miércoles, 23 de enero de 2008

Tiempos modernos (cuenta)

El lenguaje es algo verdaderamente asombroso. Lo que debería ser instrumento de comunicación sirve a menudo para todo lo contrario. Y no resulta menos paradójico por ser una práctica tan común. Llevo tantos años escuchando y utilizando un lenguaje bobo que casi me he acostumbrado. Hablo de mi trabajo, claro. Cuando empecé me pareció estupendo formar parte de una minoría que sabía referirse a las cosas importantes con las palabras adecuadas, como debe ser. Y así, con la alegría y el desparpajo del mentecato motivado, ingresé en el glorioso círculo que olvidó llamar pobres a los pobres y ciegos a los ciegos. De repente, los que vivían acuciados por la pobreza dejaron de ser pobres para convertirse en excluidos y los que padecían ceguera desistieron de ser ciegos para transformarse en invidentes. Así, sin más, por arte de birlibirloque. Categorías distintas, según parece; mejoradas, por supuesto. Asuntos serios, pensaba yo por entonces. De esta manera pude ver casi maravillado como los prejuicios sexistas o machistas se esfumaban tan pronto apareció la discriminación por razón de género. ¿De género? rumiaba yo cariacontecido. Pues sí; descubrí, sorprendido, que ganábamos en género lo que perdíamos en sexo. Al más puro estilo anglosajón. Puritano, de tan puro. Pero.., mejor nos olvidamos del asunto; a ver si al final la tentación nos supera y acabamos preguntándonos qué género de ganancia es esa. Han pasado los años y de tanto hacer uso de la bobada como acepción culta o técnica para referirme a cosas o asuntos que siempre han tenido su propio nombre me estoy convirtiendo en bobo, en el campeón de los bobos. Me siento estúpido y sospecho que eso no puede ser nada bueno. Creo que debería empezar a cuidarme.

Supongo que todo empezó cuando alguna alma caritativa pensó que estaba feo llamar cojo al que cojeaba. Imagino que por alguna forma retorcida de sentimiento de culpa. Cojo: mmm..., que horror, ¡pero que mal suena! Evoca tiempos dichosamente superados por la modernidad que nos embarga. Atajo de majaderos, pienso ahora. El último cojo del que tuve noticia fue el Cojo Manteca, aquel desgraciado que hace diez o quince años logró una efímera fama destrozando mobiliario urbano armado tan solo de su muleta. Desde entonces sólo quedan minusválidos. Y ya cada vez menos porque los discapacitados están acabando con ellos. Al tiempo, el tiempo de los necios. Ya lo decía el sabio.