lunes, 23 de abril de 2007

Feliz día, Jordi (cuento)

¡Aahggg! Cuando he querido darme cuenta ya era demasiado tarde.
Zas, ruumm, zas, ruumm... Ese maldito ruido de las máquinas filtrándose por cualquier resquicio, invadiéndolo todo; y esta atmósfera opresora, grisácea, espesa... que apenas me deja respirar. Linotipia de mierda.., negrura asquerosa. Y las bombillas, colgando del techo por un hilo.
¡Joder, excusas y nada más! Pero, ¿en qué coño estaría yo pensando? ¿Por qué no he querido darme cuenta hasta ahora, cuando ya no puedo hacer nada? Si algún sentido tiene eso de que el corazón alberga razones que la razón no entiende, es precisamente en medio de esta estúpida maraña de contrasentidos que bullen en mi cabeza. Rosa se ha marchado y yo no he sido capaz de exigirle una explicación. Allá va, relamida, con esa carita de no haber roto nunca un plato. Y es posible que ya no vuelva hasta el lunes que viene por lo menos. Mierda. Casi cuatro horas a su lado, trabajando codo a codo como si nada, ¡y nada! ¿Por qué no me pagas de una vez lo que me debes, hija de puta?
- ¿Ah? Hola, Rosa. Vaya, no te he visto entrar, ¿desde cuando estas ahí?
- Nada, acabo de entrar, pero, ¿qué hacías, mirando al techo puño en alto y gesticulando como un mimo en un rincón de la Rambla? Era divertido, pero un poco raro, la verdad.
- Uf, no sé. A veces me gusta imaginarme cosas. Me meto en el papel de alguien... Es como un juego. Me entretiene y hace que las horas pasen antes; aquí abajo es todo tan aburrido... Imagínate, diez horas metido en este agujero, haciendo siempre lo mismo, un día tras otro. Incluso el hombre más lúcido perdería un poco la cabeza. Qué digo: la perdería del todo. Menos mal que de vez en cuando te dejas caer por aquí y me haces compañía. Bueno, y Susana. Y también Lucía. Si no fuera por eso ya lo habría dejado, puedes estar segura. Pero, ¿que es lo que querías? ¿Te habías olvidado algo?
- Si. ¿Te acuerdas que el miércoles me dejaste cinco euros? Casi me voy sin devolvértelos. Muchas gracias. Menos mal que pude contar contigo que si no, menudo apuro, no hubiera tenido ni para el autobús. Eres un santo, Jordi. Oye, a mi regreso tomamos un café y charlamos. Hasta entonces, ¿vale? Me voy, que pierdo el tren.
- Pero.., Rosa, por favor. Ni me acordaba.., fíjate...
Pero la puerta ya se había cerrado y Jordi volvió a quedarse solo, observando fijamente la pared del fondo con la mirada extraviada, sin parpadear. Mudo. Jodido. Respirando entrecortadamente su propia necedad, evaporada nada más traspasar los poros de su piel en forma de sudor frío y ácido.
Zas, ruummm, zas ruummm... y los guiños de una bombilla pelada, de esas de cuarenta vatios.