miércoles, 29 de octubre de 2008

La suerte aborrece a los cagones (cuento)

I

Como cada lunes y como todos los días desde hace más de un año, Andreu será el primero en llegar a la oficina de recaudación municipal. Todavía no serán las ocho y él ya hará un rato que habrá pasado su tarjeta magnética por la ranura del artilugio electrónico que controla la jornada de los empleados. Don Marcial, el veterano jefe de departamento, viene observándolo discretamente desde hace meses. Está muy satisfecho de Andreu y lo tiene por un joven prometedor a quien no conviene perder de vista. Moderado, pulcro, eficiente… y puntual, por supuesto. Callado por añadidura y los ojos siempre abiertos para no perder detalle de cuanto ocurre a su alrededor. Este es Andreu, veintiocho recién cumplidos, apenas un año y medio de antigüedad y a decir de don Marcial, un brillante futuro por delante.
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Como casi cada lunes y como casi cada día del año, Meritxell irrumpirá presurosa en la oficina. Pasará por delante de la mesa de Andreu como una loca descerebrada, hablando consigo misma mientras busca su tarjeta en el bolso con los nervios a flor de piel. Durante dos o tres minutos se plantará delante del reloj marcador jurando que había dejado la tarjeta en aquel bolsillo lateral de su bolso, como siempre. Y como siempre la tarjeta no aparecerá jamás en ese bolsillo sino en las profundidades abisales de una bolsa que de tan grande, desbordante y desordenada, se asemeja más al zurrón de maese Rouco que al complemento de mano de una brillante economista. Al fin lo consigue. Una sonrisa para Andreu y venga, corriendo hacia su despacho, al otro lado del pasillo. Hoy, once minutos sobre la hora, algo menos que ayer; no tendrá más remedio que recuperarlos a la salida. Es el ritual que se repite cada mañana. La puntualidad extrema de uno, la caótica llegada de la otra y entre ambos los demás empleados de la oficina municipal de recaudación. Dieciséis, para ser exactos. Andreu lleva un año y medio siendo testigo de la ceremonia. Un año y medio de madrugones para ser espectador privilegiado la atropellada llegada de Meritxell. Dieciocho meses de ávida espera cotidiana para disfrutar de dos raquíticos minutos de íntima satisfacción.
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Que hermosa es, la puñetera Meritxell. Andreu no pierde detalle de sus movimientos, de sus gestos. La adora en silencio. Desde el primer día quedó deslumbrado por su manera de ser, por su alegría... por esa sonrisa... Y su voz…, ese tono de voz, tan.... Pero hay algo que le fascina, y es verla de espalda clavada ante el reloj gesticulando ligeramente encorvada y maldiciéndose por ser tan desordenada. ¿Y qué decir del día que cambia los pantalones por una falda o un vestido...? Ese día vale por cinco. Y no falla: lunes y martes el cabello suelto. Castaño claro, brillante, ondulado… Como aquella actriz del Hollywood de los cincuenta, hija de asturianos... ¿Cómo se llamaba…? Margarita; eso es, Margarita Cansino. Un cabello precioso, deslumbrante. Pero eso es para los lunes y los martes,porque los miércoles sucede algo misterioso que el pobre Andreu no acierta a comprender. Él lo llama el dilema de los miércoles. ¿Qué es lo que hace que algunos miércoles Meritxell aparezca con el pelo suelto, y otros no? ¿Y por qué esa incertidumbre nunca se anticipa a los martes? ¿O se pospone a los jueves? Porque, eso sí, a partir del jueves el cabello siempre recogido. Una cola, algunas veces alta como la de un potro y otras veces desmayada, dejando reposar el cabello sobre la espalda. Nunca un moño, menos mal; le recordaría a su madre y echaría por alto todo el encanto.
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Andreu se siente cohibido por Meritxell. Abrumado más bien. A lo mejor por esa magia avasalladora que la sigue allí a donde va; o quizás por su marcada personalidad y ese carácter siempre emprendedor. Por todo, probablemente. Don Marcial es tolerante con sus retrasos porque hasta que ella llegó y se hizo cargo de la sección, nunca fue tan productiva. Además, como jefa de sección Meritxell no admite parangón alguno. Esta mujer es metódica y rigurosa en todo lo referente a su trabajo, algo que hace del todo incomprensible el ceremonial de cada mañana. Pero don Marcial lo acepta como una excentricidad inocua y piensa que ante su ya cercana jubilación no habrá nadie mejor que ella para substituirlo al frente del departamento. En más de una ocasión ya ha hablado del asunto con la jefa de área; será la primera candidata a pesar de su temprana edad: tan sólo treinta y un años.

II

Hay noches que Andreu no puede quitarse a Meritxell del pensamiento; da vueltas y más vueltas en la cama pensando en ella. Suele imaginarse que salen juntos, que van a la playa, que se la presenta a sus amigos…, a su mamá. Y esos sueños húmedos... cada vez más frecuentes... ¡Y mira que hace todo lo posible por expulsarla de su imaginación siempre que la tentación se le hace irresistible! Andreu, de una manera o de otra se duerme con Meritxell en la cabeza y eso es algo que le complace más que cualquier otra cosa en el mundo. Lo jodido es que últimamente al despertar ella sigue allí tras un sueño por lo general liviano y nada reparador. Esta fijación, inócua los primeros días, comienza a provocarle un sentimiento ambivalente porque si bien es verdad que pensar en Meritxell le produce una felicidad tan embriagadora como tonta, no es menos cierto que pasar las noches en blanco empieza a pasarle factura.
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El primer síntoma fue aquella irritante acidez de estómago, a menudo acompañada de sequedad de boca y una leve halitosis. Luego vinieron las ojeras y la mala cara en general; los cambios de humor... Y ahora los gases, ¡los malditos gases! Esto es lo peor con diferencia. En los últimos días los conciertos matinales se han convertido en una constante insoportable y humillante. Empezaron como algo puntual y pasajero propio de la hora más temprana del día. Sin embargo, desde el lunes, la persistencia de esta molestia a lo largo de casi toda la mañana la ha convertido en una tortura insufrible. Desde entonces Andreu no conoce tregua ni descanso alguno. Vaya por donde vaya los ruidos de su inflado y atormentado abdomen se hacen notar a poco que se preste atención, algo angustioso para el sobrio Andreu que, en su desesperación, se ve constantemente forzado a buscar lugares solitarios donde poder aflojar la presión de su malaventurado vientre. Pero lo peor tiene lugar en la oficina. Las consecuencias del sobrevenido ataque de meteorismo ―de terrorismo, dice él― le obligan a pasar los momentos más difíciles que recuerda. Desde que el mal se hizo crónico no tiene más remedio que visitar una y otra vez el servicio ante la divertida mirada de sus compañeros y compañeras de trabajo. Le desespera no tener control alguno sobre su propio cuerpo. Menos mal que todo se limitaba a ruidos y gases inofensivos.
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Las cosas no podían continuar de esta manera y Andreu, bien aconsejado por su solícita mamá, pidió cita con su médico de cabecera. Andreu siempre había sido una persona saludable y hasta ahora nunca tuvo necesidad de acudir a su consulta; de hecho ni siquiera sabía si se encontraría con un hombre o una mujer. Menos mal que resultó ser doctor y no doctora porque, si llega a ser mujer, por nada del mundo le hubiera dicho que estaba allí por primera vez empujado por un problema de..., gases. Tras escucharlo atentamente y someterle a una breve exploración, el médico le indicó que probablemente no dormía acuciado por el estrés. Por lo demás, la falta de sueño había desencadenado la sucesión de consecuencias ingratas que ya conocía, muy fáciles de controlar, por otro lado. Los fármacos que le recetó le ayudarían a dormir mejor y recuperar cierto bienestar físico, pero él debía identificar y afrontar las causas de la agobiante tensión que perturbaba su estado de ánimo hasta el punto de quebrantar su salud. Sólo así podría superar definitivamente sus dolencias.

III

Andreu salio muy satisfecho de la consulta del doctor. Y muy aliviado también. El médico había sido tan comprensivo con su enfermedad como explícito en apuntar la solución. Esto le hizo ver que quizá debería comentar el asunto con Jordi, el amigo de la infancia con quien no tenía secretos. Bueno, con quien apenas tenía secretos. Quedaron en verse esa misma tarde, sobre las seis. Tomarían un café y Andreu le explicaría su problema y le pediría consejo.
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Jordi era muy diferente de Andreu. Independiente, extrovertido, atrevido... Desde niños se les conocía como la extraña pareja, de tan inseparables y desiguales que resultaban ser: Laurel & Hardy, Yogui & Bubu... La novedad para Jordi fueron los gases de su amigo, porque él ya era pleno conocedor de la debilidad de Andreu por su compañera de trabajo. Habían hablado de ello en infinidad ocasiones y siempre le había aconsejado lo mismo: invítala a salir, hombre; empieza por acompañarla a tomar un café a media mañana... Palabras vanas, Andreu era incapaz de dirigirle la palabra; ni siquiera podía sostenerle la mirada más allá de dos segundos. Sólo pensar en hablar con ella y se le hacía un nudo en el estómago. Y además, ¿qué le diría?
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Jordi tuvo ponerse muy serio con su amigo. ¿Pero es que no te das cuenta, burro? Estás loco por ella. No puedes seguir así. O le dices algo de una puñetera vez o te mueres, Andreu. Y tu muerte será vergonzosa: te cagarás por las patas abajo. Y cuando eso te ocurra no volveré a dirigirte la palabra. Jordi hablaba de muerte en sentido figurado, por supuesto, pero Andreu entendió perfectamente la metáfora. Sí, debía hacer acopio de valor e intentar ligar con Meritxell. Tenía que probarlo, por lo menos. Era una cuestión de dignidad personal... Y de salud... Y además, ¿qué podía perder?

IV

Tras iniciar el tratamiento el resultado no se hizo esperar. En pocos días Andreu mejoró sensiblemente su salud y su estado anímico. Empezó a dormir de un tirón y la acidez desapareció como vino. ¿Y los gases? Se evaporaron, se disiparon totalmente. Volvía a ser el de antes. Recuperó la sonrisa; el amago de sonrisa, para ser justos. Y claro, se planteó seriamente cómo abordar a Meritxell... Mmmm, saldría a su paso en cuanto llegara. El lunes, será el lunes. Se haría el encontradizo y tropezaría con ella aprovechando su atolondrada manera de entrar. Luego, lo demás vendría por sí solo. Pero..., ¿y qué era lo demás? No; así no puede ser. Mejor le pido a Martínez que me deje llevarle la propuesta de planing semanal. Entraré en su despacho y le diré que Martínez está algo indispuesto. Y luego... ¿qué le diré luego, después de entregarle la carpeta...? La miraré fijamente y le diré que la encuentro preciosa. ¡Eso es...! Pero..., pero ¿en qué estoy pensando, joder? ¿Cómo voy a decirle algo así, si nunca he cruzado con ella ni media palabra que no tenga algo que ver con el trabajo? No hombre no; qué disparate... Mejor me las arreglo para bajar a tomar el café a la misma hora que ella. ¡Eso sí que sí! Ya me lo decía Jordi. Sin duda es lo mejor. Suele salir sola y además, he notado que cuando se va, antes de cerrar la puerta se gira siempre hacia mí para decirme: bueno, bajo un momento a tomar un café, o algo parecido. Esperaré y cuando se dirija a mí estaré preparado para contestar: ¿te importa que hoy te acompañe? Es que si no bajo ahora no podré hacerlo más adelante. Hoy voy fatal de tiempo. Mmm, suena bien. Perfecto. Andreu repitió la frase en su cabeza ocho o diez veces: ¿te importa que hoy te...? Hasta que finalmente la memorizó. Estaba claro; ahí estaba la oportunidad que busca desde hace tanto tiempo. Y si todo iba bien el próximo lunes sería el día decisivo.

Es sábado y Andreu ha quedado con Jordi para dar una vuelta y explicarle su plan. Magnífico, le animó su amigo; muy bien pensado, insistió; es una idea excelente, concluyó. Han tomado unas cervezas y se han despedido. Jordi debe llevar a su novia al cine. De vuelta a casa Andreu empieza a imaginarse los acontecimientos. ¿Te importa que hoy te acompañe...? repite sin cesar, siempre con la mirada baja, primero a voz callada pero progresivamente y sin darse cuenta, de forma cada vez más audible: ¿te importa que...? es que hoy voy fatal de tiempo y... Sin embargo al poner en pie en casa sucede lo inesperado: primero nota un aguijonazo en el estómago y un cuarto de hora más tarde no puede con la cena que mamá le ha preparado. Nada; un par de piezas de fruta y es suficiente. Pero su cabeza no descansa... ¿Te importa que...? Verás, es que si no voy ahora más adelante iré fatal... Y debo hacerlo ya porque luego no tendré tiempo... Su mamá le observa, le escucha. Está preocupada, Andreu tiene muy mala cara. Otra vez. Como antes. Es solo un ligero dolor de cabeza, mamá. Un malestar general... Tras un breve estira y afloja con su madre Andreu opta por irse a la cama. Es pronto todavía pero es lo mejor. En la cama Andreu no para de moverse de un lado para otro, Meritxell en el pensamiento. El lunes se lo diré. Será el lunes...
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Andreu tiene una pesadilla: corre a ciegas por un estrecho e interminable pasillo hasta llegar a una habitación sin ventanas y sin techo donde le espera un asno peludo que le sacude una coz en el vientre... El intenso dolor de barriga le despierta sobresaltado. Es domingo y son las ocho y diez. Andreu salta de la cama y se abalanza hacia el cuarto de baño como un toro embravecido. Revienta justo al sentarse. La sacudida le despeja de inmediato. ¡Dios... es diarrea! Le explota el corazón al tomar consciencia de su penosa realidad y el ánimo se le antoja miserable. Su mamá golpea la puerta con los nudillos. ¿Te encuentras bien? Sí mamá; nada importante.

¿Te importa que hoy...? Ya es mediodía, Andreu tiene pesadez de estómago y apenas comerá nada. Hay ratos que le duele la cabeza y lo peor: tiene flato. Y se le infla el vientre, como antes. Se ha estirado en el sofá y allá encaracolado, se libera de la presión interna aprovechando que se ha quedado sólo en casa. Siguiendo una inveterada costumbre su mamá hace rato que se fue de paseo con sus amigas; comerán juntas y luego irán al cine. Él mira la tele como un zombi. Piensa: ¿te importa si hoy te acompaño? Es que voy fatal y más tarde no podré hacerlo... No; no es así. ¿Cómo era...? Pasan las horas y Andreu está cada vez peor. Se tomó la pastilla de los gases y parece que comienza a hacer efecto pero la ansiedad va en aumento. Se ha obsesionado con el café del lunes. Con el café de mañana. ¿Te importa que hoy vaya contigo...? Dos ansiolíticos; a ver qué pasa... Son las nueve y media, su mamá acaba de llegar y lo encuentra algo sudoroso pero tranquilo. Tampoco cenará. Se va a la cama, pero antes se toma el cuidado de llevarse la caja de valium de su madre, la que guarda en su mesita de noche. Se tomará una píldora. No, mejor dos.

V

Al despertar Andreu se nota agitado. Ya son las seis y media del lunes, hora de levantarse. Ha dormido de un tirón pero se encuentra pastoso y algo mareado. Nada mejor que una ducha y como nuevo. El estómago sigue regular. Mucho mejor que ayer por supuesto, pero todavía se nota descacharrado. Una manzanilla quizá lo acabe de arreglar. Y sí, la infusión caliente lo reconforta. Mucho mejor. Mamá, me voy que no quiero llegar tarde.
Andreu es el primero en llegar, como todos los lunes, como todos los días. Pasa rápidamente su tarjeta por el lector del reloj y busca acomodo en su mesa, justo enfrente del artilugio. Abre el cajón derecho y saca su bolígrafo; juega con él. La rutina de cada día echa a andar. Los compañeros van llegando. Hola Andreu, Hola Pitu. Buenos días Andreu. Hola Carmen. Hola... Hola. Como siempre Meritxell será la última y está a punto de llegar cuando Andreu nota el primer aviso serio en su desdichada barriga. Rorrruuummm. ¡Dios! No tiene más remedio que salir escopeteado hacia el servicio; para prevenir, más que nada. Por fortuna sólo son gases. Glogloloom, gleglú, glogló... Liberado al fin de la compresión regresa atribulado a su mesa de trabajo para no perderse la entrada de Meritxell, pero ella entra en ese justo momento. Ciegos y acelerados no se ven y ambos chocan de frente. ¡Uf, perdona Meritxell! Cómo lo siento. Meritxell cae aparatosamente pero unos segundos más tarde se levanta ayudada por Andreu y doliéndose del cabezazo en la frente. No es nada, Andreu. La culpa es mía, que siempre voy apresurada. Bueno, ya está. ¿Lo ves? no ha pasado nada... Pues creo que eso es un chichón... Nada hombre, nada. No te preocupes. Meritxell ficha y se va a su despacho dirigiéndole una sonrisa a Andreu que, a pesar del accidente y de sus temores, queda gratamente sorprendido por la afable reacción de su compañera. Un buen augurio. El mejor de los posibles, sin duda.

Hace más de una hora que la cabeza de Andreu no deja de bullir de inquietud, de expectación. Pero su cuerpo no le acompaña, su abdomen se hincha cada vez más y los ruidos comienzan a ser audibles para sus compañeros. Y lo que es más grave: los retortijones se manifiestan cada vez más salvajes y dolorosos. Las visitas al lavabo se repiten, no cesan. Malditos gases. Malditos ruidos. Ay, y ahora, además, tiene que usar el ambientador: los gases resultan fétidos. Esto es nuevo. Y calamitoso... Serán las pastillas de mamá... El ambientador de aromas del bosque no encuentra descanso. Andreu es ya un activo peregrino cuya existencia discurre entre su mesa y el servicio. Va y viene. Viene y va.

Casi las once: Meritxell está a punto de aparecer. Te importa que hoy te... Es que sino, luego no... No es así, no... Si no bajo ahora no podré hacerlo más adelante. Hoy voy fatal de tiempo y... Eso es. Así sí... La barriga de Andreu es un festival: música, baile..., y alboroto sin control. Un jolgorio. Y ella sin aparecer... Incapaz de aguantar ni un segundo más sale pitando hacia el servicio desabrochándose el cinturón por el camino, corriendo casi de puntillas y con las rodillas juntas, retorcido por el dolor... ¡Joder..., la madre qué... está ocupado! Por fortuna el de las mujeres está libre. Entra cegado por la necesidad y se desploma sobre la taza... Uf, justo a tiempo... La descarga es brutal, escandalosa. Hedionda... El propio Andreu queda ofuscado por tan extraordinaria reacción escatológica. Meritxell entra repentinamente y abre los ojos como platos mientras suelta un chillido salvaje... Y es que lo que se le ofrece la deja paralizada... Un instante después arruga la nariz, se cubre la boca con la mano y cierra de un sonoro portazo. ¡Lo siento, perdona Andreu! la oye gritar desde fuera. Con la premura Andreu no echó el pestillo.

Andreu gime y se echa las manos a la cara. Su imagen, sentado en la taza del water con los pantalones por los tobillos en medio de aquella pestilencia, resulta desoladora. Se quiere morir. De hecho casi se muere de un ataque de ansiedad. Incluso el corazón amenaza con escapársele por la boca en repetidas ocasiones. Tarda más de media hora en salir y cuando lo hace se dirige a su mesa a toda velocidad con la cabeza baja, sin mirar a nadie, sudoroso. Recoge sus cosas y se marcha como si el diablo le persiguiera.

Al día siguiente su mamá llamó por teléfono para decir que Andreu estaba muy enfermo; y tres días más tarde fue el propio Andreu el que llamó a don Marcial para comunicarle que dejaba el trabajo y que no volvería. A pesar de sus ruegos don Marcial no obtuvo explicación alguna sobre tan extraña manera de proceder. Y Meritxell ya no tuvo motivo para llegar tarde.