. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Pasó, sin embargo, que el último día de todos los santos, jueves por más señas, al amo se le antojó dar una vuelta por Manresa para sorprender a su muñequita rusa y de paso regalarse una pequeña fiesta, antes de volver a Berga para hacer la obligada visita al cementerio en compañía de su venerable mamá; pero llegado a Manresa la sorpresa fue para él. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Al entrar en el pisito encontró el salón a reventar de gente variopinta llegada de cualquier rincón de la comarca, todos esperando turno ordenadamente y algunos, incluso, con los cincuenta euros en la mano. El Gordo, que quizá fuera algo obtuso pero no hasta el punto de ignorar que la saturación del mercado hace bajar inmediatamente de precio de la carne, agarró a Olena de la mano tal y como la encontró y con dos empujones la metió en el asiento de atrás de su Mercedes; y hecho esto puso la directa y se la llevó al Copacabana con intención de exigir que le fuera devuelto el dinero invertido bajo la ingenua promesa de exclusividad. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">En el Club de alterne fue recibido por un tipo grande y tranquilo que le hizo pasar a un despacho de techo sorprendentemente alto y lo más llamativo, sin ventanas. El ruso le hizo acomodarse en un grasiento sillón negro situado justo delante de un bufete también negro, donde Serafín apenas encajaba. Luego, de uno de los cajones de un peculiar mueble cilíndrico, alto y estrecho... ―¡y con ruedas!― el anfitrión sacó un vaso azul de metacrilato y con una generosidad poco común, le sirvió un whisky de malta antes de acomodarse al otro lado de la mesa para escuchar sus quejas en respetuoso silencio. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Poco más tarde, tras haber oído atentamente todo cuanto su cliente tuvo a bien en decir, aquel tipo se quedó pensativo durante unos instantes y a continuación, sin perder la compostura, le miró fijamente a los ojos y le dijo: <i>márchate de aquí si no quieirres que te meta dos tirros en tu boca de pueirco</i>... </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Tras concederle unos instantes, los necesarios para que pudiera recuperarse del shock, el oso se levantó con ademán que no admitía dudas y el Gordo comprendió que mejor salir pitando que arriesgarse a ofrecer una rebaja. </span><i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;"> </span></i></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Nunca más Serafín</span></i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">, se repetía una y otra vez el crápula aferrándose con rabia al volante de su Mercedes, ya de vuelta a su pueblo. <i>Nuuuncaaa, nunca más</i>... escupía el Gordo mientras El Fari ponía fondo a sus amargos lamentos... </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;"></span></div><pre style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;"> </span></pre><pre style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">«...</span></i><i><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Crusé lo brazos pa no matal-la, serré losojo por no llorar...</span></i></pre><pre style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Temí ser débil y perdonarla y abrí laj puertas de parenpá...</span></i></pre><pre style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Vete mujé mala, vete de mi vera, rueda lo mismito que una maldisión...,</span></i></pre><pre style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Que Dios permita que el gachó que quieras pague tus quereres...,</span></i></pre><pre style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Tus quereres pague con mala traisión».</span></i></pre><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Y desde aquel día se perdió la pista del Gordo en el Copacabana, donde Olena fue acogida de nuevo como una hija pródiga. </span></div>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-45194838704059015832011-08-07T22:20:00.001+02:002011-08-11T13:35:30.662+02:00El tiempo y los tiempos... (cuenta)<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; page-break-before: always; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">El tiempo... Probablemente no haya nada más complicado, contradictorio e incluso inútil, que pretender comprender qué se esconde tras esa palabra. Todo aquel que lo intenta cae sin remedio en un pozo inacabable de paradojas y perplejidades; no en vano San Agustín decía saber lo que era el tiempo siempre y cuando nadie se lo preguntara, pues en caso contrario, añadía, no era más que un pobre ignorante. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Sin embargo sobre el tiempo hay dos o tres certezas o casi certezas al alcance de cualquiera. Baste reflexionar unos minutos y lo primero que se verá es su carácter direccional; y es que nadie puede negar que los fenómenos temporales se suceden según un orden que va de atrás hacia delante, es decir del pasado al futuro. </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Sin esa relación mental del antes y del después la vida se nos antojaría caótica y dejaría de tener sentido tal y como la concebimos. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Si se abunda un poco más en la cuestión, veremos que ese carácter direccional del tiempo va irremediablemente unido a una concepción lineal del mismo; por decirlo de manera gráfica, vendría a ser como circular sobre raíles a través de una recta sin fin. Y ya, para dejarlo aquí, otra obviedad...: el tiempo es irreversible. Stephen Hawkins dijo al respecto que la prueba más palpable de que los viajes en el tiempo son y serán una quimera es que no hemos sido invadidos por turistas del futuro y, según creo, este señor es toda una autoridad en la materia. Y no me refiero al turismo, claro está. </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Quien sabe si en un futuro más o menos próximo la llamada física cuántica podrá revelarnos novedades maravillosas, pero eso lo veremos, si lo vemos, en tiempos que aún están por llegar. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Desafortunadamente, y lo digo con la ingenua seguridad de quien cree estar ante asunto pacífico, no existe memoria alguna del futuro por lo que habremos de conformarnos, al menos de momento, con tener sólo recuerdos del pasado. </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Y es que en el fondo, puede que el tiempo no sea más que <span style="color: black;">una representación mental, una especie de lienzo virtual sobre el que vamos dibujando nuestras experiencias subjetivas con mayor o menor acierto, trazo a trazo. </span></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Todo esto nos lleva a un asunto tanto o más sugestivo que el propio tiempo, si cabe, al menos bajo mi punto de vista. Me refiero a la curiosa y nada boyante situación en la que viven instaladas determinadas personas a causa de su incapacidad para sacar nada provechoso del pasado, es decir de la experiencia, ya sea propia o de terceros. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Hablo de una clase de individuos, por desgracia cada vez más concurrida, que muestra una inexplicable propensión a la estupidez y que no deja de cometer errores y repetirlos una vez tras otra, incansablemente, hasta consumir física y moralmente a cuantos les rodean. De hecho, su apego a la estulticia llega hasta tal punto que en buena lógica debería dárseles por perdidos para cualquier causa de la razón. </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">El distintivo más característico de estas personas, decía, es la impericia para extraer cualquier enseñanza útil de la propia experiencia, una torpeza que se vuelve incapacidad absoluta cuando se trata de aprender de las experiencias ajenas. Y por si esto no fuera suficiente, a algunos de estos sujetos no les basta con ser idiotas y les fascina ir a más, sobre todo los que se sienten encantados de haberse conocido. Estos locos no dudan en proyectar su ineptitud hacia un futuro improbable que, si alguna vez llegara, en modo alguno respondería a sus expectativas. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Quienes se ajustan a este patrón de conducta tienden a no preguntarse jamás en qué se han equivocado. Muy al contrario, insisten en volver con estúpido empeño al punto donde se encontraban antes de meter la pata y recorren de nuevo el mismo camino, creyendo que pasando con tenacidad una y otra vez por el mismo sitio el obstáculo acabará apartándose por sí mismo. Quizá por esto nunca tuve muy claro que el error pueda formar parte del proceso de aprendizaje de nadie que no tenga por lo menos dos dedos de frente.</span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Quien sabe, a lo mejor es verdad y el tiempo no es </span><span lang="ES-TRAD" style="color: black; font-family: Georgia;">más que un artificio de la mente, una simple puesta en escena para tomar conciencia de la realidad..., o para burlarnos de ella y como en el caso de los estúpidos, inmolarnos <i>al mismo tiempo</i>. </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"> </span></div>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-59900492202789349192011-08-04T22:56:00.006+02:002011-08-05T13:12:49.125+02:00Vida perra; perra vida (cuento)<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Fermín Vélez es un hombre obtuso. Mira que había sido advertido... Y no una sino varias veces! Pues nada, a pesar de todo siguió jugueteando con el puñetero perrito hasta que sucedió lo inevitable y claro, el chucho acabó palmándola. El animal se llamaba Tristán y aunque era más inteligente que Fermín, el pobre nunca supo que padecía del corazón. De haberlo sabido quizá habría entendido porqué sus amos lo mantenían entre algodones desde que siendo un cachorrito, llegó a casa como regalo del séptimo cumpleaños de Marquitos, el más pequeño de los hijos de la familia Prado.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Marquitos era un niño asmático y carismático y no sabía lo que era el verdadero afecto hasta que le regalaron a Tristán, por entonces un proyecto de bóxer de apenas un par de meses que, eso sí, tuvo la virtud de enamorar a tirios y troyanos desde el primer momento. El perro nunca llegaría a adulto y aunque Fermín tuvo mucho que ver en el fatal desenlace del asunto, en realidad aquello era un final cantado.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
A los pocos días de llegar, Tristán ya dejó a las claras que las cosas no andaban bien. El animal se agotaba en cuanto hacía un par de carreras y Marquitos se percató al instante, algo normal ya que a él le pasaba algo parecido. A ojos del pequeño la diferencia estaba en que el chucho no tosía; por lo demás... Pero Marquitos no dijo nada a nadie. Vio en Tristán un alma gemela, así de sencillo, alguien especial y diferente, como él mismo ante los otros niños.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Una mañana de domingo Marquitos y su papá salieron a dar una vuelta y de paso a comprar el pan y el periódico, y pensaron que Tristán estaba ya en condiciones de acompañarlos. De hecho, había que empezar cuanto antes con la educación cívica del perro y aunque sus patitas eran todavía cortas y la panzota casi le tocaba el suelo, lo cierto es que Tristán se movía con la agilidad suficiente para poderlos seguir al trotecillo sin demasiados problemas. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Y los hechos fueron dándoles la razón hasta que llegaron al parque y Marquitos decidió jugar con él, haciéndole ir y venir, saltar y correr... Entonces el corazón de Tristán dijo basta y decidió avisar, y el perro acabó una carrera en voltereta de la que ya no se levantó. Jadeante y por encima de todo perplejo, Tristán se quedó quieto, con los ojos abiertos, muy abiertos mientras emitía un leve, agudo e intermitente soplido que sorprendió a Marquitos y preocupó a su padre.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
El animal hizo el trayecto de vuelta en brazos de Marquitos y nada más llegar a casa bebió agua hasta saciarse y se acurrucó en el sofá, de donde no ya se movió durante horas. Sin embargo, poco a poco y sin que nadie se diera cuenta Tristán volvió a las andadas y recuperó su trasteante conducta, meaditas incluidas a lo largo del pasillo. Y es que no había manera de hacerle entender que aquellas cosas se hacían en el jardín.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
El lunes por la tarde a la salida del colegio, la mamá de Marquitos le estaba esperando con el sándwich de atún que tanto le gusta y con Tristán en un cesto; irían al veterinario; a la veterinaria, para decirlo con propiedad. La veterinaria, una mujer de gran simpatía que sabía conectar por igual con animales y gentiles, examinó a Tristán mientras la mamá de Marquitos y él mismo le explicaban lo que había sucedido el día antes. Le auscultó el pecho y descubrió lo que sospechó desde el principio: el cachorro tenía una arritmia en el corazón. Luego, para asegurar el tiro, le hicieron dos radiografías que no sólo confirmaron el diagnóstico sino que lo empeoró: Tristán tenía el corazón más grande de lo normal.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Desde aquel momento y sin que él tuviera la más remota idea, Tristán fue un perrito minusválido. Paseaba poco y mal, comía sin grasa y tomaba una medicación preventiva... A decir verdad era una broma de perro, pero era un encanto y si se le cuidaba como debía quizá podría tener una vida más o menos larga; un par o tres de años, según dijo la veterinaria.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
<br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Fermín Vélez había alquilado la casa de al lado apenas unos meses antes de lo acabado de relatar. La pareja que la compró y que vivió allí los primeros tres años se rompió y cada uno se fue por su lado; por lo visto no pudieron venderla por el precio que pretendían y al final decidieron arrendarla en espera de mejores tiempos para el ladrillo.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Fermín era un cuarentón de aspecto muy desmejorado; llevaba más de diez años divorciado y pertenecía a esa clase de hombres que sin mujer a su lado se deterioran rápidamente y sin remedio, como un edificio deshabitado. También hay que decir que Fermín no engañaba a nadie y que si bien dejaba pronto a las claras que no era demasiado listo, por contra resultaba ser un hombre simpático y agradable, sobre todo entre semana, cuando no bebía. Además, sería injusto decir que fuera un mal vecino; no se metía con nadie y si tenía problemas los ventilaba sólo, sin enredar ni enturbiar la convivencia del vecindario. Y tanto era así que de vez en cuando era invitado a una barbacoa aquí o allá, movidos los vecinos por su contagiosa simpatía, por su soledad o quien sabe, quizá por ambas cosas a la vez.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Marquitos y Fermín eran amigos de jardín, es decir, sólo se relacionaban a través de la valla que separaba los jardines de sus casas respectivas, que en el fondo eran la misma casa pues, en propiedad, no debería llamarse chalet adosado a lo que en realidad no pasa de ser la tercera parte de un edificio alargado y desprovisto de gracia, que alberga tres viviendas gemelas. La valla, en efecto, era punto de separación y de encuentro y al ser de caña y tan bajita y enclenque, resultaba ser una división más efectiva que impeditiva. Y lo mejor de todo, quedaba justo a la altura de Marquitos, un chicarrón que pese a sus escasos siete años medía ya un metro veinticuatro.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Las conversaciones entre Fermín y Marquitos eran frecuentes; tenían lugar antes de cenar y por lo general giraban alrededor de tres asuntos: el Barça, el Barça y Tristán, por supuesto. A veces también hablaban de la tos pero pocas, porque a Marquitos no le gustaba y se las arreglaba siempre para volver a Messi. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">A Marquitos le encantaba explicar las aventuras de su perro y lo hacía con tanta pasión y suerte de detalles que más bien parecía relatar sus propias aventuras que las del pobre chucho, el minusválido. Y Fermín, por su lado, las escuchaba atento y participativo dando pábulo a que el chico se implicara aún más intensa y explosivamente en su propio relato. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Como buen cuentista, Marquitos vivía sus historias con entusiasmo contagioso, gesticulaba con aparatosidad y modulaba la voz con sorprendente maestría mientras, por ejemplo, dirigía el combate aéreo entre los buenos, comandados por el inefable Tristán, y las fuerzas del mal a las órdenes de Crápula, el perro de los Cáñamo, o los Caamaño, los vecinos de enfrente, un pastor alemán bravucón y pendenciero que tenía la costumbre de hacer imposible la siesta en el vecindario porque a primera hora de la tarde se volvía literalmente loco y le ladraba hasta al cubo de la basura. Había vecinos que llegaron a plantearse envenenarlo a la vista del escaso interés de los hermanos Cáñamo, Caamaño, o como coño se llamen, por hacer algo al respecto. Estos tres hermanos, dos hombres de mediana edad y una chica bastante más joven, eran tan faltos de agudeza cómo Fermín pero a diferencia de éste eran estúpidos de solemnidad, algo que está lejos de ser lo mismo. Y además, mala gente.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Hace unas semanas, una noche clara y estrellada como pocas veces se repite a lo largo del año, Fermín, cerveza en mano, salió al jardín y se despatarró en su tumbona dispuesto a disfrutar de lo que viniera porque sus pocas luces le hacían prosaico de infantería. Fermín deseaba tumbarse, mirar al cielo y gozar de la fresca, cómo se decía antiguamente en los pueblos con puta, aunque esto no lo entendería Fermín ni que se lo dibujaran...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
¿Sueñan los perros...? Pues sí, los perros sueñan con guardar la casa fieramente y con lealtad; sueñan con hacer correr a los gatos o a las ovejas, aunque por esto les felicitan y por lo primero no; sueñan con hartarse de pollo frito y de melón, y sueñan con follar intensamente con la primera pantorrilla que cae a mano, aunque también les vale cualquier cosa que se mueva. Pues bien, aquella noche, acabada la película del Plus, Tristán estaba <i>de guardia</i> en su cestito en medio de un ensoñador y perruno duermevela, resguardado y calentito bajo el porche quiero-y-no-puedo, cuando algo llamó su atención al otro lado de la valla... ¿Intrusos...?</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
El chucho alzó las orejas, se puso tenso y allá que se fue, arrastrándose primero por el césped del jardín y luego entre los geranios hasta llegar a la linde de cañas, a su agujero favorito, por dónde solía meter el hocico para espiar lo que cayera a su alcance y soñar en su propio sueño de guardián, que acosaba el primer bicho que se presentara y se lo comía y lo escupía... Por aquel agujero secreto nuestro perrillo minusválido se abría a un mundo sorprendente lleno de hormigas y escarabajos, de los negros y de los verdes, se maravillaba con los gorrioncillos con boqueras y los estorninos, tan gordos, y oteaba abejas zumbonas y antipáticas hasta marearse o salir corriendo. Y a veces, incluso, descubría algún ratoncillo de campo que quizá, sí quizá fuera siempre el mismo...; Y claro está, encontraba a Fermín, su <i>animalillo</i> preferido.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Y es que había cosas que Tristán tenía muy claras; sabía muy bien que sus amos eran sus amos y tenía perfectamente asumido que Marquitos era el jefe, que Crápula era el demonio y que Fermín era de los suyos. Todos los demás eran intrusos, unos amables y otros menos pero intrusos al fin. Para Tristán, Fermín era especial, alguien casi, casi como él. Más grande, sí, y sin orejas ni rabo... Feo en resumidas cuentas, pero alguien como él; un colega vaya, un tipo de quien te puedes fiar.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Al escuchar ruiditos en la valla Fermín giró la cara sabiendo que sólo podía ser Tristán el ruidoso. Lo pensó un instante y tras despejar algunas dudas se levantó y decidió ir a buscarlo provisto de una pelotita de goma, la favorita del perro. Al llegar a la valla miró por encima y vio al torpe guardián refugiado bajo unas hojas de geranio, confiado en no ser visto. Sonriendo, Fermín alargó el brazo, agarró a Tristán como un conejo y se lo llevó a la tumbona... </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">¿Qué pasa, compadre...? Tú tampoco tienes sueño, ¿eh...? Mira que eres afortunado, cabroncete; todo el día a la pata la llana... No sé por qué la gente dice que lleva una vida perra para expresar que las pasa canutas, cuando debería ser al revés. ¡Menuda vida tienes...! A ver, petardo... mira la pelotita... ¡Mírala...! Anda, ¡búscala...!</span></i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Y diciendo esto Fermín lanzó la pelotita botando por el jardín mientras Tristán saltaba detrás, excitado, feliz como un regaliz. Luego, cuando la pelota dejó de botar, la mordió y se la llevó a Fermín, que de nuevo la lanzó. Y así una vez y otra, más fuerte en cada ocasión, con más impulso. Los brincos y las cabriolas de Tristán, el pequeño bóxer canguro, eran cada vez más altos, más acrobáticos... Hasta que en medio de una pirueta inverosímil, salvaje, su corazón reventó y cayó al suelo de cabeza, como un peso muerto, nunca mejor dicho; y al caer, hincó el hocico en el césped y quedó girado hacia atrás, panza arriba y con las patitas abiertas, como si fuera de trapo...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Al ver lo ocurrido Fermín quedo paralizado, mudo. Fueron instantes de desconcierto, de desesperación... El perro no se movía, ¿estaría...? Fermín se acercó y se quedó plantado ante el cuerpecillo inerte y roto de Tristán, en cuclillas, sin saber qué hacer. Y ahora, ¿qué les diría a los Prado...? ¿Cómo iba a explicarle a Marquitos que su perrito se había muerto, así, de aquella manera tan horrible? Además, ya le habían advertido que Tristán no debía hacer esfuerzos y a pesar de todo él... ¡Dios! ¿Qué podía hacer...?</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
¡Ya está...! Haría desaparecer el cadáver de Tristán y se haría el longui. Sí, vale..., los Prado se preocuparían bastante y seguro que el niño lloraría también, pero con el tiempo todo se acabaría olvidando; lo echarían en falta al principio pero el tiempo es la mejor medicina para las heridas. Así es la vida, después de todo...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Resuelto como pocas veces se había sentido en su vida Fermín agarró a Tristán por el rabo, oteó a su alrededor para cerciorarse de que no había miradas indiscretas y se fue adentro, a casa, donde no pudiera ser visto ni oído. Ya a salvo dejó al perrillo en la mesa de centro del salón y se sentó en el sofá, ante el cadáver, a meditar cómo deshacerse de aquella incomodidad peluda. Dio vueltas y más vueltas al asunto y lo primero que pensó fue en meter el perro en una bolsa de plástico y tirarlo al contenedor de basura... Pero el camión había pasado hacía un rato y ya no volvería hasta pasados dos días, como era costumbre en la urbanización. <i>No puedo dejar esto allí tanto tiempo; el olor lo delatará y además, menudo es el Crápula de los cojones con los contenedores de basura...; seguro que el muy cabrón lo descubre... ¡Seguro...! Mejor otra cosa</i>... <i>Lo enterraré en el jardín; sí, esperaré un par de horas más a que todo el mundo duerma y en nada, lo entierro.</i> Fermín, más tranquilo después del esfuerzo intelectual que le llevó a encontrar la solución, decidió esperar un tiempo prudente; lo que hiciera falta. Y puso la tele... </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Humm, un clásico, no hay nada mejor para pasar el rato... Vamos a ver qué hacen en Cinemateca... ¡Dios, Rintintín! ¡A la mierda la tele...!</span></i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"> Nada hombre, ¡déjalo! Un coñac, lo mejor un coñac y a esperar...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Pasado un buen tiempo Fermín salió al jardín a hurtadillas y en un rincón discreto, bajo el almendro, hizo un hoyo con su pala de jardinero. Fue fácil y rápido. Luego entró de nuevo para envolver a Tristán en el periódico del día y regresó al jardín, ahora para enterrarlo. Perfecto; dicho y hecho; cinco minutos en total... ¡Ni eso...!</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Más tarde, ya en la cama, Fermín no dejaba de dar vueltas; su conciencia no le permitía dormir. Por suerte, para estos casos existe lo que llamamos mala conciencia. Fue una lucha sin cuartel que al final ganó la peor de las dos. Y casi se había dormido cuando los penetrantes ladridos de Crápula le volvieron a la realidad. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">¿Y ahora qué le pasa a ese hijo de puta? ¿Por qué no se callará de una vez...? ¿No será que...? ¿Y si olisquea lo que ha pasado...? ¡Maldito sea, el perro de los cojones...!</span></i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Y diciendo esto Fermín se levantó de un brinco y bajó al jardín como un rayo, y con las manos, escarbó como un poseso hasta sacar del hoyo el maltrecho cadáver del perrillo. Luego, lo miró con aversión y lo agarró por el rabo, y con movimientos de autómata enloquecido se giró de lado para voltearlo con el brazo en remolino y lanzarlo al jardín de los Cáñamo, los Caamaño, o como quiera que se llamen esos desgraciados...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Tristán, emulando el spútnik, voló alto, muy alto y fue a caer sobre la cabeza de Crápula a peso... ¡Catacroc! El golpe, cráneo contra cráneo, fue de escalofrío y la fiera aulló y salió corriendo, el rabo entre las patas, para refugiarse entre matojos y no dar señales de vida hasta que a la mañana siguiente apareció el mayor de los Cáñamo, Caamaño o como coño se llamen, descubrió el pastel y sin el mínimo reparo lo agarró de un manotazo y lo tiró al contenedor antes de irse a desayunar y olvidarse del asunto.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Tristán, el perrito volador minusválido, murió en el aire persiguiendo una ilusión de goma. Tuvo la virtud de despedirse a lo grande, en la cumbre de una voltereta sin igual. Y fue enterrado y desenterrado, y a la manera del Cid acabó para siempre con la fiereza de Crápula, que desde entonces no volvió a ladrar nunca más a mayor gozo del vecindario. Y aquí no acabó la cosa porque el último servicio del valiente Tristán fue alimentar las ratas del vertedero, siempre tan necesitadas.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
A Tristán le echarían de menos dos o tres días, los mismos que pasarían antes de que llegara Isolda, una preciosa perrita setter con una salud de hierro. Y es que ya se sabe, muerto el perro..., ¡viva la perra!</span></div>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-2075971627975152672010-06-24T22:11:00.001+02:002011-08-05T10:18:21.572+02:00Men of good fortune (fragmentos de "Rodez", cuento)<!--[if gte mso 9]><xml> <w:WordDocument> <w:View>Normal</w:View> <w:Zoom>0</w:Zoom> <w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone> <w:PunctuationKerning/> <w:ValidateAgainstSchemas/> <w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:Compatibility> <w:BreakWrappedTables/> <w:SnapToGridInCell/> <w:WrapTextWithPunct/> <w:UseAsianBreakRules/> <w:DontGrowAutofit/> </w:Compatibility> <w:BrowserLevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:LatentStyles DefLockedState="false" LatentStyleCount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style>
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Preámbulo</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Dicen algunos que el destino no existe. Dicen, que eso del destino no es más que una patraña cultivada con esmero por mentes soñadoras o simplemente estúpidas. Los hay, incluso, que sostienen que todo se reduce a un puñado de argucias propias de embaucadores de toda clase y condición... </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">¿Qué creerán saber esos pobres ingenuos...? ¡Por supuesto que existe! Guste o no guste el destino está ahí, modulando a su antojo el día a día de la gente. Y no es cuestión de marear el asunto sino de rendirse a las evidencias... Los descreídos y los que dudan no saben lo que dicen.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">El destino viene a ser..., como un juego. Ahora bien, se trata de un juego con algunas peculiaridades que lo hacen incomparable a cualquier otro. Para empezar es el único que vale la pena de ser jugado y el único, quieras o no, del no podrás escapar una vez comenzado. Funciona como un mecanismo de relojería cuyo desenlace depende de fuerzas que inciden sobre un péndulo que, en cierto modo, oscila a imagen y semejanza del célebre péndulo de Foucault. En ambos casos realidad y apariencia se confunden en demostración de un principio inapelable: el principio de la inercia. Esta y no otra, es la clave.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">La inercia, en el supuesto foucaltiano, hace oscilar un péndulo suspendido a una determinada altura y mientras esto sucede la trayectoria del mismo va experimentando cambios paulatinos que son atribuidos a la rotación de la tierra. Un engaño de los sentidos porque a decir verdad es la tierra la que se mueve bajo el péndulo, cuya trayectoria por lo demás permanece siempre inalterable.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">En nuestro juego sucede algo muy parecido; apariencia y realidad se confunden y permiten experimentar el espejismo del libre albedrío. Sin embargo y por cautivadores que puedan llegar a ser los espejismos jamás hay que perder de vista el principio de realidad, aquel que permite constatar que sólo hay un hecho incontrovertible en toda existencia humana y que no es otro que el de ser una tozuda trayectoria hacia la muerte. El resto es pura amenidad, puro artificio.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">En el primer aliento de vida de cada individuo el destino da el empujón inicial al péndulo y a partir de ese momento la inercia se encarga de mantener su oscilación en una trayectoria tan invariable como fatalista. Todo lo demás..., todo lo que pueda suceder bajo su inexorable rotación carece de interés y sólo es relevante en apariencia.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Pero hay más, porque en este juego secular todo el mundo tiene asignado un papel de predador o de presa que es mantenido oculto en un sobre cerrado y a trasmano. Esto, justamente esto es lo que hace de este juego algo especial y único, porque nunca se sabe el rol que acabaremos representando unos y otros sobre el inmenso escenario que es la vida hasta que los hados, el azar o, llámese como se quiera..., se encarga de revelar tu naturaleza y ponerte cara a cara contigo mismo, con tu destino... Entonces, sólo entonces se te ofrecerá la oportunidad de abrir el sobre..., porque sólo entonces el juego comenzará de veras.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">1</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span style="font-family: Georgia;">«Benjamín... Jodido Benjamín; aún puedo verte cruzando la carretera al trote para acercarte como un chucho agradecido. Sólo te faltó jadear...»</span></i></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Nunca olvidaré la cara que pusiste verme después de casi seis años. Tampoco olvidaré lo patético de la situación y aquella desgarradora imagen tuya que, quien sabe si en otras circunstancias hubiera podido romperme el corazón... </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Sí, recuerdo todos y cada uno de los detalles del encuentro como si el tiempo hubiese transcurrido en vano...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">La alegría de saberte rescatado te hizo cruzar la carretera dando pequeños brincos; gesticulando como un bufoncillo de feria... </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Sin embargo fue descubrir quién te ofrecía la mano y te paraste en seco echando la cara atrás, bruscamente, como si hubieras recibido una bofetada. Y no puedo negar que comprendí tu reacción, al menos hasta cierto punto… </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Y te quedaste allí plantado, a un par de metros de mí, con la cabeza levemente torcida y la mandíbula descolgada. Sin duda preguntándote, ¿qué coño hace este por aquí, en el culo del mundo? Lo digo porque yo me había preguntado justamente lo mismo sólo media hora antes, al cruzarme por primera vez con tu coche.»</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">—Víctor Sis... te... lla..., ¿eres tú...?</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">—Ya lo ves amigo Benjamín, a los años mil vuelve la liebre a su cubil...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Pasada la sorpresa y la tensión de aquellos primeros instantes recuerdo que Benjamín y yo nos observamos durante un buen rato; él, inmóvil justo en medio de la carretera, tocado ya por el resplandor del alumbrado del coche y visiblemente consternado... Aún lo veo, mirándome con aquellos ojos de pez… </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Dios..., ¿en qué estaría pensando el condenado? Me lo he preguntado tantas veces desde entonces... Sí, todavía puedo verlo... Aquel aspecto abatido, aquel desaliño... Todo él era una invitación al desaliento. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">¡Y los brazos...! Aquellos brazos suyos de orangután colgando completamente rendidos a lado y lado de un torso a todas luces excesivo y vencido por las secuelas del accidente, por la sobreabundancia de kilos o por ambas cosas a la vez, ves a saber... </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">A contraluz, bajo el efecto del resplandor de las luces del coche, su estampa aparecía difusa y aun así no pasaba desapercibido el temblor de sus rodillas, insinuadas a través de los rotos de los pantalones, magulladas... </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Sin embargo lo más estremecedor de aquélla espectral imagen era la mirada... Todavía la conservo grabada en la retina; entorno los ojos y puedo verla exactamente igual que en aquel instante... Había un brillo profundamente perturbador en ella...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Era obvio que aquel grotesco espantajo, que aquella ruina apenas tocada por la azulada aureola de los faros estaba muy lejos de ser el Benjamín que yo había conocido tiempo atrás; aquel cabrón sin alma cuya mezquindad debí sufrir a lo largo de cuatro largos años. Pero… ¿importaba eso en aquel momento? ¿Cambiaba algo las cosas...?</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Por fortuna para él la carretera permanecía desierta; de otra manera lo habrían atropellado sin remedio porque ninguno de los dos hubiera movido un dedo para evitarlo, aunque eso sí, por razones radicalmente distintas: él estaba paralizado, como ausente y yo... Yo estaba encantado, ¡qué cojones!</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">No podría decir cuanto tiempo permanecimos en aquella extraña situación pero, para cuando quise darme cuenta el cielo había comenzado a abrirse por el horizonte, a la altura de Rodez. Aunque también es verdad que ya era demasiado tarde y sólo sirvió para dejar ver algunos retazos de estrellas aquí y allá sobre un fondo que a duras penas mantenía el recuerdo del azul. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">El calabobos que todavía soportábamos, heredero de aquella lluvia torrencial, fantasmagórica, que menos de media hora antes había surgido del más negro y profundo abismo celestial para acentuar mis peores intenciones, cesó. Así, sin darnos cuenta. Y despachada la lluvia el primer aviso del mistral tardó menos de nada en meternos el frío en el cuerpo.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">—Venga, hombre, acércate, no te quedes ahí plantado como una estaca...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">—Pero, ¿qué haces tú por aquí...?</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">—Yo podría hacerte la misma pregunta Benjamín, pero anda, mejor lo dejamos por ahora.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Siguiendo mi costumbre aquel día había previsto hacer parada en Chez Manu para cenar pero, a la vista de las circunstancias decidí cambiar de planes. Por nada del mundo me habría presentado en casa de Luc en compañía de aquel desgraciado.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Un repentino y gélido golpe de viento me empujó a entrar en el coche a toda prisa y eso me dio la oportunidad de fijarme mejor en Benjamín, todavía a la intemperie y cargado de dudas. Pude observarlo entonces con la máxima atención y..., verlo en aquel infeliz estado..., tan desamparado, tan vulnerable..., me provocó una intensa e inexplicable explosión de felicidad, de alegría... De una alegría rara que nunca había experimentado antes. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Sí; me sentí fascinado, lo admito. Fue una sensación absorbente, cautivadora... Reconozco que disfruté como nunca viéndolo rodear el coche con aquella dolorosa parsimonia, apoyándose sobre el capó, a veces con ambas manos mientras arrastraba la pierna derecha…, lentamente hasta alcanzar por fin la puerta lateral delantera del mismo... Inolvidable.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">¿Cómo borrar de mi mente aquella excitación perversa y dulce por igual? ¿Cómo...? </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Verlo entrar en el coche y experimentar una agitación como nunca había sentido antes, fue todo una. Allí estaba, tembloroso, desvalido... Y no me había recuperado aún de aquella borrachera de felicidad cuando un latigazo confusamente sexual estalló en mi cabeza al ser testigo privilegiado de aquel suspiro espasmódico, casi enternecedor que dejó escapar al cerrar la puerta. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Aaah... ¡Míralo...! Arrugado, derrotado...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Aquel jodido instante sometió mis sentidos, exaltó mis más bajas pasiones y desarmó las escasas inhibiciones que aún hubieran podido atenazarme... En aquel momento pasó algo... No sé, algo inquietante emergió desde lo más profundo de mí mismo. Y me emborraché de satisfacción, de placer... Sí, de placer, de un placer nuevo y embriagador del que ya no podría prescindir en adelante.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">El destino se había encargado de poner en mis manos al desgraciado que años atrás me había hecho la vida imposible, al hijo de puta que truncó unas expectativas profesionales tan prometedoras como legítimas y me servía en bandeja de plata la oportunidad de hacer <i>tabula</i> <i>rasa</i>. Después de tanto tiempo... de tanto sufrimiento.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;"><br />
2</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Pronto hará seis años de todo aquello. Ocurrió a principios de noviembre en un día típico de otoño, en uno de aquellos días que tanto me agradan y que a menudo echo de menos. Ahora resol, ahora cubierto y ventoso... Los cambios fueron constantes hasta que a las cinco y media o poco más, un aluvión de nubarrones negros encapotó definitivamente el cielo haciendo que el crepúsculo fuese aún más fugaz de lo que ya es habitual en esa época del año. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Apenas había tráfico y a primera hora de la mañana la radio ya había pronosticado lluvias indiscriminadas por toda la región que no tardarían en llegar. La gente aquí cena pronto, demasiado pronto para mi gusto y todo hacía pensar que yo debía ser la única excepción a la bucólica y desapacible quietud de aquella tarde. Cuando menos eso llegué a pensar… Pero me equivocaba.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Lo vi nada más encarar la recta que corta en dos mitades la plana de Lagardère y me pareció que esperaba algo, o a alguien... Estaba de pie, junto a la cuneta y apoyaba el culo en la puerta de su BMW. Aquel culo enorme... Pude reconocerlo al instante pese al siglo que había pasado desde la última vez que nos habíamos visto. Y eso que el tiempo no había sido clemente con él... El cabrón estaba aún más gordo que por entonces. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Más tarde me explicaría que había reventado una rueda y no se vio con fuerzas para sustituirla por la de emergencia... Y es que cuando tienes una mierda por cerebro aunque dispongas de diez manos todas se te antojan zocatas... ¿Habrá estadísticas sobre esta clase de sujetos…? Debería haberlas.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Han sido tantas, las veces que he reflexionado sobre este asunto desde aquel día... Y aun así no sé qué puñetas pasó por mi cabeza en aquel momento. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Pero me alegro de lo que hice; volvería a repetirlo sin ningún género de duda y sin amago de pesar. Me dejé llevar por las circunstancias. Simplemente; eso es todo. Sentí el empujón de una fuerza irresistible, salvaje... como si un mar de odio hubiera liberado una gigantesca ola de rencor que quitó de en medio cualquier mecanismo de contención emocional para dar vía libre a la barbarie que llevo dentro..., que todos llevamos dentro.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Recuerdo que sonaba <i>Hope</i> en el reproductor y que subí el volumen mientras pisaba a fondo el acelerador. Con el aliento contenido y la vista clavada en aquel miserable, busqué la raya lateral y me enganché a ella como una lapa... <i>Trrrrrraaac.</i>.. El traqueteo seco y acelerado de los neumáticos al rodar sobre las estrías complementaba el ritmo brutal de los violonchelos, ofreciendo a mis intenciones un marco sonoro entre maquinal y ronco... Irresistible. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Y me negué a aflojar hasta no ver el miedo en su cara con toda claridad. Entonces..., entonces... <i>trrrrrraaac...</i> un volantazo y… ¡Aah...! </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Pasé a su lado como una exhalación, casi rozándolo mientras él se aculaba contra su coche y manoteaba como un niño aterrorizado... Y se cagaba en mis muertos... Bueno, esto me lo imagino porque quisiera pensar que incluso las ratas conservan algún rastro de dignidad... Más tarde supe que no me reconoció.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;"><br />
<i>3</i></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span style="font-family: Georgia;">«Jódete cabrón, y ojalá comience a llover a cántaros antes de que muevas a compasión a alguna alma caritativa y se pare a recogerte».</span></i></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;"><br />
Exultante de satisfacción continué mi camino durante cuatro o cinco kilómetros más, gozando de aquel soplo de gloria con el gesto despavorido de aquél calamidad impreso en mi cabeza... Pero nada, poco más tarde, cuando ya comenzaba a olvidarme de aquella estúpida chiquillada y me centraba en otros asuntos, aquella media sonrisa, aquella fugaz complacencia, dieron paso a una explosiva revelación que habría de cambiar el rumbo de mi vida. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">En aquel preciso instante, alentado por cincuenta embriagadores decibelios de <i>Kaamos,</i> se reveló ante mí algo más que una simple expectativa: era la ocasión de cerrar de una vez para siempre una vieja y dolorosa herida. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Noté que mis ojos se iluminaban…, que el alma me daba un vuelco... Y desde aquel día la música de <i>Apocalyptica</i> tiene un plus especial; con solo escuchar unos acordes se me eriza el vello de la nuca.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">¿Por qué no? me pregunté una, varias veces. Sí, ¿por qué no? Ya hacía un buen rato que aparte de Benjamín, nadie, absolutamente nadie se había cruzado en mi camino… La necesidad de reflexionar sin distracciones me aconsejó hacer un alto en la cuneta. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Pensativo, con las manos sobre el volante, fijé entonces la mirada en las primeras casas de Laissac a tan sólo cuatro pasos de allí, y al instante, como flashes hirientes, estallaron en mi mente las imágenes de aquel hijo de puta haciéndome la vida imposible y, ¡dios! el ensañamiento con el que se empleaba hasta conseguir su propósito. Rememoré uno tras otro algunos de los peores momentos que recuerdo y el corazón se me encogió exactamente igual que en aquella desafortunada época, cuando debía conformarme con ser su víctima... </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">No se salió con la suya y no me echaron del bufete, pero entonces se volcó en boicotear mi trabajo, en ningunearlo hasta la náusea... No perdía oportunidad para difamarme el muy cabrón, y no dejó de ponerme palos en las ruedas hasta que no me quedó más remedio que largarme y despabilar por mi cuenta. Y es verdad que no me arrepiento, pero al marcharme juré que algún día me las pagaría. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Y mira... ¡Mira por dónde! El destino acababa de ponerlo en mi camino justamente allí y en aquel momento preciso... </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Todo se aclaraba, todo parecía cobrar sentido. ¡Todas las piezas encajaban...! </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">A la mierda, me dije. Y puse en marcha el motor resuelto a volver… Ya lo creo que volví…</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;"><br />
4</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Antes, justo antes de dar media vuelta para saldar cuentas con aquel cabrón empezó a llover… Cuatro gotas que casi llegué a agradecer. Pero para cuando caí en la cuenta me encontré metido de lleno en medio de una tempestad de agua y viento y de tal calibre, que el diluvio bíblico habría palidecido a su lado. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">¡Rediós...! La maldita lluvia llegó a ser tan intensa que hizo inservible la luz de carretera y la visibilidad con la corta y los antiniebla se redujo prácticamente a cero… Era completamente imposible distinguir nada a más de tres o cuatro metros por delante. Y aún era peor por detrás debido a la nube de polvo de agua que levantaban los neumáticos. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Con todo, las ganas de encontrarme con él para ajustar cuentas me hacían ir deprisa, muy deprisa, con menosprecio absoluto del riesgo que entrañaba… Pero me daba igual. Quería imaginármelo refugiado en su coche, asustado, repodrido; esperando una asistencia mecánica que no llegaba...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Un repentino roce sordo por el costado derecho del coche me hizo frenar y me obligó a mirar instintivamente por el retrovisor. Me pareció que alguna cosa buscaba refugio entre el herbazal de la cuneta. Tal vez un perro, por el gemido; o quizá un jabalí… Lo cierto es que reduje la velocidad hasta casi parar con la intención de ver de qué se trataba, pero la cortina de agua y la oscuridad sobrevenida me impedían ver nada más allá de mis narices. Y después de todo, pensé, no hay bicho que valga ni un minuto de mi tiempo. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Continué mi búsqueda y sólo un par de kilómetros más abajo localicé por fin el BMW de Benjamín. Lo dejé rápidamente atrás apretando el acelerador y no fue hasta quedar totalmente fuera de su alcance visual, al final ya de la recta, que no decidí levantar el pie y volver sobre mis pasos. Antes, sin embargo, tuve la precaución de apagar el alumbrado durante unos segundos; por si acaso.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Al acercarme de nuevo hice un par de ráfagas y frené suavemente hasta situarme unos metros detrás de su coche. Dejé el motor en marcha y las luces cortas y los pilotos de emergencia encendidos, y antes de salir busqué la linterna en la guantera. Y con ella en la mano me quedé sentado, totalmente inmóvil durante unos instantes, como esperando que la lluvia aplacase su furia... ¡Tonto del culo!</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Un minuto más tarde y completamente resignado ante lo imposible, me armé de valor y con el cuello hundido entre los hombros salté a la intemperie. Lo primero que se me ocurrió fue ir a comprobar el flanco derecho de mi propio coche y por suerte allá no había señal alguna del empujón al jodido bicho. Después, más tranquilo ya pero también a toda prisa, me acerqué al suyo. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">La sorpresa fue mayúscula: estaba cerrado a cal y canto y dentro no había nadie...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Caminé una veintena de metros bajo aquel temporal mirando aquí y allí, confuso, desconcertado, pero enseguida regresé para rodear su coche por segunda vez y escrutar nuevamente por las ventanillas. Quería encontrar alguna pista, algo que me revelase el porqué de aquella incógnita pero la falta de claridad y sobre todo aquella maldita lluvia hacían inútil cualquier esfuerzo.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Sorprendido, un poco alarmado y por encima de todo calado hasta los huesos, busqué refugio en mi automóvil. ¿Qué coño había pasado allí? Conocía muy bien aquella carretera y no recordaba nada por las cercanías, que pudiese servir de abrigo a nadie…</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">«¿Dónde se habrá metido este capullo, con la que está cayendo? No lo entiendo porque en estas circunstancias y si no tienes dónde ir, ¿qué mejor que tu propio coche…? Lo habrá socorrido alguien, supongo... Pero yo no he visto a nadie desde que nos cruzamos. Ni de bajada ni de subida… Entonces debería suponer que alguien que venía detrás de mí lo ha recogido y… ¿Y se ha vuelto por dónde había venido...? ¿Así, sin más? Eso es improbable, estúpido incluso, porque desde aquí hasta<span> </span>Sévérac-le-Château no hay menos de veinte kilómetros y de camino sólo te encuentras un par o tres de puebluchos sin interés ni servicio alguno. Llegados hasta aquí lo más lógico cuando se viene de Sévérac-le-Château es continuar hasta Rodez, que está mucho más cerca. Y para más abundamiento la asistencia en carretera sólo puede venir de Rodez precisamente, de manera que yo me habría dado cuenta... Con este tiempo o te quedas en el coche o... Hostia, hostia, hostia... ¡No me jodas! Y sí... ¿Y si aquello no era precisamente un perro...?»</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;"><br />
5</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span style="font-family: Georgia;">«...Debí pensarlo desde el primer momento... ¡Seguro que era él! Con aquel tiempo de mierda ¿quién si no, hubiera podido cometer una imprudencia tan grave...?»</span></i></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Dudaba; pensé que si efectivamente se trataba de aquél idiota, tal vez había tenido tiempo de ver mi coche... Pero apenas había luz natural y además, bajo aquella condenada lluvia eso hubiera sido poco menos que imposible. ¡Fuera pues! Descarté rápidamente la idea y después de rumiarlo unos segundos decidí volver al escenario del accidente. Algo, no sé exactamente qué, me impulsaba a volver para comprobar qué puñetas había pasado allí; era absolutamente necesario, imperativo. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">La cuestión era: ¿había atropellado a Benjamín...? Pero si no era así y lo que a fin de cuentas atropellé fue una alimaña como en un principio pensé, entonces..., ¿dónde se había metido aquel gilipollas?</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Inicié la búsqueda circulando muy despacio, extremando al máximo la cautela y con los ojos bien abiertos para poder localizar el punto donde tuvo lugar el tropiezo; para no pasar de largo en definitiva. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Y es que la cosa estaba clara... No podía largarme con la duda, cómo si allí no hubiera sucedido nada. Debía verificar o descartar lo que hasta ese momento era una simple sospecha. Pero lo cierto es que iba a tientas y necesitaba alguna referencia, algo que me situase en medio de aquel galimatías... Entonces recordé que al frenar tras del atropello y mirar por el retrovisor, me pareció ver un panel informativo verde. Aunque tampoco estaba demasiado seguro… El atropello… Pero si sólo lo rocé... ¡Apenas eso!</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Por fortuna la carretera continuaba absolutamente desierta y no había cubierto aún ni un kilómetro de busca cuando la lluvia —otra vez la mano del destino— cedió súbitamente en su furia hasta quedar en una inofensiva llovizna. E inmediatamente después, como si un maestro titiritero manejara el tempo de la acción oculto tras las bambalinas, un fuerte viento de tramontana limpió el cielo, que pasó del gris carbón al gris a secas. Y si bien es verdad que la visibilidad apenas mejoró, lo cierto es que a partir de aquel momento la situación mejoró y las cosas resultaron bastante más fáciles.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Todavía me cuesta entender porque suspiré de alivio cuando pocos minutos más tarde pude localizarlo medio-oculto en la penumbra, porque encontrarlo y confirmar mis sospechas venía a ser lo mismo.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Allí estaba... Por fin… Caminando vacilante a no más de un centenar de metros del panel informativo que recordaba...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">No sé qué podía esperar yo en realidad pero al poco de verlo no pude evitar que me invadiera una profunda decepción. ¿Es que tal vez..., hubiera preferido encontrarlo muerto...? </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">He pensado largamente en esta posibilidad y no, no podía tratase de eso porque la última ratio de la venganza consiste en ser un acto consciente de voluntad en primer lugar, y en ser fuente o causa directa de infortunio, además.<span> </span>De lo que no había duda es que este no era el caso porque allí fallaba la primera premisa. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">No sé; a veces pienso que el desencanto me lo provocó descubrir que las cosas iban a ser demasiado fáciles porque la presa estaba ya vencida de antemano. Sí...; posiblemente fue eso.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;"><br />
6</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">El resplandor de las luces hizo que Benjamín se girara excitado y comenzara a hacer aspavientos nerviosos con un brazo. Era obvio que se alegraba, pero el muy lerdo no tuvo otra ocurrencia que demostrarlo brincando todo lo torpemente que pudo, ofreciendo una imagen cómica y patética a la vez. Dios mío…, ¡parecía un espantapájaros! Avancé suavemente, sin perderlo de vista en ningún momento hasta detenerme poco antes de llegar a su altura, al otro lado de la carretera; y con los faros encendidos y los pilotos de emergencia parpadeando salí del coche con la primera intención de socorrerlo... Pero me quedé plantado junto a la puerta sin saber porqué…</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">En aquel momento crucial de mi vida aún ignoraba que la venganza..., no el anhelo de venganza ni tampoco la causa que le sirve de alimento sino el hecho vengativo en sí..., puede llegar a ser el catalizador de un complejo proceso de transformación que se produce sólo en contadas ocasiones y que exige algo más que determinación en todo aquél que lo experimenta. Aquella pulsión fue sólo el primer paso de un camino difícil, retorcido, que no todo el mundo está en situación de poder recorrer hasta el final. Sin embargo, en aquel instante y con Benjamín mudo y cabizbajo delante de mí, aún estaba lejos de sospechar hasta dónde podría llevarme.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Y no fue una lucha fácil, no. No olvido las dudas, las objeciones morales, los temores que se abalanzaron sobre mí como bestias salvajes con el único propósito de apocarme, de debilitar mi ansia de venganza, de emborronarla en definitiva...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Pero al fin vencí a los demonios interiores, aquéllos que se nutren con lo mejor de tu dignidad y que no cesan de roer los cimientos de tu orgullo hasta conseguir demolerlo por completo. Era mi derecho, un derecho natural, genuino...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Aquello me abrió los ojos de una sacudida; descubrí que hay romper con todos y cada uno de los estándares morales perversos que como una pesada losa, aplastan la libertad de los individuos. ¡Absolutamente con todos! </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Se nos ha educado secularmente para soportar con docilidad los pisotones de los poderosos, sus escupitajos; para tolerar sumisamente los abusos y el daño que nos infringen día sí y día también; para aceptar con resignación las crueldades más salvajes ya sea en cabeza ajena o en costillar propio, que lo mismo da. La resignación..., esa criminal entelequia que algunos interesados adjetivan de las más variadas formas, ¿qué es en realidad, sino el narcótico de la conciencia de los débiles, el veneno de su dignidad?</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Desde la más tierna infancia no dejan de estrujarnos el cerebro sin misericordia y no cesan de pervertirnos la razón hasta conseguir que ofrezcamos sistemáticamente la otra mejilla. Y es que no les basta con clavárnosla hasta la empuñadura..., además exigen que perdonemos primero y que olvidemos después. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Perdonar, sí señor, ésta es la palabra, la idea taumatúrgica, el engaño cósmico. Pon la otra mejilla chico..., te cuchichean al oído una y mil veces los santones del orden instituido, aquellas almas miserables en cuyas manos confían tu educación cuando eres niño. Y si dejas de hacer caso porque la vida se ha encargado ya de mostrarte el camino y has aprendido a correr como un perro apaleado que huye con sólo ver la zapatilla, no te preocupes, tampoco pasa nada porque el tiempo lo cura todo. El tiempo, claro; el tiempo…</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Cuatro años de tortura bajo la bota de aquel cabrón y seis años de amargo resentimiento, de rencor, a veces de locura... Demasiado tiempo. Demasiada amargura. ¿Debía renunciar a aquella oportunidad, así, simplemente por las buenas…? ¿Para acallar la conciencia de quién? ¿La mía...? Y yo me pregunto… ¿qué es mi conciencia, sino mi conveniencia?</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">La impunidad; ésta es la piedra angular sobre la que se construye cualquier sistema de relaciones sociales en nuestros días; de relaciones verticales en realidad. La fortaleza y el éxito social de los individuos se miden por su capacidad para transgredir los códigos y salir impunes, airosos. ¡Siempre triunfantes! </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Los miserables, los llamados pobres de espíritu, los mansos, los que lloran y los que tienen hambre... aquella legión de bienaventurados para quienes el botarate de Mateo reclamaba ni más ni menos que el reino de los cielos, no tienen posibilidad alguna de salir adelante. Y menos aún de vivir con dignidad o de conocer siquiera lo que eso significa. Son meras piezas sin valor, peones en el gran juego de la vida al servicio de torres y alfiles... Y todos ellos prescindibles a capricho de la reina. Eso sí, todos buenos cristianos..., por si las moscas.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Bueno... ¿Y qué decir del hijo de puta que empapaba el asiento y las alfombrillas del mi Audi...? Pues que no era más un triste caballo en mis manos, un caballo negro desamparado cuando allí y en aquel glorioso momento yo era la poderosa reina blanca. Un caballo... ¿Qué digo? Una mula calva con un culo descomunal...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;"><br />
7</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;">Era mi derecho; haría un uso legítimo y en mi pequeño universo las cosas volverían por fin a su lugar. El destino había querido que la inercia vital de Benjamín se desvaneciera esa misma noche. Las reglas del juego son así y, cómo decíamos al principio, ¿qué razón hay para darle más vueltas al asunto? Muchas veces, que las obras más importantes no queden empantanadas depende de una minúscula esquirla en el zapato del más insignificante de los jornaleros.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-77212763985927451152009-11-19T00:39:00.010+01:002011-08-09T16:33:04.335+02:00Gente que te cagas (cuento?)<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Wenceslao tiene la culpa. No le deis más vueltas al asunto porque es perder el tiempo. Él, justamente él estuvo un buen rato junto al banco donde la vieron por última vez. Él estaba allí mientras esperaba el autobús; me lo dijo el propio Wenceslao. Me dijo que la niña jugaba en el banco con el osito de trapo, el osito que encontraron en la papelera... Ya sabéis... el osito. El muy cabrón la vio sola y no hizo nada. Llegó su autobús y hala... Sí, me lo comentó él mismo, el propio Wenceslao y me lo soltó como si hiciera una gracia. Ya os digo, la vio y no hizo nada... </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Sí... para mí un café con leche y un croissant... Y con la leche muy cliente por favor... Como si hiciera una gracia, ¿podéis creerlo? Yo no puedo con la gente así. Los tipos como Wenceslao me revientan; es que no los soporto... </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">¿A estas horas y pides una cerveza...? Pero hombre, Jaime... En fin, tú mismo... Aquella mañana supe que pasaba algo nada más verlo entrar. Con verlo tuve bastante. Tenía esa cara..., esa sonrisita... Bueno, ¿que os voy a explicar a vosotros...? Sabéis muy bien lo que quiero decir. Todo el mundo conoce la cara que pone Wenceslao cuando la caga, ¿verdad? Estoy seguro que en cuanto lo sepa la policía lo interrogarán. Es cuestión de tiempo. Sé muy bien de lo que hablo. Eso si no lo detienen porque lo de Wenceslao no tiene nombre. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Porque..., vamos a ver... ¿Qué hubiera hecho cualquiera de nosotros si se encuentra con una cosa así? ¿Eh...? ¿Tengo o no tengo razón...? Pero es que la gente es la hostia; nadie mueve un dedo si no es en su propio beneficio, ¡nadie! ¿No os pasa lo mismo a vosotros...? ¿No sentís vergüenza ajena...? </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">¡Joder, que asco! ¡Esto está tibio...! ¡Camarero...! Por favor... Es el café con leche...; lo he pedido muy caliente y está templado. Me gusta muy caliente, ¿lo podrían calentar un poco, por favor? Gracias... </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">A ver; yo me pregunto... ¿Cómo pudo estar junto a la niña y no hacer nada? Porque la cosa estaba muy clara. Imaginaos que sois vosotros, los que os encontráis en aquella situación..., ¿qué hacéis, eh? ¿Qué hacéis...? </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">No Andrés, no digas nada, es una pregunta retórica, tío. Es cómo afirmar algo, Andrés; se dice así porque sabes que los que te escuchan están más o menos en tu onda. ¡Que te entienden, vaya...! Bueno, calla y déjame acabar... ¿Por dónde iba...? Ah, sí, ya sé... </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Ahora todo el mundo piensa en la madre de la niña. Que si fue negligente, que si patatín, que si patatán... Yo soy padre; y tú, y tú también... Tú no, Andrés, pero en cuanto lo seas sabrás de lo que hablo. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">¿Es que vosotros no habéis perdido de vista a vuestros hijos alguna vez cuando los lleváis de paseo? En el parque, por ejemplo... ¿No os ha pasado alguna vez que levantáis los ojos del periódico y veis que vuestro hijo se ha salido del corralito? Es que hay que ver cómo son esos cabroncillos; no se están quietos ni un momento. Hay que estar en ellos, claro, pero lo hagas como lo hagas alguna vez se te escabullen. Son como anguilas, ¿tengo o no tengo razón? </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Ahora todo el mundo apunta a la madre. Es lo más fácil, lo más cómodo, pero nadie piensa que la pobre ya tiene su calvario. Señalarla con el dedo es injusto. ¿La habéis visto por televisión? Habéis visto cómo lloraba, la desdichada? Ponía los pelos de punta... </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Aunque..., si lo miras bien... También es verdad que esta gente... Porque la madre es rumana, ¿verdad? Yo no soy racista, que conste, pero todo el mundo sabe que no te puedes fiar de los rumanos; a la que pueden te la juegan. Son como gitanos. Vamos, ¡es que son gitanos! </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Esa gente tiene otros valores; no han tenido una educación... De acuerdo, de auerdo...; la madre tenía que cuidar otros tres hijos pequeños, pero... ¿Y el padre, eh...? ¿Dónde estaba el padre mientras su hija se extraviaba y caía en las manos de esos pedófilos, o de lo que sea que le haya podido pasar a la pobre niñita? ¡Hombreee! </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Es que ya no sé donde iremos a parar con tanto maricón suelto y tanto pedófilo por las calles. Vamos a tener que llevar amarrados a nuestros hijos y ni así estarán nunca seguros. ¿Dónde está la policía cuando la necesitas, dónde...? Se pasan el día poniéndote multas en lugar de perseguir a los delincuentes como es su obligación. </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Y es que en estos últimos años nos está llegando una gente que te cagas... Las carreteras llenas de putas y hay barrios dónde ya no puedes ni acercarte con tanto moro y tanto negro. Y ahora, además, los chinos... ¿Y qué me decís de todos esos indios cabezones y retacos que nos llegan de Bolivia o de Colombia, o ves a saber de dónde...? </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">La culpa la tiene el Gobierno, que no hace nada. Y es que este país ya no es serio. Dicen que no podemos estirar más el brazo que la manga, que la Seguridad Social se arruina... Y mientras tanto venga a llegar gente y el Gobierno mirando hacia otro lado. Y en cuanto llegan, no falla, ¡todos al médico! ¿Habéis visto cómo están la consultas en los ambulatorios? ¿Lo habéis visto...? Y es que ya no puedes ni ponerte enfermo. Vas el médico y la consulta está llena de marroquíes y sudacas. ¡Sieeempre están enfermos! ¿Os habéis dado cuenta? Siempre enfermos. Claro; ¿así cómo queréis que la Seguridad Social aguante...? </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Y mirad, mirad los colegios... Allí dónde hay emigrantes la educación se va a la mierda y los padres tenemos que sacar a nuestros hijos si queremos que reciban una educación como Dios manda. Todo se va a la mierda y el Gobierno de brazos cruzados. ¡Mierda de Gobierno! </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Pero..., ¿no es Wenceslao, el que acaba de entrar? ¡Joder, son casi las diez...! Me vais a tener que perdonar pero es que debo acabar un asunto antes de las once y se me hace tarde. Oye Jaime, majo, págame el café y hacemos cuentas arriba, ¿vale? Hazme ese favor hombre. Venga; hasta luego. Ya me diréis algo para ir a comer.</span></div>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-34440667661996270142009-10-30T00:28:00.032+01:002011-08-09T16:34:00.414+02:00Aurora, a pesar de todo (cuento)<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="CA" style="font-family: Georgia;">Pasadas las diez y media de la noche y completamente agotada, Aurora abandona la escuela municipal dónde cada día cumple media jornada laboral como limpiadora. Aunque trabaja en este centro desde hace varios años, Aurora no es empleada municipal; lo es de una empresa de servicios subcontratada por otra empresa de servicios cuya gerente no es otra que la mujer del concejal de participación ciudadana del Ayuntamiento. Por las mañanas hace algunas casas y por la tarde la escuela. Esa y poco más es su vida y entre todo apenas llega a los mil euros a final de mes.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="CA" style="font-family: Georgia;"><br />
Aurora es medio gitana y al ser hija de paya nunca le hicieron mucho caso ni unos, ni otros. Tiene ya 46 años aunque aparenta bastantes más y hace una eternidad que se encuentra sola; su hombre la dejó por otra cuando no había cumplido aún los 25. Con la depresión que siguió al abandono perdió más de treinta quilos, pero ni por estas volvió su Ramón del alma, del que no ha vuelto a saber nada desde entonces. A pesar de todo en el corazón de Aurora nunca hubo hueco para otro ni pensamiento que no fuera para él. Ni en su cama…, donde cada noche ahoga su soledad en lágrimas hasta rendirse al sueño de puro agotamiento. Aurora..., las fantasías más humildes y las más profundas amarguras te acunan hasta el alba sin que tú lo sepas.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="CA" style="font-family: Georgia;"><br />
Aurora tiene un hijo, Jonás, Jonasito de su vida, que hace mucho tiempo que la ignora; 27 años tiene el chico y está como todos los jóvenes del barrio: sin trabajo y sin expectativas. De hecho, Jonasito no ha trabajado nunca más allá de dos meses seguidos. Es un chico particular, Jonasito; le cuesta adaptarse y no tolera estar entre cuatro paredes: se ahoga. Ha intentado trabajar en la construcción, lo ha intentado pero es muy duro y la disciplina nunca fue lo suyo. Ni la paciencia. El muchacho no suele aparecer por casa sino de vez en cuando y además tiene por costumbre entrar y salir a deshoras, de forma que su madre ni siquiera tiene ocasión de verlo si no es durante un suspiro y siempre, qué le vamos a hacer, para soltarle algunos euros que Jonás, pobre chico, suele agradecer con un, “¿y qué quieres que haga yo con esto?” Pero no hay problema porque Jonasito se busca la vida y no parece que la penuria de su madre le afecte lo más mínimo.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="CA" style="font-family: Georgia;"><br />
Las once a punto de caer y Aurora camina de vuelta a casa con paso lento y cansino; las plantas de los pies ardiendo y las piernas hinchadas, su pan de cada día. Y la mente…, abatida, emborronada, ausente... Aurora, corazón vacante, ojos azules, hermosos y siempre brillantes. A este paso no llegarás antes de media hora pero, qué importa: nadie te espera. En cuanto pongas el pie en casa encenderás la estufa de butano, luego abrirás una lata de atún o quizá aproveches los restos de la verdura de ayer; después te sentarás sonámbula ante la tele. El ritual antes del vaso de leche y la cama. Aurora...</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="CA" style="font-family: Georgia;"><br />
Ya falta poco... Aurora ha dejado atrás la Devesa e inicia la travesía del puente sobre el Ter. El camino ahora está despejado y a lo lejos puede ver el edificio de seis plantas del Patronato, donde vive hace más de quince años. Las noches de invierno siempre sopla un aire frío y cortante por aquí y hoy no es la excepción; los coches son escasos, huidizos, fantasmales... La desolación se deja notar en este lugar más que en ningún otro rincón de la ciudad y Aurora camina cada vez más lentamente hasta detenerse por fin a medio camino sobre el puente. ¿Estás cansada, verdad...? </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="CA" style="font-family: Georgia;">Pero no, Aurora no está cansada sino harta y harta se girará cara al viento y apoyará los codos en la barandilla y se llevará las manos primero a la frente y después a los ojos y... El tiempo de un callado lamento antes de encaramarse por la baranda y precipitarse puente abajo. Pero el golpe no será fatal; se romperá el cuello e inconsciente y malherida acabará ahogándose de madrugada en las raquíticas aguas del río. Nadie, ni en el trabajo ni en casa la va a echar en falta y semioculta entre agua turbia y maleza su cuerpo probablemente no sea descubierto hasta pasados varios días. Pero, ¿qué más da? Es el sueño eterno, Aurora, y hay que aprovecharlo.</span></div>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-80690432188307138562009-10-27T23:05:00.027+01:002011-08-09T16:34:32.933+02:00El paréntesis (cuenta)<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="CA" style="font-family: Georgia;">Juan y Narciso nacieron el mismo año; el primero vio la luz nada más entrar la primavera y el otro llegó con los calores estivales. Se conocieron mientras hacían cola ante el Centro de Movilización y Reclutamiento de Barcelona en espera de recibir el petate y la carta de viaje preceptivos. Una semana después ambos iniciarían un lento peregrinaje hasta el Centro de Instrucción a bordo de un largo y destartalado tren con asientos de madera tan duros como sucios; fueron destinados a Cartagena, a la Infantería de Marina, donde habrían de pasar dos largos años de sus vidas. Nunca fueron verdaderos amigos aunque coincidieron en mil borracheras y en un millón de guardias; alguna tarde de sábado, incluso, llegaron a soportar juntos el desdén por los uniformes que anida en la mirada de las jóvenes del lugar. También compartieron el vino y el queso de otros infantes de marina y con ellos, los canutos propios. Hedor a alcohol, humo y ropa usada, sonrisas embriagadas e inocuas siempre y por las mañanas alaridos bravucones de patriotas inestables, peligrosos, de a tres galones por bocamanga. Llegado el momento fueron licenciados y sus caminos jamás volvieron a cruzarse. Hoy, 52 años después, Juan y Narciso han desparecido. Uno tuvo una vida larga y prolífica. El otro no. Ambos murieron un mismo día y en el mismo instante fueron olvidados.</span></div><span lang="CA" style="font-family: Georgia; font-size: 12pt;"></span><span lang="CA" style="font-family: Georgia; font-size: 12pt;"></span>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-4157668492503678822009-09-01T23:18:00.032+02:002011-08-09T16:35:10.323+02:00El desencanto (fragmento de "Rodez")<link href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5Cusuari%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtml1%5C01%5Cclip_filelist.xml" rel="File-List"></link><style>
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<span lang="ES-TRAD"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"> </span></span>
<span lang="ES-TRAD"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"> </span></span>
<span lang="ES-TRAD"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"> </span></span>
<span lang="ES-TRAD"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"> </span></span>
<span lang="ES-TRAD"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"> </span></span> <span lang="ES-TRAD"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"> </span></span>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Nada es para
siempre, ¿no es eso lo que se suele decir? Y por lo demás, son tan pocas las
cosas verdaderamente extraordinarias que conservan indefinidamente esa
cualidad... Todo..., las sensaciones y las emociones incluso... Todo acaba convirtiéndose
en algo rutinario después de un tiempo y de haberse experimentado repetidas
veces. </span><span lang="ES-TRAD"> </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Pero la rutina no es más
que el preludio del aburrimiento... Del desencanto en realidad. Y lo peor de
esto último es que no puedes liberarte fácilmente de las servidumbres que se
van creando a medida que trillas el camino...</span><span lang="ES-TRAD"> </span><span lang="CA"></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Más de una
vez me he preguntado si habrá cosas peores que la rutina...; y haberlas ya lo
creo que las hay, pero... ¿mejora eso las cosas...? No, yo creo que no, porque
cuando te aqueja un dolor de cabeza de mil demonios, ¿acaso te alivia saber que
tu vecino sufre un tumor cerebral...? Sólo un idiota encontraría consuelo en
algo así.</span><span lang="ES-TRAD"> </span><span lang="CA"></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Cuando era
adolescente y pasaba las vacaciones de verano en mi pueblo tuve un buen amigo
—Agustín, se llamaba—, del que aprendí algo muy importante sobre la rutina en
general y sobre su rémora, que como antes decía no es otra cosa que el
aburrimiento. </span><span lang="ES-TRAD"> </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Muchos de aquellos días,
cuando todo el mundo descansaba después de la comida y el pueblo entero se
sumía en una quietud y un silencio como jamás he conocido en ningún otro lugar,
solía ir a su casa para hacer cualquier cosa con tal de entretenerme y
sobrellevar mejor la abulia que me asaltaba cada tarde hasta bien entradas las
ocho; que de eso se trataba al fin y al cabo.</span><span lang="ES-TRAD"> </span><span lang="CA"></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Agustín
tocaba la guitarra y a menudo me lo encontraba sentado en el tranquillo de la
puerta que abría su casa al patio, bajo la parra, ensayando algunos acordes o
tocando algo de los Beatles. Recuerdo que lo hacia rozando apenas las cuerdas
con las yemas de los dedos para no molestar a nadie ya que cualquiera que
tuviera dos dedos de frente, algo que por supuesto no nos incluía a nosotros,
no hacía en ese momento otra cosa que no fuera la siesta.</span><span lang="ES-TRAD"> </span><span lang="CA"></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Después de
recorrer bajo un sol de justicia la distancia que separaba su casa de la mía,
acostumbraba a entrar por el <i>chambao</i> y desde allí llegaba al patio. Si
era el caso y en efecto lo sorprendía con la guitarra en las manos, me limitaba
a coger un pequeño taburete de madera y sin apenas pronunciar palabra me
sentaba frente a él. Y lo miraba..., porque más que prestar atención a la
música lo que yo hacía en realidad era observar sus gestos, sus movimientos
pausados mientras dejaba volar mi imaginación hacia cualquier lugar… Sólo a
veces y en todo caso como fondo a mis pensamientos, prestaba atención a lo que
realmente hacía Agustín; a sus acordes... </span><i><span lang="EN-GB" style="font-family: Georgia;">Michelle, my belle... Sont
des mots qui vont très bien ensemble..., Très bien ensemble...</span></i><span lang="EN-GB"> </span><span lang="CA"></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Mis tardes
allí... podría decirse mi vida en realidad..., eran planas..., tan simples como
un abecedario de tres letras. Era una vida libre de complicaciones que se
desenvolvía sin prisa..., a paso de tortuga. </span><span lang="ES-TRAD"> </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">En aquel
estado de cosas a nadie sorprenderá que casi cada tarde y antes de que pudiera
darme cuenta, acabara sumido en un letargo tan aplatanado como bobalicón, en
una especie de..., de nirvana para majaderos. Nunca me ha dado por calcular
cuánto tiempo llegaba a permanecer en ese estado, aunque estoy convencido de
que era bastante más de lo que cualquiera hubiera considerado prudente, o
normal.</span><span lang="ES-TRAD"> </span><span lang="CA"></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Una de
aquellas plomizas tardes, no sé cómo reuní el ánimo suficiente para preguntarle
a Agustín: <i>oye, ¿es que tú no te aburres nunca...?</i> Y él, con toda la
parsimonia de la que era capaz, acabó unos acordes y sin levantar la cara de la
guitarra sentenció: <i>no.</i></span><span lang="ES-TRAD"> </span><span lang="CA"></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Tras lo
dicho el escenario no sufrió cambio alguno; al fin y al cabo allí no había
pasado nada relevante; de hecho jamás pasaba nada relevante. Él, al menos en
apariencia, continuaba concentrado en la guitarra y yo permanecía callado, como
siempre, medio idiotizado por una perdiz abotagada que se me antojaba enorme
por estar encerrada en una jaula de madera demasiado pequeña para el tamaño del
animal. Sin embargo, pasado un buen rato y cuando ya me había olvidado por
completo de la pregunta, Agustín, sin mirarme, soltó: <i>no me aburro nunca
porque siempre sé lo que tengo que hacer...</i></span><span lang="ES-TRAD"> </span><span lang="CA"></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">¿...?
Después de darle vueltas y más vueltas —ignoro si por la blandenguería mental
que me provocaba el asfixiante calor o simplemente por mis escasas luces—, pude
desentrañar al fin lo que en un principio me sonó a proverbio de rimbombancias
confucianas..., y es que saber siempre lo que tienes que hacer no significa que
siempre tengas que hacer algo.</span><span lang="ES-TRAD"> </span><span lang="CA"></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Era un buen
tipo, aquel Agustín; llegué a apreciarlo sinceramente y quizá la razón deba
buscarla en que era hombre de pocas palabras, una virtud nada común. Ha pasado
mucho tiempo de aquello y la vida se ha encargado de ir matizando las cosas, de
adelgazar algunos significados y engordar otros, de descolorar convicciones...
De hacernos más viejos en definitiva.</span><span lang="ES-TRAD"> </span><span lang="CA"></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">A pesar de
los pesares cuando se viene haciendo algo una vez y otra desde hace mucho,
mucho tiempo, y sabes que mañana las cosas serán más o menos la mismas, ¿quién
es el guapo que podría reprocharte que te invada un aburrimiento de solemnidad
y que con el desencanto subsiguiente pierdas todo interés en el asunto?</span><span lang="ES-TRAD"> </span><span lang="CA"></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Jodida
rutina... cualquier cosa, cualquier satisfacción que pueda ofrecer la vida
acaba de ese modo a poco que se le meta mano algo más de la cuenta...</span></div>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-17167467720357026842009-02-19T22:42:00.018+01:002011-08-09T16:35:42.677+02:00Altos vuelos, bajas pasiones (cuento)<div align="left"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">1. Jordi Bagueta lleva una existencia normal, casi anodina; podría decirse que responde punto por punto al prototipo de hombre corriente en cualquier aspecto de eso que algunos han convenido en llamar, un estilo de vida acomodado y burgués. Sin embargo no hay que dejarse engañar por las apariencias porque lo cierto es que algunas peculiaridades de su carácter le confieren... Cómo explicarlo... Sí, le confieren cierta singularidad. Y para muestra un botón: acaba de cumplir los cuarenta y cuatro y aunque resulte difícil de creer se dispone a subir a un avión por primera vez en su vida.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Nuestro hombre padece una fobia irrefrenable a volar pero esta vez no ha habido manera de evitarlo. Deberá ir a Rabat para entrevistarse con un alto funcionario del Ministerio de Comercio con objeto de allanar el camino a la introducción en el mercado marroquí de una línea completa de productos de su empresa. Jordi ocupa un puesto medio en el staff de la misma; es subdirector comercial y esto le obliga a viajar con relativa frecuencia, aunque nunca, hasta el presente, se había visto en una situación tan comprometida. Como responsable del mercado nacional sus viajes acaban siempre en algún punto de la península, de manera que en función de la distancia opta por desplazarse en tren o en su propio coche. Jamás en avión. Sin embargo ahora, con el director comercial indispuesto, no le quedará más remedio que hacer de tripas corazón y afrontar este viaje a la capital marroquí.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
En cuanto supo que debería substituir a su superior jerárquico Jordi supo lo que significa que te caiga el mundo encima. Fue hace tres días y en honor a la verdad no le dejaron escapatoria. Imposible negarse; ¿cómo arriesgarse, en una situación de crisis como la actual? En la empresa no lo entenderían y, vaya usted a saber..., a lo peor esto les daba pie a pensar en otro para reemplazarlo. Y es que a su edad sería suicida asumir cualquier riesgo que amenace su futuro profesional, por mínimo que fuera. <i>¡Joder! Menudo cabrón, el director comercial. Cuando hay que ir a Bruselas, a Londres o a Ginebra siempre está dispuesto a hacer la maleta. Pero claro, ahora hay que ir a Rabat y por lo visto el señor director comercial se encuentra delicado de salud. ¡Qué casualidad! Rabat no tiene glamour, supongo. Y él sabe perfectamente que yo odio volar; que nunca lo hago. Grandísimo hijo de puta. Ya sabía yo que un día u otro me la jugaría. No le caigo bien. El año pasado tuvo el feo detalle de comentarle al director general mi asuntillo con aquella chica de contabilidad. ¿Qué pretendía? Soy soltero, y además, aunque no lo fuera, ¿qué puñetas le importa a él lo que pueda hacer yo en mi vida privada? Todos esos mierdas del Opus son iguales. Y este es de los peores; sólo se aleja del tufo de las sotanas para meneársela a solas o para irse de putas. Y lo mejor es que el muy cretino piensa que los demás somos tontos y nos chupamos el dedo. Cómo siga jodiéndome, un día de estos llamo anónimamente a su mujer y se lo cuento todo. Ahora debe estar disfrutando de la situación; seguro que sí.</i></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
</span></i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Lo cierto es que Jordi se siente aterrorizado. Desde que sabe que tiene que ir a Rabat apenas pega ojo y con tanta infusión relajante lleva ya dos días con el estomago revuelto. Apenas pasan unos minutos de las ocho de la mañana y la espera en el hall del aeropuerto se le está haciendo interminable. No entiende que si el vuelo está programado para las nueve y media haya que estar tres horas antes en el aeropuerto. Jordi, la gabardina cuidadosamente doblada reposando en su antebrazo izquierdo y su mano derecha sujetando el portafolio, entra por tercera vez en los servicios. <i>¿Será posible? ¿Por qué habrá que madrugar tanto? Es algo totalmente estúpido, innecesario. Llegas, facturas la maletita y ¡hala! Jódete en la sala de espera durante más de dos horas... Y ahora no puedo dejar las infusiones relajantes y pasarme al café; después de una noche en blanco y tanta tila sólo me falta un apretón en medio de un ataque de nervios. Y esta es la tercera vez que meo en... en menos de una hora.</i> Después de percatarse de que no hay nadie más en los retretes, Jordi deja el maletín sobre el primer lavabo que encuentra seco y se dispone a aliviarse en el urinario más próximo, sin perderlo de vista, alzando y echando hacia atrás el brazo que sostiene la gabardina para evitar cualquier accidente. Manejando con una sola mano como un torero. Repitiendo maniobra por tercera vez con el gesto que corresponde a la soltura adquirida.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Jordi no entiende por qué tiene miedo a volar. Es algo irracional que le atenaza desde que tiene uso de razón. No se lo explica. Sus hermanos vuelan, volaban su padre y su madre, vuelan sus compañeros de trabajo, sus vecinos, sus amigos... Y él…, él se caga sólo de pensarlo. Lo peor es que sabe que volar es seguro y que no pasa nada. ¡Nada de nada! Lo sabe muy bien. Han sido tantas, las veces que se ha interrogado sobre este asunto, intentando fijar la idea en su cabeza a base de sentido común que a estas alturas encuentra absurdo volver una vez más sobre lo mismo. Tomará ese jodido avión y afrontará y superará cualquier resistencia. Lo hará y punto; pase lo que pase. ¡Y a la mierda lo demás! Debió adoptar esta actitud hace mucho tiempo. Recuerda, incluso, cómo llegó a ponerse en manos de un especialista hace ya varios años; aunque se rajó cuando debía llevar a la práctica lo aprendido sobre el papel. Ahora se arrepiente y se maldice por ello.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Fue saber que debía ir a Rabat y a Jordi le faltó tiempo para consultar a su médico. El doctor, un viejo amigo cansado de prestar oídos a sus manías, lo escuchó rutinaria y condescendientemente y acabó por recetarle unas pastillas que según dijo obran milagros. Sea como fuere, lo que de verdad necesita Jordi es relajarse y centrarse en pensamientos positivos, según palabras de su médico. Anoche, antes de irse a la cama, Jordi se tomó la primera pastilla y esta mañana, al alba, la segunda. El doctor insistió en que debía dejar un intervalo de al menos tres horas entre una toma y la siguiente, de modo que se tragará otro tranquilizante justo antes de embarcar. Y algo de mágicas deben tener porque se nota tan relajado físicamente que tiene la sensación de moverse al ralentí. Se siente sorprendentemente bien, aunque todo tiene su precio. Y es que la calma mecánica de sus movimientos y la insulsez de su rostro harían sospechar a cualquiera que nuestro hombre es idiota con solo echarle una ojeada. Por lo demás, la simplicidad de sus pensamientos ―joder, tengo la boca seca…; vaya, otra vez tengo ganas de mear…― no haría sino confirmar esta idea. Pero él no se deja engañar; sabe, y muy bien, que el miedo no se ha movido de ahí, de su cabeza.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
<br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">2. Son algo más de las ocho. Después de vagar cansinamente por la terminal, hace rato que Jordi se devana los sesos para encontrar algún pensamiento positivo en el que concentrarse sentado en una de las sillas que agrupadas en hileras, ocupan la parte central de la espaciosa y medio vacía sala de espera… Pero no le resulta fácil. <i>A ver</i>, se pregunta, <i>¿cómo alguien, que tiene terror a volar, encontraría algo positivo en qué pensar hallándose sentado en medio de un aeropuerto? Es como si vas paseando junto al mar y viendo que alguien se ahoga le aconsejaras que aguante la respiración. Menuda sandez.</i> Completamente absorto en sus cavilaciones sobre el peor consejo que había recibido en su vida, Jordi tarda un par de minutos en reparar en la mujer joven y atractiva que acaba de sentarse dos o tres hileras de asientos por delante, justo enfrente de él. Se trata de una mujer más alta de lo habitual, de no más de treinta años y piel dorada. Su aspecto es exótico y sugerente, viste con evidente buen gusto y lleva el cabello desaliñado a la última; rubio de bote, por supuesto. Tras un descarado repaso general los ojos de Jordi se detienen en sus labios y luego, despacito, van descendiendo hasta clavarse en un escote sobresaliente bajo cualquier punto de vista. <i>Rediós, bendita exuberancia</i>, piensa. <i>Está, como... ¡cómo está la puñetera...! ¿Lo ves?</i> se dice a sí mismo… <i>¡Esto sí que es positivo! ¿Cuándo…, cuándo fue la última vez que tuve una visión semejante?</i> La joven, que ni mucho menos es ajena al impacto que causa allá por dónde pasa, primero se dedica a observarlo discretamente y más tarde, ya sin disimulo alguno, cruza con él una mirada de ambiguo significado. Luego deja pasar un instante antes de levantarse perezosamente y encaminarse a la librería para perderse de vista inmediatamente después. Jordi ha quedado impresionado por esa mujer, tanto que durante la media hora siguiente se mantendrá completamente abstraído de su problema y del hecho de que en breve tendrá que subir a un avión y poner a prueba su entereza.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
La megafonía hace pública la primera llamada para el vuelo AM 804 con destino a Rabat, el suyo, y Jordi sale de su embeleso como si hubiera recibido un vaso de agua fría en plena cara. Puerta veintidós, parece que han dicho. Le falta tiempo para mirar su reloj; todavía quedan cuarenta y cinco minutos antes de que se abra el control pero aun así prefiere ponerse en la cola. De hecho, la va a encabezar. Para su sorpresa, las piernas le llevan hasta la puerta de embarque sin que su asustada cabeza oponga el mínimo reparo. Buen síntoma, desde luego. Pero se nota raro porque todo esto está lejos de ser normal. A decir verdad, es como si mente y cuerpo se hubieran desdoblado y anduvieran por vías distintas, paralelas pero distintas. El efecto de la pastilla sin duda; ¿qué podría ser, si no? Las maneras de Jordi se asemejan a las de un autómata; el miedo no lo paraliza y sus gestos están lejos de delatar la procesión que lleva por dentro. Viéndolo, cualquiera diría que Jordi ofrece la imagen impertérrita de un veterano coleccionista de millas. Por lo demás y para acabarlo de rematar, una contenida alegría, tan extravagante como postiza, tapona cualquier resquicio a las emociones evitando que sus aprensiones se desborden y arruinen su viaje de negocios.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Como era de esperar la cola va creciendo a medida que se aproxima el momento fatídico del embarque y Jordi tarda poco en sentirse incómodo. Él achaca la culpa a los miembros de la tripulación. Son siete y conforme han ido llegando se han ido concentrando ante la puerta de acceso al finger, a tan sólo un par de metros de donde se encuentra Jordi, formando primero uno y después dos grupitos que no han dejado de charlar y reír animadamente ante sus narices. Algo intolerable porque a su modo de ver nada hay, absolutamente nada, que justifique tamaña manifestación pública de regodeo. En su imaginario la tripulación de un avión siempre había sido gente seria, aguerrida y valiente. Y responsable, faltaría más. ¿Y qué es lo que se encuentra en el día de su estreno? <i>Dios del cielo, mi vida en manos de unos majaderos; esto no puede acabar bien, nada bien</i>, se le oirá murmurar repetidamente, cabizbajo; chistando mientras niega una y otra vez con la cabeza.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Consciente de que su incomodidad crece y crece por momentos, Jordi decide dar la espalda a los tripulantes con la nada disimulada intención de ignorarlos. A cambio, qué más da, quedará expuesto al pelotón de desconocidos que deberán acompañarlo en su desdichada aventura; quizá observándolos pueda encontrar razones que ahora no tiene para no ceder a la irracionalidad, piensa con buen tino. Entonces Jordi descubre una formación de medio centenar de personas, quizá más, entre las cuales identifica bastantes hombres de negocios con aspecto aburrido, como él mismo, todos uniformados. Mezcladas entre ellos encuentra ocho o diez parejas, casi todas de mediana edad y alguna con hijos adolescentes, y desdibujando la cola y armando más barullo de lo razonable puede ver también número indeterminado de jóvenes que vayan juntos o no, es prácticamente seguro que bajan al moro. Pero lo mejor es que allá, al fondo, rematando la cola, localizará a la maciza. Sí, es ella, inalterable, rodeada por tres o cuatro aspirantes que sonríen y deambulan a su alrededor como memos. Recordó entonces la mirada de la sala de espera y tras pensarlo un momento Jordi se decide a encararla desinhibidamente, ignorando las normas más elementales de cortesía. Pocos minutos después se pone encima de la lengua el tranquilizante de las nueve y tras humedecerlo lo mastica; está amargo.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
<br />
3. La hora de la verdad. Una amable y sonriente auxiliar le invita a pasar por un estrecho pasadizo artificial, pero Jordi no responde. A estas alturas es un pasmarote adornado por una estúpida sonrisa. A la vista de su desconcierto la azafata le arranca de la mano el pasaporte y la tarjeta de embarque. Luego, hechas las comprobaciones de rigor, introduce ambas cosas en el bolsillo de su americana y finalmente le empuja suavemente hacia delante, dejándolo sólo ante sus miedos. Lo que ocurrió no es difícil de explicar. Al escucharla Jordi se transformó y entró en trance, algo totalmente inédito para él. Experimentó una intensa sensación de aprensión, de temor receloso ante lo que intuyó como el principio de una catástrofe. Notó, y con toda crudeza, cómo su cabeza se enturbiaba hasta bloquearse por completo. Y claro, se aterró. Y a partir de ese momento apenas pudo hilvanar pensamiento alguno que no fuera el que había convertido en su lema de cabecera desde supo que debía viajar en avión: ¡la madre que parió al director comerciaaal! Sin embargo, lo más sorprendente fue que tras los primeros instantes de titubeo pudo comprobar maravillado cómo sus piernas y sus brazos respondían con admirable diligencia a cuantas instrucciones iba recibiendo. Fue algo extraordinario sin duda; insólito entre lo insólito. Jordi, sin tener plena consciencia de cuanto iba ocurriendo a su alrededor, pudo verse a sí mismo atravesando el pasadizo plegable agalbanado como un zombi, hasta llegar a la puerta del avión con una serenidad y una templanza dignas de encomio; prestadas desde luego, pero no por ello menos encomiables. Una experiencia realmente asombrosa y sin duda merecedora de ser documentada.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Jordi, apenas puesto el pie en el avión y preso aún de su aturdimiento, ve como un joven engominado sale a su encuentro exhibiendo unas maneras recargadas, casi decimonónicas, e insiste en acompañarlo hasta su asiento; luego le recoge la gabardina y el maletín para colocarlo todo en el compartimento para equipajes de mano, le ofrece algo que sin ser un cojín ni una almohada podría pasar por ambas cosas y, para acabar, le invita a ponerse cómodo.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Bueno; ya está. Ya ha llegado. A primera vista el aspecto de la cabina le recuerda al del tren de gran velocidad. Jordi viaja en primera clase y para empezar no se siente tan estrecho como había oído decir. Los asientos son amplios y cómodos y están colocados de dos en dos; a él le ha tocado ventanilla, en la sexta fila, a apenas un metro y medio del panel que separa la cabina del avión en dos clases. Todos los pasajeros de primera serán acomodados de manera similar y a continuación se dará paso a los de clase turista que, como siempre, entrarán en tropel. Para cuando esto ocurre Jordi es ya un pedrusco, quietecito en su butaca, la vista fija en el asiento delantero y las manos juntas sobre el regazo. Su cabeza se asemeja a una pecera sin peces y sin agua, y su mente es una lámina en blanco.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
<br />
4. <i>¡Hola!</i> Con más susto que sorpresa, Jordi gira instintivamente la cabeza y se encuentra con ella. <i>Hola</i>, responde con voz entrecortada aunque gratamente impresionado. <i>Dios, que vergüenza</i>, piensa al instante, fijando nuevamente sus ojos en la nada del asiento delantero. <i>Mecagüenlostia</i>, se lamenta. Para su desgracia ahora está experimentando la sensación inversa a sufrida hace un rato. Sus músculos, más que entumecidos cuajados, se niegan a responder a sus órdenes y al mismo tiempo no puede impedir que sus atropellados pensamientos se escapen del congelador y se pongan a trabajar febrilmente. <i>Mierda de pastilla</i>, insiste en lamentarse para sus adentros. <i>¿Qué tendrá que hacer en Rabat una mujer como ésta?</i> se pregunta. <i>Jodida pastilla</i>... Pero no hay tiempo para más; el discurso de hojalata del comandante interrumpe por igual cábalas y maldiciones y capta momentáneamente su atención. Anuncia el inminente despegue entre otros datos rutinarios y recuerda la obligatoriedad de abrocharse el cinturón. Esperando lo peor Jordi vuelve lentamente la cabeza hacia la ventanilla y ve con horror cómo el avión inicia la lenta carrera que le llevará a la pista de despegue. El alma se le hace añicos y ni siquiera es capaz de tragar saliva. Su reacción es inconsciente y sin reparar en nada ni en nadie se aferra a los brazos de la butaca y esconde el cuello entre los hombros, como una tortuga; luego pone los ojos en blanco, dobla levemente el torso, junta las rodillas y comienza a canturrear perceptiblemente. Empieza el calvario.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
La extravagante conducta de Jordi dejará perpleja a su vecina de asiento. <i>¿Qué le pasa a éste?</i> piensa nada más verlo, reparando de inmediato en el lado cómico de la misma. <i>Este tipo está cagado de miedo</i>, concluye. Y no va desencaminada en su diagnóstico porque lo menos hiriente que puede decirse de él en este momento es que parece un niño asustado. <i>Hola; holaaa</i>. Jordi duda algunos instantes pero picado por la curiosidad entreabre el ojo izquierdo y encuentra la mirada amigable de su vecina a apenas dos palmos de la cara. <i>Hola; ¿todo va bien? Me llamo Laura; soy brasileña, ¿sabes? Te veo algo apurado, ¿puedo ayudarte de alguna manera…? No, no hace falta, estoy bien. Algo tenso, es verdad, pero bien... Pues viéndote nadie lo diría</i>. Tomando consciencia de su ridiculez Jordi relaja algo los hombros y se decide a estirar el cuello poco a poco. Luego endereza la espalda y separa las rodillas..., pero no soltará los brazos de su butaca. Continuará agarrado como si de ello dependiera su vida. El avión acelera, ya en plena carrera de despegue, y aunque el ruido y la vibración se le hacen insoportables Jordi resiste la tentación de encogerse. Sin embargo su resistencia durará poco porque en cuanto el avión levanta el morro vuelve a arrugarse como un gusano y recurre de nuevo los canturreos.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
A pesar de todo Jordi no pierde interés por su guapa vecina y desde su forzada postura tarda poco en girar levemente la cabeza hacia ella, lo necesario para poder observarla de reojo… <i>¡Hostias, Pedrín</i>! exclama sorprendido. Y es que lo que ve le deja de pasta de boniato. Laura, tiesa en el asiento y la cabeza levemente inclinada hacia atrás, se sujeta firmemente los senos con ambas manos. Si el desasosiego de Jordi no era ya suficientemente intenso, la perturbadora imagen de su vecina le confunde todavía más. Desconcertado, cierra nuevamente los ojos no dando crédito a lo visto. <i>Pero, ¿qué está haciendo?</i> se pregunta. <i>¿Por qué se coge las tetas...?</i> Los instantes de perplejidad que siguieron no hicieron sino multiplicar por mil el interés de Jordi por su inquietante compañera de asiento. Tanto que, olvidándose por completo de las buenas maneras, giró de nuevo la cabeza para observarla con más detenimiento, esta vez con descaro y sin complejo alguno. Sí, en efecto, no había sido una ensoñación causada por los tranquilizantes. La brasileña seguía a su lado bien agarrada a su prodigiosa delantera. La primera idea de Jordi fue pensar que quizá todas las mujeres que viajaban en avión hacían lo mismo; al fin y al cabo él carecía de experiencia en estos asuntos… <i>Pero, ¡qué idea tan absurda!</i> piensa inmediatamente. <i>¿Qué razón justificaría una conducta tan ridícula...?</i> Al sentirse observada Laura se gira hacia el mirón y viendo que éste no aparta la vista de su escote agita varias veces la mano abierta ante sus ojos y, sonriendo, le dice algo que Jordi, en su embeleso, no acierta a escuchar… <i>Perdón; lo siento. ¿Qué decías…?</i> se atreve finalmente a decir, levantando la mirada. <i>Que me las acabo de operar... ¿Cómo? ¿El qué…? Las tetas, hombre; me las acabo de operar. </i>Al escuchar las razones de Laura, Jordi queda atrapado en su estupefacción y no será capaz de decir ni pío. Se limitará a sonreír tímidamente y bajar la vista. Y cuando se gire hacia la ventanilla descubrirá maravillado que el avión flota sobre un mar de nubes. Después de todo lo cierto es que está volando y no se ha muerto de miedo. Es fantástico y todo se lo debe a la brasileña; a sus hermosas y operadas tetas, muy en particular.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
<br />
5. <i>Perdona lo de antes; no he querido ser grosero. Me llamo Jordi y lo creas o no este es mi primer viaje en avión. Se nota, ¿verdad…? Hombre; lo que se nota es que vas un poco asustado. </i>Laura responde sonriente al saludo que le ofrece su vecino de asiento y le estrecha la mano.<i> ¿Y cómo es eso…? ¿El qué…? Que esta sea la primera vez... ¡Ah! Claro. Es que tengo fobia a volar y hasta hoy ni lo había intentado... Vaya; eso tiene que ser jodido, y lo siento, porque debe limitarte mucho, ¿no…? Bueno, es verdad que me impide viajar lejos, pero ya estoy hecho a la idea... ¿Y cómo es que ahora estás aquí…? Por razones de trabajo; no he podido evitarlo. Estoy substituyendo al que en realidad se encarga de estos menesteres. Está enfermo, o al menos eso dice... ¿Y en qué trabajas…? Me ocupo de la distribución comercial en mi empresa, de la apertura y consolidación de nuevos mercados a escala nacional. En realidad no salgo casi nunca de España... Pues lo estás haciendo muy bien... ¿Cómo...? Volar. Parece que ya estás bien... ¡Buf! Nada de eso; estoy hecho un manojo de nervios. Tengo el estómago en los pies y tiemblo como un flan. Si no fuera por ti creo que me habría muerto de un ataque de pánico... ¿En serio? ¿Lo dices por mis tetas…? No, no, me refiero a tu compañía... Bueno, tus... han ayudado bastante, la verdad...</i> Laura estalla en una carcajada y dice<i>, mira, si te sirve de algo, a lo mejor yo puedo ayudarte a superar tus miedos... Sería estupendo y no sabes cómo te lo agradecería, ¿eres médico…? Nooo; soy modelo. Y actriz cuando se presenta la ocasión, aunque de momento sólo he hecho publicidad y alguna que otra aparición en televisión. Es una vida difícil, la competencia es salvaje y tengo que hacer lo que se presenta.</i> Diciendo esto Laura busca en su bolso y alarga a Jordi una elegante tarjeta:<i> “First Class International Escort; Barcelona-Paris-London”. </i>Jordi mira la cartulina sin entender exactamente lo que ofrece Laura.<i> ¿Es..., es tu agencia? </i>pregunta<i>. Sí; eso es, al menos por ahora, responde Laura. Si alguna vez necesitas compañía, llama y pregunta por mí</i>. Ahora está bastante más claro. Seguirá un largo silencio.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Sin advertirlo, la azafata viene a rescatar a Jordi de la consternación en la que se encuentra sumido desde hace un buen rato. <i>¿Café...?</i> pregunta rutinariamente. <i>¡Manzanilla! ¿Puede ser una manzanilla?</i> responde Jordi con impaciencia. <i>¿Una qué...?</i> vuelve a preguntar la joven marroquí. <i>Manzaniiilla, mujer</i>…, responde con evidente alteración de voz. <i>¿Cómo...? Camomille</i>, corregirá Laura. <i>¡Ah! Bien sur, madame</i>, agradeció la azafata mirando a Jordi con recelo. <i>Gracias... No hay de qué; estás algo nervioso, eso es todo, pero, ¿por qué tomas esa porquería…? Porque mi estómago no admitiría otra cosa. Creo que de esta no salgo.</i></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
La auxiliar volvió sosteniendo una bandeja con una tetera dorada y una pequeña taza de porcelana, acompañadas de un surtido de pastas parecidas a las de té y azúcar de varias clases; privilegio de viajar en primera. Laura aprovechará el momento y pedirá un simple expresso. Ambos se mantendrán en silencio hasta que la azafata vuelva con el café y continuarán del mismo modo mientras apuran sus bebidas, intercambiando miradas inexpresivas. Laura piensa que su vecino puede derrumbarse de un momento a otro. Está muy pálido y cada vez que deja descansar la taza sobre el platillo se produce un tintineo delator que no augura nada bueno. <i>¿Puedo hacerte una pregunta?</i> se atreve a decir Jordi con un agudo hilillo de voz que incluso a él deja sorprendido. <i>Claro que sí… ¿Tú también vas a Rabat por trabajo…? No; voy a descansar unos días. Tengo una amiga en Casablanca y voy a pasar una semana con ella mientras me repongo. Ya te he dicho que acabo de operarme… Sí, sí; ya me lo has dicho… No puedo trabajar así… Claro, claro; por supuesto... Es una parte muy importante de mi instrumental de trabajo, ¿comprendes...?</i> Tras unos segundos ambos estallarán en una relajante carcajada.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Sin embargo la tranquilidad de Jordi no se prolongará por más de un cuarto de hora antes de empezar a removerse nuevamente en el asiento, inquieto y asustado. Está sudando a ojos vista y muestra claros síntomas de ahogo. Laura le ayudará a aflojarse el nudo de la corbata y desabrocharse el botón del cuello de la camisa. Algo mejor, ahora. También le dirigirá el chorro de aire fresco del acondicionador y esto contribuirá a mejorar las cosas un poco más. Jordi parece que recupera el resuello, por fin. <i>¿Quieres que avise a la azafata…? No, déjalo, sólo son nervios; no quiero que nadie se preocupe, estoy bien. De verdad, estoy bien</i>, contesta abatiendo un poco el asiento y entornando los ojos. Dejará pasar unos minutos para que el ataque de ansiedad vaya remitiendo hasta lo soportable... Pasado ese tiempo quizá respire mucho más acompasadamente y pueda recordar entonces el consejo de su médico.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
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6. ¡<i>Dios...! ¿Es lo que creo...?</i> Tras el sobresalto inicial Jordi acucia los sentidos y se pone tenso. No se atreve a abrir los ojos. Laura, sólo puede ser ella, ¿le está acariciando la pierna? <i>Joder, ¿qué hace?</i> Piensa aceleradamente durante unos instantes. <i>Quizá debiera decirle algo, ¿no?</i> ¿Cómo tenía que reaccionar? ¿Qué podría esperarse de cualquiera en una situación como esta…? Demasiados interrogantes y ninguna respuesta lógica. Ofuscado completamente, Jordi opta por no hacer nada. No hará nada porque al fin y al cabo tampoco hay nada que hacer excepto decirle a Laura que pare y no es esto lo que él desea ni mucho menos. Además, tampoco está dispuesto a hacer semejante papelón por nada del mundo. Ella pensaría que es un idiota de remate, un desagradecido o algo peor: un estrecho. La dejaría hacer. Continuaría con los ojos cerrados y disfrutaría del momento salga el sol por Antequera.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Lo que acontece a continuación es… ¿Cómo explicarlo…? Bastante agradable... No, no, mucho más que eso; es sensacional. ¿Qué digo? Apasionante, es apasionante. Iniciado en el camino del nirvana de forma tan inopinada, Jordi pudo olvidarse completamente de su problema y hasta de dónde estaba. Laura, Dios bendiga al Brasil, pasaba lentamente su mano arriba y abajo recorriendo su pierna izquierda en todo lo que le alcanzaba el brazo sin necesidad de forzar el gesto. La subía por el interior del muslo hasta la ingle, alternando con rara habilidad el roce de sus uñas con una leve presión de las yemas de los dedos; luego bajaba la mano del mismo modo, ahora por encima de la pierna hasta llegar a la rodilla, y volvía a empezar. El resultado es relajante y sugestivo por igual… El tiempo no existe y Jordi, qué mejor lugar que entre las nubes, ha comenzado a creer en los milagros. ¡A la mierda las pastillas! piensa, eufórico. Cuando se lo explique a su médico no le creerá. Aunque también es verdad que del relajo inicial ahora parece galopar hacia un estado de excitación cada vez más elocuente. <i>Pensamientos positivos; ¡ja! ¡Yo diría que esto es mucho mejor que un pensamiento positivo!</i> La consecuencia no se hizo esperar; Jordi le deja a Laura cada vez menos muslo donde acariciar a cambio de ofrecerle una creciente alternativa y, lejos de inmutarse, la brasilera no tiene el menor reparo en aceptar el ofrecimiento y proseguir con su voluntaria y benéfica dádiva. Las caricias continuarán con algunas variantes hasta llevar a Jordi al borde del éxtasis, justo hasta el borde porque cuando la explosión de placer parece inminente Laura se detiene, toma una revista de la bolsa de su asiento delantero y se pone a hojearla con indolente parsimonia.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Desconcertado, Jordi esperará unos instantes sin saber qué hacer. <i>¿Ya está?</i> se pregunta. ¡Cuanta incertidumbre! Nunca, hasta este momento, se le había hecho el tiempo tan elástico. <i>¿Debo abrir ya los ojos? Y claro, tendré que decirle algo, ¿no? Mierda, ¿por qué habrá parado? ¿Se habrá molestado...? Pero, ¡si ha sido ella la que ha empezado...!</i> Si antes se sentía como un niño asustado ahora era un niño frustrado, y no está muy seguro de cual de las dos cosas es peor. Tras rumiar mil sentimientos de culpa Jordi se decide por lo más fácil; finge estar adormilado y se encierra en sus pensamientos durante un buen rato. Y no parecen muy positivos.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
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7. <i>¡Uuug!</i> Jordi deja escapar un sonido ronco y ahogado mientras se inclina bruscamente hacia delante con los ojos abiertos y desorbitados y los brazos cruzados bajo el abdomen. <i>Aaag..., creo que me ahogo,</i> llega a musitar con evidente dificultad. <i>Vamos hombre, que no es nada; tranquilo</i>, responde Laura con prontitud, intentando serenarlo. La reciente frustración sumada a sus miedos ancestrales lo habían sumergido hasta el cuello en un pozo de ansiedad y miseria moral. Quería morirse. Por fortuna para él, Laura se sintió conmovida y se inclinó levemente hacia su lado para sacudirle la espalda con suavidad; luego, por sorpresa, no tuvo inconveniente en volver a meter la mano en su entrepierna y susurrarle: <i>venga hombretón, que esto no es nada. Y mira... respóndeme a una pregunta, ¿serías capaz de decirme que esto no te relaja?</i> Dicho lo cual Laura le dio una palmadita en el muslo y retiró la mano. Jordi no necesitó palabras para contestar porque sus gestos hablaban por sí solos. ¡Por supuesto que le relajaba! Mucho más que eso. Visiblemente satisfecha con la respuesta obtenida, Laura sonrió como una niña traviesa y se acercó de nuevo a su oído para decirle: <i>Si te apetece, puedo encargarme de que tengas un viaje relajado y placentero. Me caes bien y me das un poquito de pena. Piénsatelo y me dices algo, ¿vale?</i></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
</span></i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Aún no había acabado Laura de hablar y una leve taquicardia vino a completar el largo catálogo de síntomas angustiosos padecidos por Jordi. <i>¿Qué quería decir?</i> piensa inmediatamente, olvidando de nuevo sus miserias. <i>A ver, ¿significa esto que se ofrece a acariciarme la pierna durante el viaje…? ¿Durante todo el viaje? ¡Menuda idea, joder! ¿Cómo no iba a gustarme una cosa así? Pero es absurdo… Me acabaré cansando y además, la verán. Tarde o temprano alguna de las azafatas se dará cuenta y me sentiré avergonzado. Bueno, alguna de las azafatas o cualquiera de los imbéciles de ahí al lado, que no dejan de mirarla. Sólo de pensar que la sorprenden tocándome el paquete… Pero no; no puede ser… ¿Seré idiota? ¿Cómo he podido pensar algo tan ridículo? Creo que voy un poco salido y desvarío. Seguro que se refería a otra cosa…</i> Jordi continuó entretenido en su monólogo interior por algunos minutos, completamente ausente de lo demás.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
<i>¿Bueno, qué dices...? ¿Qué…? ¿Que qué dices? ¿Te parece bien...? Lo siento Laura, pero es que no he entendido muy bien lo que me has dicho; ¿a qué te referías...? Muy fácil; te vienes al servicio conmigo y te la chupo durante un buen rato. Te dejaré tan relajado que olvidarás por completo tus preocupaciones por volar. Y sólo por doscientos... Y si es necesario vamos un par de veces; lo que haga falta. Doscientos cada vez… Harás el mejor viaje de tu vida. Piénsalo.</i></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
</span></i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Más claro el agua. Jordi se quedó mirando el techo del avión, meditabundo. Para empezar la idea le resulta de lo más interesante. Aunque, por otro lado, también es verdad que él nunca se ha visto en la necesidad de pagar por esta clase de servicios. Desconoce lo que es eso y no le hace ninguna gracia. Cuestión de principios; él no tiene nada contra las prostitutas, pero no respeta a los hombres que solicitan sus favores. Siempre creyó que es algo denigrante. En cualquier caso, piensa ahora, es posible que deba relativizar algo las cosas a la vista de la excepcional situación en qué se halla. Lo mejor, en vista de las circunstancias, será sopesar cuidadosamente los pros y contras de tan insólita como sugerente proposición. <i>Déjame pensarlo un ratito, ¿vale...?</i> le dijo a Laura. <i>No hay problema, tómate tu tiempo</i>..., contestó mientras se ajustaba los auriculares de su ipod.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Veamos, empezó a cavilar Jordi, muy a su manera. <i>Tengo a mi lado una evidencia empírica: esta brasileña está buenísima. Sólo un imbécil negaría esta verdad curvilínea cuasi-absoluta de ciento setenta y largos centímetros, capaz de despertar la pasión de un muerto sólo con un gesto. Y no nos engañemos; alguien así,</i> rumiaba ensimismado, <i>no te hace un ofrecimiento como este todos los días. Y poco importa que sea por dinero porque dudo mucho que esta mujer tenga necesidad alguna de los doscientos euros que pide</i>, concluyó mientras observaba cómo Laura mascaba chicle con la boca entreabierta, distraída en seguir con la cabeza la para él inaudible música que provenía del cacharrito rosa que sostenían sus manos. Se fijó en ellas; finas, dedos largos y delgados culminados por unas estilizadas uñas azul oscuro. ¿Cerámica? Jordi ancló la vista en aquellas manos y casi al instante se excitó rememorando los recientes instantes de placer y la terrible frustración subsiguiente. Pero, mejor cambiar de tema... Dando buena muestra de sentido común Jordi decidió cruzar la pierna izquierda sobre la derecha ante lo que podía haber sido una muestra gratuita e innecesaria de alegría, y prosiguió con sus cavilaciones... <i>Y si, como creo, no necesita el dinero, ¿por qué me habrá pedido los doscientos...? Y no es que piense que doscientos euros sean una minucia pero…, me apostaría el sueldo de un año a que esta mujer no se vende si no es por mucho más que eso. Por muchísimo más… Entonces, ¿por qué ahora se conforma con tan poco? Cualquiera de esos dos desgraciados de ahí al lado, incluso el viejo de aquí delante soltaría gustosamente quinientos por un simple achuchón con este auto-homenaje de la naturaleza… Pero bueno, ¿qué digo? ¿Qué mierda sé yo de estas cosas? Seguramente ha puesto precio por prurito profesional, por seguir un principio económico elemental. Y el precio está acorde con lo que me ha dicho: le caigo bien y quiere ayudarme. ¡Eso es, hombre! ¡Por supuesto! ¡Aquí está la explicación! Se trata de un precio político, o dicho de otro modo, de poner en práctica una política ajustada de precios porque como todo el mundo sabe, nunca, y eso significa nunca, debes regalar tu producto so pena de desvalorizarlo por completo y perder así el mercado. Política de precios, sí señor. De eso se trata. Es muy probable que nos encontremos ante un precio de coste. Se puede renunciar temporalmente al valor añadido pero nunca al valor neto del producto, esto es, al coste de producción. Ahooora; ahora alcanzo a verlo todo con meridiana claridad. Ella, y me da mucha vergüenza reconocerlo, renunciaría al valor añadido por razones humanitarias, por solidaridad con un pobre tipo que tiene miedo a volar. Por lo demás, es perfectamente comprensible que tenga que hacer frente a su inversión, al coste financiero... Es lógico porque mantener unas tetas como esas no tiene que ser una bagatela. Seguro que la operación no ha sido precisamente barata. Y no son sólo las tetas; ese cuerpazo exige un mantenimiento apropiado, una inversión constante. Alimentación adecuada, gimnasio, productos de belleza… Y el vestuario, por supuesto; no nos olvidemos del vestuario…, y luego están los complementos. Un no acabar… En fin, puestas así las cosas doscientos euros por una mamada es casi un regalo y yo siempre he sostenido que hay que saber cuando una oferta es irrechazable.</i></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
</span></i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
8. <i>Oye Laura</i>, dijo Jordi tocándole ligeramente el hombro, <i>dime una cosa, ¿y, cómo lo haríamos?</i> Laura se giró hacia él quitándose los auriculares de las orejas y dando la impresión de no haber oído nada. <i>¿Qué cómo lo haríamos?</i> repitió Jordi. <i>¿El qué…?</i> respondió inocentemente la brasileña. <i>¿Pues qué va a ser, mujer…? No te entiendo, Jordi, ¿a qué te refieres…? Me refiero a lo que me decías antes; a eso del lavabo… Ah perdona, en seguida me levanto… Eeeh… Espera un momento mujer, no corras tanto que primero quisiera aclarar algunas cosas… Pero, ¿no querías ir al lavabo…? Sí, sí, pero antes hablemos del asunto, que yo todavía tengo algunas dudas…</i> Laura volvió a sentarse aparentando no entender nada y se quedó mirándolo con media sonrisa, cómo preguntándose, ¿y bien? Jordi respondía a la mirada de Laura de la misma manera, aguardando muestras de una complicidad que no acababa de llegar… <i>A ver</i>, dijo por fin, <i>¿cómo lo vamos a hacer? Tú, y lo digo sin segundas, tienes más experiencia que yo en esta clase de negocios. En realidad yo ni siquiera sé cómo son los lavabos de un avión; ¿se parecen a los del tren? ¿A los del tren de gran velocidad, en concreto?</i></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
</span></i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Absorto completamente en sus asuntos, Jordi no advirtió la presencia de la azafata marroquí, la de la manzanilla, justo detrás de Laura, a la altura de la fila de asientos de atrás. Apenas llevaba un minuto allí tratando de asistir a una señora obesa que ocupaba el asiento posterior al de la brasilera. El tiempo suficiente, en cualquier caso, para apercibirse del inusitado interés de Jordi por los servicios del avión. Y desde luego, pensaba la azafata, tanta duda parecía estúpida en alguien que decía tener ganas de mear, o de lo que fuera. ¿Por qué no iba y lo averiguaba, así, sin más? ¿Qué clase de preguntas eran estas? Ya le había parecido antes que este tipo era bastante raro. Tenía un no sé qué que no le acababa de gustar.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
<i>Pues, qué sé yo,</i> dijo Laura respondiendo a la última pregunta de Jordi. <i>Sí, se parecen un poco a los del TGV, aunque te advierto que estos son bastante más pequeños. El espacio aquí es mínimo; muy justo… Entonces, dime, ¿cómo tendré que ponerme…? Pues, hombre, ponte como quieras, como te encuentres más cómodo, que estas cosas cada uno las hace como puede, pienso yo. Claro que las mujeres no tenemos tantos problemas: nos sentamos y ya está. Mejor vas y lo compruebas tú mismo, ¿no…? Sí, sí, pero imagina que yo me quedo de pie, ¿y tú? ¿Tú entonces qué haces…? Ya te lo he dicho hombre, yo me siento siempre… Y dime, ¿me la saco simplemente o mejor me bajo los pantalones…? Bueno, eso es cosa tuya… Y otra cosa, ¿quién irá primero…? Hombre, lo lógico sería que tú fueras inmediatamente, ya que pareces el más acuciado… ¿Y tú? ¿Cuándo vas tú…? Oooye, deja ya de hacer preguntas. Cuando llegue el momento ya veré lo que hago…</i></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Perdone señor, ¿tiene usted algún problema? ¿Le está molestando este hombre, señora?</span></i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"> La azafata se vio obligada a intervenir ante la que consideró grosera e intolerable actitud de Jordi para con su compañera de asiento.<i> Y usted, si realmente tiene necesidad de ir al servicio, vaya de una vez y déjese de contemplaciones. Tiene que saber que ese morboso interés por algo que todo el mundo hace en privado y que usted no tiene el menor recato en airear a los cuatro vientos, es una indecencia y un insulto, especialmente para las mujeres</i>, cortó secamente la azafata. Se impuso un silencio sepulcral en primera clase. Todos los pasajeros y muy en especial las mujeres acaban de tomar nota de que hay un pervertido a bordo, uno de esos tipos despreciables que se creen con derecho a vacilar a toda mujer que cruza por lo que ellos entienden que es su territorio de caza. Un pobre gilipollas, en suma.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Mudo y paralizado por el shock, Jordi no acierta a comprender cómo se ha metido en un lío tan vergonzoso. No entiende nada y la ambigua actitud de Laura no ayuda mucho, precisamente. Y por si antes de la intervención de la azafata no se encontraba ya suficientemente desconcertado, sólo faltó esta estirada metiendo la nariz donde no debía. <i>Pero, ¿qué se ha creído esa entupida? ¡Nunca me había sentido tan humillado, tan ofendido!</i> pensó mientras echaba una discreta ojeada a su alrededor para cerciorarse que los demás pasajeros volvían a sus asuntos. Presentará una queja a la compañía; exigirá una explicación. En cuanto llegue a Rabat llamará a su abogado, ¡vaya que sí! Nunca le habían insultado hasta ese punto... Y a todo esto, ¿qué hace Laura mientras tanto? La brasileña había vuelto a encerrarse en su música y leía despreocupadamente la revista de siempre.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
<i>Pero, bueno, ¿qué está pasando aquí? ¿Qué significa esta mierda?</i> piensa Jordi. Su indignación está aumentando por momentos. <i>¿Quiere esto decir que de lo dicho, nada?</i> Nervioso, casi colérico, clava su mirada en Laura esperando que ella se dé cuenta y reaccione de alguna manera. Confiando en recibir alguna explicación; lo que fuera. Cualquier cosa, algo... Pero la brasileña no parece estar por la labor. O bien no se percata de su cabreo o sencillamente lo está ignorando a propósito. <i>Laura... ¡Lauraaa!</i> refunfuñó finalmente Jordi mientras le sacaba el auricular del oído derecho. Sin inmutarse, la mujer se giró hacia él sonriendo angelicalmente. <i>Sí, ¿qué hay...? ¿Cómo que qué hay? ¿No tienes nada que decirme...?</i> Tras un corto silencio que Jordi vivió con una incomodidad patente, Laura deslizó la mano hasta su pierna y dijo; <i>entonces, ¿ya te has decidido...?</i> Sus palabras le dejaron perplejo, descolocado por completo. Él había pensado que... Por un momento había llegado a creer... La estúpida azafata hizo que perdiera el oremus y era evidente que había confundido las cosas. Menos mal. Por fortuna las aguas volvían a su cauce y Jordi respiró más sosegado. <i>Sí, ya me he decidido; era lo que pretendía decirte cuando aquella cretina se metió donde no la llaman para dejarme públicamente como un degenerado. Intentaba aclarar la manera de llevar a cabo nuestro acuerdo... Ah, ya entiendo, le tranquilizó Laura. Bueeeno; a ver, déjame pensar</i>, prosiguió la brasileña, <i>ahora lo mejor será dejar que las cosas se enfríen un poco para no llamar la atención, el ambiente está un poco enrarecido. Dentro de un rato, cuando acaben de servir la comida y todas las auxiliares se reúnan en el office, allá, en la cola del avión, nos levantamos discretamente uno detrás del otro y vamos a los servicios de delante; aquellos, ¿los ves? Están justo detrás de la cortina. Yo iré en primer lugar mientras tú permaneces atento para ver en cual de ellos entro. Esperas un par de minutos y luego vas tú. Cerraré la puerta pero no correré el pestillo. Fácil, ¿no...? Sí, sí, muy bien... </i><br />
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9. Hace más de veinte minutos que Jordi y Laura ultimaron los detalles de su excursión a los lavabos. El grupito de azafatas charla animadamente en el office desde hace un rato pero la brasileña ni se mueve ni da muestra de tener el menor interés en hacerlo. Jordi está cada vez más nervioso e inquieto. La impaciencia se lo come; se remueve disgustado en su asiento, alargando el cuello de vez en cuando para observar aquí y allá y comprobar que todo el mundo está en sus cosas, ajeno completamente a los demás. Resulta desesperante, es el momento propicio y no comprende porqué Laura sigue a su lado imperturbable, como si no fuera con ella. Su pasividad le exaspera, le está llevando al borde del ataque de nervios. <i>Es ahora o nunca, joder. ¿Por qué no se mueve la jodida? ¿Por qué tengo que ser yo quien esté pendiente, el que insista…? Al fin y al cabo ha sido idea de ella... Ella me lo ha propuesto y ella lo ha planificado; no entiendo porqué ahora se hace la tonta…</i> Pero la preocupación de Jordi carece de fundamento porque Laura se levanta por fin para dirigirse tranquilamente hacia los servicios y desaparecer tras la rígida cortina que los separa de primera clase. Jordi, visiblemente más sereno después de ver que sus temores eran infundados, la ha seguido con la mirada atenta. Sin embargo, a pesar de que ha hecho lo posible para no perderla de vista no ha llegado a distinguir en cual de las dos cabinas ha entrado. Maldita cortina. Pero qué más da, porque si no es en una será en la otra. Dentro de un minuto, o mejor dos, tendrá ocasión de saberlo. Será sólo un momento…</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Desde que Laura desapareció en el servicio Jordi no ha dejado de hostigar impacientemente el segundero de su reloj esperando el momento de reunirse con ella. Ya se había instalado en el asiento de Laura como paso previo a su salida al pasillo, pero cuando hace ademán de salir no tiene más remedio que recular al toparse con alguien que, viniendo desde atrás, se lo impide. Es un hombre mayor y corpulento que se mueve con dificultad en las estrecheces del avión. Jordi suspira frustrado porque no le queda más opción que esperar que este hombre pase antes de incorporarse a su vez. Llegado el momento se levanta y observa como el viejo camina muy poco a poco, basculando de un lado para otro y buscando apoyo en la cabecera de cada butaca que encuentra a su paso. Su torpeza molesta a algunos pasajeros, pero estos cambian inmediatamente su severa reacción inicial por un gesto de solidaridad al constatar que se trata de un inválido. Todos, sin excepción, prestan ayuda al viejo menos Jordi que, desde atrás, ofrece más bien la impresión contraria. No, no es que le empuje exactamente, pero la impaciencia le hace caminar tan próximo, tan enganchado a él que se diría que le achucha. Además, paga con la cara y eso no ayuda en absoluto a llegar a otra conclusión. Por dentro, Jordi se está cagando en el viejo y en sus inoportunas ganas de mear, pero hace de tripas corazón. <i>Bueno, paciencia</i>, se dice a sí mismo; <i>pasito a pasito, que ya llegamos.</i></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
</span></i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Enfrascado por completo en su excitante expectativa, Jordi sólo tiene ojos para escrutar, ansioso, las sombras que percibe tras la anhelada y al mismo tiempo odiosa cortina, sin reparar que la punta de su zapato acaba de rozar muy levemente el talón del viejo, lo suficiente para trastabillarlo y hacerle perder el equilibrio. El discapacitado jura por su madre al sentirse arrollado, da dos o tres atropelladas zancadas y gira instintivamente el torso para desplomarse como un fardo sobre dos venerables señoras marroquíes que ocupan la segunda fila de asientos. La maniobra, sorprendentemente acrobática para alguien en apariencia tan achacoso, resulta calamitosa. Las mujeres arrolladas gritan al alimón y se aprietan la una contra la otra y las dos contra la ventanilla del avión. Todo el mundo se levanta de inmediato para acudir al desaguisado y en un santiamén el pasillo ya es el camarote de los hermanos Marx. El viejo, encajonado boca abajo entre las piernas de las señoras y los hierros de los asientos delanteros, grita entre dolientes lamentos: <i>¡socorro! ¡cabróoon! ¡ayuuuda! ¡detengan a ese terroristaaa!</i> El escándalo es mayúsculo. Y lo peor: alguien ha pronunciado la palabra maldita. ¿Hay un terrorista abordo? se pregunta una pareja echándose ambos las manos a la cabeza. El pánico aflora en las consciencias de miedosos y despistados. Los gritos del accidentado, de las atropelladas y de todos los demás, y los aspavientos de los mejor dotados para el arte dramático desatan la alarma entre la tripulación que, sin saber exactamente lo que ocurre, sale en pleno de su refugio de popa y de bote y voleo se dirige hacia el tumulto de proa. <i>¿Es un motín?</i> se pregunta sobreexcitado el sobrecargo, aquel jovencito engominado y empalagoso que recibió a Jordi y le acompañó hasta su asiento. Sin embargo, con tanta gente por el pasillo no les es posible llegar ni siquiera al compartimento de primera clase. <i>¡Ya os advertí que no sirvierais aquella leche!</i> les reprochaba a las azafatas que le seguían mientras manoteaba con todo aquel encontraba en su camino. Hay un inmenso tapón de gente apelotonada en la parte delantera de la cabina de pasajeros. Todo el mundo se grita entre sí. Todos pretenden que los demás se callen y se sienten. Entre el enardecido pasaje surgen dos o tres iluminados que se creen dotados para el liderazgo e intentan calmar a los demás, pero sus histriónicas súplicas, agónicas en algún caso, sólo contribuyen a enmarañar más y más la situación. Es el caos.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Asfixiado por la anarquía reinante Jordi no tarda en perder los papeles. La ansiedad le sobrepasa, se ha mareado y tiene arcadas, pero apenas puede moverse comprimido por todo el mundo. Alguien, algún desalmado protegido por el anonimato del vociferante tumulto, le ha sacudido una alevosa patada en la rodilla izquierda. Y ahora otra, ésta un poco más arriba. Si llega la tercera seguro que no falla, habida cuenta de la progresión del autor tras dos intentos fallidos. ¿Es la gorda, la agresora; la que se sienta detrás de Laura? No, no puede ser porque la gorda, que además es muy bajita, se ha apalancado justo encima de Jordi y le cuelga del cuello, ahogándolo con sus manos regordetas entre histéricos y agudos chillidos. A Jordi sólo le dejan el recurso de gritar y lo aprovecha, <i>¡mis pastillas, que alguien traiga mis pastillaaas!</i> vocifera mientras es zarandeado, estrangulado y pataleado como un polichinela del tres al cuarto.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
El eco del escándalo hace rato que llega hasta la cabina de mando de avión. Dentro, el comandante, un belga cincuentón con cuerpo cervecero y pocas ganas de broma, y el copiloto, un afectado catalán apenas en la treintena, se preguntan alarmados por qué tarda tanto en aparecer alguna auxiliar para dar una explicación. Menuda escandalera. ¿Qué ocurrirá? A ninguno se le ha escapado que alguien ha pronunciado la palabra “terrorista” con total claridad. En el peor de los casos imaginables, es posible que todo se deba a que alguien, tripulación o pasajeros, mantienen un forcejeo con el terrorista, o con los terroristas. Por lo menos eso es lo que da a entender el griterío. El protocolo es meridianamente claro ante esta clase de situaciones e indica que llegado el caso de riesgo apremiante de secuestro o ataque terrorista, la tripulación debe comunicar de inmediato con tierra y en lo posible, aislar el compartimento de pilotaje. Mientras el copiloto sigue fielmente el protocolo de comunicaciones y emite una señal codificada de auxilio, el comandante se hace con el arma corta de pequeño calibre y el aturdidor por descarga que la nave lleva como dotación de seguridad a raíz de los últimos acuerdos internacionales en materia de terrorismo aéreo. Se encuentran excitados; la adrenalina fluye a borbotones por sus organismos y ambos se disponen a responder, hipertensos, a un peligro indeterminado que no obstante juzgan inminente.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Tras recibir instrucciones del mando aéreo militar, el piloto inicia una sutil y muy abierta maniobra de giro con objeto de que no sea apreciada en la cabina de pasaje y pone rumbo a la base aérea de Morón, de dónde acaban de partir dos cazas F18 de la Fuerza Aérea que interceptarán primero y después darán escolta al avión hasta su destino de urgencia. Dos compañías del Grupo Especial Antiterrorista de la Guardia Civil con destino en Sevilla han sido movilizadas y serán desplegadas estratégicamente por la base, dispuestas a tomar el avión por la fuerza si fuera necesario. Protección Civil y el cuerpo de Bomberos han sido puestos en estado de alerta en previsión de una catástrofe aérea que se intuye muy probable. Nadie ha dicho absolutamente nada sobre este asunto pero, considerando la ruta y la nacionalidad de la compañía aérea, todo el mundo sospecha que se trata de una acción organizada por islamistas fanáticos.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
En la pequeña cabina de mando del avión la situación se vive con extrema tensión. Sin embargo se impone el sentido común y lo primero, previamente a emprender cualquier acción que pueda suponer riesgo para el pasaje o la nave, es conocer el estado de la situación. Para ello es preciso mantener contacto con la tripulación o en el peor de los casos con los asaltantes, pero nadie, en el box de tripulantes, responde a las insistentes llamadas del comandante. Resulta angustioso. En dos minutos se aproximarán los F18 y si en ese tiempo nadie hace por entrar en el compartimento será el propio comandante el encargado de salir a averiguar qué ocurre en su avión.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
<br />
10. El sobrecargo llega a la puerta de la cabina de pilotaje y tras comprobar que le resulta imposible entrar recurre al intercomunicador y solicita al comandante. Este, aliviado al escuchar una voz conocida, responde con premura y tras asegurarse de que la nave no corre peligro alguno franquea el paso a su subordinado. Una vez en la cabina el sobrecargo requiere la presencia urgente del comandante en el compartimento de pasaje, <i>venga inmediatamente, por favor</i>, dice volviendo sobre sus pasos. El piloto, sorprendido por la parquedad del sobrecargo, le sigue sin olvidar el aturdidor por descarga. Un griterío ensordecedor les recibe en cuanto ambos se muestran ante los pasajeros. <i>¿Qué diablos ocurre aquí?</i> pregunta el piloto con cara de malas pulgas. <i>Silencio, por favor, silencio</i>, reclama el sobrecargo anticipándose al comandante, gesticulando con las manos. Las azafatas contribuyen a serenar los ánimos y para ello cuentan con la valiosa colaboración de algunos pasajeros. Por favor, por favor tranquilícense, calma. Todo está bajo control, asegura sonriendo el comandante sin tener ni idea de lo que tiene delante. Por fortuna, en pocos minutos se llega a una calma relativa y el comandante puede, por fin, echar una ojeada a su alrededor. A su izquierda encuentra tres personas que parecen heridas o contusionadas instaladas en las primeras butacas bajo el cuidado de una auxiliar. Y en el rincón de su derecha descubre un individuo en cuclillas, magullado, con la cabeza gacha metida entre las rodillas y cubierta con las manos, custodiado a corta distancia por un pasajero de una corpulencia más que notable.<br />
<br />
<i>¿Puede usted explicarme lo que sucede?</i> le dice el comandante al sobrecargo. <i>Verá; no sé exactamente cómo ocurrió, pero todo indica que ese individuo del rincón agredió a ese otro de ahí, el señor mayor que se queja, dando lugar a un tumulto de considerables proporciones en el que intervino gran parte del pasaje con ánimo de proteger al agredido. Además, a decir de algunas pasajeras y previamente al altercado, el mismo individuo se había dedicado a acosar a las señoras con proposiciones escabrosas. Hemos tenido que reducirlo por la fuerza, porque su conducta era histérica y agresiva en extremo. A mí me ha vomitado encima; fíjese. Y el señor que lo custodia es un policía marroquí que vuelve a su país después de unos días de vacaciones, y que amablemente se ha ofrecido a colaborar,</i> concluye el sobrecargo su explicación mientras sonríe al aludido en agradecimiento a sus servicios.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Después de unos instantes de reflexión entre el silencio de los demás, el comandante se dirige al custodiado con voz serena pero enérgica: <i>a ver, usted, ¡levántese!</i> Jordi alza la cabeza y se levanta poco a poco, dolorido en cuerpo y alma. Se encuentra confuso y aturdido y su cara es el espejo de su desesperación. En la locura desatada hace unos minutos fue arrollado salvajemente por una enardecida multitud aerotransportada que lo molió literalmente a palos. <i>¿Puede usted identificarse...? Sí, usted, ¿puede identificarse?</i> repite el comandante ante la mirada extraviada del interpelado. Por respuesta, muy lánguidamente, Jordi echa mano al bolsillo interior de su americana y comprueba, sorprendido sólo a medias, que ya no la llevaba puesta. <i>¿Dónde está la americana de este señor?</i> preguntó el sobrecargo, comprendiendo lo que había ocurrido. Alguien localizó una prenda arrugada en el suelo, entre los asientos próximos a los heridos, y la ofreció al sobrecargo. En efecto, era la americana de Jordi y en su interior se halló la cartera, el pasaporte y el resguardo de la carta de embarque, que fueron examinados por el comandante.<br />
<br />
<i>Señor..., señor Bareta, le exijo una explicación</i>. El comandante se quedó esperando ante el silencio de Jordi. <i>Señor Bareta...,</i> insistió, <i>estoy esperando una explicación. ¡Bagueta, coño; Bagueeeta!</i> respondió Jordi a grito pelado. <i>Soy Jordi Bagueta</i>, repitió, e inspirando profundamente aire, continuó: <i>y les voy a meter un puro de caldiós... ¡Criminales! Asesiiinos. Este avión es una mieeerda. Y me cago en la puta madre de ese moro de ahí, y de eeese... Y del viejo de los cojooones...</i> Y no pudo continuar. El comandante le metió una espeluznante descarga en el pecho con el aturdidor. Jordi chilló y se agitó como un poseso pero no cayó, en vista de lo cual el comandante le propinó una segunda descarga que, ahora sí, le fulminó al instante.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
<br />
11. El comandante se dirigió a la cabina de control y comunicó a la base de Rota que no había riesgo de secuestro ni de ningún otro tipo, pero que había un agitador a bordo que había sido necesario reducir por la fuerza, con el resultado de varios heridos que necesitan atención médica. La alarma terrorista fue desactivada para satisfacción y tranquilidad de todos y el avión fue escoltado hasta la base, donde esperaban varias ambulancias y un furgón de la Policía Nacional para hacerse cargo del detenido, pero no fue necesario porque viendo el lamentable estado en que se hallaba Jordi, también fue trasladado en ambulancia hasta un centro hospitalario. Horas más tarde, cuando apenas despertó y con la mente aún nublada, sus primeras y trémulas palabras fueron: <i>yo sólo quería que la brasileña me la chupaaaraaa</i>. No hace falta decir que se ganó el desprecio unánime del equipo médico que le atendía, pero esto y lo que más tarde aconteció es ya otra historia.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br />
Y de esta manera acabó Jordi Bagueta su primer y último viaje en avión: humillado primero, salvajemente apaleado después y finalmente abandonado en manos de un equipo médico de sádicos hijos de puta a mitad de camino entre Barcelona y Rabat, antes de pasar a disposición judicial, claro está. Pues sí; así fue como alguien que ni siquiera llegó a acabar su primer viaje en avión, fue incorporado a la lista negra de sujetos vetados por las principales compañías aéreas del mundo... Ya lo ves; cosas veredes, amigo Sancho.</span></div>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-79605475434292376322008-11-14T18:58:00.014+01:002011-08-09T16:38:59.856+02:00Últimas palabras (cuento)<!--[if gte mso 9]><xml> <w:WordDocument> <w:View>Normal</w:View> <w:Zoom>0</w:Zoom> <w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone> <w:PunctuationKerning/> <w:ValidateAgainstSchemas/> <w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:Compatibility> <w:BreakWrappedTables/> <w:SnapToGridInCell/> <w:WrapTextWithPunct/> <w:UseAsianBreakRules/> <w:DontGrowAutofit/> </w:Compatibility> <w:BrowserLevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:LatentStyles DefLockedState="false" LatentStyleCount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style>
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</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Echaré de menos esta vista, sobre todo en invierno. Desde que llegué siempre he sentido una debilidad difícil de explicar por la naturaleza gris y desolada de este parque. Han sido tantos, los momentos de reflexión ante de esta ventana, mirando allá, a lo lejos, el incesante torrente de coches y su inútil obsesión por llegar a su destino antes de las ocho. Observando a la gente, arriba y abajo cada mañana, con aquella prisa aplicada y ordenada que equivocadamente sólo atribuimos a las hormigas. Echaré de menos muchas cosas desde luego, pero no van a ser las cosas que todo el mundo imagina. Ni mucho menos. Añoraré las cosas simples. Este despacho, sin ir más lejos. Creo que con los años nos hemos ido haciendo el uno al otro. Recuerdo aquellas primeras semanas y cómo me costó adaptarme. No me podía concentrar y el asunto se convirtió en un auténtico dolor de cabeza para unos cuantos. Y esto pese a las reformas que se hicieron para acomodar el espacio a mis gustos y necesidades… Tonterías. Todo el mundo sabía que el problema no era el despacho sino yo, pero claro, estas cosas no se pueden decir si no es cuando ya perteneces a la categoría de expresidentes. Pondría la mano en el fuego a que no pasará mucho antes de que alguien lo recuerde. Son muchas, las horas que he pasado entre estas paredes… Y es curioso, hasta hoy nunca había pensado en ello bajo este punto de vista.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Cualquier cambio supone abrir una puerta al miedo y a la incertidumbre. Siempre. Me lo decía mi padre como advertencia primero y después como premisa educativa: <i>nunca, jamás des la espalda a un problema</i>, recuerdo que acababa. Lo que no me decía es que a menudo también significa tener de afrontar una pérdida…, y poco importa que en mi caso se trate de una pérdida a plazo fijo, porque no por esperada resulta menos dolorosa. Mis ojos no van a poder engañar a nadie; lo presiento. Casi lo deseo en realidad. Es verdad que nunca he sido un de esos meapilas de lágrima fácil, pero mis ojos van a ser espejo del alma; estoy convencido. ¿Y qué decir de esta especie de galimatías mental que me confunde, del choque de sentimientos cruzados...? Me sorprende sentir algo así después de tanto tiempo, de tantas guerras. Me creía vacunado y ya ves. Y la edad… creo que el paso de los años no me ha hecho más sabio sino más listo. Sólo algo más listo; un poquito sólo. Y mucho me temo que lo acabaré pagando porque esta clase de ganancias se acaban perdiendo si no se reinvierten. De hecho creo que empecé a pagarlo hace tiempo. Sin ir más lejos, este último año ha sido un infierno; sobre todo los últimos tres o cuatro meses. Se me ha faltado al respecto de manera casi obscena y nadie ha movido un miserable dedo en mi favor. Últimamente no he sido más que un vulgar convidado de piedra en mi propio festín. Y a la vista de todo el mundo, para acabarlo de joder. No sé como he podido ser tan estúpido; no me explico cómo he podido tolerar que me rodee esa pandilla de hipócritas insolentes, con sus sonrisas tan reverenciales como falsas. Es odioso y no le deseo a nadie nada parecido.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Pero ahora no siento rencor. Ya no. Sólo pienso en irme, rápida y discretamente, y desaparecer al menos durante unos meses. Alejarme de todo y de todo el mundo y recuperar la soledad. Volver a saber qué significa estar solo. Hablo de una soledad sana, radicalmente distinta a la que he vivido encerrado en esta torre de marfil, dónde han sido demasiadas las ocasiones en que me he sentido aislado, abandonado por aquellos que primero me empujan a tomar decisiones controvertidas y después desaparecen cuando asoma el primer nubarrón por el horizonte. La que yo añoro es una soledad expansiva, comprensiva…, propia. Elegida por mí entre el montón de posibilidades que ofrece un mundo tan complejo y tan vacío a la vez… Pero no; no debería engañarme. Creo que lo mejor sería olvidarlo todo y no preguntarse siquiera si una expectativa tan deseada podría convertirse en realidad algún día. Porque, ¿lo era, aquella soledad de mis años de juventud? ¿Aquella, de feliz ignorancia, de irresponsabilidad?… ¡Ya lo creo que no! La que yo anhelo no es esta clase de soledad sino la del observador distante, la del lector relativo, intemporal… La de aquel cuya presencia resulta imperceptible porque su hábitat se encuentra en la periferia de los deseos, de las envidias, en el punto más remoto y al margen de cualquier asunto mundano… Una soledad blanca y sorda es la que yo quisiera...</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Libre, sí; me siento liberado, sin tensión, pero también es verdad que me invade la melancolía. No lo puedo evitar. Y no es abatimiento, es… creo que es cansancio. Estoy muy cansado. Y harto, muy harto además. El ejercicio del poder causa una atracción magnética, casi irracional, y abandonarlo para dejar sus resortes en manos de otro me produce una sensación de liberación y de tristeza al mismo tiempo. Y de rabia contenida también, no nos engañemos. Es algo que ni siquiera imaginaba cuando llegué, hace ocho años. Y es que cuando das tus primeros pasos por este camino nunca piensas que deberás parar algún día para ceder el paso a otro. Cuando empiezas lo sabes, claro que sí, pero lo percibes lejos, muy lejos y lo ignoras despreocupadamente. Interesadamente, mejor dicho. Pero el tiempo pasa inexorable y todo acaba llegando. Cualquiera sabe que abandonar a alguien que aprecias o saberse abandonado supone morir un poco. Sentirse abandonado por el poder no resiste comparación alguna porque supone morir del todo, completamente. Es la muerte social, civil; la peor de las muertes.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Ahora, mi único rastro por estas dependencias será mi retrato. Un retrato vulgar y anodino confundido entre decenas de retratos vulgares y anodinos, olvidados incluso por el tiempo. Un retrato expuesto para no ser visto. Colgado en algún lugar invisible, como el resto. Inerte… Encartonado… Mi único consuelo es que a este hijo de puta le pasará exactamente lo mismo de aquí a unos años…</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Un cuadro…; ni siquiera el eco de un fantasma…</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Bien…, me parece que ya es la hora.</span></div>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-40555863423918821662008-10-29T13:30:00.013+01:002011-08-09T16:40:59.011+02:00La suerte aborrece a los cagones (cuento)<div style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left;"></div><div style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left;"></div><div style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left;"><span style="font-family: Georgia; font-size: 100%;"></span></div><!--[if gte mso 9]><xml> <w:WordDocument> <w:View>Normal</w:View> <w:Zoom>0</w:Zoom> <w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone> <w:PunctuationKerning/> <w:ValidateAgainstSchemas/> <w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:Compatibility> <w:BreakWrappedTables/> <w:SnapToGridInCell/> <w:WrapTextWithPunct/> <w:UseAsianBreakRules/> <w:DontGrowAutofit/> </w:Compatibility> <w:BrowserLevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:LatentStyles DefLockedState="false" LatentStyleCount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style>
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</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Como cada lunes y como todos los días desde hace más de un año, Andreu será el primero en llegar a la oficina de recaudación municipal. Todavía no serán las ocho y él ya hará un rato que habrá pasado su tarjeta magnética por la ranura del artilugio electrónico que controla la jornada de los empleados. Don Marcial, el veterano jefe de departamento, viene observándolo discretamente desde hace meses. Está muy satisfecho de Andreu y lo tiene por un joven prometedor a quien no conviene perder de vista. Moderado, pulcro, eficiente… y puntual, por supuesto. Callado por añadidura y los ojos siempre abiertos para no perder detalle de cuanto ocurre a su alrededor. Este es Andreu, veintiocho recién cumplidos, apenas un año y medio de antigüedad y a decir de don Marcial, un brillante futuro por delante.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="color: white; font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">.</span><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;"> </span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Como casi cada lunes y como casi cada día del año, Meritxell irrumpirá presurosa en la oficina. Pasará por delante de la mesa de Andreu como una loca descerebrada, hablando consigo misma mientras busca su tarjeta en el bolso con los nervios a flor de piel. Durante dos o tres minutos se plantará delante del reloj marcador jurando que había dejado la tarjeta en aquel bolsillo lateral de su bolso, como siempre. Y como siempre la tarjeta no aparecerá jamás en ese bolsillo sino en las profundidades abisales de una bolsa que de tan grande, desbordante y desordenada, se asemeja más al zurrón de maese Rouco que al complemento de mano de una brillante economista. Al fin lo consigue. Una sonrisa para Andreu y venga, corriendo hacia su despacho, al otro lado del pasillo. Hoy, once minutos sobre la hora, algo menos que ayer; no tendrá más remedio que recuperarlos a la salida. Es el ritual que se repite cada mañana. La puntualidad extrema de uno, la caótica llegada de la otra y entre ambos los demás empleados de la oficina municipal de recaudación. Dieciséis, para ser exactos. Andreu lleva un año y medio siendo testigo de la ceremonia. Un año y medio de madrugones para ser espectador privilegiado la atropellada llegada de Meritxell. Dieciocho meses de ávida espera cotidiana para disfrutar de dos raquíticos minutos de íntima satisfacción. </span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="color: white; font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">.</span><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;"></span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Que hermosa es, la puñetera Meritxell. Andreu no pierde detalle de sus movimientos, de sus gestos. La adora en silencio. Desde el primer día quedó deslumbrado por su manera de ser, por su alegría... por esa sonrisa... Y su voz…, ese tono de voz, tan.... Pero hay algo que le fascina, y es verla de espalda clavada ante el reloj gesticulando ligeramente encorvada y maldiciéndose por ser tan desordenada. ¿Y qué decir del día que cambia los pantalones por una falda o un vestido...? Ese día vale por cinco. Y no falla: lunes y martes el cabello suelto. Castaño claro, brillante, ondulado… Como aquella actriz del Hollywood de los cincuenta, hija de asturianos... ¿Cómo se llamaba…? Margarita; eso es, Margarita Cansino. Un cabello precioso, deslumbrante. Pero eso es para los lunes y los martes,porque los miércoles sucede algo misterioso que el pobre Andreu no acierta a comprender. Él lo llama el dilema de los miércoles. ¿Qué es lo que hace que algunos miércoles Meritxell aparezca con el pelo suelto, y otros no? ¿Y por qué esa incertidumbre nunca se anticipa a los martes? ¿O se pospone a los jueves? Porque, eso sí, a partir del jueves el cabello siempre recogido. Una cola, algunas veces alta como la de un potro y otras veces desmayada, dejando reposar el cabello sobre la espalda. Nunca un moño, menos mal; le recordaría a su madre y echaría por alto todo el encanto.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="color: white; font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">.</span><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;"> </span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Andreu se siente cohibido por Meritxell. Abrumado más bien. A lo mejor por esa magia avasalladora que la sigue allí a donde va; o quizás por su marcada personalidad y ese carácter siempre emprendedor. Por todo, probablemente. Don Marcial es tolerante con sus retrasos porque hasta que ella llegó y se hizo cargo de la sección, nunca fue tan productiva. Además, como jefa de sección Meritxell no admite parangón alguno. Esta mujer es metódica y rigurosa en todo lo referente a su trabajo, algo que hace del todo incomprensible el ceremonial de cada mañana. Pero don Marcial lo acepta como una excentricidad inocua y piensa que ante su ya cercana jubilación no habrá nadie mejor que ella para substituirlo al frente del departamento. En más de una ocasión ya ha hablado del asunto con la jefa de área; será la primera candidata a pesar de su temprana edad: tan sólo treinta y un años.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">II</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Hay noches que Andreu no puede quitarse a Meritxell del pensamiento; da vueltas y más vueltas en la cama pensando en ella. Suele imaginarse que salen juntos, que van a la playa, que se la presenta a sus amigos…, a su mamá. Y esos sueños húmedos... cada vez más frecuentes... ¡Y mira que hace todo lo posible por expulsarla de su imaginación siempre que la tentación se le hace irresistible! Andreu, de una manera o de otra se duerme con Meritxell en la cabeza y eso es algo que le complace más que cualquier otra cosa en el mundo. Lo jodido es que últimamente al despertar ella sigue allí tras un sueño por lo general liviano y nada reparador. Esta fijación, inócua los primeros días, comienza a provocarle un sentimiento ambivalente porque si bien es verdad que pensar en Meritxell le produce una felicidad tan embriagadora como tonta, no es menos cierto que pasar las noches en blanco empieza a pasarle factura.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="color: white; font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">.</span><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;"></span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">El primer síntoma fue aquella irritante acidez de estómago, a menudo acompañada de sequedad de boca y una leve halitosis. Luego vinieron las ojeras y la mala cara en general; los cambios de humor... Y ahora los gases, ¡los malditos gases! Esto es lo peor con diferencia. En los últimos días los conciertos matinales se han convertido en una constante insoportable y humillante. Empezaron como algo puntual y pasajero propio de la hora más temprana del día. Sin embargo, desde el lunes, la persistencia de esta molestia a lo largo de casi toda la mañana la ha convertido en una tortura insufrible. Desde entonces Andreu no conoce tregua ni descanso alguno. Vaya por donde vaya los ruidos de su inflado y atormentado abdomen se hacen notar a poco que se preste atención, algo angustioso para el sobrio Andreu que, en su desesperación, se ve constantemente forzado a buscar lugares solitarios donde poder aflojar la presión de su malaventurado vientre. Pero lo peor tiene lugar en la oficina. Las consecuencias del sobrevenido ataque de meteorismo ―de terrorismo, dice él― le obligan a pasar los momentos más difíciles que recuerda. Desde que el mal se hizo crónico no tiene más remedio que visitar una y otra vez el servicio ante la divertida mirada de sus compañeros y compañeras de trabajo. Le desespera no tener control alguno sobre su propio cuerpo. Menos mal que todo se limitaba a ruidos y gases inofensivos.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="color: white; font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">. </span><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;"></span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Las cosas no podían continuar de esta manera y Andreu, bien aconsejado por su solícita mamá, pidió cita con su médico de cabecera. Andreu siempre había sido una persona saludable y hasta ahora nunca tuvo necesidad de acudir a su consulta; de hecho ni siquiera sabía si se encontraría con un hombre o una mujer. Menos mal que resultó ser doctor y no doctora porque, si llega a ser mujer, por nada del mundo le hubiera dicho que estaba allí por primera vez empujado por un problema de..., gases. Tras escucharlo atentamente y someterle a una breve exploración, el médico le indicó que probablemente no dormía acuciado por el estrés. Por lo demás, la falta de sueño había desencadenado la sucesión de consecuencias ingratas que ya conocía, muy fáciles de controlar, por otro lado. Los fármacos que le recetó le ayudarían a dormir mejor y recuperar cierto bienestar físico, pero él debía identificar y afrontar las causas de la agobiante tensión que perturbaba su estado de ánimo hasta el punto de quebrantar su salud. Sólo así podría superar definitivamente sus dolencias.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">III</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Andreu salio muy satisfecho de la consulta del doctor. Y muy aliviado también. El médico había sido tan comprensivo con su enfermedad como explícito en apuntar la solución. Esto le hizo ver que quizá debería comentar el asunto con Jordi, el amigo de la infancia con quien no tenía secretos. Bueno, con quien apenas tenía secretos. Quedaron en verse esa misma tarde, sobre las seis. Tomarían un café y Andreu le explicaría su problema y le pediría consejo.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="color: white; font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">.</span><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;"></span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Jordi era muy diferente de Andreu. Independiente, extrovertido, atrevido... Desde niños se les conocía como la extraña pareja, de tan inseparables y desiguales que resultaban ser: Laurel & Hardy, Yogui & Bubu... La novedad para Jordi fueron los gases de su amigo, porque él ya era pleno conocedor de la debilidad de Andreu por su compañera de trabajo. Habían hablado de ello en infinidad ocasiones y siempre le había aconsejado lo mismo: <i>invítala a salir, hombre; empieza por acompañarla a tomar un café a media mañana...</i> Palabras vanas, Andreu era incapaz de dirigirle la palabra; ni siquiera podía sostenerle la mirada más allá de dos segundos. Sólo pensar en hablar con ella y se le hacía un nudo en el estómago. Y además, ¿qué le diría?</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="color: white; font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">.</span><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;"> </span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Jordi tuvo ponerse muy serio con su amigo.<i> ¿Pero es que no te das cuenta, burro? Estás loco por ella. No puedes seguir así. O le dices algo de una puñetera vez o te mueres, Andreu. Y tu muerte será vergonzosa: te cagarás por las patas abajo. Y cuando eso te ocurra no volveré a dirigirte la palabra.</i> Jordi hablaba de muerte en sentido figurado, por supuesto, pero Andreu entendió perfectamente la metáfora. Sí, debía hacer acopio de valor e intentar ligar con Meritxell. Tenía que probarlo, por lo menos. Era una cuestión de dignidad personal... Y de salud... Y además, ¿qué podía perder?</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">IV</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Tras iniciar el tratamiento el resultado no se hizo esperar. En pocos días Andreu mejoró sensiblemente su salud y su estado anímico. Empezó a dormir de un tirón y la acidez desapareció como vino. ¿Y los gases? Se evaporaron, se disiparon totalmente. Volvía a ser el de antes. Recuperó la sonrisa; el amago de sonrisa, para ser justos. Y claro, se planteó seriamente cómo abordar a Meritxell... Mmmm, saldría a su paso en cuanto llegara. El lunes, será el lunes. Se haría el encontradizo y tropezaría con ella aprovechando su atolondrada manera de entrar. Luego, lo demás vendría por sí solo. Pero..., ¿y qué era lo demás? <i>No; así no puede ser. Mejor le pido a Martínez que me deje llevarle la propuesta de planing semanal. Entraré en su despacho y le diré que Martínez está algo indispuesto. Y luego... ¿qué le diré luego, después de entregarle la carpeta...? La miraré fijamente y le diré que la encuentro preciosa. ¡Eso es...! Pero..., pero ¿en qué estoy pensando, joder? ¿Cómo voy a decirle algo así, si nunca he cruzado con ella ni media palabra que no tenga algo que ver con el trabajo? No hombre no; qué disparate... Mejor me las arreglo para bajar a tomar el café a la misma hora que ella. ¡Eso sí que sí! Ya me lo decía Jordi. Sin duda es lo mejor. Suele salir sola y además, he notado que cuando se va, antes de cerrar la puerta se gira siempre hacia mí para decirme: bueno, bajo un momento a tomar un café, o algo parecido. Esperaré y cuando se dirija a mí estaré preparado para contestar: ¿te importa que hoy te acompañe? Es que si no bajo ahora no podré hacerlo más adelante. Hoy voy fatal de tiempo. Mmm, suena bien. Perfecto</i>. Andreu repitió la frase en su cabeza ocho o diez veces: <i>¿te importa que hoy te...?</i> Hasta que finalmente la memorizó. Estaba claro; ahí estaba la oportunidad que busca desde hace tanto tiempo. Y si todo iba bien el próximo lunes sería el día decisivo.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Es sábado y Andreu ha quedado con Jordi para dar una vuelta y explicarle su plan. Magnífico, le animó su amigo; muy bien pensado, insistió; es una idea excelente, concluyó. Han tomado unas cervezas y se han despedido. Jordi debe llevar a su novia al cine. De vuelta a casa Andreu empieza a imaginarse los acontecimientos. <i>¿Te importa que hoy te acompañe...?</i> repite sin cesar, siempre con la mirada baja, primero a voz callada pero progresivamente y sin darse cuenta, de forma cada vez más audible: <i>¿te importa que...? es que hoy voy fatal de tiempo y... </i>Sin embargo al poner en pie en casa sucede lo inesperado: primero nota un aguijonazo en el estómago y un cuarto de hora más tarde no puede con la cena que mamá le ha preparado. Nada; un par de piezas de fruta y es suficiente. Pero su cabeza no descansa... <i>¿Te importa que...?</i> <i>Verás, es que si no voy ahora más adelante iré fatal... Y debo hacerlo ya porque luego no tendré tiempo...</i> Su mamá le observa, le escucha. Está preocupada, Andreu tiene muy mala cara. Otra vez. Como antes. <i>Es solo un ligero dolor de cabeza, mamá. Un malestar general</i>... Tras un breve estira y afloja con su madre Andreu opta por irse a la cama. Es pronto todavía pero es lo mejor. En la cama Andreu no para de moverse de un lado para otro, Meritxell en el pensamiento. <i>El lunes se lo diré. Será el lunes...</i></span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="color: white; font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">.</span><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;"></span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Andreu tiene una pesadilla: corre a ciegas por un estrecho e interminable pasillo hasta llegar a una habitación sin ventanas y sin techo donde le espera un asno peludo que le sacude una coz en el vientre... El intenso dolor de barriga le despierta sobresaltado. Es domingo y son las ocho y diez. Andreu salta de la cama y se abalanza hacia el cuarto de baño como un toro embravecido. Revienta justo al sentarse. La sacudida le despeja de inmediato. ¡Dios... es diarrea! Le explota el corazón al tomar consciencia de su penosa realidad y el ánimo se le antoja miserable. Su mamá golpea la puerta con los nudillos. <i>¿Te encuentras bien? Sí mamá; nada importante.</i></span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><i><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">¿Te importa que hoy...?</span></i><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;"> Ya es mediodía, Andreu tiene pesadez de estómago y apenas comerá nada. Hay ratos que le duele la cabeza y lo peor: tiene flato. Y se le infla el vientre, como antes. Se ha estirado en el sofá y allá encaracolado, se libera de la presión interna aprovechando que se ha quedado sólo en casa. Siguiendo una inveterada costumbre su mamá hace rato que se fue de paseo con sus amigas; comerán juntas y luego irán al cine. Él mira la tele como un zombi. Piensa: <i>¿te importa si hoy te acompaño? Es que voy fatal y más tarde no podré hacerlo... No; no es así. ¿Cómo era...?</i> Pasan las horas y Andreu está cada vez peor. Se tomó la pastilla de los gases y parece que comienza a hacer efecto pero la ansiedad va en aumento. Se ha obsesionado con el café del lunes. Con el café de mañana. <i>¿Te importa que hoy vaya contigo...?</i> Dos ansiolíticos; a ver qué pasa... Son las nueve y media, su mamá acaba de llegar y lo encuentra algo sudoroso pero tranquilo. Tampoco cenará. Se va a la cama, pero antes se toma el cuidado de llevarse la caja de valium de su madre, la que guarda en su mesita de noche. Se tomará una píldora. No, mejor dos.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">V</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Al despertar Andreu se nota agitado. Ya son las seis y media del lunes, hora de levantarse. Ha dormido de un tirón pero se encuentra pastoso y algo mareado. Nada mejor que una ducha y como nuevo. El estómago sigue regular. Mucho mejor que ayer por supuesto, pero todavía se nota descacharrado. Una manzanilla quizá lo acabe de arreglar. Y sí, la infusión caliente lo reconforta. Mucho mejor. <i>Mamá, me voy que no quiero llegar tarde.</i></span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Andreu es el primero en llegar, como todos los lunes, como todos los días. Pasa rápidamente su tarjeta por el lector del reloj y busca acomodo en su mesa, justo enfrente del artilugio. Abre el cajón derecho y saca su bolígrafo; juega con él. La rutina de cada día echa a andar. Los compañeros van llegando. Hola Andreu,<i> Hola Pitu.</i> Buenos días Andreu. <i>Hola Carmen.</i> Hola... <i>Hola.</i> Como siempre Meritxell será la última y está a punto de llegar cuando Andreu nota el primer aviso serio en su desdichada barriga. <i>Rorrruuummm.</i> ¡Dios! No tiene más remedio que salir escopeteado hacia el servicio; para prevenir, más que nada. Por fortuna sólo son gases. <i>Glogloloom, gleglú, glogló...</i> Liberado al fin de la compresión regresa atribulado a su mesa de trabajo para no perderse la entrada de Meritxell, pero ella entra en ese justo momento. Ciegos y acelerados no se ven y ambos chocan de frente. <i>¡Uf, perdona Meritxell! Cómo lo siento.</i> Meritxell cae aparatosamente pero unos segundos más tarde se levanta ayudada por Andreu y doliéndose del cabezazo en la frente<i>. No es nada, Andreu. La culpa es mía, que siempre voy apresurada. Bueno, ya está. ¿Lo ves? no ha pasado nada... Pues creo que eso es un chichón... Nada hombre, nada. No te preocupes.</i> Meritxell ficha y se va a su despacho dirigiéndole una sonrisa a Andreu que, a pesar del accidente y de sus temores, queda gratamente sorprendido por la afable reacción de su compañera. Un buen augurio. El mejor de los posibles, sin duda.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Hace más de una hora que la cabeza de Andreu no deja de bullir de inquietud, de expectación. Pero su cuerpo no le acompaña, su abdomen se hincha cada vez más y los ruidos comienzan a ser audibles para sus compañeros. Y lo que es más grave: los retortijones se manifiestan cada vez más salvajes y dolorosos. Las visitas al lavabo se repiten, no cesan. Malditos gases. Malditos ruidos. Ay, y ahora, además, tiene que usar el ambientador: los gases resultan fétidos. Esto es nuevo. Y calamitoso... Serán las pastillas de mamá... El ambientador de aromas del bosque no encuentra descanso. Andreu es ya un activo peregrino cuya existencia discurre entre su mesa y el servicio. Va y viene. Viene y va.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Casi las once: Meritxell está a punto de aparecer. <i>Te importa que hoy te... Es que sino, luego no... No es así, no... Si no bajo ahora no podré hacerlo más adelante. Hoy voy fatal de tiempo y... Eso es. Así sí...</i> La barriga de Andreu es un festival: música, baile..., y alboroto sin control. Un jolgorio. Y ella sin aparecer... Incapaz de aguantar ni un segundo más sale pitando hacia el servicio desabrochándose el cinturón por el camino, corriendo casi de puntillas y con las rodillas juntas, retorcido por el dolor... ¡Joder..., la madre qué... está ocupado! Por fortuna el de las mujeres está libre. Entra cegado por la necesidad y se desploma sobre la taza... Uf, justo a tiempo... La descarga es brutal, escandalosa. Hedionda... El propio Andreu queda ofuscado por tan extraordinaria reacción escatológica. Meritxell entra repentinamente y abre los ojos como platos mientras suelta un chillido salvaje... Y es que lo que se le ofrece la deja paralizada... Un instante después arruga la nariz, se cubre la boca con la mano y cierra de un sonoro portazo. <i>¡Lo siento, perdona Andreu</i>! la oye gritar desde fuera. Con la premura Andreu no echó el pestillo.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Andreu gime y se echa las manos a la cara. Su imagen, sentado en la taza del water con los pantalones por los tobillos en medio de aquella pestilencia, resulta desoladora. Se quiere morir. De hecho casi se muere de un ataque de ansiedad. Incluso el corazón amenaza con escapársele por la boca en repetidas ocasiones. Tarda más de media hora en salir y cuando lo hace se dirige a su mesa a toda velocidad con la cabeza baja, sin mirar a nadie, sudoroso. Recoge sus cosas y se marcha como si el diablo le persiguiera. </span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Al día siguiente su mamá llamó por teléfono para decir que Andreu estaba muy enfermo; y tres días más tarde fue el propio Andreu el que llamó a don Marcial para comunicarle que dejaba el trabajo y que no volvería. A pesar de sus ruegos don Marcial no obtuvo explicación alguna sobre tan extraña manera de proceder. Y Meritxell ya no tuvo motivo para llegar tarde.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div><div style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left;"></div>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-88152902348855362112008-08-27T23:57:00.019+02:002011-08-09T16:44:53.883+02:00El eco de los cipreses (cuento)<!--[if gte mso 9]><xml> <w:WordDocument> <w:View>Normal</w:View> <w:Zoom>0</w:Zoom> <w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone> <w:PunctuationKerning/> <w:ValidateAgainstSchemas/> <w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:Compatibility> <w:BreakWrappedTables/> <w:SnapToGridInCell/> <w:WrapTextWithPunct/> <w:UseAsianBreakRules/> <w:DontGrowAutofit/> </w:Compatibility> <w:BrowserLevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:LatentStyles DefLockedState="false" LatentStyleCount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if !mso]><img src="http://img2.blogblog.com/img/video_object.png" style="background-color: #b2b2b2; " class="BLOGGER-object-element tr_noresize tr_placeholder" id="ieooui" data-original-id="ieooui" /> <style>
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</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Los libros, mis libros, nunca consiguieron expulsar de mi pensamiento el ansia de penumbra, de silencio, de recogimiento. Aquella soledad..., aquel frío reparador...; la inconfundible frescura del vacío..., el vértigo irresistible de la nada... ¿Dónde ha quedado todo esto?</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">No, no puedo, no quiero dejarme vencer a pesar de esos momentos en que el monasterio entero parece acuciado por el abandono, por la desidia. Lánguida decadencia la suya..., desalentadora y hermosa al mismo tiempo. Un día, los cipreses del claustro parecen observar mudos y amenazantes el lento e inevitable declinar de la vida alrededor y sin embargo, al día siguiente, con la vuelta de la claridad todo cambia y se sacuden la melancolía con dos cabezadas elegantes y parsimoniosas. Y yo me siento aliviado y lo agradezco, sí.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Me emociona observar el cielo desde el pie de estos gigantes presos en tierra. Me siento privilegiado por poder seguir mentalmente los textos que escriben sus afiladas agujas sobre el azul y el blanco. Soy afortunado, lo sé. Y es que los cipreses no dejan de susurrarnos historias fantásticas. Con orgullo, sí, pero también con el resentimiento del ángel caído no cejan en recordarnos aquel pasado remoto en el que ellos, sólo ellos, eran los verdaderos amos del mundo. Una época gloriosa que ya nadie recuerda, de luchas ciclópeas entre sus ejércitos silenciosos y las fuerzas de la Alendra en una guerra que de ninguna manera podían ganar. Aquellas historias, cinceladas en gigantescas losas de ónice por monjes kwalanes, no pudieron resistir el paso del tiempo y se pulverizaron con las ágatas que las materializaban. Hoy, solo hay que ser lo bastante sensible para apreciarlo, cualquier gema pendida del cuello de una mujer atesora mil reflejos del alma de aquellos seres extraordinarios. La misma que impulsa a los cipreses a reescribir sus viejas hazañas en las alturas para todo aquel que sea capaz de leerlas y conmoverse con ellas. Espíritus irredentos, los cipreses..., se resisten a ser olvidados... Mis libros...</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">...Sí, claro que me alegro de que por fin aquella luz cegadora no se acuerde de volver, aunque, quizá deba pagar un precio demasiado alto por ello. Ya no puedo verlos, mis árboles han desaparecido del horizonte... Ojalá no se hayan ido para siempre... Tampoco percibo la sutil melodía de la brisa de la tarde acariciando sumisamente sus hojas.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Con el silencio pierdo el miedo y recupero la calma pero me invade una profunda tristeza. Inexplicablemente... Los poros de mi piel no descansan; alientan, se esfuerzan por respirar en un medio desagradablemente húmedo y esquivo. Manos ajenas, que no siento, ¿por qué os aferráis a ecos de voces desconocidas y lejanas que solo quiero olvidar? Los castaños... ¡Ahora.., ahora os puedo ver de nuevo...!</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">...</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">- Nada, este tampoco respira..., no tiene pulso. Y la mujer también está muerta. Mientras yo examino a los pasajeros del coche de delante concentraos en esos dos de atrás; están inconscientes pero sus heridas no son demasiado graves. Tened cuidado, al niño le he aplicado un torniquete de urgencia por encima de la rodilla. Y cuando acabéis preguntadle a alguno de los policías si hay más ambulancias en camino; vamos a necesitar al menos otras dos.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">-Muy bien, doctora.</span></div><span style="font-size: 130%;"></span>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-43461227336572640592008-08-21T00:38:00.029+02:002011-08-09T16:47:59.796+02:00Medio mundo es idiota (cuento)<!--[if gte mso 9]><xml> <w:WordDocument> <w:View>Normal</w:View> <w:Zoom>0</w:Zoom> <w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone> <w:PunctuationKerning/> <w:ValidateAgainstSchemas/> <w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:Compatibility> <w:BreakWrappedTables/> <w:SnapToGridInCell/> <w:WrapTextWithPunct/> <w:UseAsianBreakRules/> <w:DontGrowAutofit/> </w:Compatibility> <w:BrowserLevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:LatentStyles DefLockedState="false" LatentStyleCount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if !mso]><img src="http://img2.blogblog.com/img/video_object.png" style="background-color: #b2b2b2; " class="BLOGGER-object-element tr_noresize tr_placeholder" id="ieooui" data-original-id="ieooui" /> <style>
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</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">En realidad mi atención estaba toda en aquel individuo que no había tenido empacho en tacharme de idiota con toda la naturalidad del mundo. Me mantuve tenso un par de minutos más esperando la siguiente impertinencia; la mirada fija en la taza de café mientras lo removía una vez y otra con la cucharilla. Afortunadamente, viendo que mi vecino de mesa cesaba por fin en su chalada invitación a la tertulia me sentí aliviado y pude centrarme otra vez en el País. ¡<i>Ah!, pero.., ¿usted es de los que leen el País?</i> Dios mío, me dije, vamos a tener problemas. <i>A mí me encanta el País, continuó; lo prefiero a la Vanguardia. Yo ya leía el País en mi país, ¿sabe? Un gran periódico, el País... </i>Oiga, le interrumpí, a ver, ¿qué le pasa? ¿Se encuentra usted bien? Porque a mí todo esto no me parece normal. Le he tolerado que insinúe que soy idiota a cambio de tener la fiesta en paz. ¿No le parece suficiente? ¿Es que está buscando problemas? <i>Por favor, no se excite,</i> me contestó mostrándome las palmas de las manos y abriendo los ojos como platos. <i>No sé porqué se ofende porque yo no le he faltado al respeto. Y además, no le he llamado idiota; lamento que no me haya entendido, porque yo...</i> Pero bueno, ¿quiere usted parar y dejarme tranquilo? ¡Solo quiero leer un rato! <i>¿Y qué le impide a usted leer? En este país están todos muy estresados; todo el mundo está siempre de mal humor. Yo soy de Chile, ¿sabe? y en mi país la gente es más tranquila, más feliz. Ustedes, los catalanes, parecen franceses. Yo he vivido unos años en Francia y allí todos tienen mala cara. Pues a ustedes les pasa lo mismo; hablan diferente pero son ustedes clónicos a los franceses. Si ha viajado usted a Francia sabrá lo que le digo..</i>.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">No me lo podía creer. Dios, dios, dios.., qué cruz, pensé ¿en qué he podido ofenderte hoy y tan temprano, para merecer por castigo un charlatán que no tiene reparos en llamarme idiota y estresado simplemente porque no tengo ganas de seguirle la corriente? Llegado este momento mis reflexiones iban por un lado y la cháchara del chileno por otro, porque mi improvisado vecino de mesa no callaba ni a empujones. ¿Qué puedo hacer? me preguntaba. Es evidente que este hombre no anda en sus cabales. Debería largarme, porque no callará y me obligará a soltarle alguna de mal gusto. Aunque, por otra parte, ¿por qué debo renunciar a mi oasis diario de tranquilidad? ¿Simplemente porque a este majadero le ha venido en gusto darme la vara? ¿Es que debo tolerar que me fastidie el día, así, sin más? Oiga, ¡escúcheme! le dije resueltamente y sin contemplaciones. Pero él ni caso; a su bola. <i>Es como lo de esos robos...</i> ¿Qué? ¡Estaba hablando de robos! No sé como llegó de los franceses carapalo a los robos, pero aquel tipo se refería a los robos que vienen produciéndose últimamente en algunos polígonos industriales de por aquí cerca. <i>¿Usted se piensa,</i> decía con énfasis,<i> que la policía no está de acuerdo con los ladrones?</i> ¿Quiere dejarse de monsergas? A mí todo eso me importa un bledo, le dije. A ver, ¿quiere usted entender de una santa vez que lo que quiero es que me deje en paz? ¡Joder! ¿Por qué no se va a importunar a otro? Y no pude más, porque diciendo esto cogí la taza con el culo de café con leche que me quedaba y el periódico, y me fui tres mesas más atrás.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Para entonces en el Rex ya había cuatro o cinco personas más que asistían divertidas y silenciosas al espectáculo. Y no sé que me dolía más, si haber soportado la tabarra de mi locuaz vecino de mesa o comprobar que aquella gente se lo había pasado en grande a costa mía y de mister simpatía. ¡Me cago en.., si llego a darme cuenta antes hubiera podido largarme a tiempo! Para acabarlo de rematar, mientras se desarrollaba la escena del desapego sonaba “<i>When a man loves a woman</i>” de Percy Sledge. No hay derecho, pensé. Y es que aquel fondo musical hacía que mi sensación de ridículo fuera mucho más hiriente.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Acomodado de nuevo, ahora en el fondo del bar, no conseguía apartar de mi cabeza al tipo que acababa de expulsarme de mi mesa favorita. Dios es testigo: lo intenté, pero nada, no podía continuar leyendo. Imposible. Me encontraba descentrado, fastidiado. Humillado, por no haber sabido cortar rápidamente con aquel memo. Y además, el poco café que me quedaba se había enfriado y eso es algo que me jode lo indecible. Él siguió allí unos minutos más, impasible, ahora en silencio, hojeando la Vanguardia. Y yo, maldita sea, no podía quitarle los ojos de encima. Y mira, aquel sujeto odiaba a los franceses y llevaba puesta una camiseta del Olympique Lyonnais con el número ocho. ¿Será gilipollas? ¿Quién lleva el ocho en el Olympique de Lyon? Por suerte al cabo de un rato se levantó, cogió del suelo algo parecido a un viejo macuto militar y fue a la caja. No le vi salir pero era obvio que se marchaba.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Su marcha resultó terapéutica. Al instante, menos mal, recuperé la tranquilidad suficiente para seguir con el País. Por enésima vez comencé a repasarlo y poco a poco, casi agalbanado, llegué a la página cinco del suplemento “<i>la revista del verano</i>”. Allí me entretuve para ponerme al corriente de la polémica que ha despertado la publicación de un nuevo relato de Tintin donde éste pierde la virginidad. ¡Ostia! ¿Cómo? ¿Que Tintin se ha liado con alguien? Pero a ver.., ¿no era Hergé, aquel que se murió hace unos años? Y por añadidura y no contentos con esto, en el nuevo relato no han tenido empacho en deshacerse del pobre Milú; según parece, ya se ha muerto. Pero bueno.., ¿Qué retorcida mente ha podido idear algo tan monstruoso? me pregunté. Es como si me cuentan que ha salido un nuevo volumen de don Quijote, donde éste se compra una Vespa. Me niego a aceptarlo. Milú siempre fue un poco gilipollas, es cierto, pero era mi gilipollas; nuestro gilipollas. Sigo leyendo y me entero que se trata de un relato publicado solo en España, una especie de homenaje a Hergé en su centenario. ¿Homenaje? ¡Descerebrados! Así, ¿cuándo muera Quino le harán un homenaje tirándose a la Mafalda y acuchillando al Felipe, verdad? Habría que fusilarlos a todos, al autor de la infamia, al editor.., ¡a todos! Menos mal que Moulinsart evitará que se reedite el vilipendio. ¡A por ellos! ¡No aflojes!</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">¡Joder, se hacía tarde! De regreso a la realidad, recuperado ya el sentido común tras haberme sumergido un ratito en mis fantasías <i>tintineras</i>, volví a pensar en el episodio chileno. Qué barbaridad, sólo había pasado un cuarto de hora pero tenía la sensación de que todo quedaba muy lejos. Parecía mentira. Era como si aquello le hubiera sucedido a otro y me lo hubieran contado. Me sentía totalmente relajado; mi mente se había saneado gracias a la estupidez de un "homenaje" tan perverso como innecesario. Para acabarlo de redondear tan sólo cabría marcharse del Rex de la forma más discreta posible, antes de retomar mi rutina laboral como si nada hubiera pasado. Con este propósito <i>in mente</i>, me levanté sin hacer ruido y, casi en volandas, me acerqué a la caja: oye Sara, ¿quieres cobrar, por favor? <i>No, no hace falta, ya está pagado</i>. ¿Cómo? <i>Sí, tu amigo te ha invitado</i>. ¡No fastidies! <i>Que sí, hombre</i>... Me quedé aturdido. Fue como.., como una bofetada.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Cabizbajo, caminando de vuelta a mi despacho me devanaba los sesos queriendo ver algo positivo en todo aquello, pero nada, no acerté a encontrarlo ni por asomo. Malas sensaciones; muy malas. Retortijones, gases… El café con leche me cayó fatal. ¿Por qué me habrá invitado ese capullo...?</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Hola Xavi, ¿como va todo...? ¿<i>Qué tal, Joan..? Bien, hoy tenemos poca gente. Aquí tienes la lista.</i> Humm; ¿quien es el primero...? <i>No lo sé, viene por primera vez. Creo que quiere un informe de arraigo.</i> Bueno, dame cinco minutos y dile que pase.</span></div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt; line-height: 150%;">...Sí, era él.</span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><br />
</div>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-11597943688156681902008-06-18T21:56:00.007+02:002008-10-13T21:11:39.246+02:00La imaginación (cuenta)El ojo del hipnotizador no hace madurar las uvas. Esto lo sabe cualquiera que alcance a tener al menos un gramo de imaginación. Sin embargo, la imaginación, y aquí está lo inexplicable, es un bien escaso entre personas adultas a pesar de su insignificante coste. Es algo que se hace difícil de entender y quizá haya que buscar la explicación en la confusión existente sobre su verdadero valor. Sí, la imaginación está poco valorada porque a menudo es confundida con la ensoñación; con los sueños, en definitiva. Pero lo cierto es que ambas cosas están bastante lejos de ser lo mismo. Una persona soñadora pero pobre de imaginación puede pasarse la vida soñando estupideces. En cambio los sueños de una persona imaginativa no conocen límite.<br /><br />Por alguna razón que se me escapa, nos han hecho creer que los sueños no pertenecen al mundo adulto. Al menos al mundo adulto respetable. Los adultos soñadores suelen obtener muy poco crédito y son generalmente tratados con condescendencia, cuando no con desprecio. Alguien peor pensado que yo me ha dicho que se trata de una confusión interesada y cultivada con esmero desde tiempo inmemorial. Y es que la imaginación arrastra mala fama por lo menos desde la Reforma, y mira que hay que tener imaginación para participar de determinados dogmas. Qué digo: de todos los dogmas, absolutamente de todos. A los individuos imaginativos ―y también a los soñadores, por supuesto―, se les suele relegar al limbo de los estúpidos. Así, simplemente, con la trivial e insufrible sonrisa que insinúan los más acerados defensores de lo correcto, de lo adecuado. Sobre todo si los pobres diablos tienen edad para trabajar y, en consecuencia, para dejarse de estupideces. Ante la gente con imaginación se suele decir: ¡déjate de payasadas, que aquí hacemos las cosas como dios manda! Que es como decir que las cosas deben hacerse como ellos quieren. Y claro, aunque duela reconocerlo algo de razón ya tienen, ya. Porque, dejémoslo claro, no puedes ir por la vida con el lirio en la mano y pretender que te cedan el asiento en el tranvía, ¿verdad que no? A no ser que estés de siete meses.<br /><br />Ayer, un viejo amigo me preguntó si conocía la psicología de la imaginación. ¿Cómo? Sí, ¿sabías que hay toda una teoría sobre el asunto? me dijo entusiasmado. Me dispuse a escuchar, sorprendido y al mismo tiempo algo temeroso, lo admito. Pues.., mira, no sé qué decirte, respondí ante su interés por conocer mi opinión cuando ya me había dado unas primeras explicaciones que yo no acerté a comprender del todo. Pero él, haciendo caso omiso de mi evidente desinterés, continuó mareando la perdiz durante un buen rato y, entre pregunta y pregunta acerca de mi parecer sobre la cuestión, no dejaba de insistir en lo interesante que le resultaba tan curiosa e imaginativa teoría ―esto no lo decía él, por supuesto. Viendo la obstinación de mi amigo en hacerme partícipe de aquel peñazo, el enardecimiento que ponía en sus palabras y gestos, yo no podía sino hacer ver que le prestaba atención por el respeto que le profeso, que es mucho. Pues mira, no sé qué decirte; en serio. Es lo mejor que sabía responder cada vez que pedía mi opinión. También es verdad que tras escucharlo durante algunos minutos ―sin acertar a ver el fundamento de aquello por ningún sitio―, mi mente voló a otro lugar y se instaló allí hasta que decidió dar por acabada su (aburrida) perorata. Como es natural, después hablamos de muchas otras cosas y pasamos un buen rato, como siempre.<br /><br />Mucho más tarde, ya en el coche y de vuelta a casa recuperé aquel descabellado asunto. Cuanta imaginación, la del autor o autores de aquella teoría, porque de eso se trataba. ¿Qué misterioso impulso −me dije− se encontrará tras ese tipo de cosas? ¿Qué hará que alguien, obviamente inteligente, invierta su tiempo en construir un discurso insustancial y absolutamente irrelevante? Luego pensé que esta clase de cosas son mucho más corrientes de lo que se suele creer. Sobre todo en el a menudo acerado mundo universitario. Recordé entonces unas palabras del que fue mi profesor de filosofía del derecho. Ferrer, se llamaba −se llama, corrijo. Sostenía que la psicología −y el psicoanálisis, muy en particular− no era más que humo. Humo de colores si ustedes prefieren, comentaba, pero humo al fin. Humo magnético, seguramente perfumado, añadía yo por entonces. A lo mejor entendí mal sus palabras pero decía que salvando distancias meramente formales, la psicología no era algo muy diferente de la astrología o la quiromancia. Movido por un irredento espíritu polemista Ferrer probablemente exagerara, pero, lo cierto es que cuando escucho algunas cosas no puedo evitar recordarlo y darle la razón. El profesor Ferrer no era un sabio −es posible que llegue a serlo algún día− pero no tengo duda alguna de que era un tipo largo y avezado. Guardo de él un vago y a pesar de todo buen recuerdo. En cualquier caso si el propio Einstein pensaba que la imaginación era la matriz del futuro debía ser por alguna razón. Einstein, de más está decirlo, debería estar fuera de toda duda, ¿verdad? Sin embargo, es posible que no llegara a ser tan largo como lo es Ferrer. Por lo demás, ¿qué es la imaginación de un adulto comparada con la de un niño que pretende hacer un ferrocarril con espárragos? En fin, mejor dejarlo aquí o llegaremos a Cajamarca. Además, me apetece escuchar a Paolo Conte. <em>Max, era Max.., piu tranquilo que mai.</em><br /><br /><object height="344" width="425"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/9EKwHzVL77U&hl=en&fs=1&color1=0x234900&color2=0x4e9e00"><param name="allowFullScreen" value="true"><embed src="http://www.youtube.com/v/9EKwHzVL77U&hl=en&fs=1&color1=0x234900&color2=0x4e9e00" type="application/x-shockwave-flash" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-174628079657916712008-04-15T21:42:00.024+02:002009-08-31T12:20:00.993+02:00El muerto al hoyo y el vivo... también (cuento)<span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;">Este es el relato de una calamidad anunciada. Sucedió hace un puñado de años en Serraniales, un pueblo salmantino perdido en la Sierra de Francia, y todo empezó cuando murió Mateo, el enterrador. Nadie, absolutamente nadie podía sospechar entonces que algo así acabaría siendo fuente inacabable de disgustos para algunos de sus más reputados vecinos. </span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;"><br />El bueno de Mateo llevaba más de veinte años ejerciendo discreta y eficientemente su oficio y su repentino fallecimiento dejó al pueblo huérfano de un servicio que se echaría inmediatamente en falta. Era sábado, a primera hora de la mañana de un día resplandeciente; tanto, que ni el más optimista hubiera dicho que el mes de noviembre se encontraba en las últimas. Mateo traspasó solo, tan solo como vivió a lo largo de toda su vida. No se le velaría. Tampoco se derramaría una sola lágrima por él, pero casi todos lamentarían su pérdida. Aquel día don Matías, que así se llamaba el alcalde, vio frustrada una tranquila mañana de ocio al ver que María, la vecina del difunto, llegaba jadeante hasta la misma puerta de su casa para dar noticia del inesperado incidente. ¿Y ahora qué...? Pasados los primeros segundos con la mente en blanco este fue el único pensamiento del atribulado edil: ¿quien enterrará al enterrador...?<br /><br />Don Tomás, el rector de la parroquia, acudió solícito en ayuda del alcalde cuando este lo llamó alarmado no tanto por la noticia como por su consecuencia práctica. Acordaron encontrarse en el casino del pueblo y allá, discretamente arrinconados en una mesa, se aplicaron a valorar las circunstancias de tan inesperada situación al tiempo que apuraban un café negro y espeso como el alquitrán. Cómo es natural, el cura se haría cargo de las exequias y tanto uno como otro daban por hecho que María, con la ayuda de alguna otra voluntaria, asumiría la ingrata tarea de preparar y amortajar el cadáver de Mateo. El ataúd tampoco debería representar inconveniente alguno ya que Jesús, el carpintero, siempre disponía de unos cuantos en su almacén para cubrir los decesos que iban produciéndose en el pueblo a lo largo del año. Y por si fuera poco el Consejo municipal asumiría el gasto; que el propio don Matías ya se ocuparía del asunto. La complicación era muy otra. ¿Qué harían cuando una vez acabada la Misa de difuntos, llegara el momento de trasladar al cementerio los despojos mortales del finado? Hasta ayer mismo era el propio Mateo el encargado de amortajar, abrir la fosa y enterrar al muerto de turno en el lugar adecuado del cementerio; amén, claro está, de ocuparse del mantenimiento del recinto y tener al día el libro de registro de parcelas. Ahora, sin embargo, habría que improvisar habida cuenta de su inesperada desaparición. De golpe, el alcalde se encontró entre manos con un asunto que le exigía una respuesta tan rápida como discreta, y él no era de la clase de hombres que saben trabajar apresurados. ¿Quien enterraría a Mateo? Engorrosa cuestión, no hay duda.<br /><br />Convencidos que la brigada municipal de obres podría resolver el problema con la urgencia y pulcritud requeridas, el primer pensamiento del alcalde y del capellán fue en esta dirección. A primera vista parecía lo más lógico. Santiago, el jefe de la brigada, acudió al llamamiento del alcalde intrigado por la novedad. ¿Qué pasará, que no puede esperar hasta el lunes? Y además, ¿qué hacía don Matías en el casino, cuando ni siquiera eran las nueve y media de la mañana? Y aún más raro, ¿por qué lo citaba precisamente allí y no en el Ayuntamiento, como era costumbre? Cuando Santiago llegó al casino y encontró juntos y meditabundos a don Matías y don Tomás, su extrañeza se transformó en inquietud. Sin embargo, tras el saludo de rigor Santiago recuperó su aplomo habitual al ver que el alcalde, con amabilidad desacostumbrada, le invitaba a tomar asiento y compartir el café con él y con el cura. Don Matías no perdió el tiempo y comenzó explicando a su jefe de obras el problema que se les había venido encima, para acabar proponiendo a Santiago que esa misma tarde tomara las riendas del asunto hasta darle carpetazo. Por desgracia Santiago no tuvo más remedio que replicar a Don Matías que la solución no podía pasar por la intervención de la brigada. En efecto, el alcalde había pasado por alto que en aquel momento no se podía contar ni con Pedro ni con Andrés, los únicos miembros de la pomposamente llamada brigada municipal de obras, además, claro está, del propio encargado. El primero llevaba casi tres semanas de baja a causa de un accidente laboral que no le dejaba moverse si no era ayudado por dos aparatosas muletas. Y en cuanto al segundo, Andrés, solo tuvo que recordar que se encontraba de vacaciones. Se fue de viaje con su mujer para celebrar su quinto aniversario de boda; estaban en Mallorca y no regresarían hasta pasados tres días. Y desde luego, el propio Santiago no estaba en condiciones de cavar una fosa de un metro de ancho por dos y medio de largo y dos más de fondo. Cinco metros cúbicos de tierra eran demasiados para sus sesenta y dos años y su hernia discal.<br /></span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;">Tras escuchar a Santiago el alcalde y el párroco se sumieron en un profundo silencio mientras la preocupación afloraba por primera vez a sus rostros. Necesitaban encontrar en alguien que se encargara del asunto, y deprisa porque al día siguiente cabía dar cristiana sepultura a Mateo; el inoportuno, vaya por Dios. ¡Joder, Mateu; ya podías haber insinuado que te morías, hombre! No sé... una enfermedad.., algo que nos hubiera puesto sobre aviso... El rector interrumpió al alcalde en sus quebraderos a media voz y planteó la posibilidad de acudir al enterrador del pueblo del lado. Al fin y al cabo sólo estaban a treinta y nueve kilómetros. Quizás él... ¿Pero qué dice? Nada hombre, ¡imposible! cortó por lo sano el alcalde. La idea no era buena porque hacía algunos años que en aquel pueblo acudían a una empresa de la capital por estos menesteres. Precisamente desde que murió su enterrador sin que nadie quisiera ocupar la vacante. Además, había un problema añadido: la virulenta enemistad entre los dos alcaldes hacía imposible cualquier insinuación de colaboración institucional. Nada, una quimera. Había que pensar en otra cosa. Encargarían el trabajo a alguien provisionalmente y más adelante ya se las apañaría el alcalde para cubrir definitivamente el puesto de Mateo, el desatinado después de todo. </span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;"></span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;">El silencio y el desconcierto oscurecieran la reunión. El clic-clic gélido de una cucharilla removiendo la taza de café de don Tomás, y más silencio ahora roto por los golpecitos rítmicos y nerviosos que hacía don Matías al repicar con sus dedos sobre la mesa... Hasta que a Santiago se le reveló la imagen de Felipe, el mayor de los hijos de la Rosario, la del estanco. Este chico se encontraba casi siempre en paro y solo salía adelante gracias a las chapuzas que se le iban presentando. Pero, ¿no era Felipe uno de los que se fueron la semana pasada a Barcelona para trabajar en las obras del Forum? replicó el alcalde. Pues es verdad, se me había olvidado. Pero no importa porque también se lo podríamos encargar a Bartolo. No es que el chaval sea muy avispado pero, para lo que tendrá que hacer... No sé qué decirte, Santiago; yo a Bartolo lo veo algo.., no me acaba de... No perderemos nada con intentarlo, dijo el cura como si hablara desde el púlpito. Maldita sea, Mateo; ¡cómo nos has jodido! cuchicheaba don Matías para sí mismo. De acuerdo Santiago, mira a ver si lo encuentras y dile que venga, por favor.<br /><br />Bartolo era un hombre de pocas luces y ni siquiera se le pasó por la cabeza preguntar a Santiago qué se le ofrecía al alcalde; sencillamente se fue con él hasta el casino para presentarse dócil ante la autoridad, los ojos puestos en el suelo y la gorra entre las manos. Oye Bartolo, dijo el alcalde sin preámbulos, quiero que me hagas un favor, un favor muy grande que se te pagará muy bien. Mira, Mateo se ha muerto y mañana habrá que enterrarlo. Tendrías que ir al cementerio y preparar las cosas. ¿Qué cosas? ¿Pues qué va a ser, hombre? Digo yo que habrá que enterrarlo, ¿verdad? Pero, ¿no está Mateo para eso? ¡Es que Mateo es el muerto, joder...! </span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;"></span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;">Bueeno, no perdamos la calma, se dijo el alcalde cogiendo aire muy lentamente. Ya veo que no te enteras Bartolo. Préstame mucha atención. Quiero que ma-ña-na, después de Mi-sa, entierres a Ma-te-o, ¿entendido? Las últimas palabras del alcalde sacaron a Bartolo de su aturdimiento, pero solo para dejarlo petrificado. Bien.., ¿qué dices? Pero Bartolo no dijo nada; salió pitando del casino y arrancó a correr calle Mayor abajo como un mulo desbocado. ¿Lo veis? ¿Qué os decía yo? Este tío es todavía más imbécil que su padre, que en paz descanse. ¡Cagüendios, Mateo, tenias que hacer las cosas a tu manera y morirte sin avisar! ¡Maldita sea, Mateo!... Bueno, bueno, don Matías, tranquilícese por favor, intervino don Tomás, visiblemente molesto por el lenguaje del alcalde. Ya verá como encontramos a otro. No se desespere, hombre. Hagusté el favor.<br /><br />Por suerte Santiago tenía más propuestas. También podríamos decírselo a Simón. Creo que tiene apalabrados a seis o siete que le recogen las naranjas... O al hijo del panadero... ¿A ese borracho? ¿A ese toxicómano? saltó el alcalde. Hombre, Santiago, pareces tonto, ¿tú querrías al hijo del panadero para la brigada? Pues, no, pero creo que para salir del apuro Judas ya nos valdría. También don Tomás estaba de acuerdo con Santiago. Lo importante era salir del atolladero como fuera, que luego Dios diría. ¿Y por donde anda ese? Lo vi en la plaza, cuando iba a buscar a Bartolo. Pues anda, ve a ver si lo encuentras y dile que venga, ¿quieres? A ver qué puede hacer. Voy volando. </span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;"></span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;">Judas tenía mala fama. Le gustaba beber y presumía de no haber dado nunca un palo al agua. Se metía en líos sin esfuerzo alguno y solo el dinero de su padre le ahorraba las calamidades que sin duda merecía. Hola Judas, ¿cómo estás? Pssée, voy tirando. Bueno, ¿qué pasa, qué es lo que ustedes quieren? Oye, esta mañana han encontrado muerto a Mateo y... ¡Eeeeh! Aaalto ahí... Un momento ¿eh? ¿Pero, que es lo que ustedes se piensan? ¡A mi no me cargan ese muerto! ¡Cagüenlaleche, aquí se queda preñada la burra y le echan la culpa al Judas! Hasta aquí podíamos... ¡Quieres callarte de una vez, cretino, que estás alarmando a los parroquianos! tronó el alcalde. Lo que queremos es hacerte un encargo, caramba, acabó de rematar. Usted perdone, es que yo... A ver; calla de una vez y escucha lo que te voy a decir. Necesitamos a alguien que se encargue de las cosas del entierro; de abrir la fosa y enterrarlo, ya sabes... Y mira, hemos pensado en ti, ¿qué te parece? Bueno, es que así, de golpe... ¿Puedes hacerlo o no? Pues, no sé, a lo mejor con ayuda de alguien... Vale, pues te buscas a alguien que te ayude; no hay problema. Es que no sé si.... Mire señor alcalde, mejor yo lo dejo, que estas cosas a mi no me van, ¿sabe? Pero.., ¡anda ya! Lárgate de aquí, so gandul. Ya sabíamos nosotros que tu no servías pera nada importante. Hombre señor alcalde, no se ponga usted así... Venga, ea que te vayas. ¡Hala, hala, fuera! </span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;"></span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;">Judas salió del casino tocado en su orgullo. Al fin y al cabo, pensaba, tampoco debe ser tan complicado eso de abrir un hoyo donde quepa una caja de muertos, meterla dentro y luego echar tierra encima. Lo comentaré con los colegas, a ver si alguien me ayuda... Se van a enterar esos de lo que es capaz el Judas. Y así, rumiando y cabizbajo emprendió Judas el camino de “la Zelota”, el antro de las afueras donde se reunía la peña.<br /><br />Lo mejor será decírselo a Simón, volvió a la carga Santiago. Simón era un vecino serio y cabal y si él mismo no podía ocuparse del asunto a buen seguro que les daría una solución. Tengo su número de teléfono apuntado en mi libretilla y puedo llamarlo si a ustedes les parece bien. Pues claro que sí, hombre. Llámalo. Llámalo ahora mismo, a ver si salimos de este entuerto de una puñetera vez. Hola Simón, soy Santiago. Verás, estoy en el casino en compañía del alcalde y de don Tomás, y tenemos un grave problema que quisiéramos consultar contigo. ¿Porqué no te acercas un momento y lo hablamos? Es importante. Bien, ahora voy. Dame diez minutos. </span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;"></span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;">Este hombre empezó como frutero y ahora era el propietario del principal supermercado del pueblo, aunque él sigue presentándose como industrial de la fruta. Además, en los últimos años había ido comprado tierras y esto lo convertía en uno de los más señalados propietarios de la comarca; y esta era la razón por la que siempre tenia una cuadrilla de temporeros trabajando para él. Como era de esperar, Simón tardó exactamente diez minutos en aparecer por el casino. Buenos días señores. Bien, ya dirán ustedes qué se les ofrece. Don Matías expuso el asunto a Simón con toda suerte de detalles. Mientras, los demás mostraban su semblante más grave y de vez en cuando asentían con la cabeza a cuanto el alcalde iba explicando. </span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;"></span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;">¿Y eso es todo? dijo Simón, acostumbrado como estaba a ventilar complicaciones que sí merecían ese nombre. ¿No me digan ustedes que todo el problema consiste en abrir una tumba para Mateo, y enterrarlo mañana? Mire don Matías, déjelo usted de mi mano y no se hable más de la cuestión. Es más, también me haré cargo de los gastos, que el bueno de Mateo se lo tiene bien merecido. Esta tarde le diré al capataz que escoja a dos de la cuadrilla y vaya al cementerio a resolver el problema. ¡Asunto zanjado, caballeros! </span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;"></span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;">Al oír a Simón los que le acompañaban se levantaron exultantes de alegría para abrazar al hombre providencial. Y es que Simón valía un potosí. Jubilosos, contentos como unas pascuas, se dirigieron todos a la barra, Simón arropado por el grupo, recibiendo parabienes y golpecitos en la espalda. ¡Cuatro coñacs, por favor! No, no; para mí un anisete, replicó don Tomás a don Matías. Pues venga: ¡tres coñacs y un anisete! Las doce del mediodía estaban al caer cuando la alborozada tropa abandonaba el casino, cada cual a su casa o a sus quehaceres. El alcalde, sin duda el más aliviado, dio un rodeo para pasar por el Ayuntamiento antes de dirigirse a su casa; quedaba algún asuntillo pendiente y, lo que es más importante, tenía que telefonear a Maria para ver si podía encomendarse de preparar a Mateo para su último viaje. Bien; todo resuelto. Él mismo se encargaría mañana de llevar el féretro de casa de Mateo a la Iglesia y desde allí al cementerio en su imponente pick-up Toyota recién estrenada. Nadie podría decir jamás que Matías no era un buen alcalde y un buen vecino, sí señor.<br /><br />Cuando Judas entró en “la Zelota” se sintió despechado. Aburridos de esperarlo el Chino y el Julián se habían largado a la ciudad sin él. Y ya no volverían hasta el día siguiente. ¡Mecagüenlá...! A Judas no le quedó más remedio que acodarse en la barra solo y apesadumbrado. El barman, un armario de ciento cincuenta kilos cuyos brazos colgaban de sus hombros como arbotantes, no estaba acostumbrado a ver afligido a Judas. De hecho hasta parecía pensativo y eso sí que era raro porque Judas era un tipo duro, de los que ni se afligen ni piensan, por supuesto. Oye, si tanto te jode, coge la moto y lárgate. A lo mejor todavía puedes pillarlos antes de llegar a Salamanca. No; no es eso. Es que esta tarde necesito a alguien para hacer un trabajo, y contaba con el Chino. ¡Ey! Al Chino no lo metas en líos, que aún tiene que presentarse cada mañana en el cuartelillo. No hombre; no van por ahí los tiros. Es para trabajar de verdad. Me han hecho un encargo y necesito ayuda. ¿Qué tienes que hacer? Se ha muerto el enterrador y hay que darle sepultura; esta tarde iré al cementerio para abrir el hoyo y mañana, después del funeral, tengo que enterrarlo. ¡La hostia, tío! ¿No me digas que eres el nuevo enterrador? No, todavía no, pero no estaría mal, ¿verdad? Total, ¿cuánta gente se muere en este pueblo al cabo del año? La cosa es que hoy necesito a alguien que me ayude a cavar, que mañana me las apaño solo para enterrar al muerto. ¿Y por qué no te llevas al Bartolo? Lleva un rato allí, en aquel el rincón... (¿?) </span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;"></span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;">Oye, Bartolo, ven un momento... ¿Por qué no me haces un favor? Mira; tengo que ir al cementerio esta tarde para cavar una tumba y.... ¡Y una mieeerdaa! ¿Pero qué coño pasa hoy en el pueblo, que todo el mundo quiere enterrar a todo el mundo? Pero, Bartolo... ¡Iros a tomar por culo! </span></span><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;">Y Bartolo no dijo más; cogió la puerta y se largó gruñendo cosas irreproducibles. Pero, tío, ¿qué le has dado al Bartolo? Nada, te lo juro. Ha pedido una caña y mira, ni siquiera se la ha acabado. Pero no te preocupes.Tengo yo un colega que a lo mejor podría ayudarte; anda siempre seco y si le sueltas treinta euros te abre no una sino tres sepulturas. Me dijo que esta tarde pasaría por aquí a eso de las seis. Vente a esa hora y te lo presento. Vale tío, hasta luego.<br /><br />Simón llegó a su casa visiblemente satisfecho de sí mismo. En una sola jugada se había metido al alcalde y al cura en el bolsillo, y todo a cambio de nada o casi nada. Comió solo, mirando la tele, y después de una corta siesta cogió el coche y se fue ver qué hacían los jornaleros en sus tierras. Hace años que contrató a Pepe Triguero como capataz, un hombre honesto y trabajador como pocos, y desde entonces ha podido delegar en él gran parte de sus responsabilidades. Pepe valía de largo el sueldo que cobraba. Buenas tardes don Simón. Hola Pepe; qué, ¿cómo va la jornada? Muy bien, se ha recogido casi toda la naranja; solo quedan aquellas dos hileras, las de al lado de la acequia. Para el mediodía del lunes habremos acabado y podremos empezar con otra cosa. Estupendo, lleváis dos días de adelanto. Muy bien, Pepe, muy bien. Te felicito. Pero, verás; he venido porque me gustaría que me hicieras un favor... Lo que usted mande don Simón, como siempre. ¿Sabías que esta mañana se murió Mateo, el enterrador? Pues sí, ya me lo han contado; qué fatalidad. Eso pienso yo; sobretodo porque de ayer para hoy nos hemos quedado sin enterrador en el pueblo, y esta es precisamente la clave del problema. Por esta razón me he comprometido con el alcalde a encargarme del entierro. Además, como Mateo no tiene a nadie... Tiene usted un corazón muy grande, don Simón... Y claro, enterrarlo quiere decir enterrarlo, Pepe. Está claro, don Simón.., pero no veo yo en qué le puedo ayudar. Te lo digo ahora mismo: me gustaría que cogieras a un par de la cuadrilla y te fueras luego al cementerio para abrir un hoyo donde enterrar al difunto. He estado dándole vueltas y creo que se trata de un asunto que no puede requerir más de una hora de trabajo. Por supuesto, puedes contar con una buena recompensa. A ti te daré cien euros y a los chicos les daré cincuenta a cada uno por una hora escasa de faena. ¿Cómo lo ves...? </span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;"></span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;">Pues no sé yo como se lo pueden tomar porque todos tienen ganas de dar de mano pronto; es sábado y son casi las cinco... Nada, les dices que les daré sesenta a cada uno. ¡Joder, que estamos hablando de una puñetera hora de trabajo, y no más! Vale, ya me encargaré; no se preocupe usted don Simón que hoy estará hecho el hoyo. Al cabo de un rato, minutos antes de acabar la jornada, Pepe reunió a la cuadrilla y pidió dos voluntarios para irse con él al cementerio. Les explicó de qué se trataba pero no obtuvo la respuesta que quería. Nadie estaba por la labor de hacer más horas, y eso que todos eran solteros. O quizá precisamente por eso. La cuadrilla la formaban cuatro rumanos, un albanés y dos marroquíes y menos estos, todos se esfumaron antes de qué Pepe pudiera insistir otra vez en el asunto. Y lo cierto es que los marroquíes no siguieron a sus compañeros porque todavía no entendían muy bien el idioma y andaban un poco desconcertados. Bueno, jefe, que nosotros ya nos vamos... Un momento Mohamed, un momento. Si venís conmigo y me ayudáis os pagaré cien euros a cada uno. Pepe pensó que si no ponía él algo de dinero se quedaría más solo que la una para hacer el agujero. Hay que enterrar a un paisano y me tenéis que ayudar a hacer el hoyo... Los jornaleros se miraron con los ojos como platos sin entender nada. ¿Tu paisano está muerto? preguntó Mohamed con falsa ingenuidad. Hombre, coño, ¿es que en tu tierra los enterráis vivos, a los muertos? En mi país a los muertos los entierra el enterrador, ¿sabes? ¿Tu piensas que estamos locos, en Marruecos? ¡Marruecos es civilizado! Vosotros siempre pensáis que Marruecos... Que sí, hombre, que sí; pero no es eso, hombre. Solo quiero que me echéis una mano, Mohamed. Es que tengo que enterrar al enterrador... Pero, ¿por qué tienes que enterrarlo? Mecagüen.., porque se ha muerto, Mohamed... ¡Y deja ya de darle vueltas, caramba! ¿Y lo sabe la policía...? ¿Pero.., tu eres tonto o qué? Está todo en orden. Mateo se ha muerto solo, so-lo. Todo está bien. Todo es legal. Es el alcalde, que lo manda, ¿entiendes? Mohamed se giró hacia su compañero y tras unos instantes de conversación incomprensible para Pepe, por fin asintieron con la cabeza. </span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;"></span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;">A Mohamed le acompañaba Abdul, un chico de unos veintidós o veintitrés años que no comprendía nada de lo que pasaba a su alrededor. Ambos eran trabajadores y disciplinados pero todo aquello los dejó con la mosca tras la oreja. Harían de enterradores; ya ves. La vida de un emigrante está sujeta a eventualidades a veces crueles, a veces curiosas; eso era algo que Mohamed y su compañero sabían de sobra. Conformes al fin con la propuesta de Pepe, ambos lo siguieron en silencio. Lo primero fue cambiarse otra vez de ropa; luego ir al almacén a coger un pico y dos palas. Finalmente los tres a la furgoneta y de allí pitando hacia el cementerio, que cierran. </span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;"></span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;">Eran las seis menos cuarto en punto cuando el comando de improvisados enterradores llegaba al camposanto y a esa hora la luz natural era tan escasa que no parecía natural llamarla así. ¿Habían cogido linternas? Pues no. Mierda, de aquí a un cuarto de hora no veremos un pimiento, dijo Pepe a sus compañeros tras haber aparcado la furgoneta junto a la puerta. Bueno, os digo dónde hay que cavar y me alargo un momento a buscar un par de lámparas de gas. La comitiva traspasó el portal de entrada en fila india y giró a la derecha. Allí, a tan solo cuarenta o cincuenta metros, a la sombra de un roble joven, estaba el lugar donde Mateo descansaría en paz. Él mismo lo había dispuesto así en el libro de registro de parcelas aunque, ironías del destino, nunca pudo imaginar que sería él el candidato. Al llegar al lugar indicado Pepe marcó un surco en el suelo con el pie, de unos dos metros de largo, y les dijo a los chicos que empezaran a cavar sobre la marca, que él iría por las linternas y estaría de vuelta enseguida. El cementerio estaba muy mal iluminado, sobretodo en el ángulo donde los marroquíes debían trabajar. En este rincón no había más luz que la del creciente lunar que ahora dominaba el cielo. Pepe pensó que todo estaba lo suficientemente claro y se despidió momentáneamente de sus compañeros, pero, cuando a punto estaba ya de abandonar el cementerio, tuvo que girarse alarmado por los gritos de Mohamed. ...Oooye, jeeefe, ¿dónde está Roma? ¿Qué? Que dónde está Roma? ¿Roma? Síii. Pero.., para qué puñetas quieres saber eso? Por la cabezaaa. ¿La cabeza? ¿qué cabeza? La cabeza del muerto, jefe; ¡habrá que ponerla mirando a Roma, hooombre! ¡Virgen santa, la madre que parió a estos tíos! pensó Pepe al tiempo que les gritaba ...Que eso a nosotros nos da iguaaal. ¿Queréis dejar de joder y empezar a cavar el hoyo donde os he dicho? ¡Habráse visto! Redios con los moros, rumiaba, mientras arrancaba la furgoneta. </span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;"></span></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%"><span style="font-family:georgia;font-size:100%;">A Mohamed no le convenció del todo tanta irreverencia. Pero en fin, qué más da, pensó, si a estos infieles les era igual que les enterraran con la cabeza desorientada, también les daría igual que el agujero estuviera un poco más allá, donde había bastante más luz. Y dicho y hecho; Mohamed arrastró a su compañero de fatigas unos metros más allá del lugar marcado, mucho más cerca del punto lumínico de la puerta del cementerio. Ahora era otra cosa. Y empezaron a cavar...</span></span><br /><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >La noche estaba a punto de cerrarse y Pepe volvía al pueblo pensando en Mohamed y en Roma cuando en plena curva de la alameda un potente haz de luz en su mismo carril le obligó a maniobrar bruscamente. La furgoneta se salió de la carretera para adentrarse una veintena de metros entre los chopos hasta chocar, cuando a punto estaba ya de detenerse, con el árbol más gordo del bosque. Los daños fueron mínimos pero el miedo y la conmoción dejarían a Pepe fuera de circulación durante un buen rato. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >El responsable del atropello, en el sentido más amplio de la palabra, sólo podía ser Judas. Poco antes de las seis en punto Judas se había presentado en “la Zelota” montando su Kawasaki. El armario y su colega ya le estaban esperando. Se trataba de un tipo casi tan grande como el barman aunque bastante más castigado por la vida, por decirlo de algún modo. El acuerdo fue inmediato: irían al cementerio, abrirían la fosa y después Judas pasaría por casa del alcalde para darle la noticia y de paso sanear su malherido orgullo. Y por el mismo precio hacía méritos para solicitar el puesto de enterrador. No era un mal plan; lástima que fuera de Judas. Unos gintónics para entrar en calor y Herodes y él -sí, al amigo del armario le llamaban Herodes por su inexplicable costumbre de lavarse las manos diez o quince veces al día- marcharían al cementerio previo paso por la obra de las nuevas escuelas para tomar “prestadas” las herramientas necesarias, y tan contentos y “calentitos” iban Judas y Herodes en la moto que ni siquiera se enteraron cuando causaron el problemilla en la curva de la alameda. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Al llegar al cementerio y encontrarse dos tipos atareados cerca de la entrada decidieron bordear la tapia y entrar por detrás, lejos de las miradas de aquellos dos. Saltarían la tapia y esperarían discretamente a que se largaran antes de empezar con el asunto. No había problema: para eso se habían traído un par de botellas de Larios, que ayudarían lo suyo. Mientras, Mohamed y Abdul trabajaban como fieras en un hoyo que después de casi una hora de duro empeño superaba con creces el encargo. No era exactamente el hoyo rectangular tan al uso para esta clase de menesteres, pero seguro que valdría. Olvidándose de Pepe, los marroquíes cavaron y cavaron sin descanso y sin reparar que en aquel socavón cabrían por lo menos dos ataúdes, uno al lado del otro. Los muy brutos no bajaron los brazos hasta que ambos se sintieron completamente agotados. Sólo entonces salieron del agujero y pudieron observar su obra en plenitud. ¡Magnífico! Pepe estaría contento, pero, por cierto, ¿dónde está Pepe? ¿Por qué no ha regresado con las linternas, como había prometido? ¡Qué cabrón, ya los había vuelto a enredar! Seguro que lo tenía todo planeado. ¿Por qué todo el mundo abusa de los marroquíes? se lamentaba Mohamed ofreciendo al cielo sus manos abiertas. ¡Racistas de mierda! Bueno, Abdul, esto está acabado, vámonos a descansar que ya hablaremos el lunes con Pepe. Me va a oír, ese abusón. ¡Cien euros cada uno; ni uno menos! </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Con la satisfacción del trabajo bien hecho, los marroquíes dejaron palas y pico clavados en los montones de tierra que rodeaban el agujero y a la pata la llana enfilaron la carretera que en tres kilómetros les llevaría hasta al pueblo. Al cabo de diez minutos de silenciosa y oscura caminata creyeron ver a alguien que intentaba arrancar un coche en medio de los chopos. Anda, ¿no era aquella la furgoneta de Pepe? Sí; era Pepe maldiciéndose por haber aceptado el encargo de don Simón. A estas horas debería estar con sus amigos, tomándose unas cañas, calentando motores antes de ir al baile a ligar. Para intentarlo, al menos. ¡Y mira, mira donde se encontraba! Magullado, jodido; la furgoneta con el faro roto, abollada. Y lo que es peor, no arranca. Seguro que tiene una avería importante. ¡Y la tenía a terceros! Maldito sea el de la moto. Si supiera quien conducía lo capaba sin contemplaciones. ¡Lo capooo...! vociferó Pepe, justo en el momento en qué un sonriente Abdul se asomaba a la ventanilla del conductor. Abdul chilló de espanto y salió corriendo atropelladamente. Fue un alarido agudo, largo y penetrante, de contralto experimentado. Por su parte Pepe creyó que se moría; aquella cara pálida y redonda, aquellos dientes enormes y por encima de todo aquel aullido... La impresión sufrida lo arrastró al infierno por un instante. Perdido el control, sin saber lo que hacía, Pepe se agarró con fiereza al volante y dejó escapar una retahíla de pedos potentes, recios, al tiempo que chillaba salvajemente, todavía más aterrorizado que Abdul, si cabe. Menos mal que Mohamed mantuvo la sangre fría necesaria para rescatar de aquel negro galimatías a sus compañeros de fatigas. ¡Queréis callaros! gritó por encima del alboroto reinante, ¡que así no puedo pensaaar! </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >El instante de silencio que siguió a continuación sirvió para que todo el mundo se tranquilizara lo suficiente como para preguntarse, ¿en qué tiene que pensar Mohamed? Él mismo incluido. Sólo cinco minutos bastaron para poner de nuevo la furgoneta en carretera; unas gotas de sentido común y la fuerza bruta de los marroquíes fue más que suficiente. Camino de vuelta sanos y salvos, Mohamed explicó a Pepe que el asunto del hoyo estaba ya resuelto. El capataz, mucho más tranquilo después de comprobar que la furgoneta estaba prácticamente intacta, se acabó de relajar al saber que sus compañeros habían cumplido fielmente el encargo. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Todavía no eran las nueve cuando llegaron a Serraniales. Pepe dejó a sus compañeros en la plaza y se dirigió a casa de don Simón para informarle que había cumplido con lo acordado. Por su parte don Simón tampoco perdió el tiempo y se fue inmediatamente a casa del señor alcalde a hacer lo propio. Ambos se encontraron justo en la puerta y felices y satisfechos decidieron encaminarse hacia el casino para tomar una cerveza. El espíritu de Mateo podía descansar tranquilo; sería enterrado en tiempo y hora, como es debido.<br /><br />La salida de los marroquíes del cementerio fue la señal para que Judas y Herodes se pusieran a trabajar. Llevaban un buen rato bebiendo en silencio, recostados sobre el estrecho parterre que rodea el panteón de la familia Marro. Ya se habían liquidado la primera botella de ginebra y tenían bien encaminada la segunda cuando Judas se levantó de un brinco y lanzando la botella hacia atrás por encima de su hombro, le dijo a Herodes: mira, empezamos a cavar donde caiga la botella. Pero la botella cayó en blando a cierta distancia de donde estaban y no se rompió, de forma que ni la oyeron ni supieron localizarla en la negrura. Aunque también es verdad que Herodes ni siquiera hizo ademán de buscarla; ni estaba para sutilezas ni mucho menos aún para perder el tiempo. Comenzó a cavar justo donde estaba y nada más empezar demostró ser implacable con la pala. Pim, pam, pim pam; una máquina. Judas, incapaz de mantenerse de pie asistía al espectáculo en cuclillas, atónito. Admirado. Pim, pam... </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >En un santiamén Herodes ya trabajaba hundido hasta la cintura. La tierra estaba bastante suelta y eso facilitaba mucho las cosas. Y ya no se le veía ni la cabeza cuando gritó: ¡Joder, aquí hay algo; dame el pico! Judas le acercó el pico y Herodes de un golpe brutal lo clavó hasta hacer desaparecer el picachón entero. Fue como un ariete de dos toneladas lanzado contra la puerta de un armario. El mismo ruido; el mismo resultado. ¿Qué ha pasado? No lo sé, se ha atrancado. Pues tira fuerte, hombre. Creo que aquí hay un baúl. ¿Un baúl? ¡Sácalo, joder; sácalo! Herodes agarró el mango del pico y tiró con todas sus fuerzas. Nada; no salía. ¡Hostias, tío; baja y ayúdame! Judas saltó al foso. Déjame a mí, que más vale maña que fuerza, y diciendo esto pegó un fuerte pisotón junto a la grieta por donde se hundía el pico. Y luego otro, y otro, hasta que el resquebrajamiento debilitó la resistencia de aquella terca madera. Solo entonces, de un tirón, pudo sacar el pico. Aunque la herramienta no salió sola. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Con la inercia del impulso el pico quedó alzado a dos manos sobre la cabeza de Judas con algo parecido a una calabaza en la punta. Y es que el picachón de la herramienta se había introducido por la cuenca de un ojo de lo que sin ser aún una calavera iba camino de serlo, y la había desencajado del resto del esqueleto. Era la cabeza espeluznada y medio podrida de la abuela de Pericón, muerta hacía un par de semanas, que se alzaba claqueteante bajo la mirada de aquellos dos borrachos. La cabeza de la abuela de Pericón en una pica. ¡La abuela de Pericón! ¡Aquella entrañable viejecita de poco más de un metro, que apenas llegaba a los treinta kilos...! Si Pericón se entera de esta tropelía correrá la sangre. Aquel chico era superlativo en todos los aspectos menos uno: agudeza intelectual. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Pero ellos, ausentes de cualquier prejuicio moral se dedicaron a jugar con su trofeo hasta aburrirse, para lanzarlo luego bien lejos de un enérgico bandazo. Con el golpe, la mandíbula y otros colgajos saltaron varios metros quedando desperdigados por el entorno. El resto de la calavera rodó cementerio abajo emitiendo un ruido extraño, parecido a un sonajero, y se perdió pronto de vista. Herodes, como un niño, continuó entretenido revolviendo los huesos de la caja pero Judas, recuperando un soplo de sensatez, empezó a escudriñar por los alrededores del agujero buscando alguna pista que le aclarara a quien carajo habían desenterrado. ¡Claro! Por eso había sido tan fácil abrir el hoyo. Pero, ¿por qué no había lápida? Judas ignoraba que las lápidas se encargan en la ciudad y que no las traen antes de un mes. Y tampoco sabía que mientras la lápida no llegaba, Mateo tenía por costumbre escribir el nombre del fallecido en una tabla que clavaba vertical sobre la cabecera de la tumba. En su empeño, Judas dio por fin con la tabla y leyó: Encarnación Eduarda Cortés Facundo. Cortés Facundo... (¿?) Mmm, me suena, me suena... ¡Hostia, pero si es la abuela de Pericón! ¡Hemos desenterrado a la abuela de Pericón, tío! </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >No podía presentarse ante el alcalde y decirle que enterraría a Mateo en un hoyo de donde antes habían desalojado a la abuela de Pericón. Y no es que no le tentara la idea, pero es que a lo mejor Pericón no entendía la broma. Lo más prudente sería dejar las cosas como estaban, que Pericón era muy raro. Y muy bruto. Oye, Herodes, deja de jugar con eso de una vez y sube, que tenemos que cerrar el hoyo. ¿Cerrarlo? Pero, ¡si está de puta madre! No seas burro, hombre. Hay que cerrarlo y abrir otro un poco más allá; en aquel espacio vacío. ¡Y una leche! Yo no doy una palada más por treinta putos euros. Además, ¿sabes? Me voy, que tengo que lavarme las manos. Oye, no me jodas, tío. Ven pacá, cabrón... Y diciendo esto Judas puso la mano en el hombro de Herodes, que se giró en seco y de un puñetazo en la nariz lo envió directo al hoyo. Y sin más, Herodes se largó. Se diría que a lavarse las manos. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Tuvieron que pasar varios minutos antes de que Judas estuviera en condiciones de sentarse en el fondo del hoyo, todavía aturdido por el varapalo. Su nariz era un tomate reventado, sangrante y adolorida, como su jactancia. Y la cabeza parecía a punto de explotar. Judas no estuvo en condiciones de salir del agujero hasta pasado un buen rato. Luego, a duras penas, vacilante, apretándose fuertemente la cabeza por las sienes con ambas manos, salió del cementerio y pasito a pasito fue bordeando la tapia hasta que tropezó con su moto. Y allí se quedó, encogido y lastimoso. Media hora más tarde Judas cogía la carretera enloquecido por el golpe y la ginebra y decidido a no volver por mucho, mucho tiempo.<br /><br />El día se despertó nublado y algo frío. Germán, un pastor de cabras retirado al que todo el mundo reconocía un don especial, ya había aventurado lluvia para la tarde del domingo y este hombre no solía equivocarse en sus pronósticos. Don Matías, Simón y el párroco se citaron a las doce en el casino para tomar un aperitivo y poner en marcha el dispositivo fúnebre de Mateo. Para empezar, la Misa de difuntos. Mejor comenzar pronto, no sea que la tarde se eche encima y con ella el agua. Todos parecían estar de acuerdo: Misa a las cinco. No, no; mejor a las cuatro, y la ceremonia más bien cortita. Después de todo y a falta de parentela no habrá más presencia que la de los directamente concernidos por el asunto del entierro. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Don Tomás se mostró algo decepcionado pues pretendía aprovechar la Misa ordinaria de las cinco para despedir a Mateo con algo de calor humano, en presencia de los parroquianos de costumbre, pero al final aceptó con la condición de que se le eximiera de ofrecer el tradicional responso en el mismo camposanto justo antes del entierro, propiamente dicho. Muy bien; eximido. Media hora antes don Matías ya habría trasladado el ataúd a la iglesia. Habrá bastante con dejarlo en el pórtico, dijo el alcalde. Usaremos los caballetes en los que montamos el belén por Navidad, así será más rápido el retorno a la camioneta una vez celebrada la Misa. Eso sí que no; ¡eeeso sí que no! Replicó el capellán. La Misa como Dios manda; sino, no digo Misa. Hombre, don Tomás.., es que llevarlo delante del altar será bastante engorroso; piense que solo somos tres y antes habrá que apartar los bancos del centro para poder pasar con la caja. ¡Que no! Me niego a decir Misa en el pórtico, como si diéramos comienzo a una romería. Y además, Mateo se merece un trato más respetuoso. Bueno, don Tomás; como usted mande. Pero ligerito, ¿eh? </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Al poco rato, a los tres que iniciaron el aperitivo fueron sumándose tres más, uno tras otro, hasta completar un sexteto: Pepe, porque se había obligado con su jefe; Santiago, porque no podía faltar en su papel de “técnico” municipal, y finalmente el meteorólogo aficionado que por ser muy amigo de Mateo y enterado de lo que se preparaba, también quiso aportar su grano de arena. Bueno; en resumidas cuentas, lo primero llevar el ataúd a la iglesia ­--a las tres y media ya estará allí--, luego una breve ceremonia religiosa y acto seguido el ataúd vuela de nuevo a la furgoneta para llegar al cementerio sobre las cuatro y media. Media hora para enterrarlo y de vuelta a Serraniales más o menos a las cinco. Y todos para casa, que estará a punto de llover a cántaros, remachó Germán. Perfecto. Atados todos los cabos el grupo pasó de lo contingente a lo importante: la champions league.<br /><br />Las cuatro menos cuarto y ya hacía rato que primero don Tomás y más tarde Simón, aguardaban nerviosos a la puerta del templo parroquial. ¿No habían acordado que a las tres y media don Matías ya habría trasladado al difunto a la iglesia para poder comenzar la ceremonia sobre las cuatro? Por suerte todo quedó en preocupación porque a los pocos minutos, casi veinte más tarde de lo acordado, apareció por fin la furgoneta. Vista de frente, la Toyota parecía tener orejas porque trasportaba el ataúd atravesado en la palangana, perpendicular al sentido de la marcha, mal amarrado justo detrás de la cabina. Don Matías conducía, Santiago le acompañaba en la cabina y detrás Pepe y Germán viajaban de pie y se encargaban de evitar que el ataúd fuera de un lado para otro con los vaivenes del traslado. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Estas no son maneras de llevar estos asuntos, don Matías, le espetó un apenado don Tomás al alcalde. Y además, ¿qué clase de ataúd es este? Pero, si.., ¡si parece una caja de esas de embalar la fruta! Es el ataúd más baratito; de madera de pino don Tomás. No debe preocuparse porque es tan resistente como el que más. Y tan digno, se disculpó don Matías con cierta disciplencia. Yo ya se lo advertí esta mañana al alcalde, apuntó Simón con timidez; a mí me era igual pagar uno un poco mas caro... Qué vergüenza, concluyó el ministro de la Iglesia, si por lo menos lo hubieran pintado de oscuro..; y además, ¡es un ataúd laico! ¡Es escandaloso; ni siquiera le han puesto una cruz sobre la tapa! Bueno, vamos a lo que vamos, apremió don Matías mientras sacaba una tiza del bolsillo y dibujaba apresuradamente una cruz sobre el féretro. Que al final, una cosa por otra, nos darán las tantas y Mateo sin enterrar.., concluyó. Y por lo demás ¿dará lo mismo que la caja sea de pino o de caoba? Lo que importa de verdad es que Mateo encuentre el descanso que tanto se merece y la paz eterna, don Tomás. ¿Tengo o no tengo razón, padre? Impío; mañana le quiero aquí para recibirle en confesión. A las seis le estaré esperando. De acuerdo, padre; de acuerdo. Pero ahora arreando.<br /><br />Don Tomás se esmeró en preparar una ceremonia especialmente conmovedora; quería compensar la falta de una comitiva más comprometida y respetuosa hacia el fallecido con un entorno amable, luminoso y cálido. El aspecto de la iglesia era el de las grandes ocasiones: flores de su mismo huerto, luces y un acompañamiento musical sorprendentemente acertado. Y para prueba de responsabilidad solidaria, él ya se había encargado de modificar la situación de los bancos para facilitar el paso de la comitiva hasta el altar. En sus palabras, don Tomás recordó a Mateo como un hombre bueno y sencillo que un buen día llegó al pueblo nadie sabe desde dónde y se quedó para siempre. Le recordó como alguien con quien se podía contar en cualquier momento, dialogante, generoso, dispuesto siempre a sacrificarse por sus vecinos. Nadie entendió nunca porqué Mateo, un hombre prudente y cultivado, eligió este olvidado rincón del mundo para vivir; y mucho menos aún porqué aceptó desempeñar el oficio de enterrador. La Misa de difuntos fue emocionante y breve: treinta minutos exactos. Treinta minutos que hicieron que don Tomás se sintiera más orgulloso que nunca de ser lo que era, un sencillo párroco de pueblo.<br /><br />Acabada la ceremonia, don Matías asumió de nuevo la dirección del obligado cortejo mortuorio. Apenas faltaba un cuarto de hora para la Misa de las cinco y a don Tomás no le quedaba tiempo para recomponer el orden natural de las cosas dentro del templo. Pero hoy no importaba; sería suficiente con aparejar nuevamente la bancada. Hoy la Misa de las cinco se celebrará en un ambiente más adornado y cálido que de costumbre. A través de los altavoces del templo aún sonaba el Réquiem de Fauré --<em>In paradisum--</em> cuando el temido momento llegó. Germán, Pepe, Santiago y el propio don Matías se echaron el ataúd en andas y enfilaron hacia la salida con tanta prisa como torpeza. Don Matías, mucho más bajo que los demás, debía sostener la caja más de un palmo por encima de su hombro, a peso, levantando sus temblorosos y cortos brazos en un esfuerzo que ni por edad ni por destreza estaba en condiciones de soportar más allá de un par de minutos. Esta circunstancia y la falta de práctica hacía que el zigzagueante y disparejo paso de la comitiva fúnebre por la iglesia resultara temerario y grotesco a partes iguales. Por fortuna, desde el altar hasta la camioneta no había más de ciento cincuenta metros porque, de haber habido alguno más, don Matías habría reventado y la consecuencia hubiera resultado trágica. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Como todo el mundo esperaba, en esta ocasión don Tomás no toleró que el féretro fuera colocado transversalmente en la camioneta, de manera que no hubo más remedio que depositarlo en sentido longitudinal sobre el cajón del vehículo. El resultado fue que el ataúd sobresalía casi un metro por detrás, con el riesgo que esto conllevaba. A la vista del resultado Don Matías insistió en colocarlo nuevamente tal y como vino, pero no hubo caso. Don Tomás sostuvo con toda la vehemencia de la que era capaz, que transportar el ataúd transversalmente como si fuera una vulgar carga de madera, no solamente era inmoral sino también un insulto para Mateo y para él mismo. Llegadas a este extremo las cosas, a nadie sorprenderá que ante la duda los acólitos optaran por dar la razón a la autoridad más poderosa: esto es, al capellán. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Venga, don Matías, si conduce usted poco a poco no habrá nada que temer, decía Simón conciliador. Además, haremos una cosa, añadió girándose hacia los demás con media sonrisa un tanto forzada, Pepe y Germán pueden sentarse a horcajadas sobre el ataúd y hacer de contrapeso... ¿A horcajadas sobre el féretro? Quiere usted decir, ¿cómo si cabalgaran? ¡Pero...! ¿Sabe usted lo que dice, Simón? Dios santo; me hago cruces... ¿Qué les pasa a ustedes? ¿Se dan cuenta de la gravedad de lo que pretenden? Dios les perdone porque a mí me costará bastante, créanme. Adiós, prefiero no verlo. Les dejo a ustedes con su infamia, que yo tengo obligaciones que atender. Rogaré a Dios por sus almas, descastados. </span><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Y dicho esto don Tomás se adentró en la iglesia visiblemente airado. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >La actitud decidida y digna del párroco les hizo reflexionar a todos, es cierto; pero, ¿qué podían hacer? Llevar los restos de Mateo transversalmente estaba mal, y hacerlo en sentido longitudinal tampoco mejoraba mucho las cosas. En cualquier caso no tenían alternativa. A buenas horas nos acordamos del coche mortuorio que para estas ocasiones se contrata en la ciudad. Y al fin y al cabo lo único que pretendía don Matías era resolver el problema de la mejor manera posible. Ya se sabe.., era sábado y contratar el entierro a través de la funeraria era carísimo. Y Mateo no tenía a nadie; vivía de alquiler, no pagaba seguro, tampoco tenía bienes... ¿A quien podía importar que el entierro fuera una tarea de todos? Se diría, incluso, que de esta manera resultaba mucho más entrañable... ¡Dios! ¡Las cinco y media! A estas horas Mateo ya debería haber recibido sepultura. Venga, dejadlo como está, apremió el alcalde. ¡Pepe; tú y Germán a la caja del coche! El resto a la cabina, que se nos va a hacer de noche como no nos apuremos. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Con la prisa, la furgoneta arrancó bruscamente y nadie pudo evitar que el ataúd se desequilibrara y con la inercia resbalara hacia atrás hasta caer del vehículo. A los gritos de Germán reaccionó don Matías con una frenada seca que por fortuna evitó que el féretro cayera totalmente al suelo. El resultado fue que la cabecera del ataúd golpeó sobre el asfalto mientras el otro extremo se sostenía precariamente sobre el borde posterior del portalón trasero de la palangana de la Toyota. ¡Cuanta torpeza! Habían cargado el ataúd por los pies, dejando que la parte que acogía la cabeza y el tórax de Mateo pendiera en el vacío. Además, ni Pepe ni Germán osaron sentarse a horcajadas encima. Más que nada por vergüenza. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >El desastre se explicaba por sí solo. Afortunadamente el ataúd estaba bien hecho y no se abrió; tan solo se resquebrajó por las esquinas que debieron soportar el golpe con el suelo. ¡Que calamidad, maldita sea! A los chillidos, primero de Germán y después del alcalde, respondieron en primer lugar los que llegaban tarde a Misa. ¿Qué está pasando aquí? Luego se sumaron otros muchos que salieron alarmados del bar “los Palomos”, que estaba casi enfrente de donde ocurrió la desgracia. Un escándalo; don Matías enrojecido de ira y rabia gesticulaba como un loco. Santiago a su lado tranquilizándolo y Simón queriendo desaparecer; tal era el panorama. Tendríais que amarrar el ataúd antes de volver a colocarlo en la camioneta; no sea que al levantarlo se despedace y tengáis que enterrar a Mateo envuelto en una alfombra. Menos bromas, que esto es muy serio, se indignaba Germán. ¿Alguien tiene una cuerda a mano? preguntó a pesar de todo. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Alrededor de la furgoneta la gente se arremolinaba sin cesar. Ahora salían incluso de la propia iglesia, algo insólito. Y temerario, a sabiendas de cómo se las gasta don Tomás. ¿Qué ocurre? ¿Qué pasa? Parece que han dejado tirado un muerto. ¿Un muerto? No hombre; no lo han tirado, es que se les ha caído. ¿De dónde se ha caído el muerto? ¿Qué dicen, que alguien ha caído muerto? ¿Quién dicen que se ha muerto? ¡Qué desgracia; primero Mateo y ahora éste! No somos nadie. Nadie está a salvo de nada. ¡Y es que cuando te llega la hora, es que te llega! Un alma menos caritativa que delatora, entró en la iglesia y se acercó a don Tomás mientras celebraba para susurrarle a la oreja que alguien acababa de morirse repentinamente, de golpe, en plena calle, en medio de la plaza. Dios mío, gimió el sacerdote, que interrumpió el oficio y sin contemplaciones se dirigió precipitadamente a la puerta. Viendo correr de esa manera a su director espiritual, muchos feligreses decidieron seguirle entre el temor y la curiosidad. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Dejad paso; dejad paso a don Tomás, gritaba la gente mientras el cura se abría camino entre la muchedumbre. ¡Ave Maria purísima! Gritó don Tomás cuando la palmaria y cruel realidad se desveló por fin ante sus ojos. Ave Maria santísima, repetía sin cesar persignándose compulsivamente una y otra vez. ¡Miserables, qué habéis hecho! ¡No tenéis entrañas! Pobre Mateo, Dios lo tenga en su gloria. ¡Miserables! Por favor don Tomás, tranquilícese; ha sido un accidente. Esto lo arreglamos enseguida, no se preocupe, decía Simón visiblemente avergonzado. Mientras tanto Santiago y sobretodo el alcalde, vociferaban como posesos para que la gente despejara el lugar y les dejaran recomponer la situación. Empujaban, amenazaban, insultaban.., todo en vano. El caos se hizo el amo de la situación.<br /><br />Las seis; un manto de negros y densos nubarrones cubrió el cielo por completo impidiendo que la mortecina luz natural de la tarde llegara a las calles de Serraniales. A la vez un viento cortante y frío empezó a recorrer las calles del pueblo augurando un duro invierno. El mal tiempo y la repentina oscuridad sobrevenida consiguieron realizar eficazmente un trabajo que hasta entonces consumía en la impotencia al párroco y a don Matías: dispersar la multitud. En menos tiempo del que se tarda en pensarlo la plaza quedó desierta casi por completo, momento que fue aprovechado por Santiago y Pepe para asegurar la cabecera del ataúd con una cuerda. Don Tomás los observaba mudo de rabia, preguntándose, ¿dónde habrá ido ese cretino de don Matías? El alcalde debió ausentarse para avisar al alguacil, que era el encargado de encender el alumbrado público; hoy debería ponerlo en marcha casi una hora antes que de costumbre. Cuando don Matías regresó el ataúd ya había sido cargado de nuevo en la camioneta, esta vez con la cabecera dentro de la palangana para prevenir cualquier nueva desgracia. Cualquiera podía observar que las caras de los presentes eran en verdad el espejo de sus miserias. El cura, en silencio, con los labios apretados, levantaba amenazadoramente el dedo índice de su mano derecha y lo sacudía de arriba a abajo señalando al alcalde. Éste, receloso, le devolvía una mirada altiva mientras rodeaba la camioneta antes de entrar en la cabina. Todos listos. El alcalde, Simón y Santiago en la comodidad de la cabina; Pepe y Germán detrás, a la intemperie, sentados, ahora sí, a horcajadas sobre el ataúd y sujetándose con ambas manos a las barras metálicas que a lado y lado culminaban los paneles laterales de la caja del vehículo. La estampa ofrecida por el conjunto estaba lejos de ser edificante, es cierto, pero ahora por lo menos se ofrecía una cierta sensación de seguridad. Al fin, la comitiva pudo dar comienzo a su tosco y lento peregrinaje por las calles del pueblo hasta tomar la carretera que les llevaría al cementerio, un cuarto de hora más tarde.<br /><br />El cementerio de Serraniales era notable en muchos aspectos. Lo era por su belleza, algo a lo que Mateo no era ajeno, y también por su antigüedad y valor histórico..; pero, por encima de todo era diferente por ser el único de la provincia donde todos los difuntos eran sepultados en tierra. Dicho de otro modo: allí no se admitían nichos. Y es que en Serraniales nadie quería ser enterrado entre cuatro estrechas paredes, en una minúscula celdilla, como en un avispero. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Esta peculiaridad le daba al cementerio un aire señorial del que carecían otros, poco a poco proletarizados por la construcción de adosados mortuorios. Otra curiosidad era la flora; no faltaban los cipreses, desde luego, pero destacaban los robles, venerables, inmensos, verdaderas catedrales vegetales que sombreaban casi por completo el recinto y le aportaban un aire diferente, alejado de la imagen <a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAA87ePksr-OvjkR_31-P7JutJXd5HJSYHt-qT2Rj50pLfSbP2B81wO-gI5o0Wf5etFOO1zQYK5b6GER9eIzPoH-TpuO8qe4WlNY8l5N5WO3IOYaav9LuUmvl68tbA1uAWS98hGw/s1600-h/cementerio.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5239886937992442562" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; WIDTH: 269px; HEIGHT: 247px" height="155" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAA87ePksr-OvjkR_31-P7JutJXd5HJSYHt-qT2Rj50pLfSbP2B81wO-gI5o0Wf5etFOO1zQYK5b6GER9eIzPoH-TpuO8qe4WlNY8l5N5WO3IOYaav9LuUmvl68tbA1uAWS98hGw/s200/cementerio.jpg" width="207" border="0" /></a>tradicional de este tipo de recintos. Además, aquel cementerio albergaba seis antiguos y hermosos panteones familiares que se escampaban estratégicamente a lo largo y ancho de la necrópolis. Aquellas viejas y descuidadas joyas arquitectónicas pertenecían a las más rancias estirpes del pueblo; gentes que por venir a menos las unas, o a más las otras, con el tiempo habían ido trasladando su residencia a la ciudad, perdiendo las raíces con ello y dejando que sus mausoleos cayeran en el olvido. Pero toda regla tiene su excepción: había un nicho. Sí; uno solo. Por fortuna pasaba totalmente desapercibido, pero el nicho estaba allí con la nada disimulada intención de quebrantar la armonía reinante. Para transgredir. Para intentarlo, al menos. Por supuesto que aquella sepultura tenía su historia y su razón de ser. Acogía los restos de Sebastiana Aguilera Ramonet, una mujer solitaria y excéntrica hasta el paroxismo que por llevar la contraria a sus vecinos fue capaz de pleitear hasta conseguir que le fuera reconocido el derecho a no ser sepultada en tierra, llegada la hora de su muerte. ¿Y la incineración? Ni siquiera fue contemplada como posibilidad. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Para conseguir su propósito Sebastiana removió cielo y tierra y finalmente se acogió a un raro precedente de objeción ético-religiosa que sorprendió en la época. Y poco le importó que para ello hubiera de convertirse al bahaísmo. Todo ocurrió a finales de los años setenta y al Ayuntamiento el juez no le reservó más derecho que el de elegir en qué lugar del cementerio debía ubicarse el controvertido nicho de Sebastiana, una vez ésta falleciera. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Y al llegar el aciago momento el Consistorio decidió que fuera en el ángulo noroeste, el lugar más sombrío del recinto, justo detrás del panteón de los Ayarza, medio oculto entre su mole neogótica y un viejo roble de dos troncos, donde nunca habría más tumba que ésta. Y además, se quiso que el nicho no fuera adosado a pared alguna. Sería una suerte de ataúd de ladrillo levantado a un metro de altura sobre cuatro pilares de rasilla, situado de cara a la esquina que formaban las dos tapias más altas del cementerio. Y en derredor se plantaría una hilera de setos; de esos más pardos que verdes, de los que nunca florecen. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Años más tarde, cuando Sebastiana murió de un sofoco en plena Expo de Sevilla, sus restos debieron aguardar ocho meses en el depósito de la Facultad de Medicina hasta que se construyó su anhelado nicho; solo entonces fueron llevados anónimamente a su pueblo natal para ser inhumados en aquel rincón invisible del paraíso, y olvidados para siempre. Bueno; olvidados, lo que se dice olvidados del todo... Y es que desde entonces, cuando en Serraniales se habla de algo que está y no se ve apelan al nicho de Sebastiana.<br /><br />Ver la Toyota de don Matías circulando a veinte por hora entre los plátanos que encierran el tramo de recta que da al cementerio resultaba sorprendente y inquietante al mismo tiempo. Los faros del vehículo iluminaban no solo a lo largo de la carretera sino también a lo ancho, consiguiendo un efecto luminoso de bóveda cerrada por la espesura arbórea que maravillaba y abrumaba por igual. El efecto era casi hipnotizante. Por su parte, Pepe y Germán ofrecían un cuadro indescriptible cabalgando cariacontecidos uno enfrente del otro sobre el ataúd de Mateo, forzando con el culo cada vez que la camioneta daba un pequeño brinco a causa de las irregularidades del asfalto. Pero bueno; ya estaban allí y eso era lo que verdaderamente importaba. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Don Matías paró justo al llegar al portal del camposanto y sacó la cabeza por la ventanilla para preguntar a Pepe dónde estaba la fosa que debía acoger los restos de Mateo. Solo hay que girar a la derecha nada más pasar la puerta, don Matías. Enseguida la verá usted. Está a unos cuarenta o cincuenta metros de la entrada. Pues venga; vamos allá. Don Matías arrancó, sobrepasó el arco de entrada y giró el volante a la izquierda. Pero no tuvo tiempo de dejar que el mecanismo de asistencia de la dirección devolviera las ruedas delanteras a su posición natural; el eje delantero remontó un repecho de casi un metro y la camioneta cayó sobre su panza con un estrépito ensordecedor. Sacudido por el pánico, don Matías frenó justo antes de que el coche se desplomara en un enorme socavón pero no pudo evitar que el pasaje de atrás en pleno, el vivo y el muerto, rebotara por encima de la cabina y volara por la negrura hasta aterrizar algunos metros por delante de la Toyota, en algún lugar por ahora invisible, como el nicho de la Sebastiana. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >¡Dios! ¡Qué calamidad! Los de la cabina dieron bruscamente con sus cabezas en el parabrisas, los tres al unísono; y don Matías se llevó la peor parte porque de regreso al asiento tras la sacudida y el coscorrón, tuvo la desdicha de trabar la boca en la parte superior del volante y allí se quedó unos instantes que se le antojaron una eternidad, clavado como un perro en su hueso, manoteando y babeando ante la mirada atónita de sus aturdidos acompañantes. Hasta que pudo desasirse, menos mal. El vehículo se había calado y durante unos segundos en la cabina nadie se preocupó de otra cosa que no fuera recuperar algo el aliento. Fuera no se oía nada ni nada se veía, pues los faros de la camioneta enfocaban demasiado bajo descubriendo algo parecido a un cráter. ¡Dios! ¿Había caído un meteorito en el cementerio?<br /><br />De los dos que cabalgaban juntos, Pepe fue el primero en recomponerse. Sentado de culo en el suelo, prácticamente a oscuras y conmocionado todavía, Pepe hablaba solo y se palpaba por todo el cuerpo: la cabeza, la espalda.., se dolía todo él; y también experimentaba un reconcomio desagradable, amargo. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba? A unos metros por su lado derecho, alguien gemía lastimeramente: aaay. Era Germán, que a duras penas podía moverse. Había sido menos afortunado que Pepe en la caída y se quejaba de una herida sangrante en la cabeza; y además parecía tener desencajada una clavícula y no podía mover el brazo sin chillar como una parturienta. Una vez recuperado el resuello Pepe tuvo oídos para lo que sucedía a su alrededor. Casi a tientas, se arrimó a su quejoso compañero, le consoló y le ayudó a incorporarse, y juntos fueron acercándose dificultosamente a la camioneta. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >El reencuentro entre los cinco estuvo cargado de una rara emotividad. Fue como si se reunieran tras haber sobrevivido a una guerra. Aún no eran plenamente conscientes de que en ningún momento se habían separado más allá de tres o cuatro metros los unos de los otros y que todo sucedió en unos segundos. El sentimiento de conmoción colectiva persistía a pesar de que todos habían ido recuperando poco a poco el sentido de las cosas; por eso, en los primeros instantes actuaban con espíritu gregario y nadie se atrevía a apartarse del vehículo embarrancado. Y como don Matías era incapaz de decir ni mu a causa del trágico episodio bucal, fue Santiago quien asumió el liderazgo de la doliente y maltrecha comitiva fúnebre. Simón observaba, como siempre, aunque esta vez su mirada asustaba un poco. ¡Gracias a dios que todo el mundo está entero! ¡Gracias a dios! suspiraba Santiago. Todo el mundo no, que Germán está hecho unos zorros, recordó Pepe. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Don Matías no perdió los dientes pero su conocida hiperactividad pareció quedar clavada en el volante. A pesar de todo tuvo la entereza suficiente para echar mano al completo botiquín de emergencia que traía de serie su Toyota, y con mejor intención que resultado se aplicó en las primeras curas del herido. Luego entre todos lo apartaron unos metros y lo dejaron recostado en un repecho de tierra; había que centrarse en el problema que les había llevado a tan kafkiana situación. A ver, ¿cómo están las cosas? ¿Hay más heridos? insistía Santiago esperando que nadie respondiera. ¿Sabe alguien qué nos ha pasado? añadió el alcalde con un hilillo tembloroso de voz. El silencio por respuesta. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Sobrevividas las primeras calamidades el espíritu de aquellos enterradores aficionados se vio invadido por una extraña quietud. Extraña, sí; extravagante, más bien. Pero fue una sensación fugaz, porque... ¿dónde está el muerto? Aunque hasta ahora nadie había tenido a suficiente lucidez como para fijarse, el muerto siempre estuvo a la vista de todos en el fondo del cráter, perfectamente iluminado además, por los faros de la camioneta. Los cuatro que podían sostenerse de pie miraron hacia abajo y descubrieron el ataúd, que estaba hecho trizas. Mejor dicho, con el porrazo la caja se había desarmado tabla a tabla como si hubiera sido comprada en Ikea, y allí, entre las maderas, se asomaban los despojos de Mateo tirados de cualquier manera. Peor aún: tirados de la más abominable de las maneras. En efecto, el cuerpo del difunto se reveló a sus incrédulos observadores desnudo de pies a cabeza, en un postura obscena, grotesca, imposible para un cuerpo humano, iluminado como un muñeco de feria por los faros de una camioneta que amenazaba con caerle encima y despanzurrarlo. ¡Dios mío..! Pepe se echaba las manos a la cara; la madre que me parió, gimoteó Germán apartando la vista. Sobrecogidos ante aquella nauseabunda visión, los dos que todavía miraban fueron incapaces de pronunciar media palabra.<br /><br />Tras lavarlo y haber cegado los orificios corporales mediante algodones, Maria y su ayudante no se tomaron la molestia de vestir nuevamente el cadáver de Mateo; simplemente lo envolvieron en una sábana que ni siquiera era blanca. ¿Para qué más? Un sudario a cuadros y a la caja. ¿A quien podría importar el detalle? ¿No iban a desparejar un juego de cama por algo así? Y es que algunas mujeres valoran mucho estos detalles. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Por fortuna las primeras gotas de lluvia en la cara sacudieron en ánimo y espíritu a nuestros paralizados enterradores, que en un suspiro pasaron del vértigo a la más impotente de las desesperaciones. Ya lo decía yo, más vale que nos afanemos en hacer algo porque no tardará mucho en diluviar. Joder, Germán, no seas agorero. Pero por si las moscas démonos prisa; además, ahora no es momento de lamentaciones, dijo Santiago intentando ser positivo. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Lo primero rescatar el cadáver del agujero y cubrirlo con la sábana; luego desembarrancar la camioneta y finalmente ver cómo damos sepultura a Mateo; por ese orden, indicó Simón, abriendo los labios por primera vez desde que sucedió el accidente. Pero aclaremos algo, añadió; a ver, Pepe, ¿dónde habías dicho que abriste la fosa? Bueno, verá usted, don Simón.., no fui exactamente yo el que cavó la tumba de Mateo; fueron Mohamed y ese amigo suyo, los que cumplieron el encargo... Yo iba de vuelta al pueblo a buscar unas lámparas de gas y tuve un accidente. No hay problema porque los chicos hicieron el trabajo donde yo les dije. Debe estar un poco más allá; ya verán... Y diciendo esto Pepe tomó la linterna de la misma mano del alcalde y se adelantó unos metros confiando en hallar la fosa allí donde había indicado a los marroquíes. Pero lejos de encontrar la fosa lo único que halló fue el surco que les hizo con el pie, que ahora servía de improvisado reguero al agua de lluvia. Pepe quiso morirse. ¡Claro! Ahora las cosas encajaban... ¡Esos inútiles eran los responsables del socavón de la entrada! Ellos tenían la culpa del accidente, de que en el día de su entierro el bueno de Mateo haya terminado tirado patas arriba, roto, como un vulgar monigote de trapo. Pero.., ¿porqué habrán hecho algo tan incomprensible? Los muy... </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Bueno Pepe, ¿qué pasa? ¿la encuentras o no, esa dichosa sepultura? Preguntó su jefe. Si señor, respondió Pepe volviendo junto sus compañeros de fatigas, la tienen ustedes delante. ¿Cómo dices..? ¿Esto? ¿No querrás que enterremos a Mateo en este socavón? Es que no hay otro sitio, don Simón; por lo que se ve los chicos se excedieron un poco, y esto es lo que hay.<br /><br />La camioneta embarrancada, Germán herido, el cadáver de Mateo desnudo y despatarrado entre el fango. Hemos perdido el ataúd. Y ahora no había tumba donde darle sepultura. Qué desgracia; ni queriendo hubieran salido peor las cosas. Bueno.., quizás sí, porque empezaba a llover con una intensidad preocupante. Bien; ya hablaremos de esto mañana. Ya hablaremos. Venga, ahora pongámonos a trabajar porque parece que aprieta a llover. Dicho esto Simón se echó al fondo del agujero en dos ágiles saltos. ¡Vamos, no os quedéis ahí mirando y echadme una mano, joder! Al oír a Simón, Pepe y Santiago también se deslizaron hasta el fondo y entre los tres envolvieron el cuerpo de Mateo con la sábana y lo levantaron hasta que don Matías pudo asirlo por las muñecas. Una tarea verdaderamente complicada ya que los golpes habían quebrado la columna y las articulaciones de uno de los hombros, de los dos codos y de la rodilla izquierda estaban descoyuntadas. La rigidez muscular no podía evitar la evocación de una macabra polichinela. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Sin perder un segundo Pepe se arrastró terraplén arriba hasta el lugar donde don Matías ya comenzaba a flaquear, y entre ambos lo sacaron y lo fueron arrastrando hasta colocarlo de la manera más decente posible junto a Germán. Mientras tanto, Santiago y Simón habían echado fuera del agujero las maderas para despejar un fondo que ya empezaba a enfangarse. Después de todo el ataúd quizá valdría para algo. Con muy buen tino Simón pensó en utilizar las tablas para apalancar las ruedas del eje delantero de la camioneta y desembarrancarla. Una vez fuera del barrizal Simón continuó dando órdenes: vamos, don Matías, póngase al volante y engarce la marcha atrás. Presione el pedal muy suavemente mientras nosotros empujamos. ¡Venga, vamos, todos a la vez! </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >El aguacero era ya diluvio y la oscuridad casi total por la espesa cortina de agua. No resultó nada fácil causa del fango que se acumulaba bajo las ruedas y las hacía patinar, pero finalmente la camioneta reculó unos metros y a la luz de sus faros pudieron ver el hoyo en toda su extensión. Aquel socavón no era un cráter circular con exactitud. El hecho de que el morro de la camioneta invadiera una buena parte del mismo les había hecho creer que era más o menos redondeado, pero no era así. Era un agujero más bien oblongo y bastante grande, de más o menos cuatro metros de largo por casi tres de ancho, y de una profundidad aproximada de dos o dos metros y medio. Y la tierra desalojada se apilaba alrededor en montones irregulares; esto era lo que le daba ese aire de cráter y lo hacía aparecer más profundo de lo que en realidad era. Bueno, eso y las paredes del hoyo, que lejos de ser verticales caían en terraplén desde el borde hasta el fondo. De lo que no había duda es que aquel enorme bache podría dar cabida a más de un féretro. Eso seguro.<br /><br />Bien; toda vez que se logró poner algo de orden en el desconcierto inicial, era el momento valorar si llevaban nuevamente el cuerpo de Mateo hasta el fondo del hoyo para darle sepultura, o bien lo cargaban de nuevo en la palangana de la camioneta y lo acarreaban de vuelta a Serraniales. Todos se agruparon alrededor de Germán para deliberar, calados hasta los huesos, embarrados. El herido era firme partidario de llevárselo pero los otros, en mayor o menor medida albergaban serias dudas, sobre todo don Matías. El alcalde sostenía y no sin fundamento, que si el cura tuviera conocimiento lo que había pasado y observara el lamentable estado en que devolvían el cadáver de Mateo, los denunciaría sin pestañear. Y además, si no lo hacían ahora ¿cuando enterrarían a Mateo? Y, dónde? ¿Y cómo explicar aquel socavón junto a la entrada del cementerio? Demasiadas preguntas sin una respuesta mínimamente convincente. Don Matías estaba seguro de que si volvían con los restos de Mateo y la gente del pueblo llegara a tener noticia de la interminable sucesión de peripecias que habían conducido a su frustrado entierro, los correrían a todos a bastonazos. Y él ya podía despedirse de repetir como alcalde por supuesto, porque como mucho obtendría dos votos; el de su madre y el suyo. Lo mejor sería enterrarlo ahora y de la mejor manera posible. Además, parece que la lluvia amaina. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Las explicaciones de don Matías sumieron a sus compañeros en un prolongado silencio. Sí; lo que decía el alcalde parecía bastante sensato. Don Tomás se negaría a entrar en razones. Seguro que ni siquiera les escucharía. Y la gente del pueblo.., quien sabe... Germán no se rendía y propuso inventarse alguna historia y volver con el cuerpo de su amigo. Podrían decir que la lluvia había desmoronado las paredes de la fosa y la había enfangado. Muy bueno, Germán, contestó Simón, y cuando te pregunten por el ataúd les dices que la lluvia era tan intensa que lo fundió. ¿Y qué les dirás de tus heridas y de nuestras contusiones? Pensarán que nos hemos peleado, o algo peor. Fíjate bien, hombre; mira que aspecto tan penoso tenemos. Estamos jodidos, maltrechos. Parece que nos han tirado por un barranco. Mira a don Matías, ni siquiera puede cerrar la boca por la hinchazón de las encías. Y observa, mira bien ese chichón en su frente, ¡es del tamaño de una mandarina! Dejémoslo estar. Mejor no arriesgarse. Más vale zanjar el asunto aquí y ahora, y cerrar la boca para siempre. Al final todos estuvieron de acuerdo con las palabras de Simón, incluso Germán. Lo mejor sería acabar el trabajo de la forma más digna posible. La decisión estaba tomada. Alea jacta est.<br /><br />La lluvia ahora era bastante soportable. Parecía que lo peor había pasado y en este momento lo importante era centrarse en el entierro de Mateo, propiamente dicho. A ver, ¿cómo está el hoyo? Fatal. El hoyo estaba fatal. La lluvia torrencial había precipitado hasta el fondo parte de la tierra amontonada alrededor, y las paredes eran pendientes de barro escurridizo que no soportarían el descenso de nadie sin hacerlo resbalar hoyo adentro con las consecuencias imaginables. Había que ingeniárselas de alguna manera para llevar hasta el fondo el cuerpo de Mateo sin poner en riesgo la integridad de nadie. Y no tenían ni una cuerda de la que echar mano. ¿Alguien tenía alguna sugerencia? Porque sino, no tendrían más remedio que lanzar el cadáver desde fuera y esperar que cayera de la manera adecuada. Pepe se ofreció para bajar y desde el fondo coger el cadáver de manos de sus compañeros y colocarlo de manera digna, con la cara cubierta y los brazos cruzados o a ambos lados del cuerpo. Y se ofreció aun a riesgo de no poder subir después. Sus compañeros no querían asumir el riesgo de no poder rescatar a Pepe y verse obligados a ir al pueblo por una cuerda, pero no tenían alternativa. O Pepe se tira al hoyo, o tiran directamente a Mateo desde el borde, algo que ni Germán ni el propio Pepe estaban dispuestos a consentir. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Como era de esperar, en cuanto Pepe hincó el pie en lugar pretendidamente seguro del terraplén para iniciar el descenso, se vino abajo rodando como un fardo para aterrizar de cabeza en el fondo del hoyo y hundirse dos palmos en el agua fangosa. ¡Joder, no se movía! Sus compañeros, desde fuera, gritaban fuera de control, ¡Pepee! y no fue hasta pasado casi medio minuto, medio minuto eterno, que emergió bruscamente con la cabeza cubierta de fango, agitando brazos y piernas y chillando aterrorizado. ¡Dios! menos mal que estaba vivo. Todos creyeron que se había matado, de tan espectacular y salvaje que fue el desplome, pero sobretodo por la quietud que siguió al brutal aterrizaje. ¿Pepe, estás bien? ¡Aaah..! ¡Pepe, por Dios contesta..! ¡Aaahg... aaah! ¡Pepe! </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Pero Pepe no tenía oídos para nadie. Había clavado la cabeza en el barro hasta el cuello y se encontraba conmocionado, desubicado, incapaz de hilvanar el pensamiento más simple. El barro le tapaba las orejas y los ojos, y le llenaba la boca. Parecía la momia emergiendo del pantano. ¿Qué pasa, qué pasa? Gritaba Germán a distancia, alarmado e incapaz de ver lo que ocurría dentro del agujero. Pepe estaba sentado en el fondo del hoyo, cubierto por una masa fangosa hasta la cintura, sacudiendo cabeza y manos para desprenderse del barro... Y entonces apretó a llover de nuevo. De golpe, sin previo aviso. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Este nuevo chaparrón vino de maravilla para lavar la cabeza y el torso de Pepe, que al poder verse de nuevo las manos fue recuperando poco a poco la calma y el sentido de la realidad. Nada; fuera del susto a Pepe no le pasó nada que no pudiera arreglarse con un coñac y ropa seca. Mientras tanto, sus compañeros se habían mantenido en el borde del agujero, expectantes, silenciosos y asustados. Todos menos Germán, que cobijado en la cabina de la camioneta seguía preguntando por lo que estaba sucediendo. Sin embargo, al ver que Pepe se levantaba y se sacudía las ropas todos se sintieron aliviados y poco a poco fueron recuperando la serenidad. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >La lluvia torrencial había despejado a Pepe en cuerpo y alma, y ahora era él el que animaba a sus compañeros a terminar con la faena. ¡Venga, venga! ¡Vamos! Santiago y Simón arrastraron el cuerpo de Mateo hasta el borde del socavón y una vez allí preguntaron a Pepe como quería recibirlo. Después de cavilar durante un momento Pepe les indicó que fueran dejándolo caer lentamente por el terraplén, de cabeza para abajo; él lo recibiría por los hombros y lo depositaría en el lugar más adecuado de aquel barrizal. Y así lo hicieron. Y el resultado habría sido el previsto si no fuera por un detalle: y es que en el fondo del agujero el agua de lluvia se había acumulado con extraordinaria rapidez, tanta que cuando Pepe dejó caer el cadáver éste quedó totalmente cubierto por un palmo largo de agua fangosa y negra. Y la sábana de cuadros flotando. Al final no fue necesario cubrirle la cara ni colocarle los brazos. Pepe se quedó un rato de pie junto al cadáver invisible de Mateo, mirando como el charco crecía y crecía, meditabundo. Pensando en Roma.<br /><br />Vamos, ayudadme a subir. Santiago se tumbó boca abajo sobre el barrizal en que se había convertido el borde del agujero, y mientras Simón y don Matías lo sujetaban por los pies él alargó las manos terraplén abajo para agarrar las de Pepe. Luego todos tiraron hacia arriba. Fue bastante más fácil de lo que en principio habían pensado. Pepe salió rebozado en barro, y Santiago y los otros no estaban mucho más limpios; después de todo solo faltaba echar la tierra al hoyo y acabar de una puñetera vez con la pesadilla. Pepe y Simón no perdieron ni un segundo en coger las dos palas y comenzaron a tirar fango al fondo. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Pero la lluvia arreciaba; parecía mentira que todavía pudiera llover con más fuerza. Más tierra fangosa; y más, y más. Aquel hoyo era inmenso y no se llenaría nunca. Y aquella maldita lluvia que no dejaba ver más de dos palmos ante las narices... Santiago y el alcalde se habían refugiado junto a Germán en la cabina de la camioneta y la cortina de agua no les dejaba ver absolutamente nada de lo que ocurría a su alrededor. Ninguno de ellos había sido nunca testigo de un fenómeno como este. Jamás en la vida, y eso que eran tres los superaban los sesenta. El agua caía a mares y bajaba desbocada allí donde el terreno lo permitía, formando torrentes que arruinaban tumbas y arrastraban piedras, ramas, lápidas... Lo arrastraban todo, absolutamente todo lo que encontraban a su paso. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Cuando apenas habían echado una treintena de paladas al hoyo, los enterradores no pudieron soportarlo más y corrieron apresuradamente hasta la cabina para apretujarse junto a los otros tres. Además, no paraban de caer cascotes dentro del hoyo, y restos de otras tumbas y... La brega salvaje del agua se llevó en un vuelo la tierra con la que enterrar al difunto, y con ella las palas. Mientras lloviera de esa forma no había nada que hacer. Hicieron lo que debían: correr y refugiarse. Y pasaron quince minutos. Y veinte. Pero lejos de aminorar el temporal redoblaba su intensidad. Aquello era un castigo, una plaga bíblica. Otros diez minutos y nos vamos, dijo Simón con sequedad. Esto no hay quien lo aguante y como no afloje en diez minutos nos largamos, remachó enérgicamente. Nadie tuvo el valor de decir nada. Al contrario; todo el mundo miró su reloj: las nueve y media. ¡Joder, cómo pasan las horas! Susurró Simón. Diez minutos, insistió en voz alta sin obtener respuesta de nadie.</span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" > El silencio en la cabina se podía palpar. La mala uva también. El alcalde languidecía con mirada perdida y las manos sobre el volante, y Germán se dolía calladamente. Santiago no se sabía muy bien lo que hacía, pero Simón lo tenía claro. Mataría en el acto a cualquiera que le hiciera el mínimo reproche. El mínimo comentario. ¿Y Pepe? A los diez minutos justos salió como un rayo de la camioneta para verificar que llovía sin compasión y que sus piernas se hundían hasta la pantorrilla en el improvisado río en que se había convertido aquel vial del cementerio. Aquello era una inundación en toda regla y había que hacer algo porque el agua no tardaría mucho en entrar en la camioneta. Antes de volver a la cabina quiso acercarse a la tumba de Mateo, pero la corriente de agua lo anegaba absolutamente todo y le fue imposible distinguir donde estaba el maldito hoyo. </span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" ></span><br /><span style="LINE-HEIGHT: 150%;font-family:georgia;font-size:100%;" >Vámonos de aquí o acabaremos todos ahogados, dijo amargamente al regresar a la cabina. Don Matías obedeció sin rechistar, arrancó su flamante Toyota y puso rumbo al pueblo. Y este fue el catastrófico final de Mateo, el enterrador ilustrado, que fue sepultado por sus amigos a la entrada del cementerio bajo dos metros de cascotes, agua y fango, una negra y desapacible noche de domingo. Muy, muy desapacible. Y es que en casa del herrero...</span><br /><br /><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt">.<span style="LINE-HEIGHT: 150%"><?xml:namespace prefix = o /><o:p></o:p></span></p>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-15223705055505841172008-01-23T23:46:00.006+01:002009-03-02T20:57:35.590+01:00Tiempos modernos (cuenta)El lenguaje es algo verdaderamente asombroso. Lo que debería ser instrumento de comunicación sirve a menudo para todo lo contrario. Y no resulta menos paradójico por ser una práctica tan común. Llevo tantos años escuchando y utilizando un lenguaje bobo que casi me he acostumbrado. Hablo de mi trabajo, claro. Cuando empecé me pareció estupendo formar parte de una minoría que sabía referirse a las cosas importantes con las palabras adecuadas, como debe ser. Y así, con la alegría y el desparpajo del mentecato motivado, ingresé en el glorioso círculo que olvidó llamar pobres a los pobres y ciegos a los ciegos. De repente, los que vivían acuciados por la pobreza dejaron de ser pobres para convertirse en excluidos y los que padecían ceguera desistieron de ser ciegos para transformarse en invidentes. Así, sin más, por arte de birlibirloque. Categorías distintas, según parece; mejoradas, por supuesto. Asuntos serios, pensaba yo por entonces. De esta manera pude ver casi maravillado como los prejuicios <span class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_0">sexistas</span> o machistas se esfumaban tan pronto apareció la discriminación por razón de género. ¿De género? rumiaba yo cariacontecido. Pues sí; descubrí, sorprendido, que ganábamos en género lo que perdíamos en sexo. Al más puro estilo anglosajón. Puritano, de tan puro. Pero.., mejor nos olvidamos del asunto; a ver si al final la tentación nos supera y acabamos preguntándonos qué género de ganancia es esa. Han pasado los años y de tanto hacer uso de la bobada como acepción culta o técnica para referirme a cosas o asuntos que siempre han tenido su propio nombre me estoy convirtiendo en bobo, en el campeón de los bobos. Me siento estúpido y sospecho que eso no puede ser nada bueno. Creo que debería empezar a cuidarme.<br /><br />Supongo que todo empezó cuando alguna alma caritativa pensó que estaba feo llamar cojo al que cojeaba. Imagino que por alguna forma retorcida de sentimiento de culpa. <span style="font-style: italic;">Cojo: </span><span style="font-style: italic;" class="blsp-spelling-error" id="SPELLING_ERROR_1">mmm</span><span style="font-style: italic;">..., que horror, ¡pero que mal suena! Evoca tiempos dichosamente superados por la modernidad que nos embarga</span>. Atajo de majaderos, pienso ahora. El último cojo del que tuve noticia fue el Cojo Manteca, aquel desgraciado que hace diez o quince años logró una efímera fama destrozando mobiliario urbano armado tan solo de su muleta. Desde entonces sólo quedan minusválidos. Y ya cada vez menos porque los discapacitados están acabando con ellos. Al tiempo, el tiempo de los necios. Ya lo decía el sabio.Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-6354495187620328432008-01-10T23:01:00.009+01:002009-03-02T20:17:59.085+01:00Accidente laboral (cuento)Pasaron los siete días convenidos sin que llegara la menor noticia de su cliente. Siete días esperando una llamada piadosa, encerrado en aquel hotel de tercera de aquella ciudad provinciana perdida en el culo del mundo. Esto sólo significaba una cosa: debía empezar a trabajar. Así estaba acordado y así se haría... Vistas las cosas con la distancia que le permite ser un simple viajante, lamentaba que su cliente no hubiera pactado algo menos drástico, algo que pudiera exigirse por la razón, por la fuerza de la razón. O simplemente por la fuerza a pesar de que el recurso a la fuerza le repugnara profundamente... Apoyó sus manos en el borde del lavabo y se acercó al espejo para mirarse fijamente a los ojos. Estuvo así más de un minuto, el tiempo que tardaron dos o tres gotas de agua fría en serpentear lentamente por su espalda. Luego acabó de afeitarse y se vistió, y antes de salir de la habitación del hotel se cercioró de tenerlo todo en su lugar: la cartera, las llaves..., el cuchillo de caza. Adoraba el mes de febrero. El aire frío cortando la cara, el aguanieve a primera hora de la tarde..., pero sobretodo adoraba aquel viejo abrigo de lana gris. Su mirada vaga y extraviada no hacía el mínimo esfuerzo por escrutar más allá de las sucias ventanillas del taxi. Y algo parecido al pensamiento parecía puesto en mil cosas a la vez y en nada; evanescente, batido. Sus ojos, hartos de vagabundear sin mirar a ninguna parte se detuvieron incidentalmente en la calva del taxista y, de golpe, se aclararon. Era una calva irregular, anárquica, secular. No se parecía en nada a esas calvas eclesiásticas que lucen los secretarios de los obispos, tan nítidas y blancas. A esas calvas inmaculadas, ovaladas, rodeadas de pelo negro y tupido cuidadosamente cortado a navaja. A esas calvas perfectas. La del taxista en cambio era una verdadera mierda. Como el taxi. Como el propio taxista. «Venga, joder; que ya está verde... Mejor será esperar a la entrada del edificio. Cuando ese cabrón asome la cara le empujo puertas adentro y empiezo el trabajo. Más o menos como siempre». El taxi le dejó a varias manzanas de su destino. Aún era temprano y decidió hacer tiempo en una Starbucks que no lo parecía; las tazas no eran de plástico sino de loza y el aspecto del mobiliario era decente. Se tomó el cuidado de acomodarse en la barra confundido entre un puñado de sujetos vulgares y calcados el uno del otro. ¿Quién sabe? a lo mejor trabajan en el banco de al lado. Sí, probablemente. Trajes azulados o marrones; corbatas top manta. Los observó durante unos instantes, nada sorprendido de las gilipolleces que oía. Se les veía felices, farfullando lugares comunes. Cretinos. Finalmente se abstrajo y mientras apuraba el café empezó a repasar su plan. Era bastante sencillo. No permitirá que salga del portal, lo empujará contra la pared y con la mano izquierda lo agarrará por el cuello con la fuerza necesaria para que no pueda gritar ni respirar al tiempo que le sacude secamente el hígado con la derecha. Le mirará fijamente a los ojos para estar seguro de que escucha con claridad el nombre de su cliente, y no le dirá nada más. Esperará a que el miedo y el dolor desfiguren su cara y entonces, sólo entonces, lo alzará en el vacío para que su propio peso ayude a separarle las vértebras del cuello. Después, sin prisa, porque para el caso ya será prácticamente un fardo, lo agarrará con ambas manos para estrujarle el gaznate mientras le palpa la nuca con los dedos hasta notar el crac. Será fácil. Siempre fue fácil. Rumiando los detalles y sin reparar en el reloj dejó dos euros en la barra y salió de la cafetería. Pero aún era temprano; se dio cuenta demasiado tarde. «Joder; desde aquí a la casa de ese cabrón no hay más de seis o siete minutos y todavía queda casi media hora antes de que ese tipo salga a la calle. No puedo esperar tanto tiempo en la portería sin despertar el interés de alguien, y por la misma razón tampoco puedo merodear por los alrededores. Debí quedarme un poco más, ahí dentro. Bueno, qué más da; estiraré un poco las piernas, últimamente hago poco ejercicio. Por suerte comienza la hora punta y el gentío y el tráfico empiezan a inundarlo todo. El anonimato está garantizado...». Enfrascado en sus pensamientos y con la mirada fija en la acera no advirtió que el semáforo aún estaba en rojo. La gente gritó pero él ni siquiera tuvo tiempo de ver el autobús que se le echaba encima y lo reventaba como a una cucaracha.Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-16122553331592148422007-11-19T00:02:00.001+01:002008-09-14T12:12:55.159+02:00El frío me ha dejado helado (cuenta)<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhFk_a0nAyQPdP0i2EFRv6mX7EoP7XcxPbKpsuKZjo9l08Gvsplg0rwH_aVy6-CD7ELSO77U9m5bmHH8hhkBDskHyRABB6JzDCRghEAdHuqO5pwSWRCxWX2eRlsme1dkwmpeqYo4Q/s1600-h/cabra.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5134840214685899842" style="margin: 0px 10px 10px 0px; float: left;" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhFk_a0nAyQPdP0i2EFRv6mX7EoP7XcxPbKpsuKZjo9l08Gvsplg0rwH_aVy6-CD7ELSO77U9m5bmHH8hhkBDskHyRABB6JzDCRghEAdHuqO5pwSWRCxWX2eRlsme1dkwmpeqYo4Q/s200/cabra.jpg" width="184" border="0" height="152" /></a> Hace un par de días que llegó el frío pero a diferencia de otros años su llegada no ha supuesto nada especial. En otros tiempos los primeros fríos me llenaban de alegría, pero, hoy, además de helado solo me he sentido indiferente. Casi decepcionado. Soy de esas personas (antes raras pero ahora cada vez más comunes) que abominan del calor, por mínimo que sea. El frío me alegra el ánimo, me da ideas y con ellas las ganas de ponerlas en práctica. Diría que casi me entusiasma si no fuera porque a mi edad ya hay muy pocas cosas que me entusiasmen realmente. Y también da alas a mi sentido del humor. De todos modos y para ser sincero también es verdad que ese sentido lo tengo siempre en una especie de duermevela. En <em>stand by</em>.<br /><br />La cuestión es que con el advenimiento de los primeros fríos no se me ha alegrado el día. Aunque a decir verdad tampoco es que haya sufrido el efecto contrario, para qué engañarse, pero es que yo siempre aguardo el frío con cierta expectación y me ha sorprendido comprobar que en esta ocasión no he notado el cambio como solía. Quizá esto se explique porque ya no hacía calor y esa circunstancia me producía un bienestar ajeno a la costumbre. Una suerte de bienestar forastero, diría yo; por desacostumbrado. Calor en noviembre, sí. Bueno, en realidad de lo que se trata es de la ausencia de frío. ¿Es que ya nadie se acuerda de aquellas castañadas en mangas de camisa? ¿Ya hemos olvidado aquellas navidades con el abrigo en el brazo? Hace un par de años, por Bilbao y en plenas fiestas navideñas podías pasear a cualquier hora del día con un simple jersey y sin temor a un resfriado. La mayoría de la gente andaba contentísima y yo, sin embargo, iba más bien mosqueado. Mierda de tiempo, pensaba. Y es que ni hacía frío ni llovía. Era raro ver a todo el mundo paseando como si fuera un día cualquiera de septiembre, por calles iluminadas y salpicadas de árboles cargados de bolas de colores y papás noel por todos lados, yendo de tienda en tienda a cual más acicalada, de bar en bar... Era raro. Y lo mismo puedo decir de Londres el pasado año y por la misma época. Los abrigos estaban de más; tanto que más que una ayuda eran una carga. Las chicas paseaban mostrando sus ombligos, como en verano. Y los chavales en camiseta. Sobra insistir en que todo aquello era muy raro. Sin embargo allí si que llovió un poco, lo suficiente para normalizar algo el estado de cosas.<br /><br />Pues bien, era precisamente por la extrañeza de la situación y por su persistencia año tras año, por lo que yo acogía con alegría el cambio. Pero como he dicho antes, este año el frío solo me ha dejado helado. De golpe y porrazo se ha presentado la normalidad; se ha atrevido a salir del agujero en el que se esconde desde hace tiempo. Ha vuelto la cordura otoñal y yo con estos pelos. Y nada. Debería estar más contento que de costumbre, pero nada. Yo lo achaco a la edad, a mi edad, claro. Bueno, a la edad y a que no llueve, que esa es otra, porque la conjunción perfecta es el día lluvioso y frío. ¿Cuándo fue la última vez que tuvimos un día frío y lluvioso? Ya ni me acuerdo. Quizá no haga tanto tiempo, pero, fíjate, yo pienso en ello y no puedo evitar remontarme a mi infancia. Por supuesto que todo esto es algo inconsciente porque seguro que el pasado invierno vivimos alguno de esos días. Y el anterior; y el otro. La edad. Seguro que es la edad. No es que me sienta viejo, no. Los que envejecen son mis recuerdos y a medida que envejecen se manifiestan con más nitidez. Cuanto más alejados en el tiempo más claros resultan sus perfiles. Por el contrario, el pasado reciente se desdibuja como tapado por una cortina de humo. Yo creo que el bueno de Einstein nos enredó un poco a todos. En realidad la teoría de la relatividad no es más que el sueño de un genio desmemoriado.Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-42483567289431775212007-11-07T01:08:00.001+01:002008-09-14T12:13:22.929+02:00Avatares cafeteros (cuenta)Hay días en que las cosas se tuercen desde bien temprano. Ayer, por ejemplo, encontré mi bar favorito cerrado a cal y canto, y a las ocho de la mañana -con seis grados de temperatura, seis- no me quedó más remedio que iniciar un improvisado peregrinaje al encuentro de otro bar donde poder tomar un café con leche en condiciones, es decir, caliente y que sepa a café. Qué fastidio. Con lo difícil que es encontrar hoy día un establecimiento donde sirvan un café como dios manda. Y digo esto aun sabiendo que el café del Rex tampoco pasa de regular, que conste. Pero es que el Rex es de los pocos lugares donde te puedes tomar el café sin que el vecino de mesa te atosigue con la peste y el humo de su cigarrillo. O la vecina, ya que lo más normal últimamente es que sea una vecina de mesa, la que apeste.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjoYLnXOG9W6HiCrFPAneNELm5ugClBSzxE3uvQoqDQuiOxSViwEZEyf1lIEKxWji9JlElhZcvlMk9SfAQszkWLa93lsD17sM2BczGZQympEXc9ZSv4UKb7kRDhz48U6EpYNlDnqA/s1600-h/caf%C3%83%C2%A9+divertit.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5134842276270201970" style="margin: 0px 10px 10px 0px; float: left; width: 153px; height: 139px;" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjoYLnXOG9W6HiCrFPAneNELm5ugClBSzxE3uvQoqDQuiOxSViwEZEyf1lIEKxWji9JlElhZcvlMk9SfAQszkWLa93lsD17sM2BczGZQympEXc9ZSv4UKb7kRDhz48U6EpYNlDnqA/s200/caf%C3%A9+divertit.jpg" width="178" border="0" height="173" /></a>Y es que la cosa es bastante más complicada de lo que a primera vista pudiera parecer, porque, en estos tiempos que corren, cuando te sirven caliente el café con leche lo corriente es que no sepa a café sino a rayos y cuando sabe a café, ay, te lo ponen tibio, invariablemente. No hay manera chico. Ni siquiera existe la posibilidad del punto medio. Pero eso no es lo peor ni mucho menos. El colmo del despropósito cafetero, el delito diría yo, es el café con leche tibio y con un dedo -cuando no más- de espuma por encima. ¡Que asco! Lo mueves y lo remueves con la esperanza de que esa inmundicia espumosa desaparezca o disminuya algo cuando menos, y aun así y antes de que el brebaje llegue a tu boca, no te queda más remedio que tragarte por bigotes un sorbo de esa porquería suplementaria en forma de espuma de leche. <em>Huumm</em>, repugnante. Y cuando por fin tus labios tocan el café después de echar hacia atrás la cabeza a veces hasta lo indecible por lo hondo que queda el maldito, lo encuentras tibio. <em>Aaag</em>. Cuesta un poco encontrar un lugar adecuado, la verdad; y cada vez más. Es desesperante. Y cuando lo encuentras van y te lo cierran por reformas justo cuando ya te habías acostumbrado a los camareros y los camareros ya se habían acostumbrado a ti. No sé donde iremos a parar con tanto descomedimiento. No lo sé.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgBjS2B-kBK8Xz45FXNQLzkUDL-uxCL_GbE_NlDd911LnKpWh5JXBXM3ZHaJ9gep5iiH7uV5PtK5-u66oq3HrJnqfQOvVwyTsj8rYVy2ZNAho30mjgbfK7wPWnFkA4CmKrFJUS98g/s1600-h/turulato.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5134840704312171602" style="margin: 0px 10px 10px 0px; float: left; width: 84px; height: 76px;" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgBjS2B-kBK8Xz45FXNQLzkUDL-uxCL_GbE_NlDd911LnKpWh5JXBXM3ZHaJ9gep5iiH7uV5PtK5-u66oq3HrJnqfQOvVwyTsj8rYVy2ZNAho30mjgbfK7wPWnFkA4CmKrFJUS98g/s200/turulato.jpg" width="95" border="0" height="89" /></a>El problema de la espuma merece ser estudiado a fondo. Creo, por la gravedad del asunto, por su trascendencia, que hasta merecería la atención de algún doctorando en sociología. Sí; estoy plenamente convencido de que hay que dedicarle una tesis a esta espinosa cuestión. Por lo menos una tesis. Y pronto.<br /><br />Echo la vista atrás y me invade la nostalgia. Y es que, cuando lo pienso... Hace unos años, algún barman avispado comprobó que añadiendo un poquito de espuma al café con leche, a imagen y semejanza de lo que hacen en Italia con los capuchinos, le quedaba un cafelito de lo más apañado. Aquel individuo no descubrió la sopa de ajo pero tuvo la ocasión de experimentar el éxito cafetero en sus carnes. Supo, lo que era eso. Obtuvo un producto resultón; el boca a boca funcionando y la cafetería llena. ¿Qué más podía desear? El aditamento no podía sustituir la espumita del café bien hecho, eso por supuesto, pero ejecutada la artimaña con moderación contribuía a realzar la cremita propia del café. Muy bien. El resultado era interesante, arregladito, y en lo esencial no desvirtuaba el café con leche. El secreto estaba en añadir solo un poquito, lo necesario para conseguir ese efecto-crema que tanto parece gustar a la gente.<br /><br />¡Pero no! Como todo el mundo sabe el éxito de uno es la envidia de muchos. A partir de aquí y con la progresiva extensión de esta oprobiosa práctica, aumentada y corregida a manos de insensatos, de delincuentes diría yo, surgió el disparate, el fin del mundo, el armagedón cafetero, el rien ne va plus espumero. Y no; no exagero lo más mínimo. No tengo la menor duda de que la pérdida, el dispendio cultural que ha supuesto tal innovación y su grosera y criminal generalización será objeto de estudio por los antropólogos del mañana. Incluso por los criminólogos. La extinción del buen café con leche será abordada como la del león del atlas. El Discovery Channel hará documentales que servirán de fondo perfecto para echar la siesta, tal y como ahora consiguen con sus documentales sobre los pingüinos patagónicos, los ñus del Serengueti o los monjes tibetanos.<br /><br />Ahora, en lugar de un café con leche te sirven una <em>mousse</em> con fondo -poco, además- de café con leche. Y además tibia, ¡jódete! Y no te libras ni en el Rex, aunque aquí cuando te conocen te sirven el café como tú quieres y no al gusto del barman o del descerebrado de turno. Al gusto del camarero, mejor dicho. Rectifico: de la camarera.<br /><br />Ayer, por narices, claro, no me quedó más remedio que entrar en otro lugar -omitiré el nombre por pudor- y ponerme en manos de la providencia. Con humildad no exenta de determinación solicité <em>un café con leche, por favor, con la leche bien caliente, gracias</em>. Y un <em>croissant</em>, por supuesto. Y claro, me sirvieron un brebaje de los que ahora se llevan. La taza, más bien pequeña, contenía un café con leche postmoderno, con su dedito de espumita por encima, blanca, blanquísima, con un borde marrón alrededor y un toquecito en el centro; muy bonito la verdad. ¿Y el <em>croissant</em>? Pues pequeño y seco, de los que no se hunden al presionar sino que se rompen en mil miguitas aplanadas que se quedan enganchadas a los dedos y se escampan por el periódico, y lo manchan todo de grasa y... Y de gusto áspero, lejos de cualquier amago de dulzor. Era como un pedacito de pan seco -por el sabor, lo digo- que a la mínima se desintegraba entre mis manos. ¿Y las puntas? Mejor no me extiendo sobre este asunto. Solamente diré que evocaban segmentitos marronosos de carbón. Y lo dejaremos en carbón, ¿vale? Por aquello del pudor al que me refería antes.<br /><br />Pero, volvamos al café con leche, volvamos. Al café con leche postmoderno, para ser exactos. Al ver la taza tan pequeña puse solo un sobrecito de azúcar cuando normalmente añado un sobre y medio. El azúcar, horror, tardó un siglo en penetrar la capa de exoespuma bicolor y llegar a su líquido destino; tanta y tan espesa era la espuma. Pero, ¿cómo? ¡No me lo podía creer! ¡Si aquí no hay café! Con la curiosidad del explorador vocacional metí la cucharilla para remover y, en efecto, solo había un culito de café con leche. Removí y removí. Sí; al fondo, de vez en cuando, luchando con la porquería espumosa se dejaba ver un líquido marrón oscuro. Oscurísimo. Costaba verlo, pero allí estaba.<br /><br />A la vista de lo visto me levanté, cogí la tacita y me dirigí a la barra. <em>Por favor, sería tan amable de retirar la espuma, es que a mí no me gusta el café con leche con tanta espuma, ¿sabe? Muchas gracias, muy amable</em>. La camarera cogió el platito con su tacita y se alejó hasta el fregadero metálico, a un par de metros de donde yo me encontraba; quizá tres. Luego, con una cucharilla, extrajo toda la espuma de la taza y antes de que me diera cuanta, <em>zas</em>, procedió a rellenarla con más leche. Con leche tibia, casi fría para más inri. A continuación me plantó el cuerpo del delito en la barra con una sonrisa. <em>Aquí tiene</em>.<br /><br />Yo solo había pedido que me retirara la espuma, pero la chica, al ver que la taza quedaba prácticamente vacía no se le ocurrió otra cosa que añadir leche hasta los bordes. El resultado fue una tacita llena hasta arriba de un líquido lechoso del color de las natillas. ¡Joder! Esto debería estar penado, pensé.<br /><br /><em>Oiga; perdone. Es que yo prefiero un café con leche, ¿sabe? Y si es posible un café con leche sin adiciones espumosas. Vaya, una taza de café con un poco de leche. Mitad y mitad, más o menos. Y bien caliente, por cierto. Un café con leche como los de antes. Y caliente, no lo olvide.</em><br /><em>¿Un café con leche sin qué? Es que aquí solo ponemos café y leche. Sin espuma mujer; quería decir sin espuma. ¿Ah? Pues claro que sí. Ahora mismo</em>. Sin perder la sonrisa en ningún momento, la chica retiró diligentemente aquella porquería y me preparó un café con leche a la antigua -supongo que después de perpetrar su hazaña fue consciente del error y debió sentirse súbitamente arrepentida; o a lo mejor es que a ella también le gusta el café, vaya usted a saber-, y cuando me lo sirvió me pregunto, ¿<em>y por qué no le gusta a usted la espuma</em>? Yo no contesté. Cogí mi café con leche y sonriendo volví a mi mesa mientras me señalaba el bigote con el dedo. Para qué entrar en detalles, pensé. Al menos esta chica tuvo una actitud cordial y respetuosa en todo momento. Y lo digo porque en una ocasión parecida una estúpida casi me vuelca su brebaje encima. No hace falta decir que tuvimos un serio altercado.<br /><br />Hoy he probado el café de otro sitio. No estaba mal, pero también le sobraba espuma. Qué le vamos a hacer. Paciencia.<br /><br /><object width="425" height="355"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/VU2q4MXYoCM&rel=1&border=0"><param name="wmode" value="transparent"><embed src="http://www.youtube.com/v/VU2q4MXYoCM&rel=1&border=0" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="425" height="355"></embed></object>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-22351078268245003092007-09-17T13:39:00.005+02:002009-02-06T10:58:24.587+01:00La última casilla I (cuento)<div align="justify"><span style="COLOR: rgb(0,153,0)"><em><strong>El Juego de la Oca es un viejo juego de mesa donde contienden dos o más jugadores. Cada jugador, por turno, lanza los dados y avanza su ficha por un tablero en forma de espiral dividido en 63 casillas salpicadas aquí y allá de castigos y premios, de manera que según la casilla tocada en suerte el jugador será penalizado o recompensado. Gana el jugador que consigue llegar primero al Jardín de la Oca, la última casilla.</strong> </em><br /></span><em><br /></em></div><em></em><em></em><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5134843642069802130" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 256px; HEIGHT: 138px; TEXT-ALIGN: center" height="201" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGxl652k3ij23W8ZsSFvjcUFHMC80XlGRHZkPsmmB3VU_-C9R1HtsPSePgNhv36qC2ubAY-7_ugqKhxFaGXt1VpXe1-OdOJ0hUI1qjixp9MUYt9jiYzsopYDRqNfTFleXqgrsfAA/s200/j+oca.jpg" width="282" border="0" /><br />I<br /><br />«Las siete tocadas; tal vez debería ir pensando en descansar un rato. Conducir con el sol de cara es bastante jodido, sobre todo si está tan bajo porque me obliga a ir rígida, con la cabeza excesivamente alta y forzada. Acabará doliéndome la espalda si no paro pronto y además, me vendría muy bien un café. Sí; necesito, ese café».<br /><br /><em>...Ciento diez.</em><br /><br />«Hace rato que lo vengo notando. Es increíble, ¿cómo puede sorprenderme todavía esta sensación a pesar del tiempo transcurrido y de haberla experimentado tantas veces? Esperaba que después de tantos años sin volver por aquí mis viejas obsesiones habrían caído en el olvido pero, hay cosas que no cambian. Aunque también es verdad que ya no me preocupa como antes. Ahora incluso me divierte... ¿Qué sé yo? Será que no me acostumbro a este paraje desértico y a la carretera, tan recta y larga... Tan aburrida. Sí; debe ser eso. El aire seco, el exceso de luz..., y sobre todo este paisaje tan... ¿Cómo definirlo...? ¿Aplastado...? El tedio, en fin».<br /><br /><em>...Ciento veinte.</em><br /><br />«Siempre pensé que un viaje a la nada tenía que ser algo muy parecido a esto, y aún sigo convencida. Quizá en su momento debí comentarlo con alguien; al fin y al cabo no deja de ser una tontería propia de adolescentes. Pero, ahora, ¿a quién podría confiar estas majaderías...? ¿Al psiquiatra? Ni siquiera me he preocupado nunca de decírselo a Carli. ¿Cómo podría explicar que cada vez que paso por aquí tengo la sensación de estar <em>fumada</em>? No tiene sentido; es absurdo, estúpido».<br /><br />«Recuerdo que mamá y yo atravesábamos esta región por lo menos tres o cuatro veces al año y ya, por entonces, advertía la misma sensación con total claridad. No es que todo siga exactamente como en aquellos días, claro, pero según veo los cambios han sido mínimos. La carretera era bastante más estrecha, eso sí; y estaba salpicada de chichones y de calvas de arena. Por lo demás, todo continúa más o menos igual... En cualquier caso, también es posible que yo no haya cambiado tanto como hubiera deseado... Salvábamos estos parajes, y nunca mejor dicho, en aquel viejo <em>Fiesta</em> dorado cargado a reventar de bultos y maletas; sobre todo cuando hacíamos el viaje de ida. Y en verano, ¡a sufrir la gota gorda! Porque pasar por aquí en verano era terrible... ¿Cómo podían caber tantas cosas en un coche tan pequeño? Si pudiera abrir una ventana en el tiempo me moriría de risa al verme; al vernos a las dos. Yo prefería viajar en Semana Santa porque cuando el frío no lo impedía podía asomar la cabeza por la ventanilla e imaginar que volaba sentada sobre una cometa mágica. Entornaba los ojos y soñaba despierta. Me veía cortando el aire velozmente, atravesando un país maravilloso, fresco y transparente sin nada en común con este inhóspito secarral. Volaba entre el verdor de campos asombrosos, idílicos, y el azul limpio del cielo en dirección a unas montañas blancas a las que nunca conseguía llegar aunque parecían estar a tocar de los dedos. Las películas de Disney tenían la culpa, o al menos eso pensaba mi madre. Recuerdo como me reñía y me tiraba de la oreja hasta que volvía a sentarme correctamente en el asiento. Lo recuerdo como si fuera ayer. Fantasías infantiles; cómo os añoro. El paso de los años te abre los ojos para descubrir que la realidad no es más que una burda caricatura sin alma de las más hermosas e ingenuas ensoñaciones infantiles. Ya lo creo. Y si no, a la prueba me remito: que desolación tan deprimente».<br /><br /><em>...Ciento treinta.</em><br /><br />«Por qué habrá sido tan cruel la naturaleza con este rincón del mundo? Claro que, ¿puede ser cruel la naturaleza? Sí.., supongo que sí... ¿Ves? es tanta la miseria que me rodea que puedo contar los árboles a voluntad: uno, dos, tres..., siete, no veo más de siete. Siete árboles raquíticos en kilómetros y kilómetros a la redonda, sobreviviendo miserablemente entre millones de piedras y arbustos esteparios. Mmm.., ser un árbol. No estaría mal ser un árbol. Ser, sentirse como un árbol... Pero no cualquier árbol. Un roble. Una encina en el peor de los casos. No, todavía mejor: ¡un olivo...! Claaaro; un olivo....»<br /><br /><em>¡Diooos!</em> Ana aseguró el volante y pisó firme y repetidamente el freno. Pasados los instantes de zozobra y ya con el coche bajo control, miró con el rabillo del ojo por el retrovisor para averiguar qué puñetas había pasado. Descubrió una mujer de mediana edad que caminaba despreocupada por el lado derecho de la carretera, a un centenar de metros del coche; probablemente más. Había estado a punto de atropellarla y sólo un rápido y habilidoso giro de volante evitó el desastre. Sin embargo parecía que ella ni se había enterado porque levantaba la mano saludando y, ¿sonreía? Tras comprobar que todo había quedado en un susto Ana fue acelerando poco a poco, desconcertada, sin poder apartar la vista de aquella mujer solitaria. Observándola por el espejo mientras iba haciéndose pequeña y más pequeña, un puntito que no deja de saludar con la mano hasta que la cinta de asfalto acaba por engullirlo. Todo sucedió en un minuto; en menos seguramente.<br /><br />«Robles, olivos... ¡Joder, casi atropello a esa pobre mujer! Me tiemblan las manos, las rodillas… No puedo controlarme, voy a parar. Tengo arcadas».<br /><br />El Mazda 6 se detuvo en la cuneta medio envuelto en una nube de polvo. Ana paró el motor pero se mantuvo al volante unos minutos con la mente en blanco y las rodillas aún temblorosas. Cuando por fin se decidió a salir una bocanada de aire fresco en la cara le hizo sentirse algo aliviada y se estirazó y gritó de rabia. Ya no tenía ganas de vomitar pero en su estómago las cosas no iban nada bien: se sentía como si se hubiera tragado una lagartija viva. Reflexionó un momento y respiró profundamente varias veces. Dudaba. Luego se acercó al maletero y lo abrió. Olía raro pero todo parecía en orden. Cerró con un golpe seco y giró en redondo para alejarse una veintena de pasos por la carretera con intención de localizar aquella mujer que caminaba por donde no debía. Pero nada; ni un alma. Tampoco se oía nada, ni el vuelo de un pájaro, ni el murmullo del viento. Nada. Ana regresó al coche y lo sobrepasó para escrutar el morro. Creyó notar que un piedra lo golpeaba hace un instante. Falsa alarma. Pero comprobó que todos los mosquitos del mundo se habían puesto de acuerdo esta mañana para estrellarse contra la calandra y los faros. Además, desprendía una calor abrasadora, tanta que prefirió adelantarse varios metros antes de acuclillarse para tocar el asfalto con las palmas de las manos. Estaba frío. Se dejó llevar por un impulso y se sentó, y un instante después estaba tumbada en la carretera con las piernas flexionadas, los brazos abiertos y la mirada anclada en un cielo que pasaba del azul al blanco según el sol iba ganando altura. El cansancio apareció sin avisar y Ana no pudo evitar entornar los ojos. Le escocían pero sobre todo le pesaban. Cedió al agotamiento por unos minutos, aunque tuvo la precaución de mantener atento el oído por si acaso. El silencio; sólo era capaz de escuchar su propia respiración cada vez más sosegada, cada vez más pesada. Un instante de tranquilidad después de todo. Un relámpago de bienestar... ¿Cómo estará Carli? Pero no; no parecía sensato seguir así. Había que continuar.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjzXjArv-3CBMagxDdX0hIkeMhuE53HfVNSb7Xb0f4Vky0KVML-4LpIQsN85vZsVNomAcNwNUMzzwXZsPGfAh5_zp-sKE2-ICZQKBgim14G2U7IU4idou1E0MfTUbUg6iPKk3rElw/s1600-h/carretera3.jpg"></a><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMBXb2LizR9b99_TNwJcqOmDPH9IOMUj7aZQVpFKE9Ein1RYNBBVB8gfS6v_NCCUmUDw9z3YfCSppn8prvJidCcYwVwpZF5N-ej7WC8l3JxIDBxb53IGHNjtOt_y_h5CGnJj2Vmg/s1600-h/carretera1.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5134845776668548274" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMBXb2LizR9b99_TNwJcqOmDPH9IOMUj7aZQVpFKE9Ein1RYNBBVB8gfS6v_NCCUmUDw9z3YfCSppn8prvJidCcYwVwpZF5N-ej7WC8l3JxIDBxb53IGHNjtOt_y_h5CGnJj2Vmg/s200/carretera1.jpg" border="0" /></a>«Las siete y veintidós ya. Me muero por tomar un café caliente y comer algo. No entiendo como he podido despistarme hasta ese punto. No me lo explico. Resulta increíble, ¿cómo no he podido verla? Mierda de recta, parece que no se acabará nunca».<br /><br />Pero todas las rectas se acaban torciendo tarde o temprano y a las siete y treinta y cinco Ana entraba en una estación de servicio no sin antes haber sorteado algunas curvas, menos mal. Aunque necesitaba gasoil aparcó junto a la cafetería; ya llenaría el depósito después. Nadie o casi nadie dentro. Tan solo una chica gorda que barría con desgana entre las mesas y la que parecía su madre tras la barra, indolente, con los antebrazos apoyados mientras escuchaba la SER. Ana dio una ojeada a la vitrina de la repostería, se acercó a una de las mesas situadas junto al ventanal que daba al aparcamiento y antes de tomar asiento se dirigió a la mujer de la barra. Aunque en el aparcamiento no había absolutamente nadie no quería perder de vista el coche.<br />- Buenos días.<br />- Buenos días. ¿Qué va a ser?<br />- Un café bien cargado, por favor. Y las pastas, ¿son de hoy?<br />- Pues claro, las acaban de traer hace un momento.<br />- Estupendo. Póngame una napolitana. ¿Se puede fumar?<br />- No; si quiere fumar tendrá que salir fuera. Aquí no se puede.<br />- Bien, gracias. El café muy caliente, por favor.Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-42156264386041197732007-09-17T13:35:00.001+02:002008-09-14T12:15:28.503+02:00La última casilla II (cuento)II<br /><br />Un día antes nada hacía presagiar que Ana tuviera que afrontar este viaje. Su vida transcurría como siempre, rutinaria, previsible. Como cualquier sábado llegadas las ocho mandó a la encargada que cerrara las puertas de la tienda y puso a las dependientas a ordenar las prendas en los estantes. Después cerraría caja y si todo estaba en orden las despediría hasta el lunes siguiente. Cuando las chicas ya se habían ido dio una última ojeada a la boutique desde la puerta principal, apagó las luces y se dispuso a activar la alarma y bajar la persiana de seguridad. Justo antes de levantarse tras haber asegurado la persiana en el anclaje del suelo, apareció Jordi vociferando un sonoro ¡hola, tía buena! que la sobresaltó hasta el punto de hacerle perder el equilibrio. No lo vio acercarse entre el gentío que paseaba por la calle peatonal.<br />- Eres un imbécil Jordi. Y vuelves a estar borracho. Aunque eso no es ninguna novedad, ¿verdad? ¿Qué quieres ahora? Tengo prisa.<br />- De sobra lo sabes, Ana. ¿Has pensado en lo que te dije el martes?<br />- No. Es más, ni me acuerdo. ¡Y déjame en paz joder! Me tienes harta con tus estupideces. ¿Qué pasa, que ya no te aguanta tu mujer? Ah, perdona, olvidaba que con el año nuevo te echó de casa. Por bueno, claro. Anda; lárgate de una puñetera vez y no me obligues a llamar a la policía.<br /><br />Ana ya había cerrado y caminaba con paso rápido hacia el aparcamiento, unas calles más abajo. Jordi la seguía a dos pasos, tropezándose de vez en cuando y murmurando cosas ininteligibles entre “por favores” lastimosos. Al llegar al coche Ana se giró para observar qué hacía su indeseado acompañante y al verlo aparentemente tranquilo se metió dentro, activó el cierre centralizado de puertas y buscó en su bolso algo de dinero. Luego bajó dos dedos el cristal de la ventanilla y lanzó un billete de cincuenta euros que Jordi se afanó en recoger. Ni uno ni otra dijeron nada. No hacía falta. Jordi desdobló cansinamente el billete para mirarlo y cuando levantó la vista el coche de Ana iba ya calle abajo.<br /><br />Ana y Jordi se habían divorciado cuatro años antes tras un corto y accidentado período de convivencia. Un matrimonio inverosímil. Resuelta la separación ninguno de los dos quedó solo pero Jordi, apenas un año más tarde, comenzó a importunarla llamando por teléfono o presentándose en la tienda de repente, en el momento más inopinado. En un principio las llamadas fueron esporádicas y las visitas contadas, pero en los últimos meses aquellas molestias se estaban convirtiendo en acoso, puro y simple. Ahora se atrevía a organizar escenas en plena calle; espectáculos que causarían vergüenza ajena a cualquiera y que siempre acababan con un Jordi sollozante, rogando perdón. Suplicándolo. Pero Ana no tenía nada que perdonar. Por lo menos hasta que Jordi comenzó a darle la tabarra. ¿Debía perdonarle que le diera la tabarra?<br /><br />Entre ellos no hubo nunca nada que valiera la pena; su historia en común fue tan corta como intrascendente. Y es que al poco de casarse con Ana, Jordi se reencontró con Berta, un viejo amor adolescente. La chica había empezado a trabajar como cajera en el Caprabo de la esquina. Desde entonces Jordi se aficionó a hacer la compra: cada día faltaba algo, y había días que más de una cosa. Con el tiempo -no demasiado- de hacer la compra pasó a citarse con Berta, y de aquí a dejar a Ana para irse a vivir con ella medió solo un paso. Jordi se preciaba de hacerlo todo muy rápido. Se enorgullecía de ello. Dos años de separación y el divorcio. Todo rápido, sin complicaciones, muy al gusto de Jordi.<br /><br />Para sorpresa de Ana la marcha de Jordi hizo que se sintiera muchísimo mejor de lo que hubiera supuesto. Ahora no entendía qué puñetas vio en este tipo para casarse con él. Sí, era guapo y divertido, y tenía algo que le hacía diferente, pero... ¿de quien? Desde el primer momento pensó que ella tenía la culpa de que las cosas no funcionasen, como casi todas las mujeres. Y se esmeraba. Y se desesperaba. Por entonces era incapaz de ver el necio que tenía delante. Jordi se duchaba cada vez menos, bebía cada día más y olvidó qué era eso de leer. Él, que antes de casarse presumía de recitar como nadie a Rimbaud. Porque leer el Marca no cuenta, ¿verdad? Y pensándolo bien, a lo mejor tampoco era tan guapo. Menos mal que Jordi hizo lo que todo el mundo esperaba -menos Ana, por supuesto- porque sino la chica aún estaría torturándose intentando descubrir qué hacía mal. Pero, que descanso cuando se largó. Qué bien, suspiraba Ana al recordarlo: que alivio. Y es que Ana se casó engañada por un espejismo y una vez desengañada se descasó gracias a un nuevo engaño. Pero así es el juego de la oca. Tira Jordi, siempre te toca.<br /><br />III<br /><br />Las mañanas de marzo suelen ser frescas según el calendario del payés y la de hoy es una mañana de lo más corriente. Ana pasaba el rato mirando a través del ventanal de la cafetería reparando en la aridez que le rodeaba, pensativa, con la mirada perdida. Inexpresiva.<br />«El cartel Shell acabará cayéndose si no lo remedian pronto y los surtidores de gasolina continúan tan desiertos como la propia carretera. Resulta inquietante que la carretera no registre el mínimo movimiento. Si, es verdad que es domingo y que aún es bastante temprano pero debe hacer por lo menos un cuarto de hora que estoy aquí y no he visto pasar ni un solo vehículo. Aunque, ahora que lo pienso, tampoco me he cruzado con nadie desde que dejé la autopista para coger la N-128, y de eso hace casi una hora. Bueno; con la salvedad de la loca que estuve a punto de atropellar. ¿Dónde andará? ¿Y qué puñetas hará sola, en medio de la nada? Pero es mejor así. Mucho mejor».<br /><br />Algo más de las ocho. El depósito lleno, la ventanilla abierta y Suzanne Vega en el reproductor de cedés. El aire fresco y Gipsy parecen hechos el uno para el otro. Mucho más centrada después del respiro y del café, Ana pensaba en Carli. Era como Suzanne; la misma mirada. Anoche la dejó en casa limpiando a fondo. La añoraba. «A estas horas ya debe hacer un buen rato que acabó y estará descansando. La llamaré más tarde; la he visto tan nerviosa... Bueno, en media hora estaré en Caralta y desde allí a Los Mastines solo hay otros cuarenta minutos. Con la nueva variante no hace falta entrar en el pueblo y eso es una ventaja».<br /><br />Carli era prima lejana de Ángela Daró, una vieja amiga de Ana y abogada por demás -la misma que le llevó el divorcio. También era militante activa de la Plataforma para la igualdad de derechos de gays y lesbianas. Una tarde se encontraron sentadas frente a frente en la mínima sala de espera del bufete de Ángela, Ana pendiente de su asunto y Carli esperando a un amigo que sufría el acoso de sus compañeros de trabajo tras haberse sabido su condición de homosexual. El amigo de Carli no llegaba y Ángela continuaba en su despacho, al parecer muy ocupada con dos individuos cuyo aspecto recordaba al Travolta de Saturday Nigth Fever. La conversación parecía ineludible, estaban solas y todo hacía pensar que continuarían así un buen rato. Después de intercambiar miradas y alguna sonrisa tan cortés como ritual, Carli se levantó y fue al despacho de Ángela, de donde salió casi inmediatamente.<br />―Por lo visto tenemos para más de media hora. Este sitio tan pequeño me agobia un poco y me apetece un café, ¿te apuntas?<br />Tras la sorpresa inicial y unos segundos de duda Ana aceptó y ambas se dirigieron a la cafetería de la planta baja, un lugar agradable y un café verdaderamente bueno. Apenas cuatro meses más tarde compartían un apartamento del centro, a cuatro pasos del negocio de Ana.Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-53926853888360903652007-09-17T13:34:00.001+02:002008-09-14T12:15:52.712+02:00La última casilla III (cuento)IV<br /><br />La variante de Caralta transcurre junto a un arroyo que parte en dos una extensa arboleda de chopos tan venerables como gigantescos. Hubo que vencer resistencias muy tercas para poder construirla. Incluso hubo un pronunciamiento del Parlamento Europeo en favor de proteger el paraje por donde pasa, una isla verde rodeada por un vacío ocre inacabable, eterno. En un principio todo el mundo parecía coincidir en el rechazo de la variante pero lo cierto es que cuando la carretera estuvo terminada las quejas se evaporaron como por arte de magia. Ahora nadie reconoce haberse manifestado en contra de las obras. «Nada; los cuatro gatos que siempre están en contra de todo. Los de siempre, ya sabe».<br /><br />Desde la variante de Caralta se enlaza con la local que conduce a Santa Engracia, una carretera que tiene poco que ver con la N-128. Para empezar es bastante más estrecha y el firme aún es más viejo y rugoso. Esta carretera sirve a la transición entre el páramo y la montaña, y su primer tercio transcurre entre curvas relativamente cómodas que van ascendiendo suavemente al viajero hasta llegar al congosto del río Toldán. A partir de aquí sigue durante ocho o diez kilómetros el sinuoso curso del río y luego asciende bruscamente para llegar serpenteando al puerto del Verá, donde aún funciona una vieja estación meteorológica. A pocos minutos de allí, en pleno descenso, hay que abandonar la carretera para adentrarse varios kilómetros por una pista de tierra que atraviesa un primitivo bosque comunal hasta llegar, por fin, a los Mastines.<br /><br />Nadie sabe muy bien porqué a ese lugar le llaman de ese modo. Se trata de un puñado de casas arruinadas que fueron levantándose sin orden ni concierto en las proximidades de una primitiva ermita, Santa Águeda, de la que solo queda el testimonio de unos pocos metros del muro lateral derecho de su única nave y casi todo el perímetro del ábside. Con el despertar del siglo XX la fachada, con su pórtico románico tardío, y los frescos del interior, fueron malvendidos por el párroco de Caralta a un especulador que decía actuar en nombre de una Fundación norteamericana. Hoy, todo ese patrimonio forma parte de un caserón neo-colonial de Massachussets propiedad de cuatro palurdos adinerados. Por la misma época las escasas familias que vivían en los Mastines empezaron a emigrar a Cataluña atraídas por las colonias textiles del Llobregat, primero los hombres jóvenes y luego, como un goteo, todos los demás. En poco tiempo el poblado quedó en el más absoluto de los olvidos porque nadie quiso regresar jamás y desaparecida la gente perdidos los recuerdos.<br /><br />Con la guerra civil los Mastines recuperaría un breve y trágico protagonismo al convertirse en improvisado escenario de un enfrentamiento entre una compañía de milicianos republicanos y un batallón de regulares. El combate duró toda una noche y se saldó con la muerte de los republicanos y con el posterior fusilamiento de los cadáveres para mayor escarnio. Cosas de un fanático capellán castrense cuya influencia en el teniente coronel de las tropas marroquíes no conocía límites. Fusilados cristianamente por un pelotón formado por gentes de los alrededores de Tánger, los cadáveres fueron llevados hasta Caralta en carros arrastrados por mulas para ser expuestos durante cuatro largos días en la plaza de la República, la que más tarde y gracias a la liberación sería conocida como plaza de la Cruzada Nacional. La masacre, el abandono, el silencio... El abono apropiado para toda suerte de leyendas.<br /><br />Pero el último habitante de Los Mastines fue Servando, un viejo republicano que nunca renunció a sus ideales y que prefirió desaparecer en vida a que le hicieran desaparecer por vida, como a muchos otros camaradas que oyeron los cantos de sirena de la reconciliación una vez terminada la guerra y, por creerlos, yacen sepultados en la fosa común que se improvisó en la cuneta que bordea la tapia del cementerio de Caralta, contra la que fueron fusilados. Todo el mundo era sabedor de aquella vileza y en vida de Franco cada Día de Todos los Santos eran muchos los caralteños que dejaban allí buena parte de las flores que llevaban a sus difuntos oficiales, los que estaban enterrados como Dios manda. No era raro que se acumularan más flores en la cuneta que en el propio cementerio. Ahora esto se observaría como un gesto compasivo, incluso romántico, pero antiguamente el sargento de la Guardia Civil se tomaba el cuidado de enviar un par de números al día siguiente para recoger las flores de la cuneta y llevarlas al monumento a los caídos por Dios y por España que se erigió en el mismo centro del cementerio, donde, por cierto, nunca hubo otras flores que no fueran estas. Flores robadas para un homenaje putativo. Pero ya hace muchos años que la casa cuartel de la Guardia Civil permanece vacía. Y tampoco sobrevive aquel siniestro monolito de mármol negro; el manolito, que era como le llamaban los caralteños en honor de aquel conspicuo sargento apellidado Manuel, que no nombrado<br /><br />V<br /><br />Ana no llegaría a casa antes de las diez. Tras el episodio del billete de cincuenta euros había llamado a Carli para decirle que se retrasaría un poco por razones de trabajo. Entre la tienda y el adosado que alquilaron el año pasado hay más o menos un cuarto de hora; veinte minutos con el tráfico difícil. Quizá algo más, pero no casi una hora desde luego. Sin embargo esta noche Ana ha preferido dar un largo rodeo para poder pensar a solas. No quiere preocupar a Carli; bastante dolida estaba ya a causa de Jordi, de sus incordios cada vez más frecuentes, de sus intrusiones en la vida de ambas. Menos mal que hoy solo se ha conformado con seguirla hasta el coche y recoger el dinero. Otras veces es peor: grita, se pone violento. La agresión física acabará produciéndose tarde o temprano. Mejor reaccionar a tiempo que dejar que las cosas se descontrolen hasta ese punto.<br />— ¿Jordi?<br />— ¿Ana, eres tú? Espera, que apenas te oigo, deja que salga fuera. Ahora un poco mejor. Sabía que acabarías llamándome. Estaba seguro, de verdad…<br />— Oye, tenemos que hablar. Esto no puede seguir así.<br />— Bueno, si quieres mañana nos vemos. ¿Conoces el Cafetito, el de la plaza…?<br />— No. Tiene que ser esta noche. ¿Puedes venir dentro de un rato? Lo que yo tarde en cenar. A eso de las doce estará bien. En mi casa.<br />— No sé donde vives ahora, Ana.<br />— No seas imbécil; me has seguido cada vez que te ha dado la gana. Hasta luego. No te retrases, que no tengo toda la noche. Y si haces el mínimo ruido y despiertas a los vecinos no abro y llamo a la policía, ¿vale?<br />— Vale.Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-4757183406415570632007-09-17T13:31:00.001+02:002008-09-14T12:16:22.801+02:00La última casilla IV (cuento)VI<br /><br />El descenso del puerto del Verá exige prestar mucha atención para no pasarse el sendero que lleva a los Mastines, pero Ana conoce perfectamente el recorrido. Son casi las nueve y media y el camino rural parece tocar a su fin. La espesura ha ido despejándose poco a poco dejando a la vista una estrecha y ondulada llanura salpicada de restos ruinosos de adobe, piedra y madera podrida. Tras sortearlos con algo de dificultad el Mazda se ha parado al llegar a un muro, justo delante de un vetusto portón oscuro cerrado a cal y canto; el motor del coche no deja de ronronear suavemente mientras Ana retira la cadena herrumbrosa que lo mantiene afianzado. Este portón franquea el paso a una polvorienta explanada cuyo perímetro está protegido por un muro de dos metros y medio de altura invadido en algunos tramos por una masa verduzca que recuerda la hiedra. Dentro del recinto, ocupando la práctica totalidad del cuadrante superior derecho cuando es observada desde el portón de entrada, se levanta la casa, un cuerpo central de dos plantas con dos estructuras anexas, una a cada lado y de una sola planta, casi gemelas, que acogen el viejo molino de aceite y lo que fueron las cuadras, ahora transformadas en garaje. Todo el conjunto se encuentra perfectamente conservado gracias a que Servando dedicara el último tercio de su vida a dar vida a un lugar que siempre arrastró fama de maldito y cuyas leyendas sirven, todavía hoy, para asustar a los niños traviesos de la región. También hay un pozo hondo y seco cuya boca, casi a ras de suelo, permanece cubierta con dos robustas planchas metálicas que alejan la posibilidad de cualquier accidente. Nadie recuerda que este pozo sirviera nunca para apagar la sed de un cristiano, pero ahí sigue. Los vecinos más piadosos de Caralta cuentan que este negro agujero acoge las almas de los milicianos masacrados en el treinta y ocho, todos ateos, todos anarquistas. Todos condenados. También se dice que en las noches más frías de invierno sus espectros se concentran en la explanada para encender un fuego con el que calentarse. Pero las conciencias pías de Caralta se equivocan al menos en un punto. Y es que el fuego de los Mastines se remonta a tiempos tan remotos como olvidados. Antes de los milicianos frioleros ajusticiados después de muertos, hubo frailes frioleros ahorcados como illuminati por otros no menos iluminados que ellos; y aún antes, por haber hubo hasta brujas frioleras ajusticiadas gracias a la impagable intercesión del Santo Oficio. Y con estas no se acaban los frioleros. En los Mastines siempre hizo mucho frío.<br /><br />El coche avanzó pesadamente por la explanada hasta detenerse ante el emparrado que precede la puerta principal de la casa. Hace por lo menos cinco años que ni Ana ni su madre pasan unos días aquí, aunque nadie lo diría gracias a que Antonia se desplaza cada martes desde Caralta para ventilar y procurar que todo siga en orden. Y lo cierto es que una vez ventilada y recogidos los lienzos blancos que normalmente cubren los principales muebles, solo la fina capa de polvo acumulada en el escaso mobiliario desprotegido podría delatar que la casa permanece normalmente deshabitada.<br /><br />Lo primero que hizo Ana fue abrir de par en par las ventanas del salón y retirar todas las telas que encontró a su paso de camino a la cocina, donde puso a calentar agua en un cazo. Luego salió de nuevo para cerrar el portón y meter el coche en el garaje, y volvió a la cocina justo a tiempo para verter el agua hirviente en la tetera. Apenas hacía diez minutos que había llegado y ya estaba tumbada en el viejo diván de su abuelo, descansando y disfrutando del silencio mientras la taza de té se enfriaba, complacida en observar el caprichoso ballet de visillos azules que colgaban de las ventanas. Y fue inevitable, poco a poco fue invadiéndole una tristeza profunda, sosegada. Los recuerdos iban y venían atropelladamente uno tras otro; viejos recuerdos de vacaciones adolescentes revueltos con otros mucho más recientes y bastante menos gratos. La lagartija del estomago que despertaba de nuevo y el té, que se enfría. Pero Ana no pudo vencer al agotamiento y quedó dormida a pesar del creciente malestar que le invadía. Vaya mierda de noche, fue su último pensamiento coherente.<br /><br />VII<br /><br />Al saber que Ana se retrasaría Carli cenó sola; además, tenía prisa porque esta noche tenía reunión de comité de la Plataforma y la esperaban a las diez y media. A pesar de todo se encontraron en la puerta del garaje de casa, entrando una y saliendo la otra. Ana debió recular para permitir que el Micra de Carli pudiera pasar. Carli franqueó la puerta levadiza pero se detuvo a la altura del Mazda, puso el freno de mano y salió del coche. No quería despedirse con un simple gesto. No era de su estilo.<br />- Hola guapa. Te he preparado una ensalada para cenar, y en el frigo todavía quedan fetuchinis; solo hay que añadir más salsa. Yo únicamente he cenado fruta. Bueno, ¿como te ha ido? ¿A qué se ha debido el retraso?<br />- Bien, todo iba muy bien hasta que apareció Jordi. Fue justo a la hora de cerrar.<br />- ¿Otra vez? ¿Y qué, te molestó?<br />- Como siempre. Esta vez le di cincuenta y se conformó.<br />Ana resumió a Carli lo que había pasado. También le dijo que había estado reflexionando detenidamente y que había decidido hablar en serio con Jordi. Esta noche lo había invitado a venir para dejar las cosas claras. De una vez por todas. Era necesario afrontar el problema ya, de inmediato. Cuanto antes mejor.<br />- Pero... ¿Cómo has podido invitarlo a casa? ¿Estás loca? Y todavía lo entiendo menos después de lo que me acabas de explicar. De verdad, creo que has perdido el sentido común Ana. Y, ¿qué piensas hacer?<br />- Mira, no puedo quedarme con los brazos cruzados esperando a ver qué ocurre. Me niego a continuar así. Pienso hablar con él muy seriamente; creo que podemos llegar a un acuerdo. Le ofreceré dinero si hace falta.<br />- ¿Dinero? Pero, ¿dónde tienes la cabeza? Ese tío es un cabrón que solo quiere joderte. Tienes que denunciarlo y olvidarte de lo demás, y tienes que hacerlo ya. Te acosa, ¿no te das cuenta? Cada vez que le permites una le das ánimo para montarte la siguiente.<br />- Creo que podré entenderme con él, no te preocupes. Antes era razonable...<br />- Jordi es un borracho sin remedio. Y antes tampoco era razonable, Ana. ¿Acaso lo has olvidado? Cuando vivías con él eras una desgraciada. Jordi siempre ha sido un mierda, un maltratador. Te hará daño. Más daño.<br /><br />Carli lo sabía de primera mano; ella también había tenido que soportar su acoso. Un día se presentó en la escuela primaria donde trabaja como administrativa y allí, en el distribuidor que da acceso a las clases y ante un nutrido grupo de niños y niñas, la puso de vuelta y media. La sujetó por los hombros, la insultó y la llamó bollera y otras lindezas. También intentó agredir al bedel y a un compañero de Carli que acudieron alarmados por el griterío, y solo accedió a marcharse cuando la directora del centro hizo ademán de llamar a la policía. Tras un acalorado debate entre la dirección y el claustro, se optó por no presentar denuncia en el convencimiento de que entonces el escándalo público sería inevitable.<br />- No puedo dejarte sola con él. No quiero. Me quedo.<br />- Pero yo prefiero que te vayas, Carli. No temas, no va a pasar absolutamente nada. No te preocupes, anda, márchate tranquila. Te esperan y llegarás tarde.<br /><br />Pero Carli no respondió. Volvió a su coche y dio marcha atrás hasta dejarlo justo donde lo había cogido pocos minutos antes. Ana entró a continuación y aparcó el suyo. Luego bajaron entre las dos la puerta de garaje y una tras otra, sin cruzar palabra, desfiló por la estrecha escalera de acceso a la planta baja de la casa para dirigirse directamente a la cocina. Mientras Ana sacaba los fetuchinis del frigo y los metía en el microondas Carli se excusaba por teléfono a una compañera de la Plataforma. En pocos minutos ambas estaban sentadas a la mesa, sin mirarse. Dos cocas ligth las observaban mientas Ana se comía la ensalada con desgana. Los fetuchinis esperaban turno en el microondas. Las once tocadas y seguían sin pronunciar media palabra.Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-34867141.post-11292363029123767782007-09-17T13:28:00.001+02:002008-09-14T12:16:47.038+02:00La última casilla V (cuento)<div>VIII<br /><br />El bronco sonido del timbre interrumpió el prolongado y áspero silencio en el que se habían sumido Carli y Ana desde que subieron del garaje. Ana nunca entendió porqué Carli prefería ese berrido estridente al civilizado din-dong de un timbre de campana. Tras el sobresalto ambas miraron el reloj que colgaba de la pared de la cocina: las once y media. Si era Jordi, se había adelantado bastante más de lo razonable. Y es que cuando Jordi no se excedía se quedaba corto. Podía decirse que era un individuo de costumbres desencajadas, sin duda, y quizá pensaba que esta condición formaba parte de su encanto porque parecía cultivarla a propósito. Hombre de pocas luces, después de todo.<br />- ¡Joder! Seguro que es ese cretino.. Corre Carli, vete arriba. Estoy sola, ¿de acuerdo? Si ves que se pasa llamas a la policía, ¿vale? No, no; espera, deja que sea yo quien decida. No avises a nadie si yo no te lo digo. ¿Lo has entendido?<br />- No seas idiota, Ana. No abras. Mándalo a la mierda y no abras...<br />- ¡Sube ya de una vez, Carli! Y cállate, que te va a oír. Aguarda en el dormitorio, en silencio. Y tranquila, que no pasa nada mujer. Recuerda que solo debes mantenerte alerta por simple precaución, porque todo irá bien. Venga, ¡arriba!<br />Carli subió en silencio la escalera mientras Ana se dirigía a la puerta de entrada. Antes de abrir quiso asegurarse que era Jordi observando a través del cristal semitransparente de las estrechas ventanas situadas a lado y lado de la puerta. Era él, desde luego. Y no paraba de moverse.<br />- Te has adelantado. Vamos, no te quedes ahí pasmado, pasa.<br />- Hola Ana. No te imaginas lo que significa para mi que me hayas invitado a tu casa... Tengo tantas cosas que decirte...<br />- Anda, pasa al salón..., pero, ¿dónde crees que vas, con esa botella? Y por lo que veo ya vienes un poco cargado, ¿verdad?<br />- Solo un par de copas. Desde que me llamaste he estado haciendo tiempo en el Dublín, un pub de la calle...<br />- Si; ya sé donde está el Dublín. Bueno. Siéntate, ¿quieres un café? Creo que te iría muy bien.<br />- No; no quiero café. Prefiero abrir la botella y tomamos una copa. Recuerdo que antes te gustaba el Chivas.<br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjGO5TrwFB5sIsW7IEQEI1aRjUTfb04fpaXLd_hblDvu3yNafiNn36mmu9AvFBiUPY0UUCVQNQz9wQXmDcrKleK-1g-XSQM4Clv7-9kPdOb4yey3KXOG7u450IqTerrPaZ0zsnZJw/s1600-h/chivas1.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5145226400904203522" style="margin: 0px 10px 10px 0px; float: left; width: 138px; height: 183px;" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjGO5TrwFB5sIsW7IEQEI1aRjUTfb04fpaXLd_hblDvu3yNafiNn36mmu9AvFBiUPY0UUCVQNQz9wQXmDcrKleK-1g-XSQM4Clv7-9kPdOb4yey3KXOG7u450IqTerrPaZ0zsnZJw/s200/chivas1.jpg" width="144" border="0" height="192" /></a>- ¡Dame esa botella! No te he hecho venir para tomar una copa juntos, cafre, sino para hablar serenamente y dejar claras algunas cosas. Mira, ya no toleraré más que me importunes o que fastidies a Carli. Eso se acabó. Se acabaron tus visitas a la tienda, tus llamadas, tus lamentables espectáculos... Te he invitado a mi casa en un gesto de confianza para eso, para hablar de este asunto y resolverlo definitivamente. Debes comprender que esa actitud no lleva a ninguna parte; nos hace daño a todos. A ti el primero. Te denigra, ¿no te das cuenta? Todo el mundo piensa que eres un pobre hombre. Ya hace demasiado tiempo que llevas una vida calamitosa, ¿no me digas que no has pensado alguna vez en lo que te digo, en el daño que te haces? Desde que Berta te dejó...<br />- ¡Ni la nombres, a esa puta! Se ha aprovechado de mi. Me sacó todo lo que pudo y me dejó entrampado, roto. Le compré joyas; todas la que quiso. Incluso un apartamento en Oropesa. Cincuenta metros cuadrados en tercera línea de mar; una fortuna. Tuve que hipotecar mi piso para comprárselo. ¿Te acuerdas de mi piso, el que tenía desde que era soltero, desde antes de casarme contigo? Pues lo tuve que malvender para pagar deudas, porque pedí dinero prestado, ¿sabes? Mucho dinero. Y cuando se acabó Berta se fue con el mamón de Andrés, ¿te acuerdas de Andrés, el de la imprenta? Entre la cancelación de la hipoteca y los acreedores no me queda un duro. Hija de puta.<br />- Lo siento, Jordi; de veras¾ le consolaba Ana moviendo suavemente la cabeza de lado a lado¾ pero no estamos aquí para tratar de estas cosas...<br />Pero Jordi no estaba escuchando. Seguía hablando, con continuos cambios en el tono de voz, en la intensidad.<br />- Por eso, cuando recibí tu llamada me dio un vuelco el corazón. No sé porqué dices que te persigo. Bueno, es posible que a veces pierda un poco la noción de las cosas, pero es que estoy loco por ti. No debimos separarnos, Ana, fue un error. Le he dado un millón de vueltas desde entonces. Nunca he dejado de quererte y creo que en el fondo tu también sigues queriéndome, ¿verdad? ...Y no me mires así, mujer. No hace falta que ahora digas nada, pero piénsalo por favor. Piénsalo durante unos días y después hablamos. Lo arreglaremos todo, ya verás. Todo volverá a ir bien entre nosotros. Será como antes...<br />- Pero, ¿qué estás diciendo? No nos separamos: me dejaste tú por la que ahora dices que es una hija de puta. Tienes muy mala memoria, Jordi. Y además, no tengo la mínima intención de volver contigo, ¿es que te has vuelto loco? Mira, déjate de fantasías y baja a la tierra, tío. Lo único que quiero es que me dejes en paz; que nos dejes en paz. Escucha; creo que necesitas ayuda y deberías ponerte en tratamiento; te veo muy mal Jordi, muy mal. De verdad. Tienes que dejar de beber y recuperar algo de dignidad, hombre. Yo conozco alguien que puede echarte una mano; es una psiquiatra estupenda. Hablaré con ella.<br />- ¡Vete a la mierda! Yo no estoy loco; y no necesito tus favores. ¿No te jode?<br />- Oye, Jordi, sin faltar, ¿eh? Y haz el favor de no gritar; son más de las doce.<br />- Lo siento Ana. Perdona... El otro día te decía que tu y yo formábamos una pareja perfecta, ¿recuerdas? Lo reconozco, me equivoqué, fui un estúpido. Berta me engañó. Me dejé llevar como un adolescente, pero tienes que perdonarme. He madurado mucho y ahora todo será distinto, totalmente distinto. Solo necesito algo de tiempo para recuperarme, para volver a ser el de siempre, y entre los dos lo lograremos. Volveremos a ser felices, puedes estar segura...<br />¡Basta ya! Déjate de tonterías. Yo nunca fui feliz contigo. Nos equivocamos los dos. Y tú; crees que fuiste feliz porque confundes la felicidad con hacer lo que te da la gana y salir impune, como un niño malcriado. Nos equivocamos y punto. No hay vuelta atrás. Si te he llamado es porque quiero que salgas de mi vida de una jodida vez. Quiero que no me persigas, que no me llames. Quiero que me olvides, que te largues, que te esfumes... ¿Lo entiendes? A ver, Jordi, por favor, serenémonos un poco y hablemos de ello, ¿de acuerdo? Venga; voy a hacer un café, ¿vale? Nos hace falta a los dos. Oye, mírame Jordi. ¡Mírame!<br /><br />Pero Jordi hacía unos minutos que no apartaba la vista del suelo. Permanecía silencioso, pensativo, casi inmóvil en el extremo del sofá, acariciándose una rodilla con la mano derecha mientras la izquierda buscaba a tientas la botella de Chivas que Ana había depositado en la mesa rinconera que separaba el sofá del sillón donde ella misma estaba sentada.<br /><br />Se hizo un silenció inquietante, no más de un minuto que a Ana le pareció una eternidad. Jordi continuaba con la vista fija en el parquet sin dejar de acariciar lentamente sus rodillas, ahora con ambas manos pues Ana había apartado la botella de su alcance. Si aquel no era el momento de preparar un café que viniera Juan Valdés y lo viera. Ana se levantó, cogió el Chivas y se fue a la cocina.<br /><br />Entretanto, en el piso de arriba, Carli había ido experimentando un estado de creciente alarma según avanzaba la conversación en el piso de abajo. Permanecía sentada en la cama desde que subió, con las manos descansando sobre los muslos y la espalda tiesa. Helada, con los ojos muy abiertos, como si quisiera ver las palabras que surgían del salón y subían por la escalera para estallar en el dormitorio, sufriendo, ciega a pesar de todo, la excitación de los peores momentos entre Jordi y Ana. El disgusto inicial por verse obligada a subir dio paso a un vivo malestar que se convertiría en miedo intenso a medida que el diálogo adquiría tintes surrealistas. Una aprensión aguda le oprimía el pecho haciéndole difícil respirar. Se removieron, despertaron, viejos sentimientos de angustia que ya creía olvidados, enterrados. Escuchando los desvaríos de Jordi aparecieron por su mente flashes de su vida familiar, de cuando no era más que una pobre niña aterrorizada. Revivió aquellas horribles discusiones entre sus padres que siempre acababan con su madre en urgencias mientras su padre, desahogado tras la borrachera de rigor, dormía el sueño de los justos en su mecedora favorita. Su madre magullada, su padre borracho encendido de ira y ella temblando bajo la cama. Ese era el pan de cada día hasta que a los dieciséis años reunió el valor suficiente para escapar del infierno. Su vida desde entonces había sido como viajar en una montaña rusa; subidas trompicadas, a veces tranquilas, pero solo a veces, y descensos siempre vertiginosos... Y ahora ese infierno que nunca había renunciado a perseguirla la había vuelto a atrapar, justo cuando se sentía más segura, más tranquila, cuando parecía acariciar la felicidad por primera vez en su vida. El juego de la oca. ¿Porqué será, Jordi, que siempre te toca?</div>Joan Delgadohttp://www.blogger.com/profile/14458098438944036600noreply@blogger.com